El final de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota como grupo tuvo su correlato, otra vez, con la revista La García. La historia -contada por ellos mismos en sus inesperados cruces mediáticos de estos años, mediante declaraciones en notas y contragolpes epistolares en blogs y ¿canciones?- dice que luego de una charla con Humphrey Inzillo, Pablo Marchetti y Martín Correa, en la que sería la última entrevista como Los Redondos -publicada en los números 45 y 46 de la revista, nada menos que los de noviembre y diciembre de 2001-, Skay Beilinson, Poli Castro y Carlos Solari tuvieron su encuentro final y tras una discusión en el hogar de la pareja, todo acabó. Esos también fueron los últimos números de La García: 2001 arrasó todo.
Aquella tapa, sin embargo, destacaba otra cosa que poco tenía que ver con lo que sucedió puertas adentro. El Indio declaraba que suspendían su show programado para el 8 de diciembre de aquel año en el Estadio 15 de Abril -el de Unión de Santa Fe- porque “no estaban de ánimo por la situación del país”. Sergio Dawi, que en los últimos años había perdido su rol de saxofonista estrella para quedar relegado a las esporádicas presentaciones en vivo, declaró luego que “en los Redondos siempre hubo una consigna, que fue tomar cada show como si fuera el último, aunque llamativamente el último, en Santa Fe, nunca se llegó a hacer”. Sus dichos dan lugar a pensar que ni siquiera los propios integrantes del grupo -hacia el final, apenas sesionistas- sabían bien lo que pasaba. Walter Sidotti, el baterista, lo confirma: “Hubo un problema entre los dueños, la cúpula. Nosotros no teníamos decisión en la parte organizativa, así que quedamos en banda y sin trabajo”.
PUNTAPIÉ INICIAL
El que confirmó los rumores de separación fue Skay Beilinson. Lo hizo a su manera, silente y preciso: no dijo nada; produjo música, la envasó y la distribuyó. A través del Mar de los Sargazos, publicado en el subacuático 2002, se encargó de hablarlo todo: si uno de los dos hace la suya es porque no hay más nuestra, pensamos. El Indio tardó bastante más y asomó su calva recién en el ocaso de 2004 con El tesoro de los inocentes (bingo fuel). Todos sus álbumes solistas saldrían bordeando fin de año, una estrategia navideña tan infalible como su pluma.
Desde la confirmación del final, sobrevuelan sentencias del tipo uno se llevó la música y el otro la mística. Es decir, que Skay carga con el gen de los Redondos pero a la gente la mueve el Indio. Y aunque esto podría ser cierto, es por lo pronto incompleto. Por lógica, la producción de Solari está más cerca de los últimos discos redondos -El tesoro... podría ser una continuación de Momo sampler- que del sonido clásico de la banda, para el que la guitarra de Beilinson es irreemplazable; lo mismo sucede con la lírica del Indio -sólo comparable a nivel local con la de Luis Alberto Spinetta y Charly García- en los discos de Skay. El karma de la media naranja.
¿La gente? Cada uno convoca lo que quiere y puede: ambos músicos repetían cuando compañeros que deseaban retornar a escenarios de mediana escala, con la gente cerca. Para Solari la idea resultó imposible, pero también partió de su decisión: incluir una cantidad importante de temas de los Redondos en sus shows. Skay, en cambio, privilegió el material propio por sobre el pasado desde el comienzo, quizá sabiendo que así tendría el público que quería: avezado sobre lo que fue, interesado por el futuro. Así sigue trece años después, tocando bajo techo y nunca más allá de un microestadio. Ya ni siquiera le resulta una obligación cerrar sus shows con “Jijiji”.
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Algunos datos duros: se acabó, por obvias razones, Patricio Rey Discos. Uno empezó por Del Cielito Records, viejo abrigo; el otro por DBN. El comandante estético del grupo, Rocambole, pinta el fresco en los discos de Skay; en tanto El Indio se revela como un dibujante fantástico que colorea y conceptualiza con (mucho) lujo y detalle cada una de sus producciones gráficas.
Entonces, podría arriesgarse -innecesariamente, en verdad no vale más que para desinflar ciertos globos- que el tema de “la mística” hace equilibrio entre una y otra figura. Más: fue Solari quien grabó en los embriagadores álbumes de Sergio Dawi y sus Estrellados, también él quien reunió al resto del grupo para completar la única pieza redonda que lleva cuatro firmas: “La pajarita pechiblanca” se estampa a ocho manos, Bucciarelli-Dawi-Sidotti en música, Solari en letra.
Estas ridiculeces siempre terminan en empate, probablemente porque no tienen sentido: nadie puede apropiarse del todo.
