viernes, 29 de julio de 2016

Valle de Muñecas: rock bueno


No, no vamos a mentirles. El día en que esta nota comenzó a desarrollarse, la situación de El final de las primaveras, cuarto disco de estudio en doce años de Valle de Muñecas, era incierta a niveles más que significativos. Todo estaba grabado, pero los detalles a resolver iban desde mezclas por terminar (tuvimos el privilegio de probar las canciones a la vez que salían del horno) hasta lo siguiente:

¿Ya tienen el nombre del disco?
Manza Esain: No (risas). De acá a diez días tiene que estar porque hay que laburar el arte y todo, que lo va a hacer nuevamente Pablo Font.
¿Va a ser problemático?
ME: Siempre es problemático hasta que deja de serlo (Risas).
Mariano López Gringauz: ¿Si el título va a ser más corto que el anterior, decís? (Más risas).

Con el transcurso de los días fueron cayendo las novedades: “éste va a ser el nombre del disco”, “de esta canción no pongas el nombre en la nota por si las dudas”, y así hasta que los melones terminaron de acomodarse en el carro. Las pistas que teníamos antes de la entrevista (apenas unas pocas canciones, para ser precisos: tres) fueron en incremento hasta que con las pruebas suficientes pudimos confirmar que Mariano y Luciano Esain (o Manza y Lulo, como mejor se los conoce), Fernando Blanco y Mariano López Gringauz lo hicieron de nuevo: El final de las primaveras, publicado en noviembre de 2015, es otro discazo con la firma de Valle de Muñecas y está entre los momentos cumbres de la canción de rock en la Argentina del año pasado. El que sepa buscar encontrará, y piezas como “La cura y el dolor”, “1000 kilómetros” o “Insomnio” quedarán adheridas en su memoria emocional, ese lugar intangible que las melodías del grupo interpelan.

Pero la historia de este disco comenzó a gestarse a fines de 2013, entre demoras por problemas de locación, según cuenta Manza: “Arrancó todo un poco más tarde que lo usual porque una vez que salió La autopista corre del océano hasta el amanecer (2011) estuvimos casi un año sin sala. Estábamos yendo a ensayar a salas por hora y eso te tira para atrás las ideas nuevas, entonces las fuimos acumulando hasta que en un momento dijimos ‘vamos a ponernos con esto’ y en la primera mitad del año pasado no tocamos casi nada y terminamos de armar el grueso de los temas”.

Ahí nomás, los cuatro se largan a hablar de las nuevas canciones. El Mariano de doble apellido marca la primera diferencia respecto del antecedente de La autopista…: “Hubo un laburo consciente de los matices en el estudio, ya desde la banda”. Sus compañeros coinciden y profundizan la idea:

ME: El hecho de estar todo el tiempo trabajando con lo de uno y con otras bandas hace que más o menos tengas una imagen de lo que querés hecha en la cabeza, entonces tanto en la grabación como en el laburo en la sala ya se apunta a eso (se refiere a su labor como productor, que le valió hace unos pocos meses el Premio Kónex por su trabajo de los últimos diez años en esa área; galardón que compartió con la dupla Toth-Guyot, Fabián Tweety González, Cachorro López y Gustavo Santaolalla). Lo que no hubo en el disco anterior es ese laburo con la cosa en mente, porque en realidad no estaba esa cosa. Ahora entramos con una idea de las canciones sonando y tocadas por los cuatro en el estudio y eso te da un lugar desde donde arrancar.
MLG: Está el bagaje que viene de tener tres discos previos. Ya encontramos eso de sonar en la sala y conocer los espacios de cada uno como para armar las voces, sabemos cómo entremezclarnos. Y te da una especie de producción previa en los arreglos, ¿no?
Fernando Blanco: También pasa que empezamos tirando todo y después vamos extrayendo. El trabajo es ése, básicamente, un poco de todos. Empezamos con un quilombo y de pronto, a sacar. Uno escucha el tema y dice “ah, se me ocurre esto”; se me ocurren diez cosas y después quedan tres, o quedan pedacitos de cada una de esas diez cosas.
Luciano Esain: No es una búsqueda en donde decís “quiero esto”, a veces es al revés: “Esto no lo quiero”. Esa manera de buscar las cosas también está buena y es divertida.
FB: Por ahí pasás a escuchar lo que toca él o lo que toca él (señala a sus compañeros) y funcionás distinto, vos solo vas editándote también. Porque en principio uno escucha lo que hace uno.
LE: Vas editándote… ¡En otra década no hubiéramos usado esa palabra! (risas).
FB: Bueno, yo trabajo de director, así que… La edición no sólo funciona en un workflow, funciona también en la vida real (más risas).

Más allá de que casi todos los temas los compone Manza, el trabajo sobre las partes de cada uno, ¿es individual?
ME: En general, sí. Obviamente, cuando traigo una idea tengo otras ideas previas sobre qué quiero del tema, o por lo menos de la sensación que quiero que genere. Entonces, muchas veces vengo con ideas claras. A veces quedan, a veces no y otras se modifican.
MLG: Cuando él nos dice su sensación, uno sabe cómo interpretar eso y hace un arreglo. Sabemos cómo encarar una canción que trae Manza, eso es lo que decía de los espacios.
ME: A veces no… (Carcajadas).
MLG: ¡A veces no! Pero no es tocar Do Re Mi Fa Sol.
FB: Es difícil hablar en abstracto, explicar cómo es el sistema. Pero hay veces en las que llegás con una idea y alguno dice “no, esto no va”; y otras veces traés algo y queda para siempre. También pasa que digo “¿y acá qué mierda puedo meter?”, porque no se me ocurre.
ME: Muchas veces una idea de ellos modifica el concepto original que yo tenía. Fernando trae una idea de guitarra y termino de armar mi parte de guitarra arriba de la de él, por ejemplo. Cuando empezamos a tocar los temas, por lo general yo toco una base muy base, como si el tema fuese en trío, ¿no? Y cuando él empieza a definir sus arreglos, yo empiezo a tocar con él.
FB: Incluso algunos temas cambian la intensidad. Ahora yo escucho el disco anterior y digo “ah, pero este tema no lo tocamos así”, porque fue mutando y fue hecho más quirúrgicamente. Cuando llevás eso al vivo, la batería que él tocaba tiqui-taca

