martes, 17 de febrero de 2009

Cuatro años sin guitarra

Después de un descanso largo (obligado por los malos andares de mi PC y mi vagancia de siempre) vuelvo por estos lares con otro texto largo y ex-tendido... El protagonista de hoy es este señor:


Ya pasaron cuatro años desde que se nos fue. Me acuerdo la situación perfecto (bueno, no es tanto cuatro años, pero igual): estaba con amigos haciendo cola (sí, haciendo cola) para obtener uno de los 200 números que daban para el examen de ingreso en el conservatorio de San Miguel, el Julián Aguirre, cuando un flaco reggaero/hippie -luego compañero- pasó contándole a todos los que estábamos ahí que "había muerto Pappo". Yo había retornado hacía pocos días de Cosquín, donde vi, entre otros cientos de grupos, a los geniales Riff. No le creí al muchacho en el momento, no podía ser. Pero cuando se hizo de mañana y un par cayeron con diarios, sí, era verdad. Puteé bastante, y cuando volví a casa a la noche, todo en los medios era Pappo. En TN daban todo el día el Tiene la palabra que lo había tenido de protagonista, pasaban una nota de La Viola con Carpo y Bebe complicados etílicamente... y era mentira, no podía ser. Pero ahora, a cuatro años (ya no voy más al conservatorio, por suerte; reeditaron todos los discos de Pappo's Blues, descatalogados hasta ese momento...) caí. Sí, Pappo está muerto, lamentablemente. Pero hablar de él y recordarlo, me hace revivirlo un poquito.

Esto, como lo de Manal, salió publicado por ahí, por eso es medio solemne y bastante largo. Tengan paciencia, lean entero. Aquí tienen:

Antes de Pappo’s Blues
La historia como músico de Norberto Napolitano comienza a los ocho años, cuando empezó a tocar el que sería su instrumento de siempre, la guitarra. De chico también había estudiado piano, influenciado por su hermana, también pianista. Aunque el verdadero clic lo hizo con las seis cuerdas a los quince, cuando escuchó a Little Richard y enloqueció: esa música le revolucionó los sentidos y decidió comprarse una guitarra eléctrica y un equipo. Sería su futuro. Ya a los dieciséis años, formó su primeros grupitos en el barrio, Los Buitres y Engranaje. En esas pequeñas bandas comenzó a desarrollar sus habilidades como guitarrista, exclusivamente.
A mediados de 1967, ya sin grupo, llegó a la segunda Cueva, luego de haber conocido en un encuentro hippie realizado en Plaza Francia a la que sería con el tiempo la primera generación de artistas del rock argentino. Entre ellos se encontraba Miguel Peralta, quien lo invitó a fines de ese año a formar parte de un conjunto para el que aún no tenía los músicos -los primigenios Abuelos de la Nada, claro, que eran de La Paternal como él- pero que ya tenía horas para grabar en estudio. Los Abuelos grabaron su primer simple, con los temas Diana divaga y Tema en flu sobre el planeta, pero Pappo -aquí ya era Pappo- no fue quien grabó las guitarras en aquellas dos canciones. El encargado de hacerlo fue Claudio Gabis, pues Napolitano se ausentó el día de la grabación. A pesar de ello, aparece en la portada del simple editado en 1968 junto al resto de los integrantes.
Luego, los Abuelos grabaron otro simple -ahora sí, con Pappo en las guitarras- pero este no vio la luz, ya que Miguel Abuelo decidió dejarle la banda a Napolitano, ante la insistencia del guitarrista de tocar blues. Y vaya si el estreno de Pappo como guitarrista, compositor ¡y cantante! de Los Abuelos bluseros fue auspicioso: La estación es una de las grandes páginas ocultas de su carrera y del rock hecho en estas tierras. Podría ser tranquilamente un tema de Manal, por su mezcla perfecta entre la poesía urbana y el blues más melancólico; en cambio, es su debut como voz y jefe.
Llegado el verano de 1969, Los Abuelos de la Nada se instalaron junto a Manal en Mar del Plata, para tocar en la costa. Ambos grupos fichaban por el naciente sello Mandioca y Pappo se convirtió por un verano en el tecladista del trío comandado por Javier Martínez: el cuarto manal. Los Abuelos casi no tocaron ese verano, pero Manal sí. De todas formas, Pappo no seguiría con ninguno de los dos grupos, disolviéndose así el primero de ellos.


