viernes, 5 de abril de 2013

Charlas con músicos: Florencia Ruiz (pt. 1)


Entrar en el universo de Florencia Ruiz es ingresar en lo profundo de lo íntimo, en la esencia natural que a veces se nos esconde (o preferimos no mirar). Así sucede cuando escuchamos su música etérea, magnífica, luminosa, y así sucedió cuando tuvimos la suerte de visitarla en su hogar. 

Si tocás el timbre de una casa y te abre la puerta alguien que admirás y que no esperás ni de casualidad ahí –el percusionista japonés Tomohiro Yahiro, mitad de Dos Orientales, dúo que comparte con el maestro Hugo Fattoruso–, esa morada probablemente sea un lugar digno de visitar. La sospecha se hizo realidad y así siguió su curso nuestra visita: más de una hora hablando de música, de vida, de lugares, de naturaleza, de hijos, de discos. Florencia: su soltura, su simpleza y su bondad me dejaron encantado.
Nos sacamos el calzado y allí vamos en esta primera parte de una charla que todavía me flashea: hacia la luz de la noche. Disfrútenla la mitad de lo que lo hice yo. Es una orden.

Texto: Tucho
Fotos: Victoria Schwindt

LUZ DE LA NOCHE: CÓMO SE HIZO, CÓMO SE HACE

Pasaron casi dos años desde que salió Luz de la noche, ¿qué sucedió en ese período, para que recién ahora sea la presentación más formal del disco?
Sí, pasaron casi dos años porque el disco salió en julio de 2011. Es un disco muy grande en muchos aspectos y por eso no quería presentarlo de una, apenas lo terminamos de hacer. Armarlo y todo fue un trabajo muy importante y lo quería hacer bien porque, ¿quién me corre? No es que tengo diez compañías que me dicen “ya hay que tocarlo”.
Lo que sucedió fue que apenas salió el disco –antes de que saliera en Argentina– yo viajé a Japón a tocar y estuve como cuarenta días allá. Volví pensando que iba a encarar esto pero quedé embarazada... Y pasó que cuando volví de Japón hice un concierto con el Mono Fontana en Ciudad Emergente, a dúo; entonces pensé que el disco se podía bancar un tiempo sin ser presentado para vivir la experiencia de tocar casi un año con el Mono.

Querías disfrutar de eso…
Sí, se dio, a veces los encuentros en la vida no son como uno los planea. Desde que tengo 10 años que quiero tocar con el Mono, siendo fan de discos de Spinetta de los ’80 como Téster [de violencia] en los que él toca. Y entonces, cuando me di cuenta de que podía estar un tiempo tocando con él, aprendiendo y disfrutando mucho, lo hice. Es un tipo genial a todo nivel: es muy gracioso, terriblemente divertido, así que no podés creer... Y bueno, formamos la banda con el Mono y dos amigos: Facundo Guevara y Mintcho Garrammone. Nos juntamos un día y armamos algunas canciones para tocar, como para que no quede sin ser tocado el disco en ese año. Y después seguí tocando con el Mono, solos, hasta que nació Julián: dejé de tocar y al mes nació.
Después de que nació Julián, llegó desde New York un amigo mío de siempre, Marcelo Lupis, y me propuso armar los arreglos del disco, que tampoco es fácil ver con quién vas a hacer ese laburo porque es un disco que está pensado como de música popular pero está realizado como un disco de música... (Piensa).

Es muy sofisticado, digamos. 
Claro, es un disco sofisticado para tocar, no es que le paso la hoja a uno y ya está. Hay muchos matices, muchas cosas, hay que tocarlo y no lo puede tocar cualquiera. Ahí fue que empezamos a buscar músicos para armar una banda estable y después sumarle invitados. Primero vino el tecladista, Edu González… Los teclados del disco los toca [Carlos] Villavicencio, y hay un solo piano que lo toca Hugo [Fattoruso].

Invitados fuertes, ahí no podía tocar cualquiera…
¿Cómo hacés para reemplazarlos? Tiene que saber tocar el que esté. Y apareció Edu que es un súper pianista y aparte muy buena onda; después Julián Semprini, el baterista, que toca con Pedro Aznar y con otros tantos músicos... Son todos amigos nuestros –los dos mejores amigos de Lupis son ellos–, no es que los fuimos a buscar a Hong Kong (risas). Y completa el grupo el contrabajista con el que ya había tocado y también tengo muy buena onda y cariño, Juan Fracci.
Probamos la banda con un par de conciertos el año pasado, para ver si era posible, y le arrimamos bastante el bochín...





















