jueves, 31 de diciembre de 2015

Ellos dos, ¿le ganaron al mundo?


El final de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota como grupo tuvo su correlato, otra vez, con la revista La García. La historia -contada por ellos mismos en sus inesperados cruces mediáticos de estos años, mediante declaraciones en notas y contragolpes epistolares en blogs y ¿canciones?- dice que luego de una charla con Humphrey Inzillo, Pablo Marchetti y Martín Correa, en la que sería la última entrevista como Los Redondos -publicada en los números 45 y 46 de la revista, nada menos que los de noviembre y diciembre de 2001-, Skay Beilinson, Poli Castro y Carlos Solari tuvieron su encuentro final y tras una discusión en el hogar de la pareja, todo acabó. Esos también fueron los últimos números de La García: 2001 arrasó todo.

Aquella tapa, sin embargo, destacaba otra cosa que poco tenía que ver con lo que sucedió puertas adentro. El Indio declaraba que suspendían su show programado para el 8 de diciembre de aquel año en el Estadio 15 de Abril -el de Unión de Santa Fe- porque “no estaban de ánimo por la situación del país”. Sergio Dawi, que en los últimos años había perdido su rol de saxofonista estrella para quedar relegado a las esporádicas presentaciones en vivo, declaró luego que “en los Redondos siempre hubo una consigna, que fue tomar cada show como si fuera el último, aunque llamativamente el último, en Santa Fe, nunca se llegó a hacer”. Sus dichos dan lugar a pensar que ni siquiera los propios integrantes del grupo -hacia el final, apenas sesionistas- sabían bien lo que pasaba. Walter Sidotti, el baterista, lo confirma: “Hubo un problema entre los dueños, la cúpula. Nosotros no teníamos decisión en la parte organizativa, así que quedamos en banda y sin trabajo”.


PUNTAPIÉ INICIAL

El que confirmó los rumores de separación fue Skay Beilinson. Lo hizo a su manera, silente y preciso: no dijo nada; produjo música, la envasó y la distribuyó. A través del Mar de los Sargazos, publicado en el subacuático 2002, se encargó de hablarlo todo: si uno de los dos hace la suya es porque no hay más nuestra, pensamos. El Indio tardó bastante más y asomó su calva recién en el ocaso de 2004 con El tesoro de los inocentes (bingo fuel). Todos sus álbumes solistas saldrían bordeando fin de año, una estrategia navideña tan infalible como su pluma.

Desde la confirmación del final, sobrevuelan sentencias del tipo uno se llevó la música y el otro la mística. Es decir, que Skay carga con el gen de los Redondos pero a la gente la mueve el Indio. Y aunque esto podría ser cierto, es por lo pronto incompleto. Por lógica, la producción de Solari está más cerca de los últimos discos redondos -El tesoro... podría ser una continuación de Momo sampler- que del sonido clásico de la banda, para el que la guitarra de Beilinson es irreemplazable; lo mismo sucede con la lírica del Indio -sólo comparable a nivel local con la de Luis Alberto Spinetta y Charly García- en los discos de Skay. El karma de la media naranja.

¿La gente? Cada uno convoca lo que quiere y puede: ambos músicos repetían cuando compañeros que deseaban retornar a escenarios de mediana escala, con la gente cerca. Para Solari la idea resultó imposible, pero también partió de su decisión: incluir una cantidad importante de temas de los Redondos en sus shows. Skay, en cambio, privilegió el material propio por sobre el pasado desde el comienzo, quizá sabiendo que así tendría el público que quería: avezado sobre lo que fue, interesado por el futuro. Así sigue trece años después, tocando bajo techo y nunca más allá de un microestadio. Ya ni siquiera le resulta una obligación cerrar sus shows con “Jijiji”.

***

Algunos datos duros: se acabó, por obvias razones, Patricio Rey Discos. Uno empezó por Del Cielito Records, viejo abrigo; el otro por DBN. El comandante estético del grupo, Rocambole, pinta el fresco en los discos de Skay; en tanto El Indio se revela como un dibujante fantástico que colorea y conceptualiza con (mucho) lujo y detalle cada una de sus producciones gráficas.

Entonces, podría arriesgarse -innecesariamente, en verdad no vale más que para desinflar ciertos globos- que el tema de “la mística” hace equilibrio entre una y otra figura. Más: fue Solari quien grabó en los embriagadores álbumes de Sergio Dawi y sus Estrellados, también él quien reunió al resto del grupo para completar la única pieza redonda que lleva cuatro firmas: “La pajarita pechiblanca” se estampa a ocho manos, Bucciarelli-Dawi-Sidotti en música, Solari en letra.

Estas ridiculeces siempre terminan en empate, probablemente porque no tienen sentido: nadie puede apropiarse del todo.


EN EL CAMINO

Pues bien, profundicemos en el temita de la música, lo que nos convoca. A la fecha, las casualidades indican que tanto Skay como el Indio han publicado cinco discos (aunque el último disco + DVD de Solari no contenga más novedad que ser un álbum en vivo hecho con cierta preocupación técnica, en especial si revisamos el insólito En directo de los Redondos, casi una mancha en la discografía del grupo). 

El trayecto de Skay va de lo evidente a la sorpresa. A través del Mar de los Sargazos, la prueba de fuego, contiene el hit por excelencia de Beilinson por las suyas: “Oda a la Sin Nombre”, que nos retrotrae a cualquier riff memorable del período ’85-’91 de Patricio Rey. Algunos coqueteos electrónicos -el comienzo mismo del álbum con “Gengis Khan”- da a entender que la fascinación por los botones no era propiedad exclusiva del Indio. “Alcolito” y “Con los ojos cerrados” parecen recuperar cierto clima festivo de antaño y “Lágrimas y cenizas” revela a Skay como un constructor de épica en su primera canción de amor.
La luna hueca, en cambio, deja huellas sobre el mar. Sus coqueteos con la música hindú y africana ya son más concretos y auspiciosos, y terminan por confirmar algo que se insinúa desde el comienzo de estos dos caminos solistas: aunque ambos sean criaturas de la cultura rock, es el guitarrista quien lleva a la práctica el crossover con las músicas del mundo, el que entiende al rock como esponja de otras experiencias y lleva esa causa al terreno de lo sonoro. 

El Indio, en cambio, se declaró como un ferviente admirador de Arcade Fire, por su carácter de orquesta multicolor que rompe con la formación clásica de rock. Es decir, bajo, batería, dos guitarras y ocasionalmente un teclado. Del dicho al hecho... ¡esa formación es la que acompaña a Solari -se suman los vientos de ocasión- en sus álbumes y en las presentaciones en vivo! En consecuencia, su sonido es mucho menos mestizo que el de Skay: en el Indio, más que un trayecto parece haber una continuidad y se hace difícil establecer diferencias sustanciales entre El tesoro de los inocentes y cualquiera de sus sucesores. La música de Solari es tan o más estridente que su propia voz; recargada, oscura. Todos los sinónimos parecen aplicables a la experiencia previa de los Redondos, pero de 2004 a hoy se acotó el rigor melódico que el grupo sí contaba: en eso mucho tienen que ver las guitarras, que ahora son dos y en ocasiones parecen un par de Harley-Davidson corriendo a toda velocidad. Entre ese carácter tan atacante del instrumento estrella y cierto pulso de rock maravilla ultra aprendido, las canciones que no son un conglomerado de música industrial se oyen como un susurro necesario. “Había una vez” o “Bebamos de las copas lindas”, por caso, cuentan con algo que no abunda: aire. (Qué bien te queda el aire acústico de “To beef or not to beef”, Indio, si lo probarás más seguido...).


SOMOS PARECIDOS EN QUE SOMOS DIFERENTES

La voz nunca es un detalle en el mundo de la canción. Como en los casos Marr-Morrissey y Del Guercio-Spinetta -debe haber un largo etcétera-, es notorio el color similar y ciertas inflexiones entre el canto de Skay y el de Solari: sabemos que entre amigos se habla (y se bebe) parecido. Aunque el rango del guitarrista es bastante más acotado que el de su excompañero, un animal de estudio cada vez más afilado, a contrapelo de sus famosos nervios cerradores de garganta cuando le toca enfrentarse a las fieras. Entre El tesoro... y Pajaritos, bravos muchachitos, Solari entrega algunas interpretaciones notables e innovadoras dentro de su repertorio: cool como nunca en “La piba del Blockbuster” y “El charro chino”; desaforado y ajeno en “A los pájaros que cantan sobre las Selvas de Internet”; apesadumbrado en “Y mientras tanto el sol se muere”. Cuando encuentra esas formas novedosas de decir, su música suena menos atada a la maquinalidad que la envuelve: no es casual que esos sean los momentos “arriesgados” o que más difieren del resto, cerca del trip-hop, el pop más bailable o el rap (también pela en canciones de fábrica, hermanas y más reconocibles dentro de su estilo, como “Flight 956” o “Black Russian”).

Y si la escasa negritud de la música del Indio viene por el lado de géneros relativamente nuevos, eso la contrasta aún más respecto del camino tomado por Skay, que se mete con instrumentos autóctonos -chequear “La fiesta del karma” o “La luna en Fez”- y empuña con regularidad la guitarra acústica para pelar canciones despojadas o bluses a la vieja usanza. El guitarrista también se invita a climas dignos de la psicodelia, como en “El fantasma del 5º piso”, una canción hija de los sesenta, y “La nube, el globo y el río”.

Ese anclaje de Skay con su época lo diferencia de Solari, quien parece obsesionado con el sonido de estos años tecnos. Quizá haya pasado de largo, pero no es sopa -je- que el Indio cante en “Tomasito podés oírme? Tomasito podés verme?” un verso lacónico y terminante: “los sesenta fueron tres putos años, nomás”. En la palabra también se jugaron sus suertes. Beilinson dice:

Libertad! Libertad!
fue nuestro grito de guerra.
Un rock and roll, 
una ilusión, 
una nación sin fronteras.
Fuimos el sueño que despertó.
Fuimos la lluvia que no paró.
Éramos tres,
éramos cien,
éramos el mundo entero.
Éramos luz,
éramos fe, 
éramos fuego en el fuego.
Talismán, talismán, 
ese amuleto de mago.
Talismán, un nuevo ritual, 
un dibujo en el cielo.
Hoy somos sueños sin despertar,
somos la lluvia que va a caer.


Hablando de mi generación, diría Pete Townshend. Skay lo hace desde “Abalorios” (Talismán, 2004) en simultáneo a los tres putos años de Solari. Si se leen las letras de ambos, es lógico: el Indio sigue siendo un observador de fenómenos que de vez en cuando dispara directo al corazón -“El tesoro de los inocentes”, la canción-, pero más que nunca se sumerge en su experiencia de estos años. Ya es un tipo grande y hace de la autorreferencia una constante, a partir de su gran tema-composición: la muerte. Beilinson, en cambio, habla del despertar de aquellos días de juventud como un suceso que aún lo atraviesa y rige sus pasos. En medio del viaje, nos cuenta su parecer: para él, “el misterio es existir”, por lo cual la muerte viene a ser lo de menos (el misterio ya nos marca desde ahora). 