Cuando retorna a Buenos Aires, toca por un tiempo en Conexión Nº 5, grupo comandado por Carlos Bisso que hacía versiones de hits extranjeros. Pero su estadía allí fue breve, y su siguiente paso como músico fue una marca clave: ante la ida de su guitarrista original, Kay Galiffi, es convocado por Litto Nebbia para formar parte de Los Gatos. Su respuesta fue un sí inmediato, y grabó dos discos con el grupo, Beat Nº 1 en 1969 y Rock de la mujer perdida en 1970. Su ingreso en Los Gatos generó un notable cambio en la propuesta musical, y su guitarra le dio pulso rockero a las canciones más melódicas del grupo. De hecho, las composiciones de Nebbia se tornaron más densas y potentes, craneadas para el nuevo sonido del grupo a partir del ingreso de la guitarra virtuosa y criminal de Pappo. En el ’70, el grupo gira por España con éxito, pero cuando retornan, su aun nueva (e importantísima) pieza decide bajarse del proyecto. La razón era otra vez la misma: su lucha con el líder del grupo porque prevalecieran el rock y el blues como música a desarrollar en el futuro. Nebbia era el cantante, compositor y fundador de la banda y, por lógica, se marchó Pappo. Igualmente, todo fue en buenos términos, y Pappo recordó siempre aquella experiencia como fundamental: “Lo de Los Gatos fue increíble, era como estar jugando en Primera. Para que tenga una idea, en aquellos tiempos, Los Gatos eran lo que hoy son La Renga o Los Piojos. Estuvimos juntos dos años, fue muy bueno, hasta que yo empecé a poner mucha presión para que tocáramos rock. Ciro y Moro estaban más o menos de acuerdo, pero el más duro era Litto, que era el que mandaba; y si el que manda quiere seguir con una línea melódica, tiene razón. Muy bien, gracias por todo... Me voy de este barco, está todo bien, seguimos siendo amigos. Mi decisión fue no dejar de tocar rock and roll, porque el rock and roll es mi presentación en la Tierra. Es mi forma de ser, mi forma de hablar”.
Para continuar con ese año hiperactivo, el primer tema de Pappo como solista, grabado en 1968, vio la luz en el compilado Pidamos peras a Mandioca, editado por dicho sello. Es sorprendente descubrir hoy que su primer intento en solitario es una página intimista como pocas en su repertorio... ¡y que no es blues! Nunca lo sabrán, la canción en cuestión, es una hermosísima poesía decorada por una suave instrumentación, con Pappo al piano, y es otro de los momentos injustamente olvidados en su carrera. Por si fuera poco, la banda que lo acompaña es nada más y nada menos que Almendra: Spinetta en guitarra, Edelmiro Molinari en bajo y Rodolfo García en batería, además de Pomo en pandereta. Se vendría su carrera como protagonista principal.



