jueves, 12 de marzo de 2015
Música argentina del Siglo XXI. Artistas más votados: #12, Acorazado Potemkin
Por Santiago Segura
Una guitarra entrecortada de sonido sucio y rítmica tangoide da comienzo a Mugre (2011), debut discográfico de Acorazado Potemkin. El primer estribillo del trío que conforman Juan Pablo Fernández, Federico Ghazarossian y Luciano Esain grita: "En algo vos y yo nos parecemos: andar buscando revancha". En "Algo", la canción que contiene esa guitarra renegada y ese estribillo desafiante, está condensado el estilo de un grupo que con dos discos ya se hizo lugar entre los artistas más interesantes de los últimos quince años (aunque el proyecto apenas si llega a los seis años de vida).
Sabemos que Acorazado corre con ventaja: son una banda nueva pero sus tres componentes llevan años batallando escenarios. Perdonen por repetirlo pero es inevitable: Ghazarossian fue bajista de Don Cornelio y Los Visitantes, además de empuñar el contrabajo en Me Darás Mil Hijos y junto a los tangueros Cardenal Domínguez y Ezequiel Uhart; Fernández era la voz de la Pequeña Orquesta Reincidentes; Esain golpeaba parches en Plaimobyl y grabó en discos clave de estos años como Flopa Manza Minimal y No es de Coiffeur, mientras que hoy (com)parte los tiempos del trío con su labor en Valle de Muñecas y Motorama.
Aquella revancha de "Algo", entonces, es en verdad la sed de renovación de tipos con pasado frondoso en el rock, esta vez con la idea de "recrear el espíritu adolescente, el impulso de cuando uno es más chico". ¿Qué mejor manera de hacerlo que formando un trío de rock crudo, que reivindica el do it yourself del punk pero con un acento innegablemente argentino? Ellos mismos lo aseguraron en más de una entrevista, ése es el punto de partida o, mejor, el punto de fuga: recuperar la vitalidad, volver a las fuentes. La construcción de un idioma propio va de la mano con la ecuación banda nueva - músicos experimentados que vienen a recuperar su territorio. A un nivel extremo: Ghazarossian había abandonado el bajo eléctrico desde el final de Los Visitantes hasta Potemkin.
Si repasamos la historia de los tríos en el rock argentino, Acorazado Potemkin ocupa un lugar singular. El virtuosismo que suele exigírsele a un grupo de tres aquí pasa por otro lado: lo virtuoso son los fraseos vocales arrastrados de Fernández, la (en especial, desde Remolino, el segundo disco) inamovible segunda voz de Lulo Esain que refuerza la potencia armónica del grupo, el bajo de tenor tanguero de Ghazarossian, un galopador de espacios excelso. Así la combustión llega siempre de a tres, ni por solos de guitarra incendiarios (eso que Mollo o Cerati podían hacer); ni por violencia percusiva, porque Luciano le pega fuerte pero lo interesante no es su fuerza sino dónde entran los golpes; lejos de la demolición desprolija de, por caso, Catriel Ciavarella. Chequeen como ejemplo "A lo mejor" y la respuesta de la batería al ¿solo? de guitarra. Casi como los hachazos aplicados a la carne-suela en el film de Sergei Eisenstein.
La puesta en recuperación de un sonido sucio y espeso logra una comunión de letra y música dotada de total argentinidad. Por eso se escuchan casi como una traición (exageremos) los versos en inglés de "Smiley ghost": no hay forma de que Acorazado Potemkin pueda cantar en otro idioma, el de ellos es un sonido local. De Rivero y de orilla, de pronunciación y acentos. De palabra y sonido, bah, que deberían ser siempre inescindibles.
Nobleza obliga: esa traición del tema de Mugre es un pequeño detalle ante el mundo que arroja la poética de la banda, que descansa en buena parte en la pluma de Juan Pablo Fernández pero también se vale de otros autores para afirmar un temario oscuro, crudo (el músico y actor correntino Yayo Cáceres; los poetas José Watanabe, Diana Bellesi y Rosa Lesca; el propio Ghazarossian; la brasileña Adriana Calcanhotto, readaptada al lenguaje sonoro de la banda). Las letras puedan leerse solas y se la bancan, hay en sus historias (¡hay historias, muchas!) un dolor y una furia que, de todas maneras, se completa con lo que suena la banda. El recurso de la enumeración se repite tanto en Mugre como en Remolino, con resultados notables: no es sencillo liberar tantas palabras (algunas estrofas son harto extensas) en formato canción, muchas veces sin rima o con una métrica que rompe la estrofa. En la experiencia del decidor Fernández y el misterio-trance-fuerza que pueden lograr con la música está la resolución. Lean (y luego escuchen, si pueden) algunas de esas marejadas de palabras:
Hay un desayuno servido,
en la mano del carcelero y no hay más que hablar.
Y no hay más, no hay más que guantes nuevos
en la mano del carcelero, que nunca es igual
Pero hay más, hay relámpagos arriba, hay rayos truenos sabés que hay más,
la nube negra más hermosa y las ventanas tiemblan más
No llores, nena, que es nuestro lugar, que es nuestra ley
que es nuestra noche de tormenta.
(Desayuno)
Nadie más cruzó el Carcarañá, nadie más hizo destino.
Nadie pisa el palo roto, el barro que se abre de par en par
Mes a mes, se acercan hasta acá zorzales negros sin nido,
y cantan, gritan, chillan, dicen "vengan, vamos
no hay que esperar más".
(Remolino)
Así hay miles. La geografía (física: del cuerpo y los lugares) de las letras también marca esa aridez. La carbonera de la Ruta 202; el hombro izquierdo que no se usará jamás sin el pelo de otro posado en él; la cárcel; la maternidad; los hogares destemplados; la prostituta que da su nombre verdadero; la gente que deja su pueblo; el tren Sarmiento y la avenida Rivadavia en una versión cuánto menos romántica e idílica que la de Manal; ¡la envidia a los muertos!; la línea que "se cruza para no volver"; las rubias teñidas; el perro que ladra al barrendero; el pan de un facho que, vaya problema, gusta igual (chequeen el ritmo marcial del tema y comprenderán que la amalgama de música y letra no es joda); el agua marrón del Río Carcarañá; las astillas de un espejo roto. En fin: la otra calle.
Esto sucede en Mugre y Remolino, disco en que afilan, cristalizan y sintetizan (tampoco es casualidad que dure unos minutos menos) la densidad del debut. Si alguna vez Juan Pablo Fernández declaró que le interesaba mucho "la idea de la belleza a partir de la tensión", bien puede decirse que la búsqueda dio sus frutos y que el grupo es eso: un conjunto de tres tipos que aportan lo suyo en el tire y afloje, tres identidades fuertes que se funden. ¿Qué pasara en el futuro? Ellos mismos se pusieron la vara muy alta desde el comienzo, por lo que no les queda otra opción que reafirmar sus voluntades, su horizonte, su sonido y su poesía en lo que venga.
Les tiene que tocar y se lo merecen: en este Acorazado no se da carne podrida.
[Foto por Victoria Schwindt]
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