viernes, 24 de abril de 2009

Divaguemos


Es lo único que puedo proponer un viernes a la noche luego de que mi plan nocturno falló gracias a las remiserías de San Miguel.
Esto se me está ocurriendo ahora porque me obligué a escribir algo. Tengo otras cosas por mostrar pero ahora no tengo ganas de que lean aquello; sí me interesa que respondan las siguientes preguntas, con la mayor sinceridad y gracia posible. Yo las voy a responder también para dar el puntapie, y hago esto porque siempre que surge el tema las charlas se vuelven muy interesantes. Vamos a las preguntas:
1- ¿Cuál fue el primer disco que compraste?
La paciencia de la araña, de los Caballeros de la Quema. Tan mal no estuvo.
2- ¿Cuál es tu primer recuerdo musical? (Acá me interesa la respuesta de gente más bien mayor).
El casette de mi tía de Sandro y yo cantando sobre él. Existían grabaciones mías cantando -de muy niño- pero destruí la cinta. Al final se arruinó la copia y pasé de Sandro a El amor después del amor, que estaba en casa, por supuesto.
3- ¿Qué canción te gustaría haber compuesto?
Like a rolling stone, me emociona todas las veces que la escucho. Y un millón de canciones más, pero LARS es algo así como la canción madre.
4- ¿Qué veinticinco discos (25, van a ver que parece mucho pero no es nada) salvarías de un incendio?
Esto cambia todos los días, pero probemos (LO QUE PRIMERO LES SALGA ES LO QUE PONEN. NO VALE REPETIR ARTISTAS, NI SIQUIERA EN DISTINTOS PROYECTOS. Ejemplo: si ponen un disco de Lennon, no vale uno de Beatles. Si ponen uno de Peter Gabriel, no vale uno de Bersuit (?)).
Marquee moon - Television
Revolver - The Beatles
Blonde on blonde - Bob Dylan
Diamond dogs - David Bowie
Let it bleed - The Rolling Stones
Bryter layter - Nick Drake
Blue - Joni Mitchell
Manal - Manal
All mod cons - The Jam
Loaded - The Velvet Underground
Meddle - Pink Floyd
Kamikaze - Spinetta
Give 'em enough rope - The Clash
Sky blue sky - Wilco
Nadir's big chance - Peter Hammill
Led Zeppelin II - Led Zeppelin
Blank generation - Richard Hell and the Voidoids
Parte de la religión - Charly García
Disintegration - The Cure
Songs for the deaf - Queens of the Stone Age
Gone again - Patti Smith
Electric Ladyland - Jimi Hendrix
Flopa Manza Minimal - Idem
Highway to hell - AC/DC
Harvest - Neil Young
5- ¿Cuáles son tus veinte piezas musicales favoritas? (TAMPOCO SE PUEDE REPETIR)
Like a rolling stone - Bob Dylan
She said she said - The Beatles
Venus - Television
Gimme shelter - The Rolling Stones
Dancing barefoot - Patti Smith
Sad song - Lou Reed
Credulidad - Pescado Rabioso
Brain damage - Pink Floyd
Estallando desde el océano - Sumo
Blank generation - Richard Hell
Castles made of sand - Jimi Hendrix
One of these things first - Nick Drake
Llorando en el espejo - Seru Giran
Puente - Gustavo Cerati
London calling - The Clash
Blue in green - Miles Davis
All I want - Joni Mitchell
Motorpsico - Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota
Muy despacito - Los Piojos
Caribou - The Pixies

6- ¿Qué canción ridícula o "que no te debería gustar" te agrada?

El universo sobre mí, de Amaral; La ventanita, de Sombras, y unas cuantas más. Debe haber alguna de Julieta Venegas (que me cae muy simpática) y de Soledad también.
7- ¿Cuál fue el mayor bochorno musical que presenciaste?
La 25 en Cosquín Rock 2005. Me sorprendieron tantos pifies, tan notorios. Y me aburrí mucho, la verdad. Juana La Loca y Adicta para 50 personas también fue patético, pero más simpático al menos.
8- ¿A quiénes del ambiente musical odiás?
No sé si es odio, pero me hace mal ver -y no me molestaría que desaparezca- a Emmanuel Horvilleur, así como La Mancha de Rolando, Nonpalidece, Miranda!, Franz Ferdinand, Juanes, Coldplay de X&Y en adelante, Bruce Springsteen -¡ni siquiera sé muy bien por qué!- y clones varios. La lista es larga, pero si pensé en ellos primero por algo debe ser... igual trato de ignorarlos.
9- ¿Todavía comprás discos?
Sí, porque es lo único que sé regalar y porque son objetos preciados y de colección. Y el disco es el disco: el librito, el orden de los temas, la portada... nunca va a ser lo mismo el mp3.
10- ¿Fueron muy pelotudas las preguntas?
Sí, pero también son jodidas porque no entra la música en números tan chicos.