Los detalles pre Volumen I
Jorge Álvarez y Pedro Pujó eran los hombres fuertes de Mandioca, el primer sello discográfico de rock en el país. Conocían a Pappo desde sus inicios como profesional, y desde allí que intentaban convencerlo, en especial Álvarez, de que debía ser él la figura principal de un proyecto y ya era tiempo de abandonar las incursiones como guitarrista, que lo dejaban siempre bien parado y como un protagonista importante, pero no como la cabeza principal. No bien Napolitano abandonó Los Gatos, le insistieron al guitarrista para que se lanzara con su proyecto y, esta vez sí, lograron persuadirlo. Álvarez y Pujó eran ahora los patrones en Music Hall, y Mandioca era parte de un bonito pasado. Comenzaron junto a Pappo un nuevo camino, juntos.
Que aceptara ser la cabeza de grupo implicaba un par de retos para el Carpo: además de ser el guitar hero, debía ser el cantante y compositor. Y aunque le costara lanzarse a ello, Pappo aceptó y comenzó a componer y buscar músicos que se acoplaran a su nuevo grupo. Arrancaba una nueva era.
El primer músico en incorporarse a las filas del nuevo grupo fue Juan Carlos Amaya, más conocido como Black, legendario baterista de blues y rock and roll en estas pampas. Se habían conocido en el verano de 1970, ya que ambos estaban de gira con sus respectivos grupos en la Costa -Pappo con Los Gatos, Black con la Yerba Mate Blues Band- y de allí quedó el contacto para que ese mismo año, ya en su final, Norberto le hiciera la interesante propuesta a Juan Carlos, que aceptó con gusto ser el hombre tras los parches en la banda de Pappo. Sólo faltaba un bajista, ya que la idea era formar un trío. Para ese puesto, hubo varios postulantes: el primero fue Bocón Frascino, pero a Pappo no le convenció la idea de un guitarrista tocando el bajo, y lo descartó. Ensayaron un par de veces con Spinetta -sí, Luis Alberto- pero el Flaco era (es) un tipo con inquietudes propias que no podía someterse a una rutina de grupo sin aportar sus propias composiciones; luego pasó Vitico, que sí sería ladero de Pappo en Riff, pero no ahora; aceptó Rinaldo Raffanelli hacerse cargo, pero justo tenía que hacer la colimba y no pudo ser de la partida... parecía que alguna fuerza divina se complotaba en contra de Pappo y le boicoteaba el destino. Pero Raffanelli tuvo una rápida solución a su problema: recientemente, un amigo suyo había llegado de los Estados Unidos, y estaba parando en su casa. Era un pibe, pero también un muy buen músico, y venía de ver a grupos que acá recién se empezaban a nombrar. Para colmo, su look era impactante. El pibe era David Lebón, Davies, tal como se hacía llamar en esos días, y después de verlo tocar en La Manzana, un boliche que era propiedad de Billy Bond, Pappo se convenció de que ese muchacho de pelo largo debía ser el bajista. Ahora sí, ya estaban los tres, porque, por supuesto, la respuesta de Davies fue afirmativa.


Según describe el mismísimo Jorge Álvarez desde el texto incluido en la contratapa del álbum, “de los ensayos a la sala de grabación fue un paso. La exhuberancia, la fabulosa capacidad para la improvisación de Pappo y su guitarra, y una base rítmica fuerte y rica, fueron haciendo de ellos un trío que maravillaba a cuantos asistían -técnicos incluidos- a esta increíble serie de sesiones”. El trío ensambló de maravillas, y el disco se grabó en sólo dos meses, tiempo en el que Pappo compuso los temas, entre diciembre de 1970 y enero del ’71. El grupo no tenía nombre, y Álvarez se encargó de dárselo luego de un par de propuestas de Pappo que le resultaron poco interesantes (Los Rancheros y Especies). El jefe de Mandioca propuso Pappo’s Blues, pero al músico no le convencía que su apodo fuera parte, aunque la obvia intención era generar identificación entre el nombre y la estrella del proyecto: en realidad, Pappo’s Blues sería un solista acompañado por dos excelentes músicos, no una banda.



Volumen I
Finalmente, Álvarez convenció a Napolitano, y el Volumen 1 de Pappo’s Blues vio la luz en 1971, mismo año en el que fueron editados otros discos fundamentales como La Biblia, de Vox Dei y el primero de La Pesada del Rock and Roll, disco en el que participaba Pappo (cosa que también sucedió en Spinettalandia y sus amigos, disco del Flaco con una importante colaboración de Napolitano como compositor y guitarrista invitado). Este primer volumen, integrado por 8 piezas magníficas, fue grabado en los estudios Phonal, con Norberto Orliac y un tal Héctor Fogerty como técnicos (le decían así porque era idéntico al cantante y guitarrista de Creedence, John). Además de la producción de Álvarez y Pujó, figuraba en la contratapa el nombre de Billy Bond como “manager de grabación”.
Tal como se esperaba, Volumen I cumplió con creces las expectativas que había generado en el público y la crítica especializada: la tarea de Pappo como guitarrista era impecable, al nivel de cualquier violero de rock europeo o norteamericano. Desde su arranque, con Algo ha cambiado, la propuesta era demoledora. Para sorpresa de algunos, no sólo con la música (ese riff descomunal, ese wah-wah) sino que también a partir de la excelente y breve letra:

Por favor, déjenme, o voy a enloquecer,
No soy quién para ser todo lo que soy.
Algo ha cambiado dentro de mí,
Que alucinado, quiero vivir.

