martes, 30 de abril de 2013

Television, Johnston y el nudo


La semana pasada tuve la suerte de presenciar dos shows magníficos en la ciudad de Buenos Aires. A uno lo esperé con ansias desde su anuncio, el otro me cayó del cielo días antes de suceder. Television, el martes 23 en el Teatro Vorterix (El Teatro de Colegiales, bah) y Daniel Johnston, el miércoles 24 en Niceto Club.
Vamos por partes, entonces:

La llegada de Television al país comenzó a ser un rumor fuerte este verano, justo el día de mi cumpleaños; a los días se confirmó. Era, teniendo en cuenta que Marquee moon es mi disco favorito, uno de los grupos extranjeros que más ansiaba ver. Más si sabemos que en la actualidad, el cuarteto neoyorkino es un grupo inestable, que se presenta en vivo cuando le place a Tom Verlaine. Por las entrevistas que dieron sus miembros antes de girar por Latinoamérica, concluimos en que, por ejemplo, su nuevo disco no sale porque Verlaine no quiere: dicen que faltan sólo las voces de Tom para que la grabación llegue a su fin.

Entonces, la expectativa era mucha y TV, un grupo amado por la crítica y sus colegas de aquí, allá y todas partes, colmó El Teatro de periodistas y músicos (hasta el maestro Diego Capusotto fue a verlos). Esa expectativa por verlos se conjugaba con la incógnita de saber cómo estaban, tantos años después y con guitarrista (no tan) nuevo, el bonaerense por adopción Jimmy Rip, en lugar del histórico Richard Lloyd.

Cuando dejaron de sonar unas campanas dignas de AC/DC y apareció Television, ellos mismos se encargaron de alimentar la incógnita con una entrada instrumental algo endeble, vaga, que luego derivó en Prove it, la primera bomba de la noche. La gente chamuyaba el estribillo y la guitarra de Verlaine ya mostraba que iba a ser la gran protagonista del show. Le pegaron al tema de Marquee moon la inquietante 1880 or so y la soberbia y dramática The fire, de sus otros dos discos (el homónimo de 1992 y Adventure de 1978). Notamos con alivio que Rip, además de respetar bastante los arreglos originales de las canciones, la tenía clara a la hora de jugar con la gente y alternarse con Verlaine: ambas interpretaciones fueron magníficas, la primera comenzó lánguida y fue in crescendo; la segunda muy emotiva y estridente, con duelos de guitarras que levantaron al público.

Llegarían otras gemas de los ’70, ninguna de su disco insignia de 1977: primero sonó Glory, también de Adventure, y luego Little Johnny Jewel, simple de 1975 que fue incluido en 2003 como bonus de la edición CD de Marquee moon. La segunda pieza les salió mejor, quizá por ese condimento enigmático que tiene, que juega a favor de la misteriosa y ajada voz de Verlaine.
Verlaine: apenas si decía “thanks” entre tema y tema. Es el mismo señor de siempre, algo más calvo, igualmente parco y huidizo, uno de los cráneos más extraños del rock and roll de aquella época. Y de hoy también.

Los TV eran algo así como los beatniks del punk rock y al verlos en vivo uno comprueba lo lejos que estaban de la escena punk más pura, en realidad. Lo suyo fue más que nada una coincidencia geográfica y temporal con gente que luego seguiría caminos más llanos, uniformes (aunque en la movida de New York había variedad, hay que decirlo). En ese rato de show, se notó que lo de Television era otra cosa, algo que en realidad sabemos desde siempre. Su sonido romántico y reo –la voz de Verlaine–; puntos de contacto con el blues en cuanto a atmósfera, y con el jazz en cuanto a improvisación; la frialdad de una música cruel; algunos guitarrazos; mucha densidad; longitud; expansión: eso es Television.


Una parte del público prefirió dedicarse a la charla en vez de escuchar lo que vino después: varios temas nuevos, de aquel disco que no sabemos si sacarán algún día. Choppy chunga fue el menos interesante y ni el agite de Jimmy Rip para que lo cantemos alcanzó (¡en realidad no te entendimos el coro, Jimmy querido!), pero luego se despacharon con la monocorde y climática Persia, más de diez minutos con rasgos de Within you, without you y ribetes árabes; y The drag, otro tema muy climático. Casi mantras rockeros en los que mostraron la influencia pocas veces mencionada de Lou Reed en su música.