EN EL CAMINO
Pues bien, profundicemos en el temita de la música, lo que nos convoca. A la fecha, las casualidades indican que tanto Skay como el Indio han publicado cinco discos (aunque el último disco + DVD de Solari no contenga más novedad que ser un álbum en vivo hecho con cierta preocupación técnica, en especial si revisamos el insólito En directo de los Redondos, casi una mancha en la discografía del grupo).
El trayecto de Skay va de lo evidente a la sorpresa. A través del Mar de los Sargazos, la prueba de fuego, contiene el hit por excelencia de Beilinson por las suyas: “Oda a la Sin Nombre”, que nos retrotrae a cualquier riff memorable del período ’85-’91 de Patricio Rey. Algunos coqueteos electrónicos -el comienzo mismo del álbum con “Gengis Khan”- da a entender que la fascinación por los botones no era propiedad exclusiva del Indio. “Alcolito” y “Con los ojos cerrados” parecen recuperar cierto clima festivo de antaño y “Lágrimas y cenizas” revela a Skay como un constructor de épica en su primera canción de amor.
La luna hueca, en cambio, deja huellas sobre el mar. Sus coqueteos con la música hindú y africana ya son más concretos y auspiciosos, y terminan por confirmar algo que se insinúa desde el comienzo de estos dos caminos solistas: aunque ambos sean criaturas de la cultura rock, es el guitarrista quien lleva a la práctica el crossover con las músicas del mundo, el que entiende al rock como esponja de otras experiencias y lleva esa causa al terreno de lo sonoro.
El Indio, en cambio, se declaró como un ferviente admirador de Arcade Fire, por su carácter de orquesta multicolor que rompe con la formación clásica de rock. Es decir, bajo, batería, dos guitarras y ocasionalmente un teclado. Del dicho al hecho... ¡esa formación es la que acompaña a Solari -se suman los vientos de ocasión- en sus álbumes y en las presentaciones en vivo! En consecuencia, su sonido es mucho menos mestizo que el de Skay: en el Indio, más que un trayecto parece haber una continuidad y se hace difícil establecer diferencias sustanciales entre El tesoro de los inocentes y cualquiera de sus sucesores. La música de Solari es tan o más estridente que su propia voz; recargada, oscura. Todos los sinónimos parecen aplicables a la experiencia previa de los Redondos, pero de 2004 a hoy se acotó el rigor melódico que el grupo sí contaba: en eso mucho tienen que ver las guitarras, que ahora son dos y en ocasiones parecen un par de Harley-Davidson corriendo a toda velocidad. Entre ese carácter tan atacante del instrumento estrella y cierto pulso de rock maravilla ultra aprendido, las canciones que no son un conglomerado de música industrial se oyen como un susurro necesario. “Había una vez” o “Bebamos de las copas lindas”, por caso, cuentan con algo que no abunda: aire. (Qué bien te queda el aire acústico de “To beef or not to beef”, Indio, si lo probarás más seguido...).
SOMOS PARECIDOS EN QUE SOMOS DIFERENTES
La voz nunca es un detalle en el mundo de la canción. Como en los casos Marr-Morrissey y Del Guercio-Spinetta -debe haber un largo etcétera-, es notorio el color similar y ciertas inflexiones entre el canto de Skay y el de Solari: sabemos que entre amigos se habla (y se bebe) parecido. Aunque el rango del guitarrista es bastante más acotado que el de su excompañero, un animal de estudio cada vez más afilado, a contrapelo de sus famosos nervios cerradores de garganta cuando le toca enfrentarse a las fieras. Entre El tesoro... y Pajaritos, bravos muchachitos, Solari entrega algunas interpretaciones notables e innovadoras dentro de su repertorio: cool como nunca en “La piba del Blockbuster” y “El charro chino”; desaforado y ajeno en “A los pájaros que cantan sobre las Selvas de Internet”; apesadumbrado en “Y mientras tanto el sol se muere”. Cuando encuentra esas formas novedosas de decir, su música suena menos atada a la maquinalidad que la envuelve: no es casual que esos sean los momentos “arriesgados” o que más difieren del resto, cerca del trip-hop, el pop más bailable o el rap (también pela en canciones de fábrica, hermanas y más reconocibles dentro de su estilo, como “Flight 956” o “Black Russian”).
Y si la escasa negritud de la música del Indio viene por el lado de géneros relativamente nuevos, eso la contrasta aún más respecto del camino tomado por Skay, que se mete con instrumentos autóctonos -chequear “La fiesta del karma” o “La luna en Fez”- y empuña con regularidad la guitarra acústica para pelar canciones despojadas o bluses a la vieja usanza. El guitarrista también se invita a climas dignos de la psicodelia, como en “El fantasma del 5º piso”, una canción hija de los sesenta, y “La nube, el globo y el río”.