lunes, 6 de abril de 2009

Los dueños del vuelo

Ahí va otro post largo, a pedido de los dos seguidores de este blog. Paz para Charly, y Say No More:

Adiós Sui Generis, hola Máquina
Le ha sucedido a más de uno lo que le tocó vivir en carne propia a Charly García post Sui Generis. La disolución de un grupo de rock reconocido suele convertirse en cuestión de estado, pues las histerias de la popularidad vuelven bomba cualquier noticia inesperada.
García colgó a Sui Generis en la percha en septiembre de 1975, luego de un disco tan incomprensible para el público como la separación posterior: Pequeñas anécdotas sobre las instituciones significó un cambio radical en el rumbo musical del grupo, y la gente no hizo el clic necesario para poder disfrutarlo. Aquello era un rock elaborado, con letras que reemplazaban las historias juveniles de Vida y Confesiones de invierno por censura y shows de muertos. El chico que hacía canciones folk, música joven, estaba cambiando. Pero los demás no, y eso le afectaba. Por eso dijo basta.
Luego del famoso adiós de Sui en el Luna Park, García sintió que su camino iba por aquel sendero, el tomado en el último disco de su ya ex banda. Después de un tiempo de reflexión, con visitas al analista incluidas, Charly empezó a caer seguido en la oficina del ex manager de SG, Oscar López. En el lugar había un órgano Farfisa, y allí comenzó a componer. Según contó en una entrevista en 2002 para Rolling Stone: «me llevaba los grabadores, me armé como un miniestudio. Ahí compuse ¡Ah!, te vi entre las luces. El socio de Oscar López tenía discos de Genesis, que entonces no era muy escuchado acá: Trespass, Nursery Crime... Yo hice varias canciones como mini óperas. Cambié. Tenía los instrumentos en el momento correcto, salió toda la parte clásica que llevaba adentro y me sentí como pez en el agua. Al primero que llamé fue a Moro. Escuchamos un LP de Herbie Hancock, Head hunters, un tema que se llamaba Chameleon y le dije: ‘Esto es lo que quiero hacer’». Ese tema de Hancock dura casi 16 minutos, por si no sabían, y para dar una pauta de lo que vendrá.
El siguiente en recibir el llamado de García fue el bajista de Crucis, José Luis Fernández. También aceptó la interesante propuesta, ya que a pesar de que Crucis era una banda prestigiosa que se estaba haciendo un lugar en la escena, tocar con Charly ya significaba subir un escalón, de una. Así, como trío, debutaron en un show poco publicitado en Córdoba.
El nombre para el grupo cayó un poco por casualidad, y otro por sonoridad. Se llamaron La Máquina de Hacer Pájaros gracias a una historieta que Crist publicaba en la revista Siete Días, en la que el protagonista era un tal... García. Según el García de esta nueva Máquina, «el nombre era muy bueno para lo que yo quería hacer, una cosa sinfoniosa, con vuelo».
Luego del show cordobés, se incorporó Gustavo Bazterrica, guitarrista de Celeste, y con esta formación de cuarteto tocaron durante un par de meses del ’76 en La Bola Loca, un bolichito propiedad de Atilio Stampone que les sirvió para hacer sus primeras armas.
El último en llegar fue el tecladista Carlos Cutaia, que tenía en su prontuario rockero el haber sido parte de Pescado Rabioso durante la época del grandioso disco doble Pescado 2. La formación del grupo quedó, de esta manera, con dos tecladistas: los Carlos se encargarían de darle un toque original a la música que uno de ellos -García, claro- estaba componiendo, muy sofisticada y llena de arreglos. (Durante los shows de La Bola Loca, además, habían probado a dos coristas, Héctor Dengis y Ana Quatraro, que finalmente no fueron de la partida).

