lunes, 28 de junio de 2010

El errante


Hace doce años, el estudio de la calle Iberá era más chico y se llamaba Cintacalma. En el fondo estaba la antigua cocina. Allí, en un tormentoso anochecer de invierno y después de una larga mateada, el frío nos hizo dejar encendida la hornalla, que extrañamente despedía un fuego verde. En esa quietud, donde sólo se escuchaba la lluvia incesante sobre el patio, Luis Alberto me reveló una historia increíble:

¿Conociste al capitán Beto?
No. No lo llegué a conocer aunque intuía que tenía que existir un tipo así. Aparte, cuando él empezó a trabajar en el colectivo y a modificarlo para su travesía se encanutó mucho más por temor a que lo descubrieran y lo boicotearan. Imaginate.

¿O sea que no colaboraste en el diseño de la nave?
No, no le dio lugar a nadie. Aparte, el Capitán no quería tecnología de punta. El quería tecnología incaica, a través de monopolos magnéticos de influjos astrales. Utilizó tecnología de tiempos muy remotos, de unos tres mil años atrás. Se ve que tenía un arca con energía y la usó para confeccionar la nave. El flaco se encerró en un galpón de Haedo y no dejó entrar a ningún diseñador. Inclusive Oreste Berta iba todos los días, pero él se cortó solo y nos ignoró a todos. Aunque después recordó algunas cosas en el espacio...

¿Cómo se llamaba?
Heriberto Aguirre.

¿Por qué largó el colectivo?
Dejó de ser colectivero una noche en que la cana quiso usar su colectivo para llevar pibes detenidos, a la salida de un concierto del Flaco Spinetta. El motor se paró porque, en Beto, hombre y máquina se conjugaban. Bajó y le dijo a los canas: «No me arranca más». Muy pícaro el hombre. A él no le importaba un pito que el concierto fuera de Spinetta o de Agustín Magaldi. No le parecía bien que le usaran el colectivo para trasladar detenidos, y menos si eran jóvenes. Se dio cuenta de que estaba todo podrido y como argentino no lo quería permitir.

¿En ese momento toma la decisión de volar?
Sí, ahí el tipo se dijo: «yo me voy no solamente de la línea para la que trabajo, sino que ahora mi periplo va a estar más allá de los márgenes de la tierra». Evidentemente invocó sus poderes. Se ve que manejaba alta magia. Beto tenía la posta para mandarse.

Era tanguero viejo, ¿no?
Escuchaba a Gardel, era hincha de River y le gustaban las plantas. Religioso el hombre, con su estampita de San Cayetano en el colectivo.

¿Habrá escuchado alguno de tus temas?
No, qué va a escuchar. Pero, aunque hubo una época en que hasta los colectiveros te gritaban por tener el pelo largo, Beto no lo hacía.

¿Qué edad tenía cuando se fue?
Sesenta años. Se fue grande ya, tampoco tan de taquito la iba a hacer. Con un balde de cemento armó una pila trinitrónica y se fue al espacio en un chasis de fibra. Usó técnicas perdidas en la noche de los tiempos.

Parece que extrañaba mucho...
Empezó a extrañar aquellas cosas que abominaba, los castigos de la ciudad. Él estaba cansado de la Argentina, pero se dio cuenta de que no podía transformar nada estando en la soledad del espacio. Querer modificar todas esas cosas le resultó una tarea imposible estando solo. Empezó a sentirse triste y melancólico.

Finalmente quedó errando en el espacio.
No volvió más. La ciencia tardó muchos años en descubrir en qué punto de la galaxia estaba. Finalmente quedó ahí, en su nave, mezcla de pirámide y colectivo. Llevaba puesto su anillo. Su tumba es el espacio y allí lo dejaron en honor a su hazaña.

¿La ciencia no encontró ninguna explicación?
No. Los científicos se siguen preguntando hasta hoy cómo hizo este tipo. Porque es la proeza más grande que realizó jamás algún hombre. El capitán Beto superó las barreras científicas por la fuerza de la fe.

Luis, ¿cómo sabés tanto de él si no lo conociste?
Es un secreto. Con lo sagrado no se juega.



