jueves, 27 de noviembre de 2014

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Un balbuceo irracional, una ovación de pie. Un auditorio repleto, un nene haciendo pis por la ventana. ¿Qué separa a esas situaciones? Un mundo. ¿Qué las une? Tototomás presentando su disco Jau Jau en el Auditorio de la Facultad de Bellas Artes.

TEXTO: Sebastian Lino
FOTOS: Jeremías De Meo
***

Era viernes y las luminarias anunciaban la caída de la noche.
A las 22 horas comenzaría un evento que dos centenares de personas aguardaban en sinuosa fila sobre diagonal 78 y 60, la entrada del Auditorio de Bellas Artes. Un muchacho andrajoso pedía monedas. Otro de lentes le preguntó:

-¿Cuánto te falta?
-Y… tengo siete pesos.
-Estas re jugado… tomá tres, por ahí con diez más tenés para un vino.
-No es así la cosa, yo quiero ver a la banda.

La banda era Tototomás: un montón de espíritus vivientes salidos de casas-chorizo-centros-culturales, unidos por el embrujo de balbuceos chirriantes como el pedido de un niño que quiere ir al baño, por ejemplo. Uno de esos espíritus asomó a la vereda, hizo algún gesto al aire y desapareció. Las puertas se abrieron y los otros espíritus ingresaron lentamente.
En minutos, el salón principal se llenó y se abrió el palco para los que seguían llegando, ticket en mano. Una niña pasó chillando “aaaua auuua dun dun dun dun dun…” y no pedía agua ni dun dún. Se anticipaba a lo que se escucharía luego.


Un espíritu verde asomó en el escenario, cuyo telón nunca estuvo cerrado. La gente comenzó a aplaudir, pero el ente señaló su palma abierta y dijo: “cinco minutitos”. Algunos lo abuchearon en tono jocoso. Otros siguieron con palmas, ávidos. Pasaron los minutos y dos almas aparecieron sonrientes como dúo de comedia y dijeron algo así: “Para empezar, va a tocar unos temas Juanito el Cantor, que es quien produjo el disco así que tiene mucho que ver con esto. Gracias”. La gente ovacionó aún más cuando un pelilargo de barba y saco sin corbata se acomodó con su guitarra y un percusionista.

Juanito el Cantor comenzó suave, austero como presidente uruguayo o ritmo de esa misma tierra. Pasó otro tema y se declaró más que productor, fan de Tototomás. También aclaró que en esta ocasión no cantaría nada de los dos discos que estaban para vender en la entrada, sino de otro más viejo llamado 12 canciones de amor y una botella de vino.
Sus rasgueos de guitarra asombraron, más por lo emotivos que por su impecable complejidad. El beat-box de Ay, mi gorrión y las espirales de Quiero ser un actor se llevaron los mayores aplausos y risas, como en ¿Dónde está la luz?, cuando Juanito admite el deseo de liberarse tanto como para sacar el pito y hacer pis.

Esa misma libertad se siente cuando se despide y desde algún lugar emerge un coro misterioso: “Eoooooooooo, sinpreguntarnos nonononono/ Eoooooooo, sinpreguntarnos-¡quenospasó!”.
¿Qué les pasaba? Comenzaba la invocación con los segundos finales de Jau Jau, el álbum que los Tototomás tocarían entero y mucho más. Pero no todo fue extrospección directa y sin preguntas. Las primeras frases formales anunciaron: “Siempre estoy mirando al suelo” y una batalla comenzó ahí entre los casi diez espíritus de la banda (incluyendo sección de vientos).

Un ánima golpeó un tacho cual piquetero y la épica se multiplicó durante exactamente 20 segundos de distorsión. Ni más ni menos: el universo sonoro de Tototomás tiene literalmente un poco de todo. El segundo tema también estalló y luego susurró como una banda emo-harcore. Con tantos músicos en escena, más que una banda son tres: un trío punk de bata, bajo y mujeres inquietas chillando; un trío acústico de banjo-pandeiro-guitarra-española que mantiene la profundidad tropical, y por último los vientos que sonaron por momentos como por encargo de Phil Spector.