Suena con todo. Eso es muy de ustedes, potenciar en vivo los temas, aunque quizá Días de suerte ya traía esa fuerza.
ME: Sí, porque es un reflejo de la banda en vivo.
MLG: Los discos, al no sonar sacados… Tienen un buen audio y todo eso, entonces cuando vas a ver a la banda parece que es otra cosa. ¡Pero la banda cuando graba está sonando así de fuerte!
ME: Igual creo que son dos mundos distintos, no necesariamente uno tiene que replicar al otro.
FB: Hay cosas que el mismo disco te va tirando para un lado, temas que en la sala suenan refuertes y después lo escuchás y él (señala a Manza) les hace una edición que queda súper cool. Ahí, después de escucharlos, bajamos el nivel de intensidad.
LE: Una vez que el disco se termina los temas vuelven a acomodarse, te vuelven de otra manera y eso es relindo también.
ME: Después de La autopista… hicimos una serie de singles que están grabados en vivo en los estudios MCL y un disquito que regalamos en La Trastienda. Y eso fue hecho con el mismo concepto de grabación que Días de suerte pero con mucha más experiencia haciendo ese tipo de grabaciones. La idea con El final… era lograr esa intensidad de la grabación en vivo pero sin perder todo el laburo de texturas y profundidad en la producción que tiene La autopista. Creo que conseguimos el objetivo.

¿Y cómo fue sumarlo a Juan Stewart en la producción?
ME: Juan es una persona en la que confiamos. En algunos procesos trabajamos con él y tiró y grabó muchas ideas. Al mismo tiempo que nosotros terminamos la mezcla, estuvo grabando algunos teclados y cosas así, muy de estudio, que forman una gran textura que acompaña a la banda. Todo lo que puso aparte del cuarteto está en función de lo que hay, partes que se doblan: una línea de bajo doblada por otro instrumento arriba; una cuerda que toca lo mismo que un arreglo de guitarra. Orquestaciones sobre lo que ya existe.
Igual hay una parte del proceso que no cambia en mí, eligiendo las tomas en casa o haciendo algún laburo que a nadie le gusta hacer y yo sé que lo puedo hacer bien (se ríe). Ese laburo fino de editar o elegir las tomas que van de las voces. No sé si usar la palabra editar, porque a veces no es así, a veces va una toma entera. Digámosle el ajuste fino de la cosa. Como sé que soy bastante obsesivo y puntilloso, eso me gusta hacerlo a mí.

¿Pero cuánto cedieron ustedes a la hora de la mezcla, por ejemplo?
LE: Las mezclas se desarrollaron en total paz y armonía, no es cuestión de ceder o no ceder, creo, no hubo mucho “a mí no me parece”, o “a mí sí”. Fue más decir “esto no va, ¿no?”, o “uy, esto está bueno, dejalo así que está buenísimo”. No sé si se entiende, como ir proponiendo e ir acercándose de a poco a la idea final. Pasa que Manza y Juan pueden llegar a lo mismo pero desde diferentes lados, por ejemplo: Juan puede armar una batería súper pulcra en cuanto a sonido y al final la destroza; en cambio Manza arranca ya con toda la mugre directamente (risas). Es lo que veo yo. Y nosotros tres (señala a Fernando y Mariano) estamos ahí señalando o pequeños detalles ultrapequeños, o ideas generales muy generales, en mi caso a través de onomatopeyas o palabras inventadas en el momento (risas).
FB: Durante la grabación, Juan estuvo muy atento, sugiriendo, el laburo de él está reflejado ahí también.
ME: Juan es un minimalista, pero yo lo veo muy contento. Tengo bocha de conversaciones con él sobre el disco y hubo un montón de ideas que me pasó y de alguna manera, filtradas por mí, llegaron a la sala o al estudio. Muchas cosas vienen de hablar.
LE: También pasó que él le prestara atención a algo que nosotros no, al menos no tan puntualmente. Podés tener una mezcla terminada y pensar “el tambor está refuerte”, pero venía Juan con una cosa que ni te imaginabas y te hacía parar en otro lado para ver la mezcla.

Recién marcaban las diferencias en cuanto al proceso de gestación entre este disco y La autopista… En la música en sí, ¿cuáles son las diferencias entre El final de las primaveras y los anteriores?
ME: A diferencia de Días de suerte, este es más guitarrero pero menos rockero. Al menos en el sentido tradicional, casi no tiene rock clásico. En Días de suerte y Folk había cosas que remitían claramente a los Beatles o a los Stones, y creo que en este disco hay muy, muy poco. Todo eso ya está muy filtrado y muy deglutido (risas). Es difícil a esta altura que una influencia sobrepase la impronta de la banda. Valle de Muñecas ya tiene un sonido y una personalidad, puede ir un poco más para un lado o para el otro.
LE: Este es un disco de la banda, estuvimos todos juntos, todo el tiempo.
FB: Y creo que este disco suena mucho mejor.

¿“Mejor” en qué sentido? ¿Sienten que está mejor tocado?
MLG: Es la experiencia.
LE: Las baterías de La autopista… las grabé solo, ¡los temas todavía no existían, loco! (Risas).
ME: Estábamos en el estudio y mientras íbamos grabando yo le decía “este tema es así: acá viene el estribillo, acá viene el puente y acá paramos; cuatro vueltas y el final” (risas). Toma uno, toma dos, toma tres, chau: terminábamos de armarlo. Había una base de batería con una guitarra de referencia y una voz, también de referencia, que cantaba cualquier cosa. Pero de algunos temas hasta cambió la melodía.
LE: Hay un par de temas de este disco que sobrevivieron esas sesiones. ¡“Las cosas perdidas” estaba terminado!
FB: Pero le encontramos la vuelta ahora, qué sé yo, esa es la cuestión.