Al psicólogo
Lo primero que hicieron cuando entró Cutaia al grupo, fue... ir al psicólogo juntos. Habían leído que los miembros de Les Luthiers hacían eso y les pareció una idea interesante. Contó Charly en aquella nota de Rolling Stone: «Imagináte: Cutaia, copado; Moro: qué carajo estamos haciendo acá (risas)... Cutaia y yo éramos los que más o menos disfrutábamos la experiencia. El tipo le preguntaba a Moro y Moro le hablaba del rock, del blues, y me acuerdo que José Luis tardó en llegar, y a la media hora estábamos todos hablando mal de él. Y en eso entró y dijo: ‘¿Hablaban de mí?’. Nos cagamos de risa y nos fuimos a la Costanera a comer un asado. Ya era Charly García, todo el mundo estaba esperando que grabara un disco; no había disuelto Sui Generis para no hacer nada. Era un momento genial para pelar otra cosa».
La idea de Charly, desde que planeó al grupo, era ser un integrante más. En una entrevista dada a la revista CantaRock lo contaba: «Yo tenía intención de formar un grupo en el que fuese uno más que aporte a la música del conjunto. Yo estoy un poco cansado de ser el líder, ha llegado la hora de cambiar y creo que por fin encontré la gente con la que puedo hacerlo».
En el país, y mientras Charly comenzaba a desarrollar este ambicioso proyecto, los militares se hacían del poder para continuar con los años negros de gobiernos anteriores. Lo que venía era peor, pero el grupo no detuvo su marcha a pesar de ello. De hecho, la lírica de Charly se volvería cada vez más comprometida respecto de la horrenda situación social que atravesaba el país.

Pormenores del primer pájaro
Charly tenía mucho material listo y, casi sin darse cuenta, comenzaron a grabar en los estudios ION, justo en la mitad del convulsionado 1976. Algunas composiciones eran de la última época de Sui Generis, más emparentada con la actualidad de García en aquellos días, pero casi ninguna logró sobrevivir ante las nuevas creaciones pensadas para los cuatro músicos de La Máquina. Charly reafirmaba las intenciones de la banda en todas las entrevistas: «apuntamos a hacer una música sutil, que contenga la polenta del rock pero completamente en otra onda, siendo además muy rigurosos con el sonido. Meteremos la voz como un instrumento más».
Cuatro meses en el estudio y ya tenían su primer larga duración listo para ver la luz. A pesar de sus intenciones de ser uno más, Charly se hizo cargo de la composición de todos los temas que integraron el álbum. Su fuerza creativa sería arrolladora en aquellos funestos años del país: entre 1976 y 1983, García editó al menos un disco por año.
Este, el debut homónimo de La Máquina de Hacer Pájaros editado por Microfón a fines del ’76, lo mostraba como el líder natural de un ensamble híper ensayado, con un nivel de sofisticación que pocas veces vimos por aquí. Eran (son) casi 40 minutos de rock elaborado para oídos exigentes, pero atención: no sólo las orejas progresivas podían captar el vuelo de esta Máquina. En el debut, que además contaba con el detalle de haber sido producido en conjunto por los cinco miembros, buscaron el equilibrio para que el término progresivo no fuera reemplazado instantáneamente por tedioso. Y aunque lo lograron, nunca son las mismas las proporciones de un éxito como podía ser el debut de La Máquina en comparación con un grupo sencillo, con base folk... como Sui Generis. García comenzaba a esquivar fantasmas del pasado.
La portada del álbum, por supuesto, fue diseñada por Crist, y es un nuevo capítulo de la historieta García y La Máquina de Hacer Pájaros, con una simpática introducción al grupo y el nombre tal como el de la tira, con el García adelante.
Fue para la época (eso dicen) el disco más costoso en la historia de la música argentina. Costaba el doble de lo que un disco normal.