Resulta difícil ver que en efecto hay un líder de banda, ya que todos bailan, tocan, saltan como por efecto del azar. Pero esta (To to) Tomás, quien cada dos o tres canciones no puede evitar agradecer, presentar, recordar y comprobar que el disco ya salió, que toda esa gente está ahí y que las canciones resisten incluso versiones extendidas como en Dí que te encanta. Hasta en un momento notó y se avergonzó: “¡Gracias! ¡Hay muchas familias detrás de esto!”.

“Snabnieo-sabnineo-namniveo-alanganaunnn”, “Ganguenguengongon goungoun goun”, “eshauuumm ieee”. Tototomás hace que lo imposible sea lo más natural. Más de doscientas personas sonrieron, carcajearon y bailaron (en sus asientos). Hasta las canciones que en el disco son más lentas, como Ay Nanan, ya tienen su versión acelerada hasta un ritmo circense.
Algunos músicos tocaron descalzos. Las coristas no dejaron de bailar un segundo. El bajista se tiró al piso. Tomás quiso imponer autoridad diciendo que el recital terminaba como el disco. Que eso es lo que la gente había pagado y no iba a dar nada más.

Nada menos serio que querer serlo en esta lista de embrujos en una lengua inexistente y ancestral como un bebé nombrando al mundo por primera vez.


[Advertencia del editor: Jau Jau es adictivo como el tomacco, aquél fruto extraño que cosechara Homero Simpson. Consumir con moderación.]

martes, 25 de noviembre de 2014

Nuevos discos, nuevas drogas

Es hermoso seguir leyendo en 2014 que no hay música nueva, que hace rato "no pasa nada". Ese tipo de sentencia suele hablar más de quien la dice (muchas veces periodistas prestigiosos; otras tantas, ¡los mismísimos músicos hablando de sus colegas!) que de lo que sucede en las márgenes de la industria. Lo que pasa, pasa siempre, y bien sabemos que esto de escuchar música es un ejercicio trabajoso que unos cuantos no están dispuestos a llevar a cabo...

Hace un par de semanas creé una carpeta en el escritorio de mi PC que se llama 2014 y tiene más de ochenta discos nacionales editados este año. De a poco, entonces, trataré de que hacer justicia con este año tan fructífero (mucho de lo que hay en la carpeta está buenísimo). Esta vuelta, vamos con cuatro novedades solistas:


Juan Irio - El ideal de lo común: En lo que va del año hubo tres bandas platenses y bellas que anunciaron su despedida: Orquesta de Perros, Miro y su Fabulosa Orquesta de Juguete y Thes Siniestros. Juan Irio, cantor de estos últimos, se encarga en su debut solista de tocar casi todo, acompañado por un desertor de las otras dos bandas que dijeron chau por estos días, el joven y talentoso guitarrista Lautaro Barceló. El ideal de lo común tiende un puente sonoro con la melancolía de Dorado y eterno (último y gran disco de los Siniestros), aunque profundice en los climas más reposados y las canciones de duraciones larrrgas, casi de responso (La derrotaCanción para Carola, Nuestro error) y tristeza que acaricia (Este tiempo no fue hecho para nosotros, Los ídolos). La naturaleza anuncia soledad (El pinar) y futuro (Trepar el ciruelo) y las letras levantan la vara del rock argentino del último lustro: poéticas, milimétricas. Advertencia: no lo dejen pasar.