LO QUE SE GUARDA Y LO QUE SE TIRA
La charla se dirige, entonces, hacia aquel material que no sobrevive a los discos. En los últimos años se instaló en los medios una fantasía santaolalleana según la cual los grupos se encierran a escribir sin parar ante cada nuevo álbum y producen un mil por ciento respecto de lo que después verá la luz: así, el artista escribirá cien canciones y elegirá las diez mejores. Valle de Muñecas no parece responder a esta consigna: las canciones que conforman El final de las primaveras son las que mejor cerraron entre los cuatro y no hubo demasiado que raspar en la olla de las sobras. Manza cuenta cómo funciona esa dinámica compositiva: “Somos de tirar muchas ideas, pero después capaz quedan en una estrofa y un estribillo y no les terminás de encontrar la vuelta, o no termina de armarse entre los cuatro. ¡O suena tan diferente a como imaginaba, que lo descarto! El disco iba a tener diez temas pero ‘Esta vez’, se metió por la ventana, salió redondito”.

¿Pasa seguido eso?
ME: El tema así del disco pasado fue “Cosas que nunca te digo”, que de hecho está grabado completamente distinto al resto, todos juntos en el cuartito del estudio.
MLG: El clima de los temas es medio parecido.
LE: Sí, igual que con “Cosas que nunca te digo”, Manza vino con el tema entero, con la letra y todo. Pero “Esta vez” lo grabó él solo y fuimos poniéndole cosas encima. “Cosas…” se grabó con la banda entera tocando en vivo. “Esta vez” también tiene como un clima más “íntimo”, por llamarlo de alguna manera.

Digamos que si una canción se completa entre los cuatro es más probable que no se descarte definitivamente.
ME: En esta grabación nos quedaron dos temas afuera, que pueden volver en algún momento. Uno no me gustaba cómo había quedado, y el otro es un tema que el disco no necesita. Era el más fácil de dejar afuera, no por ser el más flojo sino que el disco se arma conceptualmente bien sin ese tema.
FB: Es encontrarle la vuelta para que no sea como esos discos de los noventa, que tenían cinco o seis temas al pedo.
ME: Eso era por la fiebre de decir “uy, ahora tenemos 74 minutos: hay que llenarlos” (risas). La tecnología determina, siempre. Cuando salió el CD, todo el mundo quería llenar los 74 minutos que tenía.
FB: Sí, pero en un disco de noventa minutos, cuando llegaste a los noventa -si llegaste- te querés pegar un tiro (risas).

Queda claro que le encontraron la vuelta. El final de las primaveras funciona y no por duración o equilibrio. Es ese canto épico que habita entre la desazón y la esperanza lo que lleva la magia, el mando del timón. A estas alturas se puede decir que la marca de fábrica del grupo se halla en el contrapeso entre el bajón del bajón y la belleza del amanecer (con o sin autopistas). No por nada Manza entona que “la cura y el dolor/ son caras de la misma suerte”. Otra vez la suerte, una temática recurrente que esta vuelta aparece al menos en la superficie de tres canciones (las otras son “La llave de los días mejores” y su “nada sucede al azar” y “Una hoja en blanco”, donde se asevera que la buena suerte es “saber dónde pisar”); siempre la noche, su flagrante decadencia y su fugacidad. Ése es el terreno donde Valle de Muñecas sabe moverse a sus anchas (insistimos: chequeen “Las cosas perdidas” e “Insomnio”, una gema compuesta hace años por Lulo).

“Más guitarrero pero menos rockero”, dicen ellos mismos más arriba y puede que sea cierto, por el agregado, aunque sean detalles, de algunos timbres poco usuales en su sonido -el glockenspiel- y un pulso de rock que sin embargo no invita al pogo. Parece haber más aire que el habitual (“A un lado”, “Reinvención”) y así la vedette melodía se eleva por sobre el resto: destaca como nunca el trabajo del dúo de guitarras, con Blanco en un rol marcadamente shoegazer dando el golpe tronador, el ruido que de tan fuerte astilla el cristal; y Manza en su eminencia rítmica, chingui-chigui que algunos guitarristas de rock olvidan para siempre o prefieren no aprender nunca. El cruce de mundos es notable en, por ejemplo, “Una hoja en blanco”, con un duelo digno de la dupla de Television, Verlaine–Lloyd: tan frenético como la canción, que desaparece en lo que un chasquido de dedos. Mariano y Lulo también hacen un laburo fino que pone en manifiesto ese trabajo previo a la grabación: los huecos serán de ellos y el protagonismo a la hora de apretar el switch en una canción tendrá que ver con lo que ambos hagan (limpios y al frente en “La cura…”, sigilosos a la espera del ataque con el cuchillo en la mano en “El final de las primaveras”, el cierre del álbum).

Pero volvamos a lo nuestro. Fernando opinó sobre los discos “largos” y no deja otra opción que preguntarles, entonces, por qué el año pasado reeditaron sus dos primeros álbumes (Días de suerte, de 2005, y Folk, de 2007) en una versión doble. Según Manza, esa era una idea que había surgido al momento de publicarse Folk: “Inicialmente Folk iba a ser varios EP relativos a Días de suerte. Pero por un tema de costos terminó siendo un disco, en el que el arte gráfico tenía referencias a Días de suerte e incluso había temas en común. Desde el momento en que salió pensamos que si alguna vez se reeditaban, era juntos”. “Aparte se da que es justo una etapa de la banda, con el otro guitarrista”, agrega Fernando. Y vuelve a dejárnosla picando para rebobinar casi hasta el comienzo del cuarteto.