O, para decirlo en palabras de su compañero de años: este asunto está ahora y para siempre en tus manos, nene.

EPÍLOGO: ¿Y EL ASUNTO REDONDOS, QUÉ?

El fuego cruzado entre ambos líderes parece desactivar cualquier posibilidad de retorno. El último episodio de esa insólita batalla mediática lo tuvo a Skay desestimando aquello que el Indio llamó “una enfermedad malvada” que lo retiraría de escena. Hoy, uno graba su sexto álbum de estudio mientras el otro escribe sus memorias y se saca una espina: editar un material audiovisual de calidad. Lo insólito fueron las formas: Indio: la película fue una misa proyectada con funciones sold-out en el rico Luna Park. El público asistió como si fuera un recital del cantante, pogueó con los clásicos de los Redondos y filmó con sus celulares las pantallas (ah, ¿no lo creen? Miren esto). Recién después de este insólito evento, llegó a los cines. El propio Indio fue a verse a New York... y hasta allá encontró ricoteros que le pidieron fotos y autógrafos.


Dos declaraciones de exmiembros de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota dicen más de lo que podría decir este texto. Una es antológica y la pronunció Semilla Bucciarelli, abocado a las artes plásticas desde la separación de la banda: “A mí no me cabe esconder las cosas. ¿Voy a decir que está todo bien? Sería un verso, si terminó todo para el orto. Me da vergüenza leer las notas, porque se quieren adueñar de algo que en realidad le corresponde al público. Si Patricio Rey tuviera piernas, los cagaría a patadas en el culo”.

Sergio Dawi, otro que en estos años hizo de las suyas en diversos proyectos -uno de ellos junto al mismísimo Semilla, SemiDawi-, dio su parecer sobre un posible regreso: “Tendría que haber una necesidad de todos de estar juntos. Lo humano y el espíritu son lo primordial. Tiene que suceder ese encantamiento nuevamente”.

Ambas declaraciones coinciden en algo: resaltan el costado espiritual del asunto. El público que sigue con fervor a los exmiembros del grupo, al que Bucciarelli le atribuye el patrimonio del inasible Patricio Rey, entona en todas las presentaciones del Indio y Skay un cantito que a ambos les debe retumbar en algún lugar de la memoria: “sólo les pido que se vuelvan a juntar”. Para ellos, aunque Solari y Beilinson hayan demostrado que pueden rugir por las suyas, hay un grito sagrado y colectivo que es insuperable.

[Notas anteriores del especial De regreso a Momo:
Vale la pena la leyenda del futuro, por Federico Anzardi

jueves, 24 de diciembre de 2015

Historia de una confusión: el carnaval que ha regresado

¿Qué pensaría el Indio Solari si pusiera un disco de su propia obra en su computadora hogareña y en la categoría género el Reproductor de Windows Media le espetara un tremebundo e inexacto latin? Podemos sospechar que no le caería muy en gracia, en especial si el disco es nada menos que Momo sampler, que tiene tanto de latin como Pink Floyd. Pero esto es lo que pasa, en efecto, cuando ponés el CD en la PC. Todo el esfuerzo en pos de reforzar un modelo de canción distintivo, una reorganización moderna de tu sonido, destruido en cuestión de segundos: los que toma introducir un disco en el ordenador y que salte la cubierta negra con la máscara-escapulario. El reduccionismo tal vez se ocupe sólo de la parte momo del título, aunque suponemos que obedece a cuestiones técnicas de los compiladores virtuales (que también pifian el año y traen a Momo hasta 2006).

Algo queda en evidencia en esta pavada técnica: ni el presente ayuda a esclarecer las bondades de Momo sampler, como si su historia sólo pudiera tratarse de confusión. Quizá las cosas estaban tan al alcance de la mano que decidimos hacerles “oso” y preferimos dejarlas pasar.

Primero lo primero: que éste es un disco de quiebre nadie lo duda. Pero ello no obedece en exclusiva al fin de los Redondos como grupo, sino también al desvanecimiento de una etapa social y política que implosionaría como las Torres Gemelas en 2001. Eso está en el álbum, casi a primera vista, un año antes de nuestro derrumbe: los últimos gemidos de la fiesta vistos desde los dos lados de la torta, el de los que se creían winners pero iban a desbarrancar dentro de nada, y el de los renegados que hacía rato no asomaban la cabeza (con Marita, la prostituta-virgen, como figura estelar). La coyuntura asoma la cabeza canción tras canción: el rubio que se tragaba cien lucas y ahora hace lo que puede para vivir; el Morta que quiere que le chupen la pija hasta desaparecérsela; el retorno del Zumba y su platino de American Express, trucho; el alcohólico decadente de “Murga purga” (uno tiende a creer que todos los disparos de este estilo por parte de Solari son para Enrique Symns; vaya a saber para quién va esta vez); el flaco rescatado pero al fin descerebrado de “Pensando como una acelga”; la frágil piba con la remera de Greenpeace, pendeja pero madura; el tumbero rociado de perfumes imposibles. Gente más bien deprimente, un corso por el que desfilan a) los patéticos que se las sabían todas y luego mordieron el polvo y b) los patetizados de siempre, eternas sobras del descarte político.



Por eso la palabra murga no es la major key para introducirnos a un mundo de tambores, negros y danza comunal; todo lo contrario: es el password para encauzar a esa banda de dolorosos por inconscientes, indolentes o desclasados (va esa murga desencantada). Como esos equipos de fútbol que no dan tres pases seguidos, desatienden los espacios a la hora de defenderse, sus delanteros pifian a la pelota cuando se les entrega en los pies y el arquero descuelga los centros dentro de su propio arco: así es la murga de este Momo artificial. De esas murgas. Si el presagio estaba frente a nuestros ojos, se prefirió creer que los personajes de esta historieta eran “los de siempre” en las letras del Indio. Y puede que lo fueran, pero así como eran los de siempre, eran, como nunca, los de entonces. En esa omisión está una de las derrotas de Momo sampler: estábamos demasiado adentro para verlo. (Ungido Mauricio Macri como presidente, no queda otra que suponer que hay cosas que no se pueden arrancar de cuajo. También es probable que haya unos cuantos que... quieren más japinés).

***

Los Redondos no fueron los únicos en tirar el anzuelo aquel año 2000. Los tres grupos que heredaron sus columnas de fanáticos (Los Piojos, La Renga y Bersuit) también publicaron discos. Curiosamente, La Renga apostó a profundizar su mística barrial en La esquina del infinito, sin dar claras referencias de la actualidad (aunque la de la esquina era una, y elocuente). En los discos de Los Piojos y Bersuit sí había una bajada de línea algo más clara. Verde paisaje del infierno -vaya título- cerraba nada menos que con una plegaria para Arturo Jauretche, elevado al nivel de santo; el álbum de Bersuit directamente se llamó Hijos del culo: “el hijo del culo es ese tipo nacido por atrás, que vive en el culo del mundo, que fue cagado durante muchos años y que está hecho mierda”, explicaba Gustavo Cordera, que cofirmó “Veneno de humanidad”, con estas líneas:

Bronca derramada 
Escondida bajo el mantel
No se dice nada 
Y se miente tanto después
Esa copa volcada 
Una mancha puede traer
Que se fundan las ganas
Y que el mundo gire al revés



También Divididos hizo un repaso de lo sucedido. Narigón del siglo... marcó su cumbre, así de rápido, de la era 2000, entre el renacer de Ricardo Mollo (productor de los discos de Los Piojos y La Renga) y el final del menemismo (chequear “La gente se divierte”, “La firma del opa”). Andrés Calamaro se ganaría el pulgar arriba del indie y las loas del mismísimo Indio Solari gracias al desbocado, desaforado y demencial El salmón, un disco quíntuple en días de recesión, todo un gesto: “Vigilante medio argentino” sigue siendo una foto exacta del medio pelo hipócrita. Pero lo que en estos discos era una polaroid o el simple equilibrio de tensiones, en Momo sampler era... el disco entero. Al menos en el plano más ridículamente analizado de su música: las letras.

***

El conglomerado sonoro era mucho más que las letras: el disco completaba, por lo pronto, la trilogía de álbumes redondos con sonido internacional. Pepeto de la Rúa había sostenido el 1 a 1 y el grupo hacía el resto en Nueva York. Pero... ¿el grupo? En realidad, todo quedaba reducido casi por completo a las obsesiones de Solari, Beilinson y la designada como ingeniera psíquica, Poli. En una entrevista con Clarín antes de los shows en River (o sea, antes de Momo sampler), lo primero que se leía era que los Redondos eran ellos tres, dicho por el propio Indio, que también daba pistas sobre lo que vendría: “Yo creo que el rock de escenarios es más parecido al teatro y la música que estamos haciendo ahora es más parecida al cine. Tenemos un horizonte de guitarras y bajos sobre el que me interesa poner algunos obstáculos de sonido”. A la vez, diferenciaba su producción de lo puramente tecno: “La gente confunde mucho el género tecno con la aventura tecno. La aventura tecno no tiene nada que ver con el género que reclama para sí una serie de standars como el jungle que son cosas que tratamos de no usar porque son efímeras. Lo que aprovechamos nosotros es la emulación de sonidos. En realidad, son como tropiezos tecno”.

Así, el Indio se anticipa al cartel que tantos años después cuelga sobre Momo sampler: en el imaginario, sigue siendo el álbum tecno de los Redondos, aún más que Último bondi a Finisterre. Y en verdad, lo de “tropiezos tecno” funciona a la perfección para describir la función maquinal de la tecnología en el disco, que nunca termina de pasar al frente y es un color más para la paleta (un color intenso, sí). La pulida producción y la ausencia de hits -en verdad, en los Redondos nunca hubo hits salvo casos excepcionales como “Mi perro dinamita”- hicieron el resto para que el recuerdo engañe, pero el corazón, sobre todo, es el mismo: la soberbia guitarra de Skay Beilinson, quizá dando su mejor show. Tal vez, y como repite el calvo cantante en las notas de la época (y en el Test para el colono virtual), la cita a Rose Bertin sea menester a la hora de volver al disco y repensar los sucesos políticos de estas horas: “Sólo es nuevo lo que hemos olvidado”. Al parecer, nuestra memoria musical se parece más de lo que creíamos a nuestra consciencia política. Y hay cosas que no cambian: el carnaval ha vuelto.