Gastón Massenzio - Otra luz: Si hay un sello que dio en la tecla en 2014, ése es Fuego Amigo Discos: todo lo que escuché bajo su etiqueta es original y de buena factura (irán cayendo aquí de a poco). Otra luz parece, de buenas a primeras, una celebración de la amistad, la distensión y la simpleza en la que el también platense -aunque radicado en Capital- Massenzio se rodea de amigos/invitados para colorear canciones sencillas y cálidas (Sol distante) y otras más bien taciturnas tirando a oscuras (Lago congelado; la psicodelia acústica de Incógnita (cuatro años luz), ¿será para Cerati?). Con las escuchas nos vamos dando cuenta de que triunfa el costado más introspectivo: cuando Massenzio se sienta al piano en La última noche -balada dark- y Alma sin voz -beat de trip-hop + voz femenina fantasmagórica, cortesía de Mene Savasta- remite a los Thom Yorkes y Fionnas Apples del mundo... y sale muy bien parado.


Juan Ravioli - Allá voy / Bajo la sombra: Celebramos que tras cuatro años de silencio discográfico haya vuelto Juan Ravioli. Es un retorno particular: sólo dos canciones en casi veinte minutos. Más que un simple, aquí bien puede hablarse de un extended play; pero esos resultan meros detalles técnicos, porque Allá voy y Bajo la sombra son ante todo batallas ganadas a los estándares de la canción pop, un desafío duracional al encorsetamiento capitalista (!), y lo justo y necesario de todo el universo sonoro de Juan compactado en dos piezas extensas. La una, Allá voy, entre el western y la contemplación spinetteana; la otra, Bajo la sombra, de impronta prog-pop y leves gestos folclórico/jazzísticos... aunque en el cierre vire a melodrama casi metalero. La soledad se torna eje temático: "Todas las voces que alguna vez hicieron eco en mi interior, se van" o Esto Debe Ser La Soledad Más Absoluta. Aunque el sonido tremendo del final lo diga aún mejor.


Leopo - Puñal 2: Debería ser pecado mortal escribir sobre un disco que se erige como "2" -o sea, la secuela de otra cosa-, sin conocer la parte "1". El lugar del puñal fue el uno... pero empecé sin lugar y quedé encantado igual. Leopo de Sarro (Surales) pela un disco lúdico al borde del ludopatismo, ese juego que también les sale a sus colegas Botis Cromático y Sofía Viola. En este caso, casi lo-fi (¡o casi hi-fi!) y casero, como si el hombre quisiera que hasta se escuche la madera de su guitarra criolla, compañera exclusiva en la aventura. De Sarro sabe que para jugar el juego hay que saber las reglas (Para resolver las cuentas/ es mejor saber las tablas./ La guitarra en sobremesa/ mejor suena) y las tiene clarísimas: ¡cómo toca la viola! Puede ser un rasgueador compulsivo o apelar a su técnica para reproducir cosas intocables (chequeen El amor en la tierra, la intro de Azucena y la breve e intensa Lagrimita, sino). Telúrico y hermoso. Y eso que no hablé de su voz aterciopelada.

viernes, 21 de noviembre de 2014

Pez en Ushuaia: Desde el cielo sólo baja un viento que azota

TEXTO: Lau Larrea
FOTOS: Cecilia Bellotti


Mientras empiezo a escribir esta crónica en Buenos Aires, suena de fondo El manto eléctrico -el nuevo disco de Pez- y la emoción perdura desde el domingo pasado en Ushuaia. Pez cerró allá su primera gira patagónica.

El primer recital que recuerdo haber visto de ellos fue en Costanera Sur -durante las vacaciones de verano del ´99- junto a Cienfuegos y Los Fabulosos Cadillacs. Fui porque en Ushuaia había escuchado hablar de la banda. Al volver, mi hermana me grabo un TDK con Pez (1998) y algunos temas de Quemado.

"Buenos Aires es tan cruel/ la nostalgia es corazón en este estúpido lugar" decía un bloc de notas en el que mi hermana había dibujado una muchacha mirando un horizonte montañoso. Ese bloc de notas me acompañó desde que me mudé de Ushuaia a Buenos Aires en el año 2000, cada vez que anotaba o buscaba algo lo veía; la nostalgia era un sentimiento recurrente por esas épocas.
Gracias a ella fui a ver Pez en el Club del Vino presentando Convivencia sagrada, también recuerdo haber ido a la facultad de Ciencias Económicas con ella. Y por un par de años, hasta el 2006, no fui a verlos en vivo.

