lunes, 11 de febrero de 2013

Charlas con músicos: Rodolfo García (segunda parte)


Después de unas necesarias y merecidas vacaciones, volvemos al ruedo publicando para ustedes la segunda parte de la extensa charla que tuvimos con el maestro Rodolfo García.
En esta vuelta, hacemos un resumen histórico de sus tareas como productor; hablamos sobre las dificultades que le impiden retomar su oficio de músico con un nuevo proyecto; y cerramos el recorrido viajando en el tiempo, más allá y más acá: revisitamos su participación en Artaud -a 40 años de la publicación de esta obra clave-, y en dos grandes shows de los últimos años: los festejos del Bicentenario y el show Spinetta y las Bandas Eternas en la cancha de Vélez. Disfruten esta segunda parte, que no será la última.

MANJARES DE LA PRODUCCIÓN

Llevás muchos años como productor de eventos, ¿cuál de todos los que organizaste te produce mayor orgullo?
En realidad fueron varios. Un evento donde yo sentí que se dieron un montón de cuestiones para que salga todo redondo fue el último Festival de Jazz que se hizo en la gestión anterior del Gobierno de la Ciudad, desde la Dirección de Música y con un extraordinario equipo de producción. Se llamó Buenos Aires Jazz y Otras Músicas, como los cinco anteriores. Lo hicimos en El Dorrego, un predio muy grande, prácticamente una manzana; con tres escenarios, artistas nacionales de los más notables, la franja intermedia, los nuevos valores... Y los artistas internacionales: vino César Camargo Mariano, que fue productor y director musical de Elis Regina, un músico fantástico; vino el pianista norteamericano Kenny Barron; también Anthony Braxton, que es uno de los capos del free-jazz mundial y no había venido nunca –no solo a Argentina sino a Sudamérica–; y también vino Chucho Valdés con su quinteto. Ahí creo que se dieron un montón de factores para que saliera todo impresionante.

Has producido muchos festivales de bandas nuevas también.
Sí, cosas que son muy importantes aunque no tengan tanta visibilidad: lo que hicimos en La Perla y también acá en el ECuNHi, con Escenario Rock. Todas esas bandas se inscribieron (señala una hoja pegada en la pared con una lista interminable de grupos). El padrino fue León [Gieco], que vino a la apertura a tocar... Fueron más de 190 bandas.
Anteriormente habíamos hecho para Cultura de la Ciudad de Buenos Aires un festival que se llamó Aguante Buenos Aires; y anterior a ése uno para Cultura de la Provincia de Buenos Aires que se llamo El Rocanrolazo. La provincia está dividida en 135 municipios y subdividida en 16 regiones culturales. Primero elegíamos la mejor banda de cada municipio, después la mejor de cada región; luego la final, donde se eligió a la mejor banda, se hizo en el Teatro Auditorium de Mar del Plata.

¿Eso cuánto duró, todo un año? 
¡Claro, todos los fines de semana nos íbamos a algún lugar del interior! Un laburo tremendo pero hermoso, ves un montón de bandas lindas.

¿Y ahora en el concurso que hicieron, viste algo interesante?
Sí, la banda que ganó es fantástica, son realmente muy muy buenos. Mustafunk se llaman. Todos los grupos que ganaron cada mes son fantásticos y ahora va a salir un compilado con esas diez bandas; del grupo ganador sale un disco.

¿Cambió mucho la forma de producir ahora respecto de años atrás?
En mi laburo, los criterios con los que me manejo son los mismos de cuando empecé. Por supuesto que sobre la marcha vas aprendiendo... De hecho ahora se aprende, hay un montón de lugares donde se dictan cursos de gestión cultural pero con lo que aprendés ahí, organizás algo por primera vez y te das un porrazo extraordinario. Una cosa es leer y que te expliquen cómo se hace y otra cosa es lidiar con los tipos. Los músicos, artistas y qué sé yo también tenemos nuestras historias... (Risas). Hay que manejar eso, no es fácil: no es que das una orden o un horario y se cumple.

¿Y termina siendo una ventaja que seas músico, o puede que tus colegas piensen “bueno, él también es músico y nos va a comprender...”?
En mi caso sí, porque yo me cuido de muchas cosas también. Por ejemplo, no mezclo el laburo de producción con el laburo de músico. Ni compito con nadie: si veo a un músico que es extraordinario digo “¡qué músico extraordinario!”, se los digo a todos para que lo escuchen. No entra una cosa así...

