miércoles, 23 de abril de 2014
Charlas con músicos: Fede Cabral dice Sí
"Post Sancamaleón, Fede Cabral se mudó, construyó su propio estudio de grabación e hizo un disco que lo pinta como tipo de cuerpo entero: optimismo, baile, energía e introspección por partes iguales. Hace rato que aquél espíritu combativo de los primeros tiempos de su ex grupo se reconvirtió en la búsqueda de cosas simples, esas que terminan haciendo de la vida algo con un poco sentido (“todo lo que importa entra en una bolsa, todo lo demás me da igual”). Sí, su debut solista, parece ser una de esas cosas".
Esta breve reseña de arriba fue escrita por mí el primer día de 2014, repasando los discos que más me habían gustado de 2013.
El encuentro con Fede se postergó, pero desde que salió el disco sabía que tendríamos nuestro momento para charlar de él. Buenos Aires y su caluroso enero nos cobijaron en el bar de la FM La Tribu (un día de 30 grados afuera y 60 grados adentro) para hablar un poco de Sí y la nueva vida solista; y otro poco de los avatares del músico independiente y su relación con los medios. En esta vuelta, Fede nos cuenta la historia del disco, que comenzó mucho antes de su publicación. Que lo disfruten.
Entrevista: Santiago Segura y Federico Anzardi
Fotos: Victoria Schwindt
SÍ: UN TRABAJO INTEGRAL
Se puede decir que Sí comienza con el último show de Sancamaleón, en La Trastienda. Al otro día, te mudaste de Capital a provincia, y en este tiempo construiste tu propio estudio y ahí mismo hiciste el disco. ¿Te animás a hacer una cronología de los hechos?
Bueno, en realidad no fue todo tan junto pero de alguna manera lo fui llevando a ese lugar. Viví en San Telmo 10 años, casi todo el período que duró Sancamaleón, que fueron 11 años. O sea, yo me mudé ahí y empezamos la banda con Diego [Fares, guitarrista del grupo]; y me fui y el grupo se disolvió.
Un barrio hermoso, que yo quise mucho y que tiene mucho que ver con la historia de Sancamaleón. Pero bueno, en un momento quizá me pasó -como le pasa a toda la gente- que vas creciendo, y la que es mi mujer hoy se vino a vivir a San Telmo conmigo y ya nos quedaba chico el lugar… Era un bulo, digamos (risas). Un bulo con mucha onda, un ambiente grande; ya era un quilombo todo porque yo también grababa ahí. Entonces empezamos a pensar la posibilidad de irnos para otro lugar y se fueron dando las fechas de una manera que quedaron justo: el show final de Sancamaleón y la mudanza.
Fue una presión muy grande. A mí siempre me gustó empezar cosas nuevas. No es que me arrepiento de Sancamaleón, pero sí tengo esa cosa de arrancar de cero que me gusta…
Y a la vez que te entusiasmás, es todo un laburo.
Me gusta y por otro lado digo “uh…”, porque las cosas tienen un desarrollo que lleva mucho tiempo.
¿Y la elección del lugar al que se mudaron fue algo azarosa o fue planeada? Te lo pregunto porque ustedes tocaban mucho por la zona norte de la provincia y te mudaste a Florida.
Sí, es verdad. Eso se dio porque se dio: tocábamos mucho por ahí y también íbamos mucho para el oeste, más para esas dos zonas que para zona sur. Éramos de ir a tocar mucho a los barrios del Gran Buenos Aires. Pero en el caso de la mudanza buscamos por ahí, es un lugar que me gusta mucho geográficamente porque tiene árboles muy lindos, pájaros... Hay mucha naturaleza. Y en general uno la piensa como una zona más bien aristocrática pero es todo más barato que en Capital, mucho más barata la comida, la frutería... Y como mi mujer tiene su familia por Tigre, y yo también tengo amigos, todo cerró perfecto.
¿Y lo del estudio cómo fue saliendo?
Me armé el estudio sin saber nada. Buscando tutoriales en internet y demás.
¿Hiciste todo vos?
Sí, muchas cosas con ayuda. Con mucha ayuda. Y tuve una suerte enorme: una amiga decoradora de interiores me consiguió todos los paneles acústicos. Le dijeron de hacer una casa nueva y le pidieron que desarme un cuarto, “sacá todo lo que hay, está lleno de cosas”. Y bueno, era un estudio: sacó todos los paneles que estaban atornillados en madera, se acordó de mí y me avisó. “Tengo unas cosas que quizá te interesen...”.
¿Te los consiguió gratis?
Sí, me los regaló, ¡porque los iban a tirar! Además de ser un montón de plata, tenían casi la medida perfecta para mi estudio. Yo cuando vi eso me puse a llorar, literalmente, pensé que el destino me estaba tirando buena onda. Fue un guiño.
Después, mucha gente me fue ayudando: la instalación eléctrica no la hice yo, vino a hacerla un electricista y yo le iba preguntando cosas para hacer algunas yo. No tengo facilidad para todo pero podía ponerme a atornillar cosas, ver cómo pegar una alfombra, aprender a usar el taladro...
¿Y de acústica sabías algo?
No. Y tampoco es perfecto el estudio, es para que grabe yo, es chiquito. Se banca, con mucha suerte, que puedas grabar una bata, pero mínima. Lo único que no se grabó ahí fueron unas guitarras eléctricas del tema Okinawa, y un piano de cola que tenían los padres de una amiga de mi mujer en su casa, fui con mi compu y ya, lo grabé ahí.