En 2007 les escribí para preguntarles por lo invernal y sureño que notaba en las últimas canciones de sus últimos discos, Hoy (de Hoy) y Existencialismo (de Los orfebres). Ambos me parecían temas muy fueguinos. Fósforo García, el bajista, me respondió que no había una razón específica, que era casualidad, sin embargo me contó que siempre quisieron ir a tocar a Ushuaia, que para ellos era una suerte de "tierra prometida" y que siempre les escribían mucho desde allá; pero que era difícil por las distancias y los costos.

Empecé a soñar lo que sería ver a Pez en Ushuaia, y repasé mentalmente toda la gente que conocía de allá que realmente disfrutaba de Pez, era mucha gente. Recuerdo una clase de la facultad en la que me paré delante de todos mis compañeros y les espeté que Pez era "mucho muy grande" en Ushuaia; gracias a ese fervor gané un amigo de la clase.

Este año Pez anunció su primera gira por el Sur y les volví a escribir para confirmarlo ya que quería ir. Alguien contestó desde el Facebook que el 9 de noviembre tenían fecha para tocar en Ushuaia. Era septiembre. Invité a una amiga fanática de Pez y sacamos los pasajes.

Noviembre suele ser un mes hermoso en la Patagonia. Los días empiezan a ser más largos, el sol radiante descongela la nieve de las montañas y los árboles se ven con un verde frondoso. El paisaje se compone de distintas tonalidades de azules de cielos abiertos, lagos y mares; los verdes de Ñires, Lengas, Pinos y Colihues, el gris del ripio que une una ciudad con otra, todos componen una imagen de cuento de Tolkien. El viento completa la pincelada  como marco a tan imponente belleza.
Aunque en Ushuaia nevó los últimos días de octubre y en las montañas permanecía la nieve. La lluvia fue permanente y la temperatura no fue superior a los 7 grados. Hacía frío y el viento frío se siente más duro aún. Se leía por las redes sociales que los muchachos de Pez estaban girando en la Patagonia Austral.


Ese domingo 9 salimos al mediodía y al parar en el mirador del Paso Garibaldi (un mirador en la cima de la montaña, desde donde se cruza la Cordillera de los Andes, que da al Lago Escondido) nos bajamos a sacar fotos. A los pocos minutos una camioneta frenó al pie del mirador y bajaron Fósforo García, Ariel Sanzo, Franco Salvador, Checho Marcos, Mauro Taranto y Mario Burgueño: los tres peces, su asistente, su sonidista y su manager. Pasaron a nuestro lado riéndose y  sorprendidos con las montañas. Mi amiga no se contuvo y los saludó, ellos respondieron cordialmente. Los saludé y les dije que viajábamos desde Buenos Aires para verlos, se sonrieron sorprendidos y nos agradecieron; nos preguntaron si habíamos estado la noche anterior en Río Grande ya que había sido un show hermoso y muy intenso. Nos contaron que estaban de viaje desde Río Grande a Ushuaia. Mi amiga preguntó si les podía sacar una foto, ellos subidos sobre la muralla con la cordillera y el lago de fondo. Los saludamos y seguimos. Me reproché no haber hablado más. Tenía una idea de lo que quería preguntarles. Nos despedimos hasta la noche.

En lugares tan inhóspitos, tan chicos, tan lejanos, no pasan muchas cosas. El tiempo es distinto al de la ciudad. El tiempo y los días son distintos. La noche es luminosa. El tiempo en todas sus expresiones: las horas transcurren más lentas o de acuerdo a un tiempo ¿biológico?; el tiempo climático es caprichoso, en un mismo día puede llover, salir un sol radiante, nevar y estar nublado. Cuanto más al sur se va, en primavera/verano anochece más tarde y amanece más temprano.