¿Podría dividirse la historia de la banda justo en dos? Esos dos discos marcan una etapa y estos dos últimos, otra.
FB: Sí, aunque Mariano entró cuando apenas salía Días de suerte.
ME: Mariano entró el día que salió Días de suerte (risas).
MLG: A la semana de ensayo me dicen “tenemos un show en La Plata, ¿venís?”. ¡Y toqué todo un disco grabado por otro bajista!
LE: Es loco porque él tiene mucho más que ver, incluso, con la idea original que tiene la banda, todo ese bagaje pospunk.
ME: En ese momento había una idea de algo más rockero, uno siempre se mueve por reacción a lo que hizo antes. Días de suerte fue sacarme las ganas de todas las cosas que no había podido hacer en Menos que Cero, ese pulso más stone y pesado. Después se estabilizó la cosa.
MLG: Si volvemos a hablar del tiempo que le lleva a una canción llegar al disco, cuando me llamaron ellos, saco todo Días de suerte, voy a ensayar y me dicen “estamos probando este tema”. Manza tiró un riff, Lulo un beat de batería, yo hice un arreglo ese mismo día… ¡Y eso después fue “Gotas en la frente”! Todo esto que cuento fue en 2005. Pero cuando volví a tocarlo hice el mismo arreglo (la canción se editó recién en 2011).
LE: ¡Por eso te contratamos! (Risas).
MLG: Son cosas que van rondando y ahí ves como cambia todo con la acción: cuando vino Fer fue un cambio rotundo. Cuando salí a tocar Días de suerte también, porque uno no toca lo mismo que otro ni aunque lo intente. Siempre está tu oído de por medio y la impronta que le das termina siendo distinta.


EL ROCK INDIE Y LAS ETIQUETAS: SER O NO SER
Una simple pregunta -¿cómo se llevan con la etiqueta de indie?- lleva la charla hacia lo difícil que les resulta convivir con los formulismos de la prensa especializada. Aunque los años parecen haberles enseñado que es mejor no descartar los rótulos, estos no gustan demasiado. Manza recoge el guante y todos se van a sumar al debate: “Lo primero que hay que aclarar es que para mí son cosas distintas lo independiente y lo indie pero, más allá de eso, lo que me parece que está mal es relacionar lo independiente o indie como algo que es para pocos y de culto. Son etiquetas que necesita la gente para hacer una nota, para vender algo o para consumir. Uno hace la música que tiene ganas de hacer y listo: nosotros no nos vamos a poner nunca una etiqueta porque no estamos cómodos con ninguna. Y al mismo tiempo si alguien nos pone una etiqueta, qué sé yo… ya aprendí: con los años, me pusieron 28 etiquetas, renegué de ellas y me di cuenta de que es ridículo”. Fernando coincide: “Renegar de las etiquetas termina alejando a la gente en vez de acercarla”.

ME: ¡Claro! Una vez estuve toda una nota tratando de desestimar la propuesta del periodista de etiquetarnos de determinada manera. Y cuando el tipo escribió la nota, más allá de que puso cosas que yo dije, ¡mantuvo eso de lo que me quería convencer!

Algo así como el sketch de Capusotto, “Vas a decir lo que necesito que digas”.
ME: Yo leía la nota y pensaba “qué hijo de puta”, pero unos años después volví a leerla y me dije “qué boludo, todo el tiempo tratando de contradecir al tipo que vino a hacerme una nota, ¿para qué?”. Él ya venía con la idea de hacer esa nota. Y uno, como se mueve siempre por reacción, quiere demostrar que hay mucho más, que tenemos un montón de música escuchada y por eso no queremos quedar pegado a una etiqueta. Pero tratando de negar lo que me decía ese periodista me perdí decir cosas mucho más interesantes. Así que ya no me molesta que digan que somos independientes, porque lo somos, y tampoco que digan que somos indies. Si agarrás la historia de lo que se cataloga como indie rock, nosotros seríamos una banda de indie rock. ¡Y creo que este es el disco más indie que hicimos en nuestra historia! (Risas).
LE: Igual hay muchos indies, hay un indie más desajustado y a ese indie no le gusta Valle de Muñecas.
MLG: El pulso nuestro no sé si es indie.
ME: La palabra indie es como la palabra rock, cada uno hace lo que quiere. Pero pedirle al indie que sea independiente es ridículo, es como pedirle al blues que sea siempre triste (risas). Es un tipo de música con el que yo crecí y me siento identificado, toda la cultura que baja de los Smiths en Inglaterra y de R.E.M. en Estados Unidos. Lo que vino a partir de eso se llama indie rock, no tiene otro nombre en el mundo. Pasa que acá cada uno dice indie rock y se imagina lo que se quiere imaginar. Con el rock pasa lo mismo: pará una vieja en la calle, preguntale qué es rock y mostrale Joy Division. Para mucha gente el rock es sólo AC/DC.