[En la próxima nota de este especial, Beilinson/Solari, solistas.
Lo que ya pasó pueden leerlo acá:
De regreso a Momo, la introducción
Momo (y todo lo demás) por ellos
Vale la pena la leyenda del futuro, por Federico Anzardi
Notas sobre el rock argentino en democracia: “Momo sampler”, por José Miccio]

jueves, 10 de diciembre de 2015

Notas sobre el rock argentino en democracia: "Momo sampler"


Por José Miccio
Crítico de cine y música, docente

El último disco de los Redondos -la banda de la farra y el pogo eterno- es un carnaval triste. Todo gira en torno de la fiesta por antonomasia pero por su tono siempre grave parece concebido con espíritu de cuaresma. Las estampas, las letras, esos riffs como calvarios: quien se cuelga la medalla que viene en la tapa para escuchar unas canciones de celebración termina con una cruz en el cuello. El tema fundamental es “La murga de los renegados”, que bien podría llamarse “Procesión de flagelantes”. O sino “El templo de Momo”, que ofrece a la vez ponzoña y licor. En los dibujos que corresponden a cada uno, nuestro Rey gobierna unas máscaras mortuorias o decadentes, salidas de alguna película de terror o del Casanova de Fellini. El interés que tiene Momo sampler -y que el tiempo acrecienta- deriva de esta extraña situación: no es posible escuchar el disco sin sentir esa incomodidad propia de las circunstancias confusas, de eso que es pero no es. Como llegar a un cumpleaños disfrazado de tortuga y descubrir que todos tienen humildes antifaces. O como encontrarse yendo al diccionario para ver qué significa la palabra silla. Momo sampler es matraca, espuma y danza macabra. Te deseo muerte, ay perdón, suerte. Qué buena purga, quiero decir, murga. Tarjeta (obvia) para la última joda redonda: Lubolo y Se-Si-Bon tienen el agrado de invitarte a su fiestita. Jijijí.

En su momento, el Indio se encargó de darle a este carnaval algunas claves. La idea de impostura, por ejemplo, que aparece en uno de los dos subtítulos de Momo sampler, aludiría al mundo del espectáculo y de la política, indiscernibles ya, después del menemismo, e incluso a la vida cotidiana, convertida también en mera apariencia. Al tumberito de “Rato molhado” le gusta la joda, la merca y desayunar en la cama como un señor. El Morta de “Morta punto com” vive una felicidad de porno y de putas, efímera y falsa, a velocidad consumo enfermo, meta plástico e internet. El Zumba de “Pool, averna y papusa” lleva encima una American Express trucha. Y así todos o casi todos los personajes que pueblan el disco como emanaciones de un mundo pobre, reducido a superficie y ademán. El lugar común (inaugurado por el propio Indio) dice que todo esto es una sátira de la Argentina de los años 90 elaborada cuando los años 90 se van del calendario pero no de la política. Una obra conceptual en la que un tema funciona como marco y el resto como ramificaciones de un mismo tumor.

Si uno quiere recorrer el disco con esta luz sencilla encuentra con facilidad lo que busca, también en los personajes dignos de piedad. El problema es que pierde las canciones para siempre. Momo sampler es algo mucho más atractivo que una mirada deformante de la coyuntura que a través de ciertas claves puede devolvernos a ella con un par de opiniones correctas, para las cuales la música es innecesaria. Sucede siempre así: si un disco es bueno, entre sus canciones y las palabras que lo promocionan y explican hay obligatoriamente una distancia, y si es brillante, un abismo. En Oktubre, los Redondos mapearon el estado del rock en la Argentina de la posdictadura con un talento extraordinario para dar al mismo tiempo una referencia y una descarga capaz de borronearla, incluso hasta el olvido. Momo sampler funciona igual cuando funciona bien, aunque nunca alcanza alturas semejantes. El mejor ejemplo es “La murga de la virgencita”, cuya puta es mucho más que un personaje de alguna fiesta tétrica. Insumisa por intensidad y brillo, reacia al marco que pretende contenerla, Marita tiene el espíritu -herido, épico, impuro, dulce- de los perdedores hermosos, un vuelo romántico que la vuelve absolutamente ajena a un elenco que incluye de un lado a corazones afines pero sin aura (el tumberito, la chica con la remera de Greenpeace) y del otro a criaturas horribles como el matapibes de “Sheriff” y la voz anónima que le pide bala y redención.



El disco entero resplandece y trastabilla en el track número cinco. Lo que pasa con “La murga de la virgencita” pasa también, aunque en menor medida, con “Rato molhado”, “El templo de Momo”, “La murga de los renegados” y “Pensando como una acelga”. Las mejores canciones se sobreponen a una función tan poco vigorosa como la de servir de ilustración y crítica de un mundo en ruinas. Con el paso del tiempo las sátiras -y Momo sampler lo es, qué duda cabe- requieren de unas cuantas notas a pie de página, porque la realidad a la que aluden se vuelve irremediablemente oscura. También cambian su manera de existir. No leemos a Juvenal y a Rabelais para saber de las miserias romanas o francesas sino para gozar de la literatura y reír de nosotros mismos. En el final del capítulo de Gargantúa dedicado a las mil y una formas de limpiarse el culo, Rabelais escribe que todo lo dicho se sostiene en el maestro Juan de Escocia, y se burla así del pensamiento basado en la autoridad propio de la Edad Media. Lo que hace que la lectura de esas mismas palabras sea tan maravillosa todavía hoy no es el objeto satirizado -que se puede ignorar- sino la extraordinaria enumeración, la imaginación desbocada, el absurdo de imaginar una oca entre las piernas de un niño monstruo (o entre las nuestras), agarrada del pico y de la cola y movida hacia atrás y hacia adelante como una toalla. Lo mismo sucede con las canciones de los Redondos. No importa si el as del club París de “Blues de la artillería” es o no es Enrique Symns. No importa quién está detrás del asqueroso personaje de “Murga purga” ni del rubio acabado de “El templo de Momo”. No importan ni siquiera Menem y Pepeto de la Ruta, como llamaba el Indio a un personaje de triste memoria, ganándose en la polis el respeto fácil del que odia a los monstruos que odian los buenos. Un día serán como Trajano y Francisco I. Lo que importa es que las canciones se sostengan en sí, que consigan un sonido propio, que podamos cantarlas con emoción y hacerlas parte de nuestras vidas, que para eso existen.

No pasa siempre en Momo sampler, hay que decir, que muchas veces ata sus máscaras a lo que ocultan, y les niega así la independencia necesaria como para que podamos usarlas todos. Hay canciones que gastaron en sí mismas la piel que nos ofrecen (Lupus el Lobo sabía hablar así). Con “Sheriff”, con “Murga purga”, con la sobrevaloradísima “Una piba con la remera de Greenpeace” no se pude hacer mucho más que autoafirmarse: dejar caer nuestro desprecio sobre la clase media filorrati, imaginarle jetas a un bola de mierda-malparido-arrogante-batidor, querer tranquilos a una puta no sublime, despojada del aura que la letra y la genial interpretación del Indio le regalan a Marita. En canciones como las de los Redondos el valor de una máscara (la metáfora, la fábula, el antifaz carnavalesco) no depende de la reposición de lo que queda bajo su dominio sino de la fuerza con la que se deshace de la interpretación, y de las asociaciones que promueve. Es costumbre del arte: si una metáfora persiste una vez descubierto el referente, el referente no persiste ya. De ahí que no afecte en lo más mínimo a “La murga de la virgencita” que el Indio declare que donde dice “arcadas gusto a menta” hay que entender que la piba masca chicle para borrar el efecto de un guascazo.

Otra cosa que Momo sampler permite observar es cuán suelto o cuán ceñido le queda el rock a los Redondos. En “Rato molhado” hay aires celtas. En “Morta punto com”, caños negros. En “Sheriff”, algo parecido al reggae. Se supone que esto es bueno, que habla bien de la banda, de su oído y su carácter inquieto. Cuando salió Último bondi a Finisterre Solari dijo que siempre había preferido a los Bowie de este mundo antes que a los Clapton. Está muy bien. Pero -además de que nunca hubo nada Low en todo esto- los años han dejado en pie las persistencias más que las transformaciones, y si los últimos dos discos de los Redondos gozan de buena salud es porque el sonido que los pega a su época no debilita el poder de sus canciones, bastante tradicionales (en el mejor sentido de esta palabra difícil). Pasa con las máquinas de Último bondi y Momo sampler lo mismo que con los sintetizadores de Películas y las baterías de Silencio: llega un momento en que descubrimos con resignación y no sin alegría que las novedades por las que juramos no eran tan radicales como creíamos, y que lo que nos emocionaba antes era lo mismo que nos emociona ahora: una o varias canciones que nos siguen para siempre porque al menos una vez nos hicieron sentir que éramos sus destinatarios secretos.



Si uno reniega de los cambios en el momento en que aparecen es un conservador. Si lo hace veinte años después es un clásico o un maldito. Como sea, un motivo de orgullo no debería avergonzar a nadie. Los Redondos brillaron siempre haciendo rock, y consiguieron lo más grande que una banda de estricto rock puede conseguir: una guitarra y una voz inconfundibles, unas canciones clásicas en su estructura pero nunca derivativas, por más que el riff de “Nadie es perfecto” se escuche ya en “Mama Kin” de Aerosmith o los acordes con los que empieza “Masacre en el puticlub” vengan de “Wild Honey Pie” de los Beatles. He aquí una gloria: la sensación maravillosa de estar escuchando al mismo tiempo una tradición y su origen. Tal vez por eso los intentos que los Redondos hicieron por abrir su sonido nunca resultaron del todo convincentes. “Caña seca y un membrillo” es una canción horrible, indigna de sus autores. Como esos artesanos que brillan haciendo lo que aprendieron de sus padres y un día, hartos de su excelencia y clasicismo, deciden sobrepasar sus límites para descubrir que en su universo la voluntad de cambio se traduce en bicicletas sin ruedas o veladores de espinas, los Redondos tropezaban fiero si se movían demasiado lejos del lugar que conocían y en el cual podían esconderse o disfrazarse como nadie más. Cuando levantaban casas con los materiales de su mundo eran insuperables; cuando daban varios pasos fronteras afuera parecían una banda de rock avergonzada de serlo o chicos perdidos en una ciudad extraña. Eran geniales haciendo ranchos, y a veces se olvidaban -¡ellos, justamente!- que en el rock los ranchos pueden ser infinitamente más valiosos que los hoteles de lujo o las cabañitas cool. Vistas desde hoy, las máquinas de Último bondi a Finisterre son la muestra más contundente de un viaje que se quiere aventurero y no pasa del turismo, pero que se sobrepone a sus propias impericias por el talento de sus dos cabezas principales (y a esa altura casi únicas). Otra vez: cuanto más pesan las valijas mejor andan los Redondos.

En Momo sampler las máquinas están más integradas, se ocultan mejor a sí mismas, incluso sonando en primer plano. Dicho mal y pronto: no hay nada como “Las increíbles aventuras del Capitán Buscapina” (a propósito: una canción buenísima). Todo el mundo lo sabe: el Indio hizo el disco como animal de estudio, cortando y pegando, casi sin músicos, y Skay se sumó tarde, como un invitado de su propia banda. El destino, sin embargo, juega sus cartas de manera curiosa. En silencio, humildemente, el flaco del sombrero la descosió. La guitarra de Momo sampler es tan extraordinaria como siempre, y puede que más, como si Skay se hubiera ido de paseo dejando una, diez, treinta figuritas más para el álbum de su gloria en el disco gobernado por su ya excompañero. En un punto es lógico (además de cruel): la existencia de los Redondos era pura mueca, como todo en Momo sampler. De ahí que suene tan sincera la inclusión de “Dr. Saturno”, en la que el Indio canta: “No marcho en mi vieja murga / en las calles no me muestro más”.