A las nueve de la noche y bajo una lluvia torrencial poco común, con frío y viento, los Pez estaban (músicos, sonidista, apoyo logístico y manager) en la vereda del local, charlando con los que íbamos llegando, refugiados bajo el techo del lugar. Se los notaba con cara de contentos y cansados, se mostraban felices de estar ahí y de haber logrado la gira que, contaron, se bancaron ellos mismos y hacía muchísimo tiempo querían hacer. Ni Franco ni Fósforo habían estado en Ushuaia antes, Ariel recordó haber estado con los Cadillacs a fines de los ’90.

Todo el equipo habló de la gira dividida en dos partes. Calafate fue el parte aguas de esta gira. Parece que allí pudieron parar varios días en un alojamiento copado y hasta grabaron algunas cosas. También visitaron el Glaciar Perito Moreno. Hubo un antes y un después del Calafate (que les robo el corazón).

Ariel y Mauro estaban contentos con el frío, en cambio Franco no. De hecho, intentó pasear por el centro pero la lluvia y el frío lo desanimaron pronto. Fósforo fue el único que estuvo apartado del grupo hablando con alguien que parecía conocer de mucho tiempo atrás. Me hubiera gustado preguntarles por los públicos de la Patagonia, o por la lista de temas. Sólo atine a pedirle a Checho si por favor podía guardarme la lista para quedármela de recuerdo.

Al rato de esperar, todos fuimos entrando. Ariel y Mario se pusieron en una mesa a vender discos y remeras. Ariel, con muy buena onda, firmó cada disco que vendió. Se sacaron fotos con todos los que las pidieron, y charlaron con aquellos que se acercaban. Nosotras no fuimos la excepción.


Pasadas las diez empezó la banda local que los teloneó, Simón Radowitzky. El cantante presentó a la banda como "todos de San Vicente de Paul", un barrio histórico que se sitúa en la zona fabril, rodeado de galpones, depósitos y fábricas. Esta aclaración fortaleció lo que se escuchó después, letras con una mirada crítica sobre la sociedad fueguina y con mucha referencia a lo local. La banda tocaba un rock grunge, con mezclas de rap/hip-hop. A la formación básica de batería-bajo-guitarra se sumaban samplers, loops y efectos varios. Contaron que en pocos días salía su primer disco y saludaron tras poco más de 40 minutos de show para un público que arengó y cantó todas las canciones.

Un rato después Pez abría su primer show en Ushuaia con Barro (Desde el viento en la montaña hasta la espuma del mar). Ariel agradeció ese primer mail que le enviaron desde Ushuaia en el ’97 y comentó que esperaba "que no pasaran tantos años para volver". El público extasiado bailaba y pedía canciones, así fue que se coló Campos de inconsciencia; Minimal aclaró que El alma de Ana no sonaría porque era un tema para una ex y su mujer lo mataba si se enteraba de que lo habían tocado (todo en tono relajado y jocoso). La voz de Ariel no se notaba cansada, se los veía sonrientes y acalorados: más de 200 personas saltando en ese pequeño lugar emanaban mucho calor, por lo que pidieron que se abran las puertas... aunque para ese momento Franco ya tocaba sin remera. De repente y ante la mirada atónita de los presentes comenzó a sonar Ushuaia. A pesar de que ellos habían aclarado que no tocarían la canción ni en Tilcara ni en Ushuaia, sabíamos por las redes sociales que había sonado en El Calafate. Fue un momento de intensa emoción.

(Una particularidad del show en Ushuaia: salvo mi amiga y alguien del local que filmaba todo, no había fotógrafos. Fue como volver a un show de rock de hace 20 años, un lugar chico, todos amuchados y sin fotógrafos).

Casi 2 horas después de comenzado el show, terminó con el público enardecido cantando Malambo. Checho cumplió y mientras desarmaba todo, nos acercó dos listas de temas.