La Máquina, tema por tema
La apertura llega de la mano de Bubulina. Única sobreviviente de la era Sui, la pieza arranca en clave sombría y se va desenvolviendo hasta ser, probablemente, la más pinkfloydeana obra escrita por García en todo su repertorio. A pesar de haber sido dedicada para su mujer de entonces, María Rosa Yorio, la letra zumba en los oídos con una oscuridad sorprendente. Bazterrica solea, arranca la banda (Cutaia no toca en este tema) y el guitarrista improvisa mientras García dice: «Para hacer esta armonía es preciso un nuevo ser, capaz de nacer mil veces sin crecer, cuatro notas separadas y la oscuridad total, ya no queda tiempo de mirar atrás». Cuando amaga con tornarse más oscura, aparece una luz de esperanza que también suena a rara advertencia: el protagonista ve el horizonte en la mañana y «de pronto todo parece estar bien». Las intenciones progresivas se destapan más hacia el final.
En el segundo track, de corte más folk gracias a las guitarras acústicas, parece que volvió el García hippie de Sui Generis... pero hasta ahí. Cómo mata el viento norte, esa es la obrita en cuestión, presenta una alegría campestre -enmarcada por sintetizadores, ojo- bastante sospechosa: «La tierra es nuestra hermana, Marte no cede al poder del sol. Venus nos enamora, la Luna sabe de su atracción». Pero luego dispara: «Mientras nosotros morimos aquí, con los ojos cerrados no vemos más que nuestra nariz». El marco musical desborda de candor y la canción parece ser el nexo perfecto entre las melódicas formas de la primera banda del ahora gordito y la prestancia de lo que vendría, Serú Giran. A su vez, podría ser parte de cualquier disco del García de los primeros ochentas, al menos por la logradísima ambigüedad que se presenta en la fusión de letra y música. Suena raro que en un disco de rock sinfónico haya una pieza que no llegue a los 3 minutos, pero es el caso. Como detalle, participan en los coros Nito Mestre y María Rosa Yorio.
Boletos, pases y abonos continúa nuestro recorrido y ya es, directamente, Serú antes de Serú. El trabajo de ambos tecladistas es notable en el clima del tema, tanto como el del tándem Moro-Fernández. Siguiendo en lo estrictamente musical, el tema presenta un segmento prog llamado Final crucial, que enlaza solos de guitarra y bajo mientras los otros músicos despliegan un pegadizo riff que se vuelve un mantra denso. Luego, terminan improvisando teclados y guitarra, para concluir con una sección melódica bellísima, con un Moro genial de fondo, hasta el quiebre del final. Es lo único en todo el disco que no compuso el autor de Clics modernos: es obra de Pino Marrone, de Crucis.
¿La letra? Esto dijo García en el Expreso Imaginario, entrevistado por el trío Lernoud-Kleiman-Pistocchi: «Después del Luna Park y la película, empecé a ver desde afuera toda la bola que se había armado con Sui Generis, sobre todo la relación de las chicas y los chicos conmigo. Empecé a analizarlo y me pareció raro, hasta gracioso. Yo no hago nada para que me tengan de ídolo, yo sólo canto y toco en el escenario. Y en el Luna Park tenia visiones de gente que lloraba, de madres e hijas sufriendo la separación del grupo. Y entonces empecé a componer sobre eso». Para que se entienda un poco mejor a qué vienen los dichos de Charly, un fragmento de la letra: «madres, hijas, hermanas, van a escuchar el llanto del adiós, del adiós (Sui Generis). Pronto en ésta ciudad me van a nombrar ciudadano legal, como vos. Soy el hijo de todas y el amante también. ¿No se atreve, dulce mamá, a ser mi mujer infiel?». Todo dicho.
No puedo verme más es una frenética composición, llena de idas y vueltas rítmicos. Es el momento en el que el disco termina de mostrar a la banda como una máquina ultra aceitada, virtuosa y consistente, con Oscar Moro y Gustavo Bazterrica como grandes protagonistas: en los redobles y ritmos del primero y los riffs del segundo se esconde la magia envolvente de la, hasta aquí, pieza más dura del álbum. Charly se refirió alguna vez a No puedo verme como una canción que habla «sobre la incapacidad de reconocerse». Para un tipo como él, un artista tan sensible, vivir tiempos de dictadura generaba este tipo de preguntas, además de volverlo un francotirador de frases soberbias: «Cara de miedo le dijo al disfraz: necesito verme asustado. No hay maquillaje para quien no ve su reflejo por ningún lado». Participan quienes fueran coristas del grupo inicialmente, Héctor Dengis y Ana Quatraro.
El quinto tema redobla la apuesta de velocidad, y es una trompada que lleva el simple nombre de Rock. «Vamos al campo, ves cómo sale el sol» y «desoxidémonos para crecer» son las órdenes que aúlla como un loco García. Otra vez lo mismo, otra vez huir de la ciudad, como en Una casa con diez pinos (Manal), como el tren hacia el sur de Almendra... Charly lo pidió unos años más tarde, pero se ve que todavía hacía falta. O era ironía. La canción pasa por diferentes estados en sus cuatro minutos y pico de duración. Arranca baladísticamente y se vuelve un rock furioso, denso pero simple. La intensidad desemboca en una zapada en clave jazz-funk, hasta que se vuelve al rock, y otra vez a bajar... para subir en el épico final sinfónico. Épico como los dos últimos momentos del debut: Por probar el vino y el agua salada y ¡Ah!, te vi entre las luces.