Una última cosa. Lo que Momo sampler dejó a la vista -la crisis de una pareja de compositores que parecía inmune a las historias del rock más reiteradas- venía ya de Último bondi, y según algunos se remontaba todavía más atrás. Es un hábito social bien arraigado: cuando un matrimonio dice basta todos empiezan a buscar el verdadero final de su historia antes de la separación concreta, cuyo teatro no sería más que el término de una demora. La gente sensata no se cansa de saber cosas que los demás no saben, y siempre hay un cínico que cierra la discusión diciendo que la crisis tiene la misma edad del matrimonio. Para los Redondos -una banda apasionante, irrepetible e independiente de sus propios líderes, tal como sus carreras solistas permiten observar- el final fue poco honroso: las declaraciones cruzadas de Skay y el Indio no los mostraron tan diferentes del circo nefasto de Momo sampler. Queda esta estampa. En los 80 las imágenes con las que el rock intentaba describir el fin de siglo que se aproximaba provenían de historietas, novelas y películas de ciencia ficción; de ahí salían las ciudades sintéticas, el totalitarismo, las naturalezas y las subjetividades arreciadas de tantos discos, tapas y canciones. Con el año 2000 clavado en el almanaque de la heladera el glamour negro de las distopías no corría más. Los Redondos lo vieron claro: el desastre era tan banal como una fiesta chota, y tan absoluto que todos -incluso sus censores- estábamos invitados.

 ***

Coda. Las cosas cambian, se retuercen y confunden. A comienzos de los 80 Charly cantaba que la alegría no era solo brasilera, y nos invitaba a mover los pies de una vez por todas, después de tanto ensimismamiento y tanta censura rocker. En 2000 el personaje de “Morta punto com” quiere más japinés, como quien quiere más minas, más dinero o más merca. Hay toda una historia del estado de ánimo para contar entre estos puntos: del vitalismo de García al comercio de la felicidad de Solari, del anuncio de los nuevos tiempos democráticos al cierre de un periodo negro, en el que la libertad terminó por tener como metáforas el control remoto y la góndola del súper. Solari y García no se quisieron nunca, pero en un tiempo fueron espíritus afines, inclinados los dos a la sátira, preocupados por la fortaleza anímica, estupendos letristas. Y también está Adrián Dárgelos. Un año después de Momo sampler los Babasonicos pedían que los invitaran a entrar en la misma fiesta de farsantes que los Redondos cuestionaban, y comenzaban a trazar su propio mapa: un Oktubre en episodios, repartido en tres discos, no tan agudo ni tan grave, pero con objetivos parecidos: testear el lugar del rock en un mundo que quería rock. Desde hoy, las imágenes de ese cambio de milenio se ven realmente raras. Solari mira el circo desde afuera y termina metido bien adentro. Dárgelos pide que lo dejen entrar y por eso aparece todavía con un pie o un dedo afuera. El carnaval mezcla todo y pone el mundo de cabeza. Momo sampler es el último disco de pop del siglo XX. Jessico el primer disco de rock del siglo XXI.


[El título alude a las mismísimas Notas sobre el rock argentino en democracia que el autor publicara en la Revista La Otra, las cuales recomendamos fervientemente]

viernes, 4 de diciembre de 2015

Vale la pena la leyenda del futuro


Por Federico Anzardi
Periodista

Quedó en el imaginario que Los Redondos no tenían nada que ver con su público. No fue tan así. Durante los 23 años que duró la banda, los músicos y “la gente” se encontraron y se alejaron, como esas relaciones enfermizas repletas de peleas y reconciliaciones constantes.

En los primeros años, a partir de 1978, mientras Patricio perdía la forma humana y Los Redondos buscaban su camino, el público estaba conformado por amigos de los músicos, amigos de amigos, periodistas avispados y quienes se sentían atraídos por una propuesta diferente para la época: teatro, monólogos y un rock distinto al que se podía encontrar en los circuitos más conocidos de la época. Como escribió Alfredo Rosso en una Rolling Stone de 1999, era “una amalgama ecléctica de la clase media porteña y bonaerense de los años 70” que en esos espectáculos encontraba “todo aquello que faltaba en la negra noche del proceso: sexo, humor, alegría, reflexión”. Además, el Indio, Skay, Poli y el resto de la banda eran lo suficientemente jóvenes como para tener la misma edad que sus seguidores. Todo eso los acercaba.

Cuando el tramo musical quedó afianzado y el costado teatral mantenía un protagonismo que completaba el espectáculo, se dio el segundo acercamiento profundo. Eran los años del fin de la dictadura, la Guerra de Malvinas y el inicio de un nuevo período democrático. El público de esa etapa era mayor en número pero de la misma generación, por lo que manejaba los códigos de los comienzos y también podía, como decía “Pura suerte”, emborrachar el ritmo del maldito rock que Patricio Rey realizaba cada vez con mayor precisión. De esos años son canciones emblemáticas como “Qué mal celo”, “Nene Nena”, “Un tal Brigitte Bardot”, “Mariposa Pontiac”, “Superlógico” y otras.

A mediados de los ochenta, Patricio Rey empezó a editar discos y decantó en un evento musical novedoso desde el contenido pero convencional en la propuesta. El aspecto teatral llegaba a su fin y todo quedaba reducido a la banda tocando. El romance músicos/público se mantuvo dentro de las paredes de los recintos que los albergaban, pero ya no era un tesoro exclusivo para entendidos. Fue el momento en que surgió la primera generación de la corriente exiliada autodenominada “Ricoteros de verdad”, que continúa hasta nuestros días y se caracteriza por asegurar que todo tiempo pasado fue mejor, lo que genera la particularidad de tener miembros que repudian a los que se incorporan a sus propias filas.

En una entrevista publicada en 1988 en la revista Humor, Gloria Guerrero le preguntó al Indio si era verdad que unos pibes habían viajado desde Buenos Aires hasta Córdoba para poder asistir a uno de sus conciertos. Solari dijo que sí y agregó que era mejor eso a que se chorearan una moto de puro aburridos. Se venía algo distinto.

Con un nuevo cambio de etapa y de público, Los Redondos se transformaron en la mejor banda de rock. Probablemente, el momento más alto haya sido el período 87-91, donde el clima de resistencia antidictadura le había dado lugar al sudoroso under. Las pruebas están en los audios piratas. El ejemplo perfecto puede ser el recital que dieron en Laskina, un diminuto pub uruguayo, en 1989. Esa noche, el grupo se agrandó en un escenario mínimo. Se adaptó al lugar y se volvió lo más grande que había, porque ocupaba todos los espacios. La lista de temas no deja dudas: “Unos pocos peligros sensatos”, “Vamos las bandas”, “Masacre en el puticlub”, “Divina TV Führer”, “La parabellum del buen psicópata”, “Héroe del whisky”, “Ella debe estar tan linda”, “Nadie es perfecto”, “Maldición va a ser un día hermoso”, “Blues del noticiero”, ”Rock para los dientes”, “Aquella solitaria vaca cubana”, “Jijiji”, “Ya nadie va a escuchar tu remera”, “Mariposa Pontiac”, “El gordo tramposo”, “Un tal Brigitte Bardot”, “Yo no me caí del cielo”, “Ñam fri frufi fali fru”. Palo y a la recontra bolsa. La banda sonaba ajustada y el público mantenía bien alto el termómetro.



La década del noventa encontró al grupo en dos realidades paralelas: la de los estadios y la de los escenarios parecidos a los de antaño. Patricio Rey llenaba las canchas de Huracán y Colón y también hacía shows en San Carlos Centro, un pueblo que doblaba su población con cada concierto; y en Concordia, en un viejo galpón portuario que había sido reciclado como discoteca. Los cultores del buen gusto que captaban las referencias a Perrault ya no eran los ejemplos del ricotero promedio. Se habían pasado a la clandestinidad. Lo importante era el sentimiento que no se podía parar ni explicar. Surgían los cantos de cancha, el escabio en la previa, el viaje, el asado y el aguante.

Mientras más popular se hacía Patricio Rey, mayor parecía la distancia con el público. Se trataba de un alejamiento generacional (los músicos ya tenían cincuenta), y también marcado por los medios, que empezaban a hacerse eco del fenómeno. A mediados de los noventa, la revista Viva, de Clarín, publicó una de las primeras notas que reflejaba la novedad: el artículo abría con una foto a doble página donde se veía a la banda en pleno show, cubierta por el humo de bengalas y una marea humana que estaba quieta en la imagen pero, se notaba, no paraba de moverse. De eso hablaba el artículo: mostraba el éxodo ricotero, la fidelidad que crecía sin parar.

El Indio, además, se revelaba como un sibarita que contrastaba notablemente con su público de esos años. En los noventa, los ricoteros eran estigmatizados por los medios y los sectores más conservadores. Se los señalaba como vagos, vándalos amigos de lo ajeno, satánicos (!), drogadependientes. El líder de misteriosa vida, en cambio, era otra cosa.

Pero antes de que esos roles se definieran del todo, Solari dio la cara, en lo que fue uno de los dos momentos de acercamiento que en esos años Los Redondos tuvieron con su público. En la conferencia de prensa que brindó el grupo en 1997, tras la suspensión de los shows en Olavarría, el Indio dijo que los corazones de esos chicos de doce años no tenían maldad. Lo cierto es que sus seguidores tenían más de doce y asustaban a una sociedad argentina que veía todo por Crónica TV. A pesar de que los que causaban disturbios eran siempre un porcentaje menor, el peso caía sobre todos.

El otro momento de comunión sucedió en 1996, cuando el grupo sacó Luzbelito. El tema “Juguetes perdidos” hablaba de la gente que copaba cada vez más los esporádicos recitales del grupo. Sin explicitarlo, el Indio hacía referencia a los trapos y a las bengalas, era la oda al rock chabón, explicaba el sentimiento.

Desde Olavarría, la distancia se agrandó. Los de abajo eran los desangelados y el de arriba el rockero fóbico superculto que vivía con una escopeta, rodeado de perros. Mientras todo el rock argentino de esos años apoyaba la línea de igualdad con sus seguidores, Los Redondos se mantenían alejados de eso, se mostraban diferentes y más que considerarse pares, aconsejaban. “Tengan cuidado”, decía el Indio antes de despedirse en cada recital, sabiendo que la Policía esperaba afuera.

“Juguetes perdidos” fue casi un tropiezo en una carrera en la que el motor nunca fue la demagogia. Los Redondos no hacían lo que la gente quería, eran los seguidores del grupo los que se acoplaban a la propuesta. Por eso, durante dos décadas, hubo quienes se subieron y se bajaron del viaje. En la etapa final, en cambio, surgieron fanáticos que idealizaron un momento (el período  94-99) y todavía intentan reproducirlo con los viajes, la comunión ricotera, lo que hoy Lollapalooza llama “la experiencia”.