Cuando tocaron Venus volvieron a levantar al público, que tarareó y gritó no bien comenzada la melodía de la introducción. El bajista Fred Smith –sobrio laburo de la dupla que conforma junto a Billy Ficca– se reía, contento de escuchar la réplica de un público que, al finalizar la canción, ovacionó sostenidamente a la banda como si hubiera escuchado Like a rolling stone por primera vez. ¡Aguanten los Redondos! se escuchó desde atrás, para graficar el momento épico con un toque de humor, justo cuando estaba arribando el nudo a la garganta...
Empezaba a faltar menos para el final.

Después de la caricia, salieron con otro tema nuevo, larguísimo y denso –según FM, se llama The sea– para luego dar el golpe final: el tercer y último tema de Marquee moon fue nada menos que la gema que da título al disco. Como en Venus, apenas comenzaron a sonar las guitarras, la gente aulló. Fue una tremenda y extendida versión, con Verlaine mágico en la viola y el público cantando la parte de guitarra que oficia de estribillo, además del solo ascendente del final: un coro afinadísimo a la par de la gran guitarra de Tom. Parecía que el tema no terminaba nunca, porque amagaban y seguían. Todos mirando a Verlaine, por supuesto.

Se fueron y volvieron para el bis inesperado: un cover de Count Five –Psychotic reaction– que la gente recibió con euforia a pesar de esperar, supongo, otra de Marquee moon. Luego del bis, saludaron con la alegría que les sale mostrar (en especial el marciano Verlaine, cuyo único gesto de alegría durante el show fue un gracioso paso de mimo a lo John Lennon en el Rock and roll circus) y Billy Ficca emitió palabras que no se llegaron a entender.

La leyenda está bien conservada y nos dejaron a todos con ganas de más temas, aplaudiendo hasta media hora después de finalizado el show en busca de un retorno que nunca sucedió (volvieron las campanas del comienzo para cerrar todo). Igual, quedamos contentos y nos sacamos la espina de ver a semejante banda brindando un gran recital, en el que se dieron el lujo de mostrar mucho de lo nuevo, confirmar que las guitarras en el rock and roll las pone Television, y el corazón oscuro lo entrega ese señor alto, frío, distante y misterioso llamado Tom Verlaine. Nadie más.


Y si lo de Television resultaba una incógnita que por suerte se despejó con creces, el show de Daniel Johnston era directamente la entrada a un laberinto: el del propio Daniel, del que no sabíamos si podríamos salir. O si él podría salir.
Mi novia me regaló la entrada y, para qué mentir, fui como un espectador que desconocía cabalmente la obra de Johnston: días antes del show me puse a escuchar algunas cosas como para reconocer durante el recital. Sí conocía de su historia, aquella de dibujos infantiles, problemas psiquiátricos, remeras de Kurt Cobain, casetes grabados entre la euforia y la nada e influencia alternativa.

Digámoslo: la expectativa era también el temor por el bochorno, días después del triste espectáculo de Chuck Berry en el Luna Park. La posibilidad de que sucediera algo que coartara la normalidad del recital estaba latente.

Amenizaron la espera en Niceto Club los músicos argentinos que, en una acertadísima decisión, fueron luego la backing band de Johnston. Las canciones folk y aboleradas de Shaman Herrera y Maxi Prietto fueron una buena entrada antes del plato principal. Luego de su aplaudido show y de un rato de espera con música programada por el DJ Nekro, se abrió el telón y allí estaba la banda, en la antesala acústica y ahora de rock. Bien de rock. De repente entró Johnston por detrás y la gente, lógicamente, lo ovacionó.
Comenzaba la incógnita.

Johnston estaba rodeado por atriles con las letras de los temas y una caja con botellitas de agua y Coca-Cola que consumió casi sin parar a lo largo del show. Agarró el micrófono enfocadísimo en lo suyo; las manos le temblaban y casi no sacaba sus ojos de esas hojas salvadoras. Por momentos se adelantaba en las estrofas, pero el grupo local lo seguía bien y sonaba aún mejor: el día anterior –hubo dos fechas de Johnston en Buenos Aires– el comienzo había sido con Daniel solo con su guitarra, errático e inseguro. El cambio de la segunda fecha lo encontró mejor parado, cantando varios hits de su repertorio. El careta que escribe (?), contento porque identificaba las canciones y, por ahora, la cosa venía bastante bien: Casper the friendly ghost, Speeding motorcycle, y un Johnston que conmovía en su entrega.
Estático, concentrado, ese tipo de cincuenta y pico de años estaba dando todo lo que tenía.