El costado pappista del rock argentino.
FB: Acá durante mucho tiempo rock era Creedence y Johnny Rivers (risas).
LE: ¡Eso porque vos sos del Oeste! (Más risas).
FB: Igual, si a mí me preguntan qué hacemos digo “rock”. Si preguntan “pero ¿rock cómo?”. “Bueno, escuchalo” (risas). Si la persona tiene sesenta años, le decís “Elvis Presley más fuerte”.
MLG: Al final lo que habla es la música. Decís rock y hay gente que se imagina algo mucho más pesado. También depende de cuánta música haya escuchado esa persona.
FB: (Imita) “Ah, ¡pero estaban buenas las canciones!” (risas).
ME: Tenemos dos definiciones históricas de nuestra música. Una la dio Lulo una vez que nos subimos a un micro (se ríe y no puede continuar con la anécdota). El chofer preguntó qué música hacíamos y le dijimos rock. Volvió a preguntar “pero ¿qué rock?” y Lulo le dijo “rock bueno” (risas). Y la otra fue una vez que tocamos en Goya, en un festival. Había un presentador, como si fuese Julio Mahárbiz, todo de traje. Antes de subir al escenario te preguntaba un par de cosas, entre ellas “qué música hacen”. Y otra vez lo mismo: “rock”, “pero ¿qué rock?”. “No sé, rock, a secas”, le digo. Entonces, sube el tipo al escenario mientras nosotros terminábamos de armar y empieza (imita una voz épica): “Ellos son Fernando, Lulo, Mariano y Manza, se llaman Valle de Muñecas, hacen… ¡rock a secas!” (carcajadas).
LE: El tipo era un remador de la palabra, en los quince minutos que había entre banda y banda hablaba todo el tiempo. No es que ponían música y él sólo te presentaba. De Bicicletas tiró “la banda que viene pedaleando” (risas).

Pero ¿quién había organizado ese festival?
MLG: ¡La Municipalidad de Goya! Fue todo surrealista. Tomamos un micro, todos arriba: Los Pakidermos, Bicicletas, Superlasciva y nosotros. Había un mozo, que sacó vino, champagne.
FB: Nos cagamos de calor terriblemente, 35 grados a la sombra, pero estuvo buenísimo.
LE: Y al otro día tocamos en Bella Vista, en la playa. Mariano y Fernando se habían ido, entonces Manza y yo hicimos un dúo, Lulo Viaja en Bondi con Manzana (risas).
ME: El show era a las cuatro de la tarde en la playa. Hacía 44 grados. No podías agarrar los pedales porque eran como una olla de agua hirviendo. El escenario miraba al río y tocábamos para un montón de cabecitas, ¡gente que estaba metida hasta acá adentro del río! (Risas).

¿Cuándo sacan un disco, se plantean sí o sí tocar por todo el país?
ME: Es algo natural. Tratamos de generar la situación nosotros, porque cuando sacás un disco empiezan a salir los comentarios en distintos lugares, entonces estás en boca de la gente que escucha rock y hay que aprovechar esos momentos para salir a tocar lo más posible, sobre todo a lugares fuera de Capital. Tratamos de volver a donde ya fuimos, porque de a poco se va construyendo algo y el que ya te vio quizá vuelve, le avisa al hermanito menor (risas).

¿Se ve un crecimiento?
ME: Es mínimo, son laburos a largo plazo. Pasa con todas las bandas que van a tocar mucho al interior; ahora Pez, en su momento El Otro Yo. Fueron a tocar mucho y por ahí no es que les iba bárbaro pero se genera algo.
FB: Y es un público mucho más fiel que el de Buenos Aires.
ME: También porque es un público, de alguna manera, más chico. La gente que quiere ir a ver bandas es gente que quiere ir a ver bandas, no es que tiene dieciocho grupos por fin de semana para elegir. Entonces el tipo que te va a ver a vos, al día siguiente va a ver a Almafuerte.
LE: Igual, en realidad, tratamos de ir siempre a tocar por todo el país.
ME: Lo que pasa también es que este último año, pensábamos “no vamos a quemar un show en Neuquén ahora, que podemos ir dentro de poco cuando salga el disco”.
FB: Capaz la gente ve “Valle de Muñecas”, googlea y le salta lo mucho o lo poco que salió del disco que estás por tocar.

¿Y qué otras expectativas se traza una banda como ustedes cuando saca un disco?
ME: Y… llenar un Luna Park (risas).

Por supuesto me refiero más a si se fijan en la recepción de la crítica o la gente; o si fabrican cierta cantidad de copias de un disco y esperan venderlas todas (risas).
ME: No hay objetivos de ese tipo, obviamente para uno siempre es mejor que a la gente le guste el disco y tener buenas críticas, pero no es la razón por la que hacemos las cosas. Yendo por ese lado, lo que esperamos es un poco lo mismo que esperábamos con el disco anterior: subir un par de escalones más de donde estábamos. Si ahora estamos haciendo un show “importante” por año, lograr hacer dos shows así y que estén a full de gente. Eso lo fuimos logrando, antes de La autopista… no lo podíamos hacer.
LE: El objetivo siempre termina siendo el mismo: que gire la rueda. Que haya una continuidad de shows y de cosas para hacer con la banda. Tocar mucho, que eso nos lleve a grabar y volver a salir a tocar. Y en el medio hacer algo lindo. Por ejemplo, filmar un video. Ahora hicimos el de “La cura y el dolor” en Carlos Keen.
ME: Queríamos tocar en una especie de bosque.
FB: El video lo hicieron Emiliano Cativa y Federico Pérez Losada y vamos a editarlo juntos. Hoy, casualmente, estuve viendo el material. Está bueno haberlo filmado ahí para salir un poco de que Valle de Muñecas es una banda urbana, de ciudad.
LE: Igual a mí esa me cabe.
MLG: ¡Es que somos urbanos! ¡Se nos acercaban las vacas por la música! (Risas).
ME: Cuando arrancamos el tema, que dura tres minutos y pico, las vacas estaban lejos. Pero de pronto, en el medio de la canción, las teníamos acá al lado.
FB: Pensábamos que venían por la comida, pero me parece que al final venían por la música.
ME: Claro, ¡si de comida no había una mierda! (Risas).