Al salir les preguntamos dónde paraban y hasta cuándo se quedaban. Nos contaron que volvían al otro día -al mediodía- y que, si llegaban, harían la excursión en Catamarán. Estaban cansados y ya tenían ganas de volver a casa.  Les había escrito para hacer una entrevista allá en Ushuaia, para hablar de la gira y del disco nuevo. Fósforo contestó que sí, que no habría problemas. Pero el momento post show no era el indicado para hacer la nota, así que pensé en escribirles para hacerla al regreso. Mientras tanto, escribo esto para no olvidar lo que fue Pez en Ushuaia (¡como si eso fuera posible!) y para compartir con quienes me preguntaron por el recital: Pez en Ushuaia fue un sueño cumplido y como dijeron ellos, ahora habrá que pensar... qué otro sueño queda por cumplir.

jueves, 6 de noviembre de 2014

Gabo Ferro y Luciana Jury, el milagro de una voz


Lo mejor del disco conjunto entre Gabo Ferro y Luciana Jury es que por momentos no se sabe quién canta. Las voces se funden, se confunden, histriónicas, se juntan, se chocan, se enmascaran, perturban. Llega un momento en que ambos son una sola persona, incluso cuando está cantando sólo uno de ellos: Jury podría ser Ferro y viceversa. No es que no se distinga la voz de cada cual, sino que ahí se explica la comunión que derivó en disco. La clave está en sus voces inquietas e inquietantes, en esa capacidad de trastornar la piel con un grito o un susurro.

Una de las grandes decepciones (entre comillas bastante grandes) de La la la, el disco de la dupla Spinetta/Páez, es que casi no junten sus voces para hacerlas una: cuando uno dice, el otro muta. Y aunque en sus músicas sí haya una influencia y afinidad evidentes, Fito y el Flaco no cantan precisamente parecido, por lo que la unión habría sido interesante para saber qué tercera voz salía de allí.

En El veneno de los milagros lo que sucede es precioso: dos de las voces más expresivas (vayamos más allá de las capacidades técnicas, esta gente canta hermoso pero además transmite), una tras otra, juntas, en un disco que pasa como un huracán emocional, como si los sonidos se desintegraran por la transparencia y la fragilidad que sale de ambas bocas. Cómo friza los sentidos por su punkitud (no me van a comparar esto con Green Day, por favor) y una interpretación sostenida por guitarras que pasan del arpegio espacioso al cuasimachaque hasta llegar al silencio, porque con la palabra y la búsqueda del perfume de las noches, basta; Estamos, estarás funciona como contraparte (“quiero ser lo que he reído, no sólo lo que sufrí”).


"Aire, necesito que te deshagas en soplos”, cantan. Amigos, ustedes dos hacen con el aire lo que quieren y más: los experimentos vocales de la susurrada y borrascosa Bayos negros dormidos dan escalofríos en un día de rayos, truenos y tormentas como hoy*. Para El extrañante, la trama conjunta es el punto cúlmine de la teatralidad vocal: por momentos Ferro y Jury recrean flautas al unísono, luego se vuelven hachas haciendo su trabajo letal sobre la madera indefensa (“la calma de un mar feroz”, dice Gabo y pone los pelos de punta). El acorde final es, casi, tan intenso y rupturista como lo que transcurre en los 3 minutos anteriores.

De golpe el disco termina y uno se queda pensando si lo que pasó fue una ráfaga de viento erizador de pieles o un cachetazo. Mientras, las voces pegan el golpe de knock-out. Las últimas palabras que se escuchan son éstas, las copio rápido porque el tiempo pasa: “Hemos cantado tanto para esto,/ para ver que se cante sin su riesgo. / Cantar, cantar, cantar, cantar / Mirar o ver, mirar o ver, mirar o ver”. El tiempo pasa, la canción (Mirar o ver) acaba, el disco termina. Jury y Ferro ven. Es hora de que muchos otros lo intenten.

Uno de los discos año (otra vez) si es que hay discos que duren un año o 34 minutos, como es el caso: aquí hay demasiado tiempo liberado. Ése es el milagro.




*Escrito durante las tres primeras (y sucesivas) escuchas del disco, el lluvioso miércoles 29/10/14. Foto de Luciana y Gabo por Alejandra López.