En Último bondi a Finisterre y Momo sampler, el Indio y Skay proponían evolucionar, cambiar en el sentido antimacrista de la palabra. Se acercaban a Prodigy y a Massive Attack y reivindicaban al sampler como herramienta fundamental de la época para alimentar la creatividad desde un lugar ya transitado. La entrevista que la banda le dio a Rolling Stone en diciembre de 2000 terminaba con una frase del Indio que era ejemplo de lo que proponían y buscaban: “Ojalá llegue un cambio pronto que lo conmueva todo”.

En el libro que acompañaba a Último bondi... se incluía el Test para el colono virtual. Sus opciones eran las siguientes:
-No mutar
-Mutar cuando sólo es nuevo lo que hemos olvidado
-Mutar si Dios es digital
-Mutar si se piensa que el nuevo Dios nos va a salir mejor
-Mutar porque nos gusta el bondi a Finisterre y porque vale la pena la leyenda del futuro

Mientras tanto, el público ricotero mutaba en una ola masiva de conservadores que veían en ciertas modificaciones del sonido una traición a la causa. Muchos sentían eso que Pappo le dijo a DJ Deró. Coquetear con la electrónica estaba mal para el ricotero de esos años, que se pasaba por las pelotas el Test para el colono virtual, salvo la primera opción, y con sus dudas sobre los dos últimos discos creaba un murmullo generalizado que nunca se alzaba demasiado pero que se percibía claramente en charlas que no respondían a ninguna sapiencia, sólo era la opinión generalizada de la época. De hecho, la crítica, en general, se sorprendía y celebraba las innovaciones. Pero para la ortodoxia ricotera, la experiencia consistía en perseguir a una banda y ser guardianes de una idea que cuidaban con recelo. Sentían la necesidad de escuchar “La bestia pop” en el bar después de las cuatro y media de la mañana. Volver a las fuentes, siempre.

Es extraño el comportamiento conservador en el ambiente del rock. No porque no sobren ejemplos, sino porque se supone que el mensaje implícito de la cultura rock (ese término tan Solari) es el contrario: ahí están los Beatles cambiando, Spinetta diciendo mañana es mejor. Pero, quizás motivados por algo de la lírica a veces melancólica del Indio (“no tengo dónde ir”, “el futuro llegó”) y el aferrarse a algo que sentían como propio, los ricoteros más talibanes tenían un comportamiento cerrado, como si les diera miedo el cambio y la posibilidad de perderlo todo.

El ricotero promedio actual, el cliché, es el que va a ver al cantante. Los seguidores de Skay tienen un poco la actitud “Ricoteros de verdad”. Los que siguen a Solari son señalados como simples consumidores de la experiencia que remite a los noventa. Son como los protagonistas de la nueva Star Wars, que le preguntan a Han Solo sobre las leyendas de antaño y él les dice que sí, que todo fue verdad.

Luca Prodan, arriba del escenario de Cemento, una noche de mayo de 1987, dijo algo parecido cuando decidió subir a improvisar en “Criminal Mambo”. Pero en ese momento en el que todo estaba sucediendo, lo dijo en presente, y en inglés: “Everything is true”.

Hace dos años, sentado en su casa, tomando mates cebados desde una pava eléctrica y fumando un cigarrillo tras otro, Skay Beilinson dijo que si Patricio Rey fue algo, fue verdad. Que no fue una ficción, no fue un invento, fue verdad. Y que eso lo hizo grande.

Hoy, el Indio ya se anima a tocar canciones de Último bondi a Finisterre y de Momo sampler. El público ricotero conserva los ritos pero está más abierto que nunca. De a poco fue aceptando las otras opciones del Test. Y Patricio Rey continúa, desde algún lugar, marcando el camino a seguir.



jueves, 19 de noviembre de 2015

Para ir: Festival Prueba de Sonido












El viernes 20 de noviembre a las 23 horas tendrá lugar la primera edición del Festival Prueba de Sonido, programa radial que se emite los sábados a las 21 horas por Radiolexia y del cual tengo el gusto de formar parte.

Llevamos meses organizando esta fecha y estamos muy contentos de inaugurar el festival con estas cuatro bandas: Las Armas Bs. As., que estrena en Capital su álbum debut Vol. I; Surfing Maradonas, que continúa presentando su segundo disco Holocausto alienígena; The Hojas Secas con el flamante Vuelvo de madrugada bajo el brazo; y El Perrodiablo, que no presenta más que su bestialidad de siempre, a un año de la edición de Cacería.

Además, el festival contará con la participación de artistas visuales, stands de los sellos discográficos que acompañan a las bandas y feria de fanzines y cómics. Habrá exhibición de cortos, muestras fotográficas y proyecciones audiovisuales. Anoten, por allí andarán los amigos de Buscapleitos, Davy Jones SerigrafíaEdiciones Noviembre y Muere Monstruo Muere.

Con fe, con trabajo, con esperanza y con rock and roll. Intentamos hacerlo de otra manera, de verdad, pero no nos sale.

*Fesitval Prueba de Sonido. Viernes 20 de noviembre, 23 horas.
El Emergente Almagro (Francisco Acuña de Figueroa 1030, CABA).
Más data en el evento de Facebook

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Momo (y todo lo demás) por ellos


Antes de escribir una sola palabra sobre Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota me pareció interesante rastrear los propios dichos de la banda cuando Momo sampler vio la luz. Dentro de mi escueto archivo de revistas hay algunos números de la extinta revista La García, aquella apuesta rocanrolera que fue una insignia del aguante de fines de los '90 y rendía culto a la igualación público-músicos propia de esos días (en realidad, una idea inherente a la cultura rock que, como cualquier otra, no existiría sin la gente adentro. Otro día discutimos las formas). Buena parte del staff de La García fue luego (sigue siendo, en parte) el de la Revista Barcelona, lo cual habla muy bien de los autores y sirve para reflexionar cómo ciertas cosas se mudaron del rock a la política. En fin, recuerdo que no pasaban más de cinco números de La García sin que hubiera cobertura de shows o entrevista con, quizá, los máximos referentes rockeros de aquella época y de todas: Charly García en su etapa Say No More y los Redondos.

Momo sampler fue editado el 17 de noviembre de 2000. En enero de 2001, antes del desastre social y la separación de la banda, nunca formalizada pero concretada ese mismo año, la revista publicó una nota completísima, al hueso, con Carlos Solari, Eduardo Beilinson y Carmen Castro. El Indio, Skay y Poli, bah. Puede que sea la mejor entrevista a ellos que haya leído alguna vez: fue tan jugosa que los tipos decidieron publicar una segunda parte  al número siguiente porque les había quedado hilo en el carretel. Buena parte de lo que se cuenta es revelador de aquel momento y de todo lo que vendría luego.

No voy a inventar nada pero leer al Indio es un ejercicio siempre placentero; su mirada sobre ciertos tópicos en la realidad de 2000 es profética. Sus dichos sobre el Grupo Clarín y la situación asfixiante de los primeros días del milenio se resignifican tanto como lo que a la banda y a Momo refiere: el método de composición con Skay -que desde su mutismo parece asentir lo que Solari dice aquí y repetiría hasta el cansancio después- y el archivo fílmico del grupo, que luego sería motivo de... bueno, ustedes ya saben.

Quince años atrás, algo se olía.

LA BANDA... SON DOS

INDIO: El álbum está hecho con Skay y el equipo Luzbola: Eduardo [Herrera] que es el ingeniero y Hernán [Aramberri] que trabajó mucho porque es el más diestro con respecto a la parte midi. Yo manejo las máquinas pero con cierto rubatto y cuando estás queriendo pintar necesitás la destreza y también las opiniones. Supongo que se parece un poco a la dirección de una película, que hay un director de fotografía que te dice “mirá, la luz que vos querés no da, suspendemos”, “seguimos”... Y después, intentamos grabar con los músicos. Prácticamente los músicos no participaron a no ser por un solo de saxo y un calefonazo en “Pool, averna y papusa”.
SKAY: Hay algunos bajos más, que tocó Semilla [Bucciarelli] y quedaron...”.

Contaron que Semilla grabó algunas cosas, hay algo de Sergio, ¿y la batería?
INDIO: La batería la volvió a tocar toda Hernán. Primero tomamos muestras de distintos lados, de algunas baterías que había compuesto yo. Pero todo midi, todo una cadorcha. Eso, por un lado, porque queríamos darle una unidad de contexto humano, y por otro lado, una vez que se armó toda la estructura rítmica, se reemplazaron cada uno de los módulos vueltos a tocar, y se volvieron a tomar muestras, y se volvió a trabajar como muestra...

¿Loopeada?
INDIO: Muestra. A veces loopeada, y a veces no. Los platos, por ejemplo, están tocados en tiempo real. Hay cosas hechas para darle naturalidad. Las escobillas están tocadas en tiempo real. Hernán trabajó bastante. Lo que pasa es que la comodidad de trabajar con Hernán es que estaba en el estudio. Que viniera Walter [Sidotti] para tocar una timbaleta, una cosita, estando ahí Hernán, no tenía mucho gollete.

¿Cómo fue la relación con los otros integrantes de Los Redondos cuando supieron cómo iba a ser este disco?
INDIO: Pasó que fueron a grabar, y la tecnología escapa, expulsa un poco las cosas. Se hacía muy difícil.
SKAY: Semilla grabó todos los bajos, con distintos equipos...
INDIO: Y no andaban...
SKAY: ...probando distintos equipos. Y el quilombo era el sonido: cómo conciliar sonidos que, por ahí, tenían una gran profundidad, probamos de mil maneras y no rendía.
INDIO: Se lo morfaban los loops.
SKAY: Los bajos que tocó Semilla quedaron en algunos lugares donde sí había mas espacio, donde no competía. Pero en los otros lugares, donde estaba muy cargado de instrumentos, ahí hay bajos de chapa, o sintetizados.
INDIO: De cualquier manera ustedes preguntaban cómo lo tomaron. Yo supongo que lo tiene que tomar bien.
POLI: Uno cambia de dogmas...
INDIO: Claro, continuamente. Hay muchas cosas que yo tocaba en otro momento, y cuando íbamos al estudio las tocaba Sergio [Dawi]. Pero que estando ahí, en casa, las toco yo.
SKAY: Y teniendo la posibilidad de volver a grabar...
INDIO: Hacés una muestra y la repetís todas las veces que querés. Es ridículo. Cuando tenés un plan de trabajar con música de edición, llega un momento en que la epopeya de la grabación en directo se justifica sólo si tenés ganas de hacerlo. Hoy no es lo mismo que en los años 70, donde las emulaciones eran muy berretas, donde había síntesis de sonidos. Y un sampler es una muestra de sonido natural. Vos tenés a tu merced un tipo que toca la balalaika en otro lado, una librería de un tipo que toca otro instrumento... Y después tenés que componer y reemplazás el sonido de la chapa por el sonido de bajo, por ejemplo. Entonces, si tenés ganas de decir “un, dos, tres, pum...”, llamás a los músicos. Pero si, por otro motivo, por el concepto, tenés ganas de generar esta idea de música de edición en contexto humano, utilizás otro sistema.
En realidad, lo que uno hace siempre es darle un sentido a los ruidos. Y es como una escenografía que hay por detrás de las guitarras y de la voz. Es como la escenografía del drama musical que se va haciendo y después actuamos: el que canta la lírica, el que toca los solos en la guitarra, el solo de otro. Pero la escenografía musical puede estar dada por otros músicos o, por ejemplo en este caso, por muchas muestras, y trabajos que hemos hecho nosotros. Este es un proyecto que, inclusive, se intentó hacer de otra manera en algunos temas, y no prosperó, se puso muy difícil. Se podría haber hecho pero tendríamos que haber invertido mucho más tiempo: si tenés que agarrar el bajo y volver a trabajar ese sonido hasta distorsionarlo, ya no sólo tenés que encontrar un buen lugar en la sala, microfonearlo bien, sino que después tener que estar hasta encontrarle un lugar al sonido, algo que esté vinculado al escenario del sonido que estás generando. Esta idea empezó en el álbum anterior y que tiene que ver con que si uno está jugando a ser algún tipo de espejo, como artista, de lo que pasa, hoy no podés no incluir los sonidos electrónicos. Si querés hacer un drama musical de esta época, un poco de quilombito que vaya más allá de la guitarra, el bajo y la batería tenés que hacer.