“Los músicos siempre pensamos que nuestro último disco es el mejor del mundo. Es indescriptible la sensación de tener un disco a punto de salir. La ansiedad de que el resto del mundo conozca eso en lo que uno estuvo tan metido durante la semana, los dos meses o los tres años que duró la grabación. La satisfacción de que sea como lo imaginabas. También el recuperar todas las otras cosas de tu vida que dejaste de lado en algún momento (generalmente el final) del proceso. Y poder pensar en otra cosa además del disco. Hemos pasado tanto tiempo con esas canciones. Les dimos forma, las mimamos, las detestamos, las rescatamos del tacho de basura y las volvimos a amar. Las que suponíamos no lo iban a lograr se convirtieron en nuestras preferidas, y nuestros supuestos hits quedaron en el camino. Así que tenemos mil razones para pensar que nuestro último disco es el mejor del mundo. Con el tiempo las cosas se ponen en su lugar, uno toma distancia y separa la paja del trigo. Pero ese momento ahora a mí no me importa. Porque estamos por editar el mejor disco del mundo”, escribió Manza en su perfil de Facebook el día que, al fin, terminaron el proceso de grabación y mezcla del álbum. Parece emoción, también debe ser la satisfacción de haber producido algo con este calibre de belleza.


[Publicado el 30 marzo de 2016 en Rock Salta. Fotos por Victoria Schwindt]

martes, 26 de julio de 2016

Gori: “No tocar con la guitarra eléctrica era un desafío y una locura”


“Si no me tomo un café con leche a la mañana, no sirvo para nada… después tampoco”, exagera Gori apenas se enciende el grabador. Estamos en su departamento de Constitución y, preparada la merienda, el hombre detrás del nombre se largará a hablar de todo con total predisposición: la actualidad de Fantasmagoria, con novedades internacionales en su formación; los coqueteos con la música académica y la influencia de sus tíos santiagueños a la hora de tocar fuerte y desenchufado; la marca de sus letras y cómo recibe el público aquello que se canta.

La charla sólo se interrumpirá cuando sus dos gatos lloren o ataquen la mesa con sus garras. Y cuando ve algo a través de un ventanal que da a la autopista 25 de Mayo. Gori advierte sorprendido que “pasó un loco corriendo al costado de los autos”. Quizá no sepa que esa postal podría ilustrar su propio devenir en los últimos 15 años de rock local: un loco que banquinea de a pie, a bordo de su guitarra acústica, con velocidad y corazón, pero sin tanta urgencia como el resto.

El mago Mandrax, salido en agosto del año pasado, será el centro de este diálogo que empieza por las noticias de último momento: la partida del baterista Augusto Giannoni en el verano porteño, y el reemplazo tras los parches a manos de un baterista inglés.

¿Cómo es eso de que Fantasmagoria tiene un miembro extranjero?
Sí, Ollie Hipkin. En enero de este año escribió un mail a Scatter Records diciendo que le gustaban las bandas del sello, que es de Londres, hace un año vive acá y tenía ganas de tocar pero no tenía banda. Entonces, Pol Scatter [se refiere a Pablo Hierro Dori] me reenvió el mail, y lo citamos una tarde a la sala.

¿Cómo fue la prueba? ¿Lo probaron sólo a él?
No, probamos a unos cuantos bateristas. Le habíamos pasado cuatro canciones que se aprendió a la perfección. Y nos comunicamos en un inglés más que básico, con algunas palabras en español. Le contamos cómo nos manejábamos con la banda, si quería probar de tocar, y se quedó. Ya le pasamos diez canciones más.

¿Se entienden bien? Idiomática y musicalmente hablando.
Es un flash porque toca distinto, está virgen de la influencia de acá -Charly García, Cerati, Calamaro, Spinetta- y a veces nos cuesta un poco explicarle los chistes. Marian [Acosta, el pianista del grupo] habla muy bien inglés y Dani [Rollano, el bajista] habla. Nacho [Piedrabuena, el guitarrista] y yo hacemos buenas onomatopeyas (risas). Ollie también habla algo de español, muy poco. Pero cuando tocamos hay una conexión silenciosa que es genial.

Es importante porque el disco es relativamente nuevo y ya hubo un par de cambios después de grabado. ¿Te sigue pareciendo lo mejor que hiciste con Fantasmagoria?
Me sigue pareciendo lo mismo que cuando lo terminé, salvo por comentarios externos de la gente que lo escucha, sobre todo de gente que me conoce. Me hacen notar cosas que por ahí no me había dado cuenta. A medida que va pasando el tiempo y se va alejando el día de la grabación o de la mezcla, te empezás a desprender y a escuchar un montón de cosas que antes no escuchabas.

¿Creés que pasa porque es un poco inconsciente el momento  creativo? Porque todas las canciones las componés vos…
Claro, las armo yo, pero después cada uno le da su toque, tampoco podés estar en todas. Y también escucho cosas en las letras. Mis amigos me dicen “¿quién es John?”. “No sé, vos”, les digo. No es nadie en particular pero podría ser un estado de todos que en algún momento pueden tener. Le puse John porque las melodías a veces las compongo en un inglés ficticio y después las traduzco. Cuando armamos la lista de temas, a “Las cosas de verdad” le ponemos “Why?” porque cuando hice la canción yo cantaba “Why tarararará…” Los tres primeros versos hacían preguntas y el cuarto las contestaba. Eso imaginaba, después cuando hice la traducción cambió completamente la letra pero quedó como “Why?”.

¿Esas preguntas no te dieron ganas de cambiar las letras?
No, a las letras no les cambiaría nada. Se dio que el comienzo y el final son dos canciones que hablan de un mago, me gusta que empiece con “La araucaria” y terminé con “El mago…”, fue como un tetris, que vas acomodando las cosas hasta que queda perfecto. Así pasó con el proceso de buscar sello, hasta que cerramos con Scatter.

No te desvive editar por las tuyas, ¿no?
El primero y el segundo disco los edité por las mías y me volví loco, tenía pilas de discos para distribuir y me daba una paja terrible. Y cuando me ponía las pilas, los llevaba a una disquería, abría una planilla Excel y después no me daba cuenta dónde estaban los discos, a quién le tenía que ir a cobrar. Es un laburo para el que tenés que tener otra cabeza. Yo soy el manager -o hasta ahora fui el manager, porque nos está empezando a ayudar una chica-, y también es otra cosa que no tiene nada que ver, tenés que estar viendo que todas las bandas toquen a horario. Cosas que está bien hacerlas pero te sacan un poco del rol de músico.