Cuando se acababan los temas que entraban en las dos páginas visibles por Johnston, (un tipo que luego supimos era) su hermano se acercaba a pasar a la siguiente página de las letras. Esa necesidad del otro, esa fragilidad, no hacían más que agrandar mi admiración reciente por su figura. El pibe que hizo la crónica para Rolling Stone prefirió hablar de obesidad y lástima: un tipo que lleva su enfermedad sacando todo para afuera, entregándose, de mínima merece el aplauso. Y así siguió Daniel, dándose por entero, vociferando Love not dead, rompiéndola en la ovacionada Funeral home. Antes de tocarla pidió, suelto al fin, que levantemos la mano aquellos del público que creyéramos que íbamos a morir. Ante la unanimidad, tiró un “Yo también lo creo, ¡y no puedo esperar!”.

Los músicos de la banda (Tulio Simeoni de La Patrulla Espacial, en batería; Tomas Vilche, también de La Patrulla, en bajo; Pipe Quintans de Go-Neko!, en teclados; Eduardo Morote de Sr. Tomate, en mandolina; El Toro Salvaje en coros y sonajas; Federico Terranova de Fútbol, en violín; y los mencionados Maxi Prietto y Shaman Herrera, a cargo de las guitarras) estaban aún más contentos que el público y arengaban a la gente para que cante el “Olé olé olé olé, Daniel, Daniel”, al que el protagonista respondía con un nervioso “alright!”.


Y lo dejaron solito, nomás. La banda se fue y quedó Daniel mano a mano con el piano para el momento más íntimo de la noche, que llegó con Love enchanted: con sus habituales pifias y desafinadas –parte de su estilo y su encanto, en vivo y en los discos– se mandó con una versión conmovedora del tema incluido en Fear yourself.
Luego Daniel se fue, pero avisó que volvía con la banda y lo hizo con Walking the cow. Don’t let the sun go down on your grievances fue otro momento caliente del show, con Johnston a viva voz. El apoyo del público a lo largo del show fue total y pareció sentarle muy bien al estadounidense.

A esta altura, sabíamos que quedaba poco: arremetieron con la declaración de Johnston acerca de su salvación, Rock 'n roll / EGA, en una potentísima versión con un cantor acelerado, compenetrado más que nunca en ese cuasi hardcore en el que agradece la aparición de los Beatles para salvar su vida. Pero el broche de oro lo darían las últimas dos canciones, el nudo de su vida atormentada, mil por ciento arte, tristeza, amor y redención: Life in vain y True love will find you in the end cerraron el show apenas pasada una hora.

Para el primer tema, apareció sobre el escenario un bastidor inmaculado, y tras él subió Liniers para dibujar a Johnston mientras éste cantaba esa desoladora canción en la que se pregunta “¿dónde estoy yendo?” a cada rato. La versión fue fantástica y creo que a todos nos dejó quebrados: funcionó como un símbolo de la vida de Daniel, de su lucha constante, de sus incapacidades y su amor a flor de piel por lo que hace, lo que lo salva, lo que lo lleva por el mundo, desnudo, mostrándose tal cual es ante todos. Probablemente, Life in vain sea uno de los momentos más emocionantes que vayamos a ver sobre un escenario, este año y los próximos. Siempre.

En la previa del show, Nekro había puesto una canción del álbum conjunto de Okkervil River y otro héroe atormentado del rock, Roky Erickson. Cuando Johnston se fue del escenario –quería seguir tocando pero ya no quedaban temas del que fue el show más extenso de su gira: tuvimos mucha suerte– recordé esa canción del comienzo, pero lo que se me vino a la mente disparado fue el título de aquel disco en colaboración: El amor verdadero aleja todo mal.
Y así es, Daniel. Al final, ese amor te va a encontrar.


[Fotos de Television por Victoria Schwindt.
Fotos de Daniel Johnston por Madi Elorza.]

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