Indio en el estudio.

CÓMO COMPONÍAN

Esta idea de la emulación relacionada con el sampler y a la vez con el Momo, ¿cerró después de grabar o existía desde antes?
INDIO: Siempre es muy difícil explicar cómo nacen las cosas, porque nacen, primero, de una manera que tiene que ver con toda la musicalidad que tiene Skay y que tengo yo. Todavía, ahí, no hay ningún concepto ni ninguna letra, ni una mierda. (...) Hace tres álbumes que estamos componiendo por separado y después nos juntamos. Originalmente él está tocando la viola, y grabando partes de violas y momentos musicales. Por otro lado, yo estoy generando estructuras de canciones con samplers, me hacía cargar muestras en los pad de un sampler cualquiera y con eso componía la estructura, los sonidos que me interesaban. (…) Y después sí, esa es una especie de marea que tenemos alrededor de los dos, que es independiente. Hay canciones que empiezan con una idea de Skay, pero del paquete más grande yo genero la melodía cantada y las letras, las texturas y las armonías del tipo de melancolía... o del tipo de oscuridad (risas)...
(…) Ni bien aparecen las canciones, tanto en el caso de las que van quedando como las que más nos gustan, yo le paso un montón de ideas a Skay, él selecciona las que le gustan y también las que tienen que ver con cosas en las que él ya tiene dominio para hacer las codas, para hacer los intermezzos.
SKAY: Tiene que ver con las cosas más estimulantes y también las que son más diferentes unas de otras. De todo el paquete de ideas que él me da, por ahí hay muchos temas que tienen el mismo clima, la misma intención. Entonces, tratás de diferenciar un poco, elegís los climas más distintos. Y después empieza todo el otro laburo. Yo escucho las ideas del Indio un par de veces, las saco, y no escucho más el sonido, empiezo a jugar con lo que me van sugiriendo. Y no hay sonido, no hay nada. Después empieza la otra confrontación cuando, para mí el tema se disparó para un lado y empezamos a conversar, a ver qué cosas entran a tener un sentido...
INDIO: Porque se sigue modificando todo. Y a partir de ahí ya empieza el laburo. A partir de ahí ya hay una demo. Previo a grabar, nos reunimos en el mismo estudio nosotros dos, sin los técnicos, con las grabadoras digitales, a hacer las demos. Y una vez que ya se armó, a partir de ahí es entrar a mejorar la calidad. Yo siempre doy un ejemplo que es pintar: primero arrancás haciendo un bosquejo con una carbonilla, que todavía es una especie de visión primordial. Pero cuando ves el cuadro terminado, entre el bosquejo original y el final, hay personajes que los tapaste todos porque no prosperaron y pusiste otros... Esto es lo mismo: arrancás y generás una estructura que es el primer boceto, que en nuestro caso ya tiene las tensiones, los claroscuros ya están determinados”.

TÍTULO Y REALIDAD

¿Cómo surgió lo del título, lo del Momo Sampler?
INDIO: En un momento aparece la idea. Me gustaba un poco por esto que pasaba en los reportajes, también, copiar el método de trabajo de la edición, que me parecía bueno para crear un monstruo, para que aparezca otra cosa y no lo que debe ser. Y, por otro lado, porque veía que con el carnaval, y esa cosa de travestismo, de farsa, de gente disfrazada de gente, de lo que no es, la única diferencia que había con lo que estaba pasando en la vida cotidiana de todos, era que el carnaval es un episodio cíclico, y que el carnaval que vivimos ahora es permanente, que no hay ninguna cuaresma, ningún ascetismo posterior, no pasa nada que modifique el estado de locura, de travestismo de disfraces, de máscaras, de antifaces donde, inclusive-y esto los excluye por libertad que tienen ustedes de trabajar en una cosa que no está circunscripta a la política- el bastión de la relación entre las personas, que es el periodismo, hoy también da pena, por los intereses de las corporaciones que están encima, de las líneas editoriales. O ves la televisión, que es el mediador que ha reemplazado al resto de los territorios de encuentro entre la gente, y ves los programas periodísticos y son de terror.
(…) Si el artista que va a tocar hoy no es del Grupo Clarín, es del otro, en el noticiero no aparece o le tiran algún mierdeo, y si es al revés, Natalia Oreiro es el peor número que hay en la Tierra. Entonces ya no hay ningún criterio de verdad funcionando ahí, sino que hay un montón de intereses que tienen como mascarón de proa un medio para que la línea editorial represente las conveniencias de la Fundación de la Corporación del capital que está atrás metida. Todo superorganismo está atomizado, somos distintas personas, y siempre hubo mediadores o territorios de encuentro. Y el territorio de encuentro que es el rock también está atomizado, porque está el punk-metal, el pendorchopop, el qué sé yo, hay como una atomización muy loca que si fuera un episodio cíclico está bien. Nosotros venimos de generaciones donde las marchas eran cosas de todos los días, pero había como un brillo en los ojos, la gente creía algo, aunque sea en una ideología. Y digo aunque sea en una ideología porque nosotros somos de mudar de dogmas permanentemente.
Cuando uno habla de la cultura rock, habla de un evento histórico donde, en el caso nuestro, no tuvimos ni tenemos una militancia por algún género en particular. Creo que en cada momento se hicieron cosas buenas y fue importante para la cultura. No somos mucho de una ideología, y convencer a todo el mundo y “vamos con esta bandera”, porque esas cosas cambian de acuerdo al momento histórico, al nodo en el que estás metido, a la encrucijada a la que te fuiste a parar. Lo que veo yo hoy es que los ojos de los piqueteros no son ojos vinculados con una creencia, sino con el desamparo. No ves un brillo que dice “vamos a tomar la Casa Blanca con maúseres”, una cosa del pasado, pero que por lo menos daba un brillo en los ojos. Hoy están ahí como diciendo “bueno, estamos haciendo este quilombo para ver si alguien, Dios, miranos, alguien...”.

¿Y cómo empieza la relación específica con el carnaval? Tanto con los ritmos musicales, como con la tradición, la cultura...
INDIO: Cuando uno elige un concepto, quiere elegir siempre algún condimento. Yo voy a los carnavales de Uruguay que son los que más me gustan, y que cada vez son más difíciles de encontrar, hay que irse al Club Albatros, a la concha de la lora, porque en el Teatro de Verano hay una cosa más televisiva ya. Lo que me pasa con el carnaval se parece lo que me pasó antes con el circo. Cuando yo era pibe, el circo era una cosa con una estética propia, el hombre bala, las fieras... Y de pronto, con la aparición de la televisión, a la gente empieza a gustarle que haya bailarinas con coreografías... Con el carnaval pasa lo mismo, hay una invasión de la estética televisiva, y con mucho éxito, se llena mucho más el Teatro de Verano, van turistas de todos lados. En cambio, vas al Club Sporting, y es la gente del barrio, hay choripanes, copos de nieve, entre grupo y grupo, hay bingos, ¡es muy bueno! Cuando vas a ver a Araca la Cana o a Falta y Resto al Club Sporting, te encontrás con tipos de tu edad cantando a voz en cuello, apasionados, las letras de los tipos, y ahí si pasa que los discursos de la murga, de alguna manera, señalan las cagadas que se mandan desde el poder. De todos modos a nosotros no se nos ocurre pretender hacer murga, ni ritmos de ellos. Está muy en boga, pero nosotros no somos cultores de nada, ni de la cultura rock. En nuestros álbumes hacemos un par de rocanroles, pero el resto, desde siempre, es otra cosa. Porque el rock es un evento transcultural. Yo no tengo la esencia de los bluseros negros, y lo mismo que me pasa acá con el folclore, a mí el folclore de salón no me gusta. Me gusta lo que hace Leda Valladares, pero el chirarararaiii (imita algo tipo Chalchaleros), es un embole, nunca me dijo nada. Lo mismo pasa con el disco, hubiera sido ridículo que uno quiera hacer murga. Aquel que lo quiera hacer que lo haga. Sí hemos incluido mucho tambor batiente. En la gráfica hay algunos personajes de la comedia del arte mezclados, por supuesto, porque es un carnaval al uso Patricio Rey (risas).

Skay grabando bajos de Momo sampler.
TRINIDAD

INDIO: En la lírica se pone medio difícil representar algo más que lo íntimo. Yo sé que estoy confirmado por el hecho de que la gente que yo respeto y quiero todavía está conforme con lo que yo haga al respecto.

Vos decías que de alguna manera escribís “como escribimos...”
INDIO: ¿Sabés por qué? Hay un lugar que yo capitalizo para nosotros, y ahí la incluyo a Poli. No hablamos del evento estrictamente musical, porque cuando nosotros tres decidimos que algo va, es porque nos representa a los tres. Ahí ya no hay roles. Es como cuando Poli discute con alguien. No es que yo estoy en una nube de pedos e ignoro lo que pasa. A partir de ahí es como si fuéramos tres directores de algo, somos dueños de todo lo que pasa en el producto o la obra. Ahí la autoría es una cosa que escapa. ¿Quién es el autor de algo que se confirma cuando lo decidimos los tres?

Por eso lo del autorretrato...
INDIO: Una cosa es el consentimiento de cómo se pinta la lírica, y otra cosa es si con lo que escribo estoy representando lo que le pasa a Skay.

BENDITO ARCHIVO

Poli, ¿tenés un archivo?
POLI: Vamos guardando las notas y Skay las recorta y tira el resto.
SKAY: Tengo todos los casetes de todos los recitales que hemos hecho. Quizá me falte uno o dos, pero nunca los escuché...
INDIO: Tal vez cuando estemos viejitos... (risas).
POLI: Más adelante, ya vas a tener tiempo... Si no lo agarra la laucha...
INDIO: Sí, si no me corre la laucha en la cabeza. Cuando ya esté arteriosclerótico, cuando piense “¿quién es este pelado que está acá?” (con voz de viejito). Lo que estoy haciendo es tratar de sacarle un poco la tierra antes, porque si no trasladás la tierra, también, al nuevo lugar. Entonces primero le pego una leída y hago una especie de selección, lo guardo cuando el artículo tiene una especie de extensión o profundidad. Cuando veo que es la típica nota...

