Un balbuceo irracional, una ovación de pie. Un auditorio repleto, un nene haciendo pis por la ventana. ¿Qué separa a esas situaciones? Un mundo. ¿Qué las une? Tototomás presentando su disco Jau Jau en el Auditorio de la Facultad de Bellas Artes.
TEXTO: Sebastian Lino
FOTOS: Jeremías De Meo
***
Era viernes y las luminarias anunciaban la caída de la noche.
A las 22 horas comenzaría un evento que dos centenares de personas aguardaban en sinuosa fila sobre diagonal 78 y 60, la entrada del Auditorio de Bellas Artes. Un muchacho andrajoso pedía monedas. Otro de lentes le preguntó:
-¿Cuánto te falta?
-Y… tengo siete pesos.
-Estas re jugado… tomá tres, por ahí con diez más tenés para un vino.
-No es así la cosa, yo quiero ver a la banda.
La banda era Tototomás: un montón de espíritus vivientes salidos de casas-chorizo-centros-culturales, unidos por el embrujo de balbuceos chirriantes como el pedido de un niño que quiere ir al baño, por ejemplo. Uno de esos espíritus asomó a la vereda, hizo algún gesto al aire y desapareció. Las puertas se abrieron y los otros espíritus ingresaron lentamente.
En minutos, el salón principal se llenó y se abrió el palco para los que seguían llegando, ticket en mano. Una niña pasó chillando “aaaua auuua dun dun dun dun dun…” y no pedía agua ni dun dún. Se anticipaba a lo que se escucharía luego.
Un espíritu verde asomó en el escenario, cuyo telón nunca estuvo cerrado. La gente comenzó a aplaudir, pero el ente señaló su palma abierta y dijo: “cinco minutitos”. Algunos lo abuchearon en tono jocoso. Otros siguieron con palmas, ávidos. Pasaron los minutos y dos almas aparecieron sonrientes como dúo de comedia y dijeron algo así: “Para empezar, va a tocar unos temas Juanito el Cantor, que es quien produjo el disco así que tiene mucho que ver con esto. Gracias”. La gente ovacionó aún más cuando un pelilargo de barba y saco sin corbata se acomodó con su guitarra y un percusionista.
Juanito el Cantor comenzó suave, austero como presidente uruguayo o ritmo de esa misma tierra. Pasó otro tema y se declaró más que productor, fan de Tototomás. También aclaró que en esta ocasión no cantaría nada de los dos discos que estaban para vender en la entrada, sino de otro más viejo llamado 12 canciones de amor y una botella de vino.
Sus rasgueos de guitarra asombraron, más por lo emotivos que por su impecable complejidad. El beat-box de Ay, mi gorrión y las espirales de Quiero ser un actor se llevaron los mayores aplausos y risas, como en ¿Dónde está la luz?, cuando Juanito admite el deseo de liberarse tanto como para sacar el pito y hacer pis.
Esa misma libertad se siente cuando se despide y desde algún lugar emerge un coro misterioso: “Eoooooooooo, sinpreguntarnos nonononono/ Eoooooooo, sinpreguntarnos-¡quenospasó!”.
¿Qué les pasaba? Comenzaba la invocación con los segundos finales de Jau Jau, el álbum que los Tototomás tocarían entero y mucho más. Pero no todo fue extrospección directa y sin preguntas. Las primeras frases formales anunciaron: “Siempre estoy mirando al suelo” y una batalla comenzó ahí entre los casi diez espíritus de la banda (incluyendo sección de vientos).
Un ánima golpeó un tacho cual piquetero y la épica se multiplicó durante exactamente 20 segundos de distorsión. Ni más ni menos: el universo sonoro de Tototomás tiene literalmente un poco de todo. El segundo tema también estalló y luego susurró como una banda emo-harcore. Con tantos músicos en escena, más que una banda son tres: un trío punk de bata, bajo y mujeres inquietas chillando; un trío acústico de banjo-pandeiro-guitarra-española que mantiene la profundidad tropical, y por último los vientos que sonaron por momentos como por encargo de Phil Spector.
Resulta difícil ver que en efecto hay un líder de banda, ya que todos bailan, tocan, saltan como por efecto del azar. Pero esta (To to) Tomás, quien cada dos o tres canciones no puede evitar agradecer, presentar, recordar y comprobar que el disco ya salió, que toda esa gente está ahí y que las canciones resisten incluso versiones extendidas como en Dí que te encanta. Hasta en un momento notó y se avergonzó: “¡Gracias! ¡Hay muchas familias detrás de esto!”.
“Snabnieo-sabnineo-namniveo-alanganaunnn”, “Ganguenguengongon goungoun goun”, “eshauuumm ieee”. Tototomás hace que lo imposible sea lo más natural. Más de doscientas personas sonrieron, carcajearon y bailaron (en sus asientos). Hasta las canciones que en el disco son más lentas, como Ay Nanan, ya tienen su versión acelerada hasta un ritmo circense.
Algunos músicos tocaron descalzos. Las coristas no dejaron de bailar un segundo. El bajista se tiró al piso. Tomás quiso imponer autoridad diciendo que el recital terminaba como el disco. Que eso es lo que la gente había pagado y no iba a dar nada más.
Nada menos serio que querer serlo en esta lista de embrujos en una lengua inexistente y ancestral como un bebé nombrando al mundo por primera vez.
[Advertencia del editor: Jau Jau es adictivo como el tomacco, aquél fruto extraño que cosechara Homero Simpson. Consumir con moderación.]
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