Grandioso cierre
La candidez de Por probar el vino y el agua salada radica en su bella melodía y su andar alegre; es en definitiva la canción más pop del disco. Esa es su épica: ser pura melodía en un disco que es mucho más; que tiene mucho más. Resuenan otra vez los ecos de Sui Generis, y la entrañable figura de Jorge Pinchevsky aparece aportando su violín. Charly, aquí, toca el bajo.
Para el final, La Máquina dejó la obra más extensa de todas. Once minutos de duración para la mini ópera de cierre y, paradójicamente, la letra más corta de todo el disco. Sólo dice esto:

Nadie habla, nadie de pie
¿Estás lista para viajar?
¿Estás lista para venir?
Está bien, está bien, está bien...
Estás sentada en el aire.
Nada de luz
Esperando que marquen tres
Esperando verme otra vez
Está bien, está bien, está bien...

¡Ah! Te vi entre las luces
Con tu cara toda azul.


Breve y directa, habla de la situación del público en un recital. Si recordamos cuándo compuso el tema su autor (en la oficina de Oscar López, antes de formar La Máquina) puede y debe tomarse como otra referencia a aquel público, mayoritariamente femenino, que lo iba a ver cuando Sui Generis aun era realidad. No por nada la tercera persona de la canción es ella y no él.
La canción es maravillosa desde el plano musical. La melodía es marca Charly, y la épica en este caso se construye desde la tensión que propone la dupla García-Cutaia en las teclas. En estos 11 minutos, la canción de piano se vuelve zapada, parece que termina pero no mientras el bajo suena como nunca, y todo vuelve a empezar para, ahora sí, concluir con una coda oscura que repite el último verso del tema y un solo de guitarra memorable, cortesía del vasco Bazterrica, que desemboca nuevamente en los tecladistas estrella y el final.

Lo que siguió
La Máquina presentó el LP en el Teatro Astral, entre el 17 y el 21 de noviembre de 1976. Agotaron todas las funciones: la gente quería ver a García en acción y esta era la oportunidad. Charly declaraba en Expreso Imaginario: «Hace años nuestros problemas eran más simples, había que romper con toda una mentalidad. Ahora, que mucha gente ya dio ese paso, hay que seguir hablando. No puedo hablar de cosas nuevas con viejas palabras. ¿Qué puedo hacer si ahora no me entiende todo el mundo y lo de la Máquina resulta un poco oscuro? Hay que inventar un mensaje nuevo…». Las críticas del disco eran buenas, pero Charly sabía que la gente iba a verlo a él más allá de La Máquina. Era imposible lograr que fuera uno más, aquello que era su idea se cayó a pedazos instantáneamente.
Después de su brillante debut, editaron un segundo álbum en 1977, el también soberbio Películas... y cuando nadie lo esperaba, Charly dijo basta. Ya habían llegado al Luna Park, el mismo recinto que había despedido a Sui Generis. La prensa los elogiaba, el público comenzaba a entender, pero García agradeció por todo y les dijo a Cutaia, Moro, Fernández y Alejandro Cavotti -quien había reemplazado días atrás a Bazterrica- que la banda era de ellos, que hicieran lo que quisieran. Por supuesto, no siguieron: sin él no era lo mismo.
Eso sí: la despedida fue a lo grande, ya que Charly organiza el 11 de noviembre de 1977 el Festival del Amor, de nuevo en el Luna Park. Allí despide a La Máquina, reúne a Sui y PorSuiGieco y toca con varios amigos más, entre ellos David Lebón, quien sería su socio en la nueva aventura a emprender: Serú Giran.
La Máquina de Hacer Pájaros ya era historia en su carrera, un momento tan fugaz como brillante para las páginas del rock argentino más aventurado. No por nada, García recuerda con cariño, aún hoy, aquellos días sinfónicos: «ahí hacía lo que me gustaba».