Hablando de cosas de archivo, el hermano de Skay hacía filmaciones. En una entrevista que editaron con un libro, en un compacto...
INDIO: Esa es otra cadorcha del amigo [Tom] Lupo (Poli se ríe). Lo que pasa es que los amigos quieren dinero. Yo lo tengo porque me lo mandaron, y es, como una especie de disparate. Más que nada es la rimbombancia que le da Tom Lupo a lo que vamos a decir y después es una pavada. Es toda una noche en la casa de Tom, no me acuerdo ni en qué condiciones estábamos (risas).

Pero podés suponerlo (risas)
INDIO: Empieza hablando y le da como una importancia, una significación a lo que voy a decir. Y después escuchás y decís...

Una de las cosas más interesantes, al escucharlo, es cuando contás que hay una filmación en super 8, del primer viaje...
INDIO: ...a Salta. Sí, sí, sí.

¿Esa filmación existe?
INDIO: La tiene el hermano de Skay.
POLI: ¡No lo digas, qué lo van a ir a buscar, lo van a matar! (risas).

¿Y qué les pasa cuándo ven algo de ésa época?
INDIO: Yo hace rato que no veo. Pero lo tengo grabado porque lo filmábamos, y lo editábamos nosotros, y es la gira a Salta que era... (risas) bueno, en esa éramos todos presidiarios, todo el bondi eran presidiarios. Y era todo un delirio, de movida, porque justo era una banda como nosotros en un lugar de los más conservadores que había. Todavía debe ser, hace mucho que no voy a Salta, pero en ésa época no sabes lo que era. Esa filmación es inenarrable, es maravillosa. Yo dos por tres le quiero pedir al Negro, porque hemos hecho varias cosas juntos.
SKAY: Es más, el origen de Los Redondos es haciendo la música para una película que había hecho: Ciclo de cielo sobre viento. Empezamos a hacer la música, y de ahí terminamos siendo...
INDIO: Muchas cosas han pasado. De pronto, había un plan para conseguir dinero para comprar máquinas. Porque siempre hubo una idea de independencia. La plata fue siempre para la independencia.
SKAY: Sobre todo porque no había otra manera.
INDIO: Y en el tiempo de estructurar todo eso fue creciendo la banda.

¿Habrá forma de mostrar eso o no les interesa?
INDIO: Mirá, a mí me interesaría, de movida, tenerlo.
SKAY: Mi hermano está en este otro viaje. Le hemos pedido, pero él tiene otros tiempos...
INDIO: Aparte de eso, hay películas donde trabajamos nosotros, trabaja Skay. Aunque sea para verse uno, joven. Decía que en Ciclo de cielo sobre viento yo aparezco con una escopeta... (carcajadas, aplausos). Como un francotirador, por una ventana, con un maúser... (risas).
SKAY: O aparece esa foto que nos habíamos sacado en Santa Fe, ¿te acordás? Una que estamos todos con las escopetas. (risas)
INDIO: A mí me gustaría tener copias, porque también me da miedo. Yo sé que él ya las cambió de formato.
SKAY: Yo le dije a Guillermo, y quedamos en que las iba a hacer...
INDIO: Y tengo la copia de una, de Celos, en Super 8. Incluive, la banda de sonido empieza a estar pegada al celuloide como en la mitad.
SKAY: De la gira a Salta pasa lo mismo, de la música ya no quedó nada...

¿Qué música era?
SKAY: Lo que tocábamos nosotros.
INDIO: Sí, qué sé yo, “Maldición...”, “Blues de la libertad”...
POLI: “Toma luz de mi estera”...
INDIO: ¿“Toma luz de mi estera”? ¡Ah sí!, lo hacíamos. Nada más que más rockeado. No tan country.

Ese tema no está en ningún disco.
INDIO: Hay montones de cosas. Lo que pasa es que uno siempre quiere hacer lo último que se le ocurrió. Si vamos a ir a buscar...somos jovatos, ya. Las cosas que estoy descubriendo ahora, cintas donde canta Poli, canta [ClaudioKleiman (risas), yo toco un balde de plástico, y canto. Y hacemos coros y canta Poli. Hay una versión -mirá lo que les voy a decir, total nunca la escucharán-, de “Mejor no hablar de ciertas cosas”, hecha por nosotros tres, que es otra cosa, no tiene nada que ver con la versión que se conoce.

¿Por qué nunca la vamos a escuchar? (más que una pregunta es una súplica).
SKAY: Bueno, en algún momento, por ahí...

15 AÑOS: INDIO LEE INDIO

¿Te interesa ver lo que decías hace quince años?
INDIO: A veces lo leo, y me sorprendo a mí mismo. Veo que hay una especie de coherencia que uno niega (risas). O sea que no tenemos dogma, y veo cosas que decía hace muchos años...

Justamente, eso de “no tenemos dogma”, se viene repitiendo en los reportajes...
INDIO: Bueno, no tener dogma es un dogma...


[Ambas partes de la nota de La García pueden leerse en Mundo redondo]

martes, 17 de noviembre de 2015

De regreso a Momo: a 15 años del último disco de los Redondos

Hace unos meses recordé, casi sin querer, que se cumplían quince años del adiós discográfico de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, quizá la banda más trascendental en la historia del rock argentino (esta sentencia excede por escándalo lo musical, que siempre es discutible). Poco revisitado en estas páginas, el grupo es -sigue siendo- paradigma de la independencia dentro de la música local, dueño de una estética y un sonido que marcó a fuego a descendientes y dividió aguas entre contemporáneos. Algo es innegable: la música de los Redondos contiene un código de fiereza que ni siquiera las FM de rock nacional han logrado desgastar. No es apta para todo público, aunque su extraordinaria masividad diga todo lo contrario.

La herencia que dejaron es de una inabarcabilidad tal que encuentra ejemplos insólitos en algunos sucesos recientes: novedades que van desde la edición de Fuimos reyes, libro de Mariano del Mazo y Pablo Perantuono al cual el mismísimo Indio Solari describió como “la historia de los Beatles contada por Pete Best”; hasta una apasionada revisión de “Jijiji” a voz en cuello de Tarja Turunen, la cantante finlandesa de heavy metal sinfónico que reside en Argentina de un tiempo a esta parte. Es decir: aún hoy, el mito y la obra (¿escindibles?) generan revuelta, sea en la pluma de un periodista denostado públicamente por Solari (“es un pelotudo”, dijo hace no demasiado tiempo de Del Mazo) o en la garganta de una cantante nacida a miles de kilómetros del fenómeno. El libro se vende como pan caliente, el público metalero no duda en traducir “Jijiji” = pogo encendido. Y saltan.

Ahora bien, ¿cuánta gente escuchó con atención Momo sampler, el último disco de estudio del grupo, que exactamente hoy cumple 15 años de vida? Aquel rostro grisáceo de tonalidad y mueca no ha sido observado como el eslabón perdido que es, entre el final y los nuevos principios: las carreras solistas de la dupla Beilinson-Solari; el fervor popular ante el rocanrol y la distancia contemplativa de un público que hasta Último bondi a Finisterre solía encontrar de dónde agarrarse, “misas” al margen. También, claro, entre el ocaso de una era política y social que dejaría heridas profundas y explotaría meses después; y lo que vino... Esto es más evidente cuando se leen las palabras del Indio en las notas de la época: sus dichos son casi clarividentes y su posición respecto del kirchnerismo resulta lógica al leerlos.

En La música es del aire intentaremos desgranar el influjo de aquel disco denso, junto a algunos amigos que nos prestan su talento. ¿Queda algo por decir de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota? Haremos la prueba.

jueves, 12 de noviembre de 2015

Gonzalo Gamallo siempre dice la verdad

Ballotage de Gonzalo Gamallo en La música es del aire. O bien, secuela de aquella tarde soleada del sábado 17 de octubre regada por café, charla intensiva mediante. En esta segunda vuelta del diálogo con El Pastor no hay vencedores ni vencidos, en la otra vuelta no hace falta decir quién queremos que gane...

Por lo pronto, vale destacar que lo que leerán abajo está enfocado más en sus bandas que en Paralelo, el debut solista que abordamos en detalle en la primera parte de esta charla. Entonces, bien cuenta GG en qué andan hoy Los Niños y los Locos y La Joven Guarrior, lo que podríamos denominar sus dos proyectos principales (entre otros tantos satélites).

Además, para la oreja de la dama y el oído del caballero: qué ve de nuevo y bueno Gonzalo en la música argentina actual, en qué ayuda que el gran mercado no dé bola a lo under, cuánto cuesta vivir de la música; y lo importante de estudiar y no ser un cachivache.

Lean y disfruten, está permitido.

LOS NIÑOS Y LOS LOCOS

En alguna de nuestras charlas me dijiste que Los Niños y los Locos era tu banda bastarda. ¿Por qué?
Sí, porque para mí Los Niños es una banda terrible... y es mi primera banda. Yo pensé que iba a ser un músico de rock y distorsión toda la vida, aunque a mí me gusta un montón de música que podría ser la razonable que esté en La Guarrior. Pero la verdad yo de pendejo era fana de Zeppelin... Me gusta el rock. ¿Viste que los músicos que estudian mucho dejan de escuchar rock? Yo no, yo escucho otros palos, me gusta el jazz, amo el tango y toco mucho [de hecho, forma parte del trío Tangodelic y conforma un dúo de guitarra y voz junto a Gino Arazi] pero sigo con el rock. Y bueno, con Los Niños pasó lo que te contaba al principio: empezamos como power trío, muy pulenta... con Edu [Baeza] el bajista, tenemos esa sociedad desde los catorce años, estuvimos sin batero como 7 u 8 años hasta que apareció Manu [Lugea]. Laburando solos, con batería electrónica, componiendo. Una cosa muy de pendejo que vas a jugar a la casa de tu amigo, él tenía la portaestudio, yo llevaba la viola y qué sé yo, nos enamoramos de la música así, juntos. Él ahora es el bajista de Pollera Pantalón, además, terrible bajista, tiene un peso, un sonido... Y es trombonista en La Guarrior.
Y bueno, con Los Niños veníamos muy bien, en 2007 nos habían elegido Banda del año en Loca Bohemia, un lugar en el que tocábamos muy seguido y nos amaban, los patovas, el dueño, todos (risas).



¿Tocaban seguido ahí?
Prácticamente tocábamos una vez por mes ahí, habíamos logrado dejar de pagar, porque ellos querían que toquemos y nosotros estábamos medio cansados de eso de pagar, un día les dije “basta”. Los Niños sufrió el post Cromañón, los pocos lugares, creo que Capital durante un tiempo dejó un poco el rock, o el rock dejó de estar en Capital, no sé bien cómo fue.