Hace poco contaste una experiencia que, decís, te influyó a la hora de componer y tratar de abordar el silencio y los matices de otra manera: la vez que fuiste a ver a una orquesta sinfónica. ¿Cómo se dio eso?
Ya había visto orquestas pero hacía mucho que no. Esta vez fue en el aula magna de la facultad que queda cerca de Medrano y Córdoba. La mitad del lugar la ocupaban los músicos y la otra mitad, el público. Yo estaba a la distancia que está esa guitarra (señala una guitarra a un par de metros) de los músicos que estaban más cerca, entonces veía todo y me flasheó un montón. Venía hinchando las pelotas con eso de los silencios, más ahora que somos cinco: si tocamos todos al mismo tiempo es un quilombo, estás siempre arriba, siempre en diez. Ahí dije “hagamos una cosa, ¿qué pasa si vos no tocás ningún platillo en esta canción?”. El tema no va a tener brillos de batería y va a tener una personalidad, porque vos decís “¿qué pasó con los agudos?”. Y el batero me decía “bueno, pero en el estribillo sí”. Y yo: “¡No, en el estribillo no!” (Risas).

Se pusieron restricciones.
Sí, y es redifícil, porque yo lo quiero hacer y estoy todo el tiempo tocando. Pero bueno, intentamos hacer eso, en vivo cuesta bastante más… Para las próximas canciones lo tendré más en cuenta.


¿Todo eso te pasó después de ver a la orquesta?
Hubo otra vez. Augusto me regaló unas entradas por mi cumpleaños, para ir a ver el ensayo de la orquesta del Colón. Así que fui a las diez de la mañana con él, otro flash. El director va explicándole a la gente de qué se trata cada obra: “en un momento aparecen los truenos, que son las percusiones….”. Después paró el ensayo y cuando volvieron dijo “bueno, vamos del compás 67, desde el La y el Fa”. Yo pensaba “está hablando como cuando yo digo ‘vamos desde el estribillo’”. ¡Tiene todos los instrumentos en la cabeza!

¡Te gustó el lugar del director! Salvando distancias, es lo que vos hacés en la banda.
El que organiza… Eran dos obras, entre una y otra fuimos a dar una vuelta, ¡y en el baño me lo encontré a Tito Fargo! (Risas). “Hola, qué hacés, ¿cómo andás?”. “Vine a aprender”, le dije, y se cagó de risa. Me flasheó verlo ahí, solo, a la mañana.

¿Las otras veces que fuiste, eras chico?
De pendejo también había ido… La vez que fui a Medrano habían pasado el dato en una cartelera del Gobierno de la Ciudad y a mí me parecía mucho mejor plan que ir a ver a una banda de rock. Iba a ir solo pero llamé a un amigo. Cuando terminó, nos fuimos caminando, parando en todos los supermercados chinos: él se compraba una birra normal y yo una birra sin alcohol porque no estaba chupando en ese momento. Fuimos así hasta Palermo. Y ese día me inspiró a hacer una introducción para “Caballos negros atravesando el desierto de noche”. Ahora la tocamos con una intro que se me ocurrió mirándolos a estos chabones.

¿Se te proyectó la música viéndolos, en el momento?
Sí, aunque seguramente no tenía nada que ver. Se me ocurrió la idea y después la grabé en el teléfono, caminando. Me la canté y cuando fuimos a ensayar a la casa de Mariano, que tiene un piano vertical, lo saqué tocando con un dedo. Le decía “a ver, Marian, quiero esto y esto a la vez, ¿lo podés hacer?”. Y me decía que sí, entonces traducía lo que yo quería hacer.


“El mago…”, la canción, tiene una estructura compleja. ¿Es el tema más largo que hiciste?
Creo que sí. El disco de Gori-Nekro, Golden hits, empieza y termina con unos ruiditos. Eso lo hacía en tiempo real: desparramaba una caja de ritmos, un teclado, una guitarra, y a todo le ponía delay. Ponía un casete de 60 minutos y me colgaba haciendo eso durante media hora. Cuando terminaba, reseteaba todo, daba vuelta el casete y hacía lo mismo del otro lado. Entonces si me quería dormir o estaba aburrido, ponía ese “disco” y era un ambient recontra colgado. Y se ve que se lo hice escuchar a Carlitos y me dijo “pongamos un tema de estos”, entonces pusimos un par de fragmentos. Pero eso no eran canciones, era una zapada de uno solo. Improvisar hasta llenar el lado del casete.

¿Con Fantasmagoria quieren volver a grabar rápido?
No me desespero. Es más, no tengo muchas canciones para un disco y disfruto de éste todavía. Salió en agosto del año pasado, vamos a tratar de darle un poco de rosca. Además, si me cebo con canciones nuevas no voy a querer tocar las otras, ya me van a parecer viejas (risas). Eso sí, estamos hablando con Exiles Records para editar Atravesando el camino… en vinilo.

¿Estás a favor del retorno del vinilo o te es indiferente?
Acá tengo unos cuantos vinilos pero no dónde escucharlos. Escucho música en la compu, haciendo otras cosas, ya no tengo la paciencia para sentarme y escuchar. Y el vinilo lo ponés y a los 21 minutos te tenés que levantar y darlo vuelta, tengo que cuidar que estos forros no se tiren arriba de la púa (señala a los gatos y se ríe). No soy de comprar vinilos hoy, tampoco.

Te parece una idea romántica, pero si no llegara la propuesta desde un tercero, no lo harías por las tuyas.
Mm… (Piensa). No, me encantaría que El mago… salga en vinilo, pero es muy caro hacerlo. Me parece que garparía por el sonido.