(De Martropía, conversaciones con Spinetta; Juan Carlos Diez, 2006).


martes, 22 de junio de 2010

Para ir

Mis amigos de La Perla Irregular estarán tocando en Plasma (la dirección, en el afiche) junto a 107 Faunos y Nicolás Miguelez & el Círculo de Confianza. Como hicieron las mejores canciones que he escuchado en mucho tiempo, no queda más que recomendarles que vayan y se deleiten con su música. Y pronto les estaré contando más de ellos, ¡antes de que se hagan famosos y no nos den más bola!

De verás, una cita más que recomendable con el under argentino, y por sólo 10 manguitos (con lo caro que sale ir a ver a otros, les diría que ni lo duden, pero ustedes deciden).

LMEDA estará allí, vayan también.

jueves, 10 de junio de 2010

Hablando de este asunto del fóbal...


La fiebre del Mundial ha llegado a todas partes y en LMEDA no queremos ser la excepción.

En el año del Bicentenario, además, me pareció divertido hacerles leer este texto de Fabián Mauri que salió publicado en la excelente revista Un caño, unos meses atrás. El protagonista de la historia es una figura clave de la argentinidad, se cuenta una anécdota futbolera y, si no me falla, el propio Mauri es quien me fotografió junto al crack Litto Nebbia... así que todo cierra.

Lo iba a transcribir directo desde las ajadas páginas, pero por suerte la Internet soluciona problemas y Un caño sube sus escritos a la web. Léanlo y ríanse.

*****

Gardel, futbolero y lisérgico


El Gardel del que todos estamos infectados y somos portadores. El que está en el (imaginario) colectivo y en el bondi. El que se proyecta en nuestra corteza cerebral cuando suenan los primeros acordes de Volver es más un reflejo del incipiente star system del Hollywood de los años 30, primeros coqueteos con la globalización, que del genuino resplandor de su atorrante, fundacional porteñidad.
Estamos colonizados al punto que mansamente nos conformamos con una versión pasteurizada del Morocho del Abasto. No la cuestionamos. Carlitos, con la cara empolvada, sometido en primer plano a los caprichos de un fotógrafo amanerado, sobreactúa una emoción tortuosa y arremete con los versos que dicen “acaricia mi ensueño, el suave murmullo de tu suspirar…”. ¿No es raro? ¿No se parece demasiado a una telenovela mala? ¿Ese muchacho es argentino (o uruguayo, vo…)? No parece.
Ese Gardel de la Paramount, ese latin lover que canta los inspirados versos de Alfredo Le Pera -inspirados casi hasta la transcripción de Amado Nervo- de El día que me quieras, no es el que más nos gusta ni el que queremos reivindicar desde éstas páginas.

A Gardel le gustaba el fútbol. Menos que los burros. Pero visitó al asustadizo equipo argentino para amenizar la concentración de los jugadores antes de la final del Mundial de 1930 en Montevideo. Su racinguismo (nota de LMEDA: ¡grande Carlitos!) está documentado en la conocida anécdota del día en que fue a alentar a La Academia, ilusionado con disfrutar del juego de Pedro Ochoa, “el crack de la afición”, pero se encontró con que el wing esa tarde no jugaba. “¡Ochoíta, jugame un ratito!”, dicen que le imploró Carlitos. El hombre no pudo negarse, pasó por el vestuario y le dio el gusto al cantor.

Hacia 1929, el Morocho del Abasto no daba abasto. El Zorzal, aún de cabotaje pero ya consagrado y popular, necesitaba temas. Las grabaciones eran incesantes, y las canciones no alcanzaban. Intuyo lo bien que le habría venido al Mudo un Andrés Calamaro. Además, como corresponde al arquetipo del porteño de ley, el muchacho no se hacía rogar a la hora de hacer favores, y era condescendiente con los compositores que le acercaban sus balbuceos. En ese período Gardel grabó de todo. Sin filtro. Tangos, valses, estilos, zambas, foxtrots, ¡pasodobles!... Pero, entre tanta diversidad, los versos de un tango futbolero, el objeto de estas líneas, se destacan por su lisérgica originalidad:

LARGUE ESA MUJICA

Largue, Chiessa a esa Mujica
por Souza y por Roncoroni
y Pratto Coty Spiantoni

porque Passini calor.