Voy a ver nacer el sol en medio del camino,
Y también voy a nacer de acuerdo a mi destino.
Algo ha cambiado dentro de mí,
Que alucinado, quiero vivir.



Históricamente, en el rock argentino -me atrevería a decir mundial- cuando un músico es muy destacado con su instrumento se le desprecian otras condiciones. Napolitano no fue la excepción, y siempre se habló de él como un letrista de poco vuelo. La primera muestra nos dice lo contrario, y no sería la única. Aunque el mismo Pappo siempre se subestimó como escritor de canciones -siempre decía al respecto que eran “simples letras de rock and roll y blues”- es un excelente disparador de frases sublimes (“No soy quién para ser todo lo que soy”, por ejemplo) y sus escritos tienen una alta dosis de reflexión y existencialismo.
En El viejo, el segundo tema del álbum, habla de sí mismo como un hombre que se preocupa por el paso del tiempo, y que se está viniendo viejo. Cuando se editó el disco, paradójicamente... ¡sólo tenía 20 años! Aquí, la frase sublime de la letra, llena de gracia e ironía, es “para qué tantos años de experiencia, si justo ahora me doy cuenta que no tengo”. David Lebón ejecuta la batería, ya que Black Amaya llegó tarde el día que lo grabaron y había que aprovechar las horas al máximo.
Hansen, tercer track del disco, arranca con un riff marca Jimi Hendrix y en los versos, Pappo garabatea en la guitarra la melodía que está cantando a la vez. El bajo de Davies se lleva las palmas, y el tema sube y baja la intensidad de la mano de los golpes (hacia el final fulminantes) de la batería de Black. Se daba todo, ya que a las redondas composiciones de Pappo, se sumaba el detalle de que sus laderos aportaban el equilibrio necesario para que fueran lo que son: piezas rockeras inoxidables. En la rara letra, siempre en primera persona, el Carpo sentencia “No me importa, si es mejor, si es lo mismo, si es peor: mis costumbres voy a dar, aunque emulemos sé que están”.