Y ¿estructuralmente, te parece que tiene un lado A y un lado B para pasarlo a ese formato?
No lo había pensado. Me interesa mucho cómo empezaría el lado B. Pará que me fijo cuál sería la canción indicada (busca el disco para ver los temas). Y, el seis es “La bolsa agujereada”, ese sería el último del lado A… Podría ser “Miserere Park”, estaría bueno que empiece con ése. Me encantan los vinilos y me encantaría que todo saliera en vinilo, pero es muy caro hacerlo acá. Y comprarlos también, todo eso (señala) lo compré afuera.

¿Te traías de a muchos o viajaste bastante?
Me traía de a unos cuantos, no viajé tanto. Me gustaría viajar más, con Fun People viajábamos una bocha pero ahora hace mucho que no viajo y estaba pensando en hacer algo este año.


Salir ayuda a despejar un poco.
Sí, como que te vas y ves al país desde afuera, te ves vos… me pasaba eso, como que veía la foto de lejos y decía “allá estoy yo, y ¿qué onda? ¿Qué estoy haciendo?”. Y después, cuando volvía, venía con otra energía. Fantasmagoria empezó así, de una gira con Fun People donde dije “bueno, ya sé lo que tengo que hacer, me tengo que ir de esta banda y empezar con la mía”. No porque me pareciera una decisión inteligente, sino porque me iba a pelear con el Nekro.

Era más por una cuestión humana que una estrategia comercial.
Claro, nada que ver. Preferí hacer algo que fuera más noble a lo que a mí me gusta, a la búsqueda que tengo. Hubiera sido recontra obvio y muy poco original hacer algo parecido, estaba buscando una vueltita de tuerca, ¿no? De movida, no tocar con la guitarra eléctrica era un desafío y una locura.

Era y es. Sigue siendo la marca de Fantasmagoria. ¿Nunca va a cambiar eso de tocar con guitarra acústica?
No, es al pedo cambiarlo ahora porque empezaría a sonar otra cosa. Además ahora me puedo apoyar en el teclado y en el otro violero, entonces estoy más libre. Sacar la guitarra acústica, qué sé yo… Sería como que los Ramones hubiesen usado máquinas (risas). No le veo sentido. Hay algunos que vienen y me dicen (imita el tono ofendido): “boludo, tenés que tocar con la guitarra eléctrica”. ¿Qué te pensás, que no se me había ocurrido? (Risas). Entonces agrego cosas, teclados con sonido de piano posta. Cuando veo a la orquesta sinfónica me flashea porque digo “¡de estos hijos de puta no enchufó ninguno!”. Están todos sonando de aire, y se mezclan porque los que suenan más bajito están adelante y los que suenan más fuerte -las percusiones, los trombones- están atrás. Hacen más con menos cosas, eso me parece genial. Yo nací en este departamento, y mi vieja acá metía como treinta personas para los cumpleaños.

¿Era tu casa familiar?
Claro. Había una mesa redonda, ovalada, grande. Los tíos de ella son de Santiago del Estero, todos folcloristas. Eran, ya cayeron un par… Cantábamos el feliz cumpleaños, soplábamos las velitas, y después de que se cortaba la torta, los chabones sacaban las violas y empezaban a tocar, ¡a un volumen zarpado! Se sentaban en círculos y le daban. Las guitarras gastadas y los chabones cantando refuerte (imita y se ríe). Para mí tocar fuerte está bien visto, la primera vez que escuché sonar una guitarra al lado mío fueron ellos.

Lo de la guitarra acústica puede que venga por esa mano…
A lo mejor sí, lo de tocar fuerte seguro que sí, quizá lo de la acústica también. Pero era un flash.

¡Quién lo hubiera dicho! ¡La guitarra acústica de Fantasmagoria viene de la chacarera! (Risas).
¡El folk psicodélico era folclore psicodélico! (Más risas). Nunca me gustó la chacarera y el folclore, igual, no me llama tanto la atención. La actitud sí, los veía a ellos tocando y ya en esa época me daba cuenta de algunas cosas. Ahí descubrí la diferencia entre mayor y menor, por ejemplo.

¿Te acordás de lo primero que aprendiste?
Fuimos a una colonia de vacaciones con mi hermano y nos enseñaron a tocar “El oso”. Me enseñaron La, Re y Mi y empecé a sacar algunas canciones con esos tres acordes. Después empecé la investigación autodidacta, que me parece noble y divertida… Bah, no sé si noble: más interesante que ir a estudiar. Yo la cejilla la hago así (muestra con la mano que no la hace con el dedo índice, sino con el pulgar).

¿Y en tus letras creés que está esa cuestión noble? Tienen una línea bastante fuerte, una reivindicación de los perdedores que es propia de cierto rock.
Puede ser, yo empecé escuchando Kiss y después seguí con el punk. Y las letras de punk son bastante crudas y basadas en cosas reales, entonces de ahí me habrá quedado eso de escribir basado en la realidad. No tan crudo, medio enmascarado y como cuentito, porque después vino la psicodelia, pero siempre hablando de algo real. Las letras de amor que tengo por ahí hablan de otra cosa, por ejemplo, cosas que le pasaron a gente que tengo a mi alrededor… O me pasaron a mí y te las cantó en tercera persona para no quedar muy expuesto (risas). O invento un personaje y le pongo John (más risas). Me cuesta hacer letras, no me gusta poner cualquier cosa, pero me encanta cuando viene alguno y me dice “che, boludo, ¿sabés que me pasó lo mismo?”. Cuando el otro se siente acompañado por la letra es un golazo. Por ahí no me lo dicen con esas palabras, pero cuando pasa eso, que se sienten acompañados por una cosa que hice para canalizar algo, está buenísimo. Si no le pasa nada a nadie es un embole.

[Publicado en ArteZeta el 07/04/2016. Fotos por Loreley Ritta]