Se “acustizó” un poco el asunto en cierto momento.
Los Niños igual tienen esa cosa que tienen ciertas bandas... de que la gente no va a ver rock. Lo que puteó Minimal con Pez durante años, es la típica banda que todos vienen y te dicen “che, loco, espectacular, me encantó” y no vienen nunca más (risas). Todos nos dicen lo mismo “qué banda que tienen, espectacular”, pero después no vuelven, entonces uno piensa “nosotros no hemos sabido mover bien a la banda”, no sé. Pero es un grupo que labura, nosotros ensayamos y estamos con medio disco nuevo ya hecho. Hay una química para componer que es única y especial, realmente componemos tocando los cinco, es así y es muy mágico, es una cosa muy horizontal, de verdad, y hay un espacio donde las ideas de cada uno valen, siempre; aparece la forma en la que cada uno toca lo que se le canta y todo funciona.
Nosotros tenemos un palo de jazz-rock instrumental, ponele, o de funk...

Igual es fuerte, es más rock que jazz.
Sí, sí, creo que Los Niños tienen una lógica de jazz que quizá está más clara en el primer disco que en el segundo, en el segundo quisimos ser más sintéticos. Y el concepto es jazzero desde la improvisación y desde la música instrumental, para mí lo que hacemos es un laburo desde la forma de la música, es un trabajo formal, nuestra clave es cómo vamos armando la música, para nosotros tiene una lógica clarísima.

Hay todo un proceso.
Sí, ni hablar. Este material que estamos armando siento que recupera el espíritu más jazzero del primer disco. Con Los Niños yo trato de evitar saber para dónde va la cosa, porque con La Joven Guarrior o en Paralelo mismo, yo tengo el tema y ya sé para dónde puede ir.

Es el lugar donde rompés con lo otro.
Sí, yo ahí puedo llevar una melodía de guitarra, o algo, y lo que te devuelve la banda es otra cosa, transformada por mis compañeros. Y para mí es impresionante. Creo que seguimos juntos pese a que ni tocamos mucho en vivo ni nos acompaña el público (risas) porque para nosotros lo que pasa es muy fuerte. Y es un espacio muy lúdico, también, es una banda muy divertida en vivo, suelen pasar cosas graciosas, hay algo del absurdo, trato de que las letras de Los Niños sean algo muy naif, no trato de que tengan una carga muy humana, algo de lo que por ahí hay en La Guarrior y en Paralelo, sino que trato de que sea otra cosa.

Y mantener ese costado de improvisación y ruptura.
Sí, para romper un poco con esa cosa de vago que tiene a veces el músico de rock. Me parece bueno tratar de moverse el piso. Y por eso también es bueno estudiar, escuchar música, leer. Estudiar es muy importante, no por nada Mollo llega a los cincuenta cantando así: es porque el chabón se lo propuso. Y eso que a mí me gusta más cómo cantaba antes, pero lo veo cómo está cantando a esa edad y pienso “es un capo”.



RESPETAR A LA MÚSICA

En el rock siempre está ese debate sobre perder la espontaneidad al estudiar.
Y está esa de “qué necesidad tenés de estudiar canto si igual te vamos a ir a ver”, pero no, esa cosa del amor propio, de cuidar... Para mí tiene que ver con el respeto a la música: nosotros, los músicos, estamos en el mundo para hacer sonar a la música bien. Nuestra función social es esa, creo. Hay que preocuparse por el sonido, no podés tocar hecho un cachivache, dado vuelta, salvo que seas Charlie Parker y puedas hacerlo porque tocás bárbaro. Pero yo lo veía a Charly hace unos años y era una cosa... Si lo comparo con Spinetta, creo que Charly le ha faltado más el respeto a la música que el Flaco, se permitió ser un cachivache en el escenario y como algunas personas se lo festejaron lo siguió haciendo. Pero vos ves el show de presentación de Clics modernos, en el Luna Park y no puede ser lo bueno que es, es Radiohead. Es maravilloso todo: cómo canta, los temas, las cosas que dice entre los temas; de golpe queda solo con el piano y es alucinante. Él lo tuvo eso, tanta fama le pegó mal.

Sí, tal vez su caos personal...
Bueno, pero manejalo, vieja, dale, ¿qué, te manejó la merca? Ojo, yo lo amo a Charly, lo amo, pero creo que Spinetta fue absolutamente íntegro como artista.

Creo que ese aspecto es una diferencia que marcaba el propio Spinetta entre ellos dos. Que con Charly no pudo hacer el disco que iban a hacer por ese costado caótico.
A mí me gusta que suene bien, que esté bien, a veces eso lo sufrís. El otro día vi algo de La Guarrior en la tele y no me gustó cómo sonábamos, capaz era algo de la tele misma pero yo era autocrítico igual. No es que sea perfeccionista pero sí soy muy exigente. También porque creo que es lo que tenemos que hacer. Es importante que los músicos respetemos a la música, lo que la música nos da se lo tenemos que devolver. Dale algo vos, si no es muy injusto: si ganás plata con la música comprate una mejor guitarra, pagate un profesor. Lo que valoro de las bandas cuando las veo es ver si laburan o no, no si “me gusta”.



EDAD DE ORO Y NOVEDADES GUARRIORS

¿Y con quiénes te pasa de ver eso?
Me parece que estamos en un momento zarpado de la música y creo que la crisis de 2001 tuvo algo que ver, mucha gente estudió música. Yo justo tenía dieciocho en el 2001 y para nosotros era... Mi viejo quería que fuera a la facultad y no había manera de que él me convenciera porque eso no me aseguraba nada. Todos veíamos el desastre y pensabas “si me gusta tocar la guitarra, voy a tocar la guitarra, si ahora igual no voy a laburar ni de guitarrista, ni de actor, ni de nada”. Hoy en día la situación es distinta porque si estudiás ingeniería te dan una beca, no sé. Es otro país, por eso uno a veces no entiende a la gente que no se da cuenta. En fin, proliferaron los estudiantes de música, lo cual hizo que los músicos seamos mucho más abiertos; tenés muchos músicos que tocan muy bien y en todos los palos. Hay gente que, de hecho, toca todos los palos.

¡Como vos, que tocás todos!  
No, ponele, a los pibes de Duratierra, que ahora están tocando folclore, yo les conozco bandas de rock, y así hay un montón de grupos que me gustan. El disco de Nahuel Briones está buenísimo, el de ChauCoco! me gustó mucho, Surales para mí es lo máximo, Vero [Bonafina] hace unas canciones de la concha de la lora. Ayer estuve con el de Los Espíritus que recién sale y tiene una onda bárbara, es una música que a mí me encanta, ese rock and roll atorrante. Los chabones tocan eso y tocan eso, y me recierra. Locos de Nacimiento está buenísimo también, su último disco está muy bueno, tienen una base tremenda... Es rock, es barrial pero muy volador. En el disco grabaron muchos temas con tres guitarras y como soy amigo de ellos me invitaron a tocar en vivo para hacer esa tercera guitarra cuando lo presentaron. Salió bien y entonces estoy yendo seguido. Como el mainstream no nos da pelota, eso favorece al arte.

Es que ya hay una escena completamente separada del mainstream.
De hecho, la música comercial de esta época es un desastre si la comparás con otras. Los Bee Gees son alucinantes; o Michael Jackson, que lo detesto pero era un monstruo. Y esa espalda que nos da el sistema creo que nos ayuda a cagarnos en todo, favorece al arte porque la verdad no nos corre nadie. No se trata de pegarla y estar en el programa de Tinelli.

A la vez es difícil para los músicos vivir de la música.
La Guarrior está en esa situación en la que necesita generar dinero, sí. Se trata de que el proyecto se empiece a sustentar porque cuando empiezan a pasar los años, te vas poniendo viejo y necesitás vivir de algo. Y creo que a una banda le viene muy bien que vos te puedas dedicar exclusivamente a eso. Si yo pudiera conseguir guita para que todos los de la banda podamos ensayar todos los días... volvemos a lo anterior. Uno con el amor llega hasta un lugar, se va generando una mezcla de expectativas y necesidades, si vos tocás para gente necesitás más y mejores equipos, instrumentos. Y la música es un metier de mucha plata, digo... los fierros de la batería salen un huevo. Y a veces ves que llega La Guarrior y no tienen funda los cajones, tenemos la percusión en un cajón de frutas, ¡y es una banda que ya lleva gente! Estamos corriendo la coneja, yo voy a ser papá, entonces necesitamos que el proyecto se consolide, no es pegarla. Es lo que decía antes: cuando la música te da, vos le devolvés. Y cuando la música no te da, inevitablemente las bandas se van separando.

¿Ya están en proceso de nuevo disco?
Sí, lo tenemos que hacer, estamos en un momento de cambio. Ahora estoy tocando la guitarra eléctrica, por ejemplo. Creo que es el momento de cambiar porque cambiar es bueno, “cambiar por cambiar, nomás”, como dice la canción. Además, la trilogía de la historia ya está cerrada, en eso estamos de acuerdo todos. El material sustancialmente es parecido, como somos una banda que no tiene género vamos visitando todo ininterrumpidamente. La idea de cambio viene por el lado de lo tímbrico, veremos qué pasa. El gran yeite del que hace canciones, me parece, es la ropa que vos le ponés a cada tema. No sé, Spinetta: los temas de él son iguales de Almendra para acá, más allá de las letras en esencia es lo mismo, lo que sí fue cambiando fue la instrumentación a lo largo del tiempo. Nosotros veníamos tocando con guitarra criolla y cajón, ahora queremos pasar a guitarra eléctrica y batería, veremos si el resultado es muy parecido o no. La eléctrica ya está en los shows, la situación lo fue pidiendo porque fuimos sumando músicos y público, y ahora que estoy tocando con una fila de cinco caños, con la guitarra criolla no podés pasarlos. Terminás tocándola muy fuerte y suena feo.

¿Los temas para el disco nuevo ya los tienen?
Sí, hay un 70%. Y siempre tengo algún tema cajoneado que puede salir para cubrir. Tenemos ganas de grabar algo más tanguero, bien, tomándolo en serio. En esencia, no va a haber grandes cambios desde lo que es la composición, sí subir un poco tímbricamente, me parece que a todo el mundo le viene bien, nos va a refrescar y poner en una situación nueva. Yo quiero que haya teclados pero los pibes no quieren, así que no sé si me voy a salir con la mía (risas). Son visiones que vamos discutiendo, por lo pronto esperamos hacer un buen disco y veremos qué pasa.


*La Joven Guarrior anuncia la última edición de la Fiesta Nacional de la Guarrior para el viernes 20 de noviembre a las 23:55. La Fiesta tendrá lugar en Uniclub (Guardia Vieja 3360, CABA), con Grupo Ganjah como banda invitada.
En tanto, el sábado 28 del corriente, Los Niños y los Locos se presentará junto a Los Maruchos en Mamerta Espacio Cultural (Lavalle 4080, CABA), próximo a inaugurarse.

[Fotos: gentileza de Andre Gaetano]