Ese anclaje de Skay con su época lo diferencia de Solari, quien parece obsesionado con el sonido de estos años tecnos. Quizá haya pasado de largo, pero no es sopa -je- que el Indio cante en “Tomasito podés oírme? Tomasito podés verme?” un verso lacónico y terminante: “los sesenta fueron tres putos años, nomás”. En la palabra también se jugaron sus suertes. Beilinson dice:
Libertad! Libertad!
fue nuestro grito de guerra.
Un rock and roll,
una ilusión,
una nación sin fronteras.
Fuimos el sueño que despertó.
Fuimos la lluvia que no paró.
Éramos tres,
éramos cien,
éramos el mundo entero.
Éramos luz,
éramos fe,
éramos fuego en el fuego.
Talismán, talismán,
ese amuleto de mago.
Talismán, un nuevo ritual,
un dibujo en el cielo.
Hoy somos sueños sin despertar,
somos la lluvia que va a caer.
Hablando de mi generación, diría Pete Townshend. Skay lo hace desde “Abalorios” (Talismán, 2004) en simultáneo a los tres putos años de Solari. Si se leen las letras de ambos, es lógico: el Indio sigue siendo un observador de fenómenos que de vez en cuando dispara directo al corazón -“El tesoro de los inocentes”, la canción-, pero más que nunca se sumerge en su experiencia de estos años. Ya es un tipo grande y hace de la autorreferencia una constante, a partir de su gran tema-composición: la muerte. Beilinson, en cambio, habla del despertar de aquellos días de juventud como un suceso que aún lo atraviesa y rige sus pasos. En medio del viaje, nos cuenta su parecer: para él, “el misterio es existir”, por lo cual la muerte viene a ser lo de menos (el misterio ya nos marca desde ahora).
O, para decirlo en palabras de su compañero de años: este asunto está ahora y para siempre en tus manos, nene.
EPÍLOGO: ¿Y EL ASUNTO REDONDOS, QUÉ?
El fuego cruzado entre ambos líderes parece desactivar cualquier posibilidad de retorno. El último episodio de esa insólita batalla mediática lo tuvo a Skay desestimando aquello que el Indio llamó “una enfermedad malvada” que lo retiraría de escena. Hoy, uno graba su sexto álbum de estudio mientras el otro escribe sus memorias y se saca una espina: editar un material audiovisual de calidad. Lo insólito fueron las formas: Indio: la película fue una misa proyectada con funciones sold-out en el rico Luna Park. El público asistió como si fuera un recital del cantante, pogueó con los clásicos de los Redondos y filmó con sus celulares las pantallas (ah, ¿no lo creen? Miren esto). Recién después de este insólito evento, llegó a los cines. El propio Indio fue a verse a New York... y hasta allá encontró ricoteros que le pidieron fotos y autógrafos.
Dos declaraciones de exmiembros de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota dicen más de lo que podría decir este texto. Una es antológica y la pronunció Semilla Bucciarelli, abocado a las artes plásticas desde la separación de la banda: “A mí no me cabe esconder las cosas. ¿Voy a decir que está todo bien? Sería un verso, si terminó todo para el orto. Me da vergüenza leer las notas, porque se quieren adueñar de algo que en realidad le corresponde al público. Si Patricio Rey tuviera piernas, los cagaría a patadas en el culo”.
Sergio Dawi, otro que en estos años hizo de las suyas en diversos proyectos -uno de ellos junto al mismísimo Semilla, SemiDawi-, dio su parecer sobre un posible regreso: “Tendría que haber una necesidad de todos de estar juntos. Lo humano y el espíritu son lo primordial. Tiene que suceder ese encantamiento nuevamente”.
Ambas declaraciones coinciden en algo: resaltan el costado espiritual del asunto. El público que sigue con fervor a los exmiembros del grupo, al que Bucciarelli le atribuye el patrimonio del inasible Patricio Rey, entona en todas las presentaciones del Indio y Skay un cantito que a ambos les debe retumbar en algún lugar de la memoria: “sólo les pido que se vuelvan a juntar”. Para ellos, aunque Solari y Beilinson hayan demostrado que pueden rugir por las suyas, hay un grito sagrado y colectivo que es insuperable.
[Notas anteriores del especial De regreso a Momo:
Vale la pena la leyenda del futuro, por Federico Anzardi
Notas sobre el rock argentino en democracia: “Momo sampler”, por José Miccio
2 comentarios:
Excelentes analogías y selección del material.
Feliz año!!
Gracias, Frodo.
¡Salud!
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