En el cuarto tema del disco, Gris y amarillo, Pappo deja a la posteridad una de sus mejores letras. A esta altura, verán, no queda más que rendirse al hecho de que es capaz de hacer letras excelentes. Sí, lo sabemos, en su poesía también hay divagues y no siempre es brillante (habría que ver quién lo es), y eso también es parte de él: quizás sea el poeta menos lector de su generación; mientras Spinetta leía a Rimbaud, él estaba sacando los solos de Hendrix y Clapton en su cuarto de La Paternal. Pero que alguien se atreva a decirme que las frases “y nuestros pensamientos, dónde están” y la imperativa “saltemos de nosotros” en una letra de rock de 1971 no son sencillamente brillantes. El tema de la canción, recurrente en las letras de esa época, es el escape hacia otro lugar, tanto físico como mental. El escape de las ciudades a un lugar que traiga paz y tranquilidad, “sin temor”; y también la búsqueda de un lugar donde se pueda estar “sin molestar las cosas lejanas de extraños momentos”. En cuanto a la música, otra vez destaca el bajo de Lebón, esta vez en función riffera durante los versos. Hacia el final, el solo de guitarra desencadena en uno de los momentos de mayor libertad y descontrol musical de todo el disco, quizás su pico de intensidad: terminan improvisando los 3 músicos.
El quinto tema es breve instrumental, Adiós Willy. En él, Pappo cambia la guitarra por el piano, para una pieza que aporta un poco de relajación a un disco que no para su marcha en ningún otro momento. Como detalle curioso, la secuencia de acordes tiene un eco 26 años más tarde, gracias a la similitud que se puede encontrar en Comida china, canción de Calamaro incluída en Alta suciedad (Andrés siempre se confesó admirador de Norberto; de hecho grabaron y compusieron juntos más de un tema). Adiós Willy es el preludio a otro gran clásico del álbum y de su carrera, El hombre suburbano. En poco más de dos minutos, el Carpo resuelve un blues bien clásico, con introducción, solo, y una letra que desglosa los andares de “un hombre sin historia, sin tiempo y sin memoria”. Pinta un personaje que merodea entre lo simpático y lo bruto de pegar una trompada “y tirar todo”... ¡algo que el propio Pappo hizo más de una vez!
Después de semejante clásico, llega la gema oculta del disco, una pieza densa, pesada y psicodélica, Especies (uno de los nombres que había barajado el guitarrista para el grupo, y que Álvarez había descartado). La letra, cantada con una voz casi rota, está compuesta por una sola (y extraña) estrofa: “Especies de tres, ganas de seguir caminando. Si no los ves, la lluvia te estará empapando”. Quizás sólo sea la excusa para que Pappo se reconfirme como un guitarrista único, capaz de solear como pocos, y con una inventiva única para crear riffs de rock memorables. Especies también sirve para demostrar que Napolitano había encontrado a dos acompañantes ideales en Davies y Black, que acompañan sus zapadas sin robarle aire, pero a la vez se permiten respiran.
El cierre llega de la mano de otro superclásico, el tema más largo del Volumen. Una queja ante la realidad política y social de entonces, Adónde está la libertad lamenta los tiempos de Onganía, Levingston y Lanusse, y la convulsión social es reflejada por Pappo en un blues violento, reflexivo pero sintético (de letra, claro). Hay una frase de Napolitano más cercana a nuestros días, que dice así: “cuando pienso que algo es injusto y me siento un poco solo, ahí el blues me sale mejor”. Claramente, aplica para este cierre, casi nueve minutos de sube y baja emocional (cambios de ritmo, zapadas salvajes y momentos de calma) hechos rock. Un riff seco da inicio al tema, que comienza haciéndose la pregunta que da el nombre, pero también se da lugar para aquel vuelo filosófico y brutal pappeano: (a la libertad) quizá la tengan en algún lugar que tendremos que alcanzar”. Luego, se canta que “nunca la hemos pasado tan mal” y “es imposible aguantar”. Casualidad o no, Pappo se fue del país al tiempo de terminar este histórico álbum, pieza clave para entender el rock pesado y el blues por estos lares.



Después de Volumen I
Pappo viajó a Europa harto de la situación agobiante en el país, y con la idea de codearse con los músicos del primer mundo (esta situación se repetiría durante su carrera en innumerables ocasiones). Lo que activó su partida fue una propuesta de parte de Los Gatos, establecidos en España, para que fuera a tocar con ellos. Por un tiempo, entonces, su destino fue la madre patria, y el trabajo era tanto que David Lebón también se les acopló. A su vez, había recibido una invitación de parte de uno de los miembros de The Foundations para establecerse en Londres (el grupo había venido a tocar a Buenos Aires, con Pappo’s Blues como soporte, y los ingleses habían enloquecido con su manera de tocar) y la aceptó. Pero su meta era tocar con uno de sus ídolos: Pappo quería ser el guitarrista de Peter Green. No logró su cometido, pero sí conoció a otros nenes, como John Bonham de Led Zeppelin y Lemmy Kilmister, que luego formaría Motörhead. “Después toqué el piano en un bar, donde me fue mucho peor. Entonces me llegó un telegrama que decía: ‘Pappo’s Blues Nº 1 en Argentina. Teatro Metro, tres fechas’”. Y volvió. Fue una grata sorpresa ver que el Volumen I había sido un éxito, y que su nombre había cobrado más valor aún que antes de la partida a Europa. Las funciones de diciembre de 1971 en el Cine Teatro Metro se agotaron: sin siquiera estar en el país, Pappo ya se había hecho de una buena cantidad de público para la época. Llegarían tiempos de grabar un nuevo disco tras el suceso de su primer intento, pero esa ya es otra historia. Con ese primer volumen, tan porteño como internacional, tan bestial y pensado, súper espontáneo, Norberto Aníbal Napolitano había dado la primera patada de lo que sería su historia (grande) en el rock argentino.