¿Carlos los vio?
No... (Silencio cómplice y risas). Pero ahora está dirigiendo a la banda, entonces muchas canciones son con las pistas y él dirige; vino a los ensayos, es un músico más que está acá y hace un laburo buenísimo. Aprendemos un montonazo, es súper exigente pero bien. Estamos ensayando bastante y es una alegría haber encontrado músicos con ganas de superarse, porque a veces pasa que un músico se quiere quedar ahí, no porque sea cómodo sino porque quizá encontró lo que quería tocar. Y no es el caso de estos pibes: siempre quieren más, y eso es buenísimo.

Se lo tomaron como un desafío.
Claro. Para mí es radicalmente opuesto a lo que venía haciendo. En el vivo, cuando tengo que tocar, de un lado suena el clic y del otro lado suena la música [se refiere a los auriculares que usan los músicos como 'retorno', uno con el sonido de la banda y el otro con el metrónomo].
Por eso el disco se hizo esperar, pero como tardamos tanto en hacerlo valía presentarlo bien...

Claro, porque entre la composición y la edición pasaron varios años.
Lo compusimos en 2009. Los arreglos te diré que llevaron más tiempo de composición que la canción en sí... En 2010 lo grabamos y en 2011 salió. También se atrasó mucho porque es un disco muy caro presupuestariamente.

La idea era no poner plata de tu bolsillo, ¿se logró?
En buena parte podemos decir que sí. Lo que pasa es que cuando querés hacer una cosa así, tan bien hecha y tan a contramano de la industria... Fuimos al mejor estudio, trabajamos sin apuro, tranquilos... Pero no contábamos con tanto dinero. Entonces cuando conseguíamos una fecha en el estudio capaz teníamos que grabar a cinco músicos.
Hay un trabajo de producción muy grande ahí, que por supuesto es de Villavicencio, no mío. Creo que yo no hablé con ningún músico... Yo me encargué de Ariel [Minimal].

Que era el más indomable, quizá...
No es que sea más indomable, él tiene sus modos y me parece que los demás músicos que participan están más duchos para participar en cosas así. Es otra cosa, eso te lo da tu hábitat, quizá te va condicionando más. Yo creo más en pedirle al músico lo que me puede dar, no estar pidiéndole lo que no me puede dar.
Por ejemplo: a Ariel no le vamos a dar una partitura porque me va a decir “¿y esto qué es?”; y hay músicos como Pablo Agri o todos los que tocan cuerdas, que están acostumbrados a grabar con partes... Pero si les decís “acá improvisá”, los matás. Y Ariel no, está acostumbrado a eso. Entonces me parece que ahí hubo un buen laburo de comunicación, de qué es lo que iba a hacer cada músico que viniera a tocar.

Eso funcionó bien.
Sí, después no sé... El futuro, flor estaba arreglado para big band y estuvimos cerca de hacerlo, pero después entendí que era un delirio, imposible de hacer. Imposible de pagar: necesitaba mucha plata para grabar un solo tema, y no me siento mal por no haberlo hecho. Al contrario, siento que tengo una cosa más por hacer.
Los temas se fueron adaptando a la realidad, no solamente económica. Por ejemplo, cuando vino a grabar Hugo en Todo dolor –a partir del disco fue que me hice muy amiga porque él estaba contentísimo y quería tocar en todos los temas–, le mostramos una cuerda de tambores sampleada, algo que hizo Villa en esa canción. Carlos le comentó que quería reemplazar el sampler por una cuerda verdadera, y Hugo le dijo “¡ni se te ocurra!” y al final quedó eso, se adaptó a eso.
Si escuchás el demo del disco es casi igual, sin determinados aportes que están buenísimos. Lo que hizo Hugo es impresionante.

¿Y de las versiones primeras tuyas, que eran más crudas?
Hay temas que no cambiaron tanto, y hay otros que se dieron vuelta. Alumbraremos, el tema que abre el disco, es un tema que a nivel compositivo no existe, tiene dos acordes. Vos lo escuchás y es muy austero, lo que quiere pintar es una realidad, una foto. Le expliqué a Villa que la canción habla de la inundación en Tartagal, le hablé de eso y él se imaginó toda una cosa... Cuando fuimos a Japón, Tomohiro –que había recibido Luz de la noche en un CD-R– me pedía que  le toque ese tema y yo le decía “no, no lo toco porque te arruino la ilusión” (risas). Me insistió y cuando se lo toqué... “Esto qué es”. Me pareció alucinante lo que hizo Carlos.
Y creo que en general, está muy respetada mi personalidad en el disco. Algunas cosas fueron modificadas para bien y yo lo tomé, te digo la verdad, como una clase magistral.