Yo Onzari que Battilana

si ha Serrato la Manchini,
que si usted Reccanatini

tal vez Stábile mejor.


Marassi que yo Bidoglio

que anda con una Peniche

y aunque se Fleitas Soliche,

a quién se lo va a Gondar.

Qu' el es Nobile, che Negro,

nunca Settis Gainzerain

si deja esa Bidegain

pa' no volver a Beccar.


Tire, Cherro, esa Ferreyra,

que si corre Sanguinetti

lo van a dejar Coletti
en la Celta de un penal.


Es inútil que Lamarque

o a lo mejor la Martínez,

si no valdrá que Giménez

ni que se haga el Sandoval.


Guarda con la Canaveri,

Miranda que lo en Canaro,

si de usted bate un Purcaro

que es Cafferata de acción.


Olvide el Carricaberry,

tírese a la Bartolucci,

que mejor es hacer Bucci

que dárselas de Mathón.



La letra de Juan Sarcione utiliza, en un juego paronomástico, los apellidos de los futbolistas destacados de esa época en reemplazo de algunas palabras del poema.
Resulta difícil encontrar la lógica del relato por el que desfila casi completo el equipo de Huracán campeón del 28 (Settis, Pratto, Negro, Bartolucci, Souza, Nóbile, Stábile y Chiesa); y están también Juan Sandoval, de Quilmes, Roberto Cherro y Federico Bidoglio, de Boca Juniors, Alfredo Carricaberry, de San Lorenzo… El Mujica del título era el nueve de Racing. Y Manuel Ferreyra, de Estudiantes, Humberto Recanatini, que todavía estaba en Sportivo Barracas y se destacaría en el profesionalismo jugando para Gimnasia de La Plata, el Zoilo Canaveri, wing de Independiente. Escasean los de River. Aparecen mencionados, además, dos dirigentes: Pedro Bidegain, presidente de San Lorenzo, y Adrián Beccar Varela, presidente de la Asociación Amateur Argentina de Football.

Qué pasó por la cabeza de Gardel cuando el joven Sarcione le mostró la letra es algo que nos cuesta imaginar. La debe haber cotejado con sus guitarristas. Deben haber jugado a adivinar de qué se trataba. Se divirtieron, seguro. Con prudencia se puede deducir, a grandes rasgos, que la voz del narrador es la de un hombre que aconseja a otro que deje a una mujer (“Largue esa Mujica”) por zonza y roncadora (Souza y Roncoroni), le hace notar que, si recapacita (“Recanatini”), tal vez esté (“Stábile”) mejor. Le sugiere sensatez, que no empuñe un arma (“Tire Cherro esa Ferreyra”) que si corre sangre (“Sanguinetti”) lo van a dejar loco (“Coletti”) y preso. En la última estrofa, le recuerda que es un proxeneta (“Cafferata”) y que le conviene deshacerse de ese carro (“Carricaberry”), tal como en lunfardo se nombraba a las prostitutas entradas en años, y le sugiere que se tire a la bartola (“Bartolucci”). Que a veces es mejor ser alcahuete (“Bucci”) que dárselas de matón (“Mathon”).

La traducción literal de cada uno de los versos nos resulta imposible, seguramente ahí resida parte del encanto. Es más bien un trabajo para el criptólogo Rodolfo Walsh, que al pie de la teletipo de Prensa Latina descifró los mensajes en clave de la CIA que anunciaban una invasión norteamericana a Cuba.
Lo cierto es que Gardel grabó esta enigmática pieza, con música del mismo Sarcione, el 8 de agosto de 1929. Las aguerridas guitarras de Aguilar y Barbieri pulsan una cadencia arrabalera y entradora para el lucimiento del cantor, que con picardía le impregna a la letra un sentido sonoro a lo que no tiene sentido. No es difícil razonar que estos alucinados versos, contemporáneos a las vanguardias dadaístas europeas, hubieran permanecido en el olvido si el Morocho del Abasto no los hubiera interpretado. Y encima, ¡Cata Díaz Cantona Migliore! (cada día canta mejor).


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Acá les dejo Largue esa Mujica para que lo escuchen y así completen la divertida lectura de la nota con el audio de uno de los argentinos más famosos en el mundo.
¡Vamos, Selección!