¿En cuánto creés que tiene que ver con el resultado final del disco todo ese proceso previo? Todo lo que decías de la naturaleza, los pájaros...
Tiene que ver, absolutamente. ¡Para un tema grabé un loro! A veces dejaba un micrófono en el jardín de casa, para cuando se venía una tormenta, o a la mañana. En el verano estaban todas las chicharras… Capaz dejaba los micrófonos grabando una hora, y cuando me ponía a escuchar aparecían cosas. Flasheé mucho con los sonidos, porque en algún punto terminás armándote de un banco de sonidos: son como colores para pintar. Lo que hacía yo era programar todo digitalmente, pero si vos hacés todo digitalmente (con el banco de sonidos de un programa como el Reason, ponele) va a sonar a otro montón de discos hechos de esa manera. Entonces yo armaba electrónicamente y después reemplazaba tambores, ponele. Fue algo hecho con sonidos más propios, pero están hechos con mucho amor.
Hiciste una combinación de sonidos naturales con sonidos procesados. ¿Te metiste un poco con la música concreta / contemporánea?
Sí, exactamente. Flasheé y pasé de la situación de ser el cantante de rock de una banda a estar con auriculares escuchando cómo se abre y se cierra una puerta y el sonido que produce. Busqué suplir la ausencia de una banda con ciertos sonidos. Y lo pensaba como un disco medio experimental, pero escuchándolo no es eso, aunque tiene algunos destellos.
Lo que tiene es que suena muy natural, aunque tenga muchos componentes electrónicos y procesados. Las canciones conservan una naturaleza, ¿le encontrás una razón a eso?
Creo que es por cómo está grabado. Tiene mucho trabajo de edición, incluso en las formas. Hay temas que me costaron mucho, y fijate que son temas cortos. Es un disco de canciones cortas.
¿Coincidís que eso llega por una evolución en tu música que viene desde Sancamaleón, que fue de una vertiente más rockera en sus principios hacia otra más cercana a la canción, y que tiene su conexión más electrónica y despojada en el disco de La Peña Pop [el proyecto que Fede compartió con Goy Ogalde, Manuel Espinosa, Charlie Desidney y Carlos Martín]?
Sí, es verdad. El disco de La Peña Pop tiene mucho que ver con este disco, coincido. Sobre todo por ese color acústico que tiene. En ese disco aprendí a hacer algo chiquitito y a la vez -si bien parece un disco súper despojado y lo es- a trabajar mucho con la edición. Tiene mucha edición, de decir “subámosle el tempo a esta canción”... Es como trasplantar un riñón, que se puede morir el flaco (risas). O sale bien...
O arruinás la canción.
Todo. Puede pasar todo el tiempo. También tiene eso de pintar y dejar todo ahí pintado, entre comillas. Jugar.
Y eso me pareció que lo estás llevando al vivo también, en lo que refiere a tocar con pistas, combinando lo electrónico con el pulso de un baterista tocando en vivo; y utilizando una cantidad importante de pedales.
Sí, es cierto. Presenté el disco en quinteto, he tocado mucho en trío, pero también en dúo con el baterista y solo. Y me gusta mucho tocar solo también, con pistas, capaz algún tema con bombo en negras; o sampleando partes instrumentales. En Sólo quiero bailar, por ejemplo, loopeo el riff de la introducción para después tocar arriba.
Se vuelve un arma de doble filo, porque pisás el pedal un segundo más tarde y tenés que reacomodarte y seguirlo. Aunque a veces está bueno que se corra un poco...
Sí, es algo que me gusta de eso, que se vaya un poco lo programado y tener que correrlo. A mí siempre me gustó Juana Molina, y veía shows de ella en el año 2005, tocando sola, y pensaba “¡esta mina está loca!” (risas). Es muy especial, me gusta mucho. También Lisandro Aristimuño trabaja mucho así, veía videos de él tocando por el Interior y haciendo eso y pensaba, “¡qué bueno!”.
Además, es un sistema que te sirve para tocar solo. Porque ése es todo un tema con las bandas. Imaginate con Sancamaleón: no podíamos ir tres a tocar por el Interior, no era la banda si no estábamos todos. Y ahora, fui al Norte solo y la gente flasheó.
Mi ideal es tocar con banda, con tecnología y con banda. Me encanta poner un loop y que el batero esté tocando arriba, siguiéndolo. Y ese corrimiento que hay... me atrae mucho.
A veces extraño la cosa de banda, me da nostalgia, obviamente. Pero estoy contento tocando así. Y ponerle el nombre de uno a un proyecto es eso: decir que sos vos.
* Fede Cabral se presenta este sábado 26 de abril en La Oreja Negra, Uriarte 1271 (entre Córdoba y Niceto Vega, Palermo).
21 horas puntual. Entrada: $50, sólo en puerta.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
Buena nota, detrás de la creación de los discos están las historias que los hacen únicos, el tipo con auriculares escuchando la puerta, mudanza y naturaleza en este caso.
Voy a escuchar el disco
Saludos!
Escuchalo, es muy lindo. Y la historia me parecía interesante de contar, a veces no sabemos hasta dónde un músico se compromete con lo suyo... en este caso, Fede hizo casi todo lo que podía hacer en un disco (le debe haber faltado el diseño gráfico, nomás).
¡Salud!
Publicar un comentario