¿Aceptabas todo lo que Villavicencio proponía?
Todo. Si pienso y digo “esta persona va a hacer tal cosa”, ya está, estoy entregada. Después puedo sacar muchas conclusiones, en el momento ni lo pienso. Puedo hablarte de Luz de la noche y decirte que me encanta todo, pero si no me gustara algo lo podría decir ahora, no cuando lo hice. Me entregué a que era así.
Y siento que está medio desdibujado el rol de productor / arreglador, muchas veces dicen “me lo produjo Fulanito” y es porque se supone que conviene que esté el nombre de Fulanito en tu disco. En este caso, para mí era la oportunidad de aprender, estar ahí con las notas, con las cosas... Si podía preguntar algo aprovechaba, si no daba para preguntar no lo hacía, y chau.
Y tocar con músicos buena onda, estar en otro lugar. A mí me sorprendía mucho eso: que llegaban los músicos y yo les daba la mano y chau, no hablaba más. Eso me resulto re interesante.

¿Tener un contacto más profesional, quizá más frío?
Ni frío ni profesional, sino otro. Otra cosa. Una súper amiga mía, Elizabeth Ridolfi, vino a grabar la viola de Alumbraremos. Y con ella yo ni hablaba, en un momento me empezó a hablar de no sé qué y de golpe se dio vuelta, “se acabó la conversación acá”.

Había un estado de concentración.
Claro, y lo lindo es que todos se sorprendían de escuchar algo así; y músicos de tan distintas músicas, que viene uno de tango, uno de rock, y todos con alegría y cariño de que la cosa salga bien, para adelante.
Lo otro increíble fue que me cruzaba con gente en un concierto cualquiera y cuando les contaba que estaba haciendo el disco me decían “quiero tocar”. Fue algo interesante y que me costó años de terapia: entender que la gente quería venir porque le gustaban las canciones, lo que los convocaba no era que estuviera Fulano o Mengano de productor o de invitado.

¿Por qué te costo años de terapia, no te gustaban tus canciones?
No, a uno le parece eso, que están porque está tal. Después, hablando con Jaques Morelenbaum, él me decía “yo toco porque me gustan las canciones, me encantan y no me importa nada, quiero tocar”. Los músicos ven que están en un proyecto que está hecho con amor, con mucho cariño y con una dedicación ridícula (risas).

¿Tanto como ridícula?
Y... es un poco ridícula por lo que significa el disco ahora, ¿entendés?

La gente no se da cuenta a veces de todo lo que contiene un disco.
No es sólo eso... yo tampoco me doy cuenta de las investigaciones que se hacen sobre la caspa, qué sé yo (risas). Uno capaz lo ve como una propaganda de champú y no, hay gente que está estudiando porque quizá el que tiene caspa también tiene problemas de riñón, ¡no sé! (más risas). No sé si lo veo de ese modo, lo veo desde un lugar más íntimo.
Lo que sí me gustaría y creo que estaría bueno, es que el disco llegara a sumar un granito de arena, de “no nos dividamos: hagamos una música”; no entrar en eso de “si yo escucho esto no puedo escuchar aquello”, o entro en esto y en lo otro no. A mí me pasa que, como estudié, en vez de ser una virtud o un valor es como “no…”.

En el rock es despectivo, es un “No… vos sabés”. 
¡Claro! Incluso en las notas me pasa que me ponen como una estampita, como si leer o escribir fuera una virtud en sí. Yo rescato de estudiar y aprender esa cosa de superarse, de decir “bueno, no puedo volver a hacer esa misma canción”, porque uno se da cuenta cuando está haciendo la misma canción que hizo en el disco pasado; entonces como te das cuenta, como la ves, decís “voy a hacer otra cosa”. Ahora estamos trabajando un disco nuevo...

¿Con Carlos también?
Sí. Y no tiene que ver con Luz de la noche. A la vez va a tener que ver, inevitablemente va a haber una continuación de eso, pero es otra cosa.
Pienso que ser exigente no es solamente una condición del que estudió, a la vez es querer hacer algo copado y que sorprenda desde el mejor de los lugares. No es que voy a agarrar a un trompetista para que haga ti-ti-ti, no: llegando al corazón, al alma de la gente. Es pensar “bueno, ¿cómo hacemos para darle una vuelta de tuerca a la canción?”. Humildemente, es lo que me pasa.
A veces sobreestimamos la simpleza. La simpleza no es solamente la guitarra criolla medio desafinada. Podés tener una casa hermosa con tres sillas nada más, y otra casa con tres sillas puede ser horrenda. Yo estoy contenta del lugar en el que estoy ahora: me fui a Japón, me hice una súper gira, conseguí que el disco se editara afuera...
Creo que mi música es para todos, tiene mucha inclusión. Una canción linda no importa de dónde viene, hay que intentar conectarse... La música es lo máximo, tenemos que intentar ir por otro lado y ponernos en sintonía con eso.

* Florencia Ruiz presenta Luz de la noche hoy viernes 5 de abril a las 21 horas en el Club Atlético Fernández Fierro (Sánchez de Bustamante 764, CABA). Entradas anticipadas $50, en Musetta Café (Billinghurst 894) a partir de las 11 horas; o enviando un mail a reservas@caff.com.ar. En puerta, $70.

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