De celos.
Claro, no me sale decir “sí, no está mal, pero… Bueno, hay algunas cosas...”, porque se supone que es un tipo groso que está en paridad con vos y entonces aprovechás la pregunta para sembrar alguna duda, alguna cosa. No me importa nada eso, si un tipo es groso digo “qué bueno es, qué bárbaro”, y lo pongo en Facebook recomendando que no se lo pierdan. Y no lo hago para enganchar a la gente a que venga y pague, sino porque lo pienso.
Y después, no me programo a mí mismo. Hace dos años y pico que estamos ahí, tocó todo el mundo y yo no toqué. Si viene Alejandro del Prado y me dice “che, traete el cajón y hacemos algo”, quizá ahí traigo el cajón y toco.

Y porque tocaste con él en su momento, sólo en casos así...
Yo levanto el teléfono y armo un trío o un cuarteto en un rato, de tipos amigos. Hacemos un ensayo, decimos “¿qué tocamos?” y pasamos y tocamos. Con un ensayo. Y me podría programar una fecha por mes si quisiera, ¿quién me va a decir algo si el que programa soy yo? Entonces es así: acá estoy programando, punto.
Recibo un montón de propuestas de tipos que a mi juicio todavía no están para tocar en La Perla: es un lugar en el que entran 150 personas. Si estás para convocar 15, empezá por un lugar más chico. Es una evaluación que hago y me puedo equivocar, pero soy el responsable: tengo cinco personas laburando en la cocina, tres personas en la barra, cinco mozos... No puedo hacer algo para sacarme el gusto, que toque alguien que a mí me gusta y vengan 10 personas.

¿Y te llegan muchas ofertas?
Sí, la gente quiere tocar en La Perla, mucha gente. Sin ir más lejos los mismos grupos que tocaron en el concurso vienen y preguntan si hay posibilidad de tocar fuera del concurso y les tengo que explicar que no, pero lo entienden.
Capaz vienen y te dicen “toqué en tal lugar y vinieron 500 personas”; después lo buscás en internet y el tipo toca en un lugar a la gorra. Pero si yo le digo “mirá, entendé esto: yo mismo no toqué nunca en La Perla, ¿te queda claro?”, ahí comprenden.


EL MÚSICO, DESCANSANDO

Recién decías que levantás el teléfono, llamás a tres amigos y armás algo. ¿Cuándo va a suceder eso?
(Se ríe). ¡Una vez sucedió! Tenía programada una cantante, la fecha estaba cerrada y una semana antes, o menos, me llama el manager. Me hizo toda una historia, me dijo que yo no había reconfirmado, una cosa muy rara. En realidad, la fecha tenía muy pocas reservas... Y era complicado llamar a otro artista para que toque en esa fecha porque no le das tiempo de nada. Además, en las postales que hacemos ya está el nombre de otro, y capaz el día de la función viene un tipo que vio la programación y se queja porque le cambiaste la fecha: o entra a regañadientes porque no está el artista que vino a ver; o directamente se va. Entonces, esa vez llamé a tres o cuatro amigos: Alambre González, Gady Pampillón, Machy Madco y Héctor Starc, y armamos como una especie de súper banda.

Qué amigos, ¡así cualquiera! (Risas).
Entonces hicimos lo que te dije antes, nos juntamos un día a ensayar e hicimos una lista de temas clásicos del rock argentino: Adónde está la libertad, Rutas argentinas... Así como fuimos anotando los temas, vinimos ese viernes y los tocamos. Y salió bárbaro.

¿Y no te da ganas de volver a tocar?
Sí, me da muchas ganas de tocar, lo que pasa es que estoy demasiado enquilombado con los tiempos. Acá [en el ECuNHi] trabajo de lunes a viernes, el viernes me voy de acá a las ocho, tomo un taxi a La Perla porque si no, no llego, y estoy toda la noche ahí. El sábado tengo nuevamente La Perla; y el año pasado también tenía los domingos con el concurso. ¡Y al otro día de vuelta a laburar acá!
Además, armar la programación es un quilombo: si el mes tiene cuatro fines de semana, tenés ocho artistas que armar en una sola semana, y que el tipo llame a los músicos para ver si pueden todos o tienen algún problema... Pueden ser cinco fines de semana en el mes, o sea, diez artistas. Y con las bandas del concurso, eran tres grupos por domingo, doce si son cuatro fines de semana, quince si son cinco; quince más doce... ¡Un quilombo! (Risas).

Y sí, eso insume demasiado tiempo.
Y no es tiempo de llenar una planilla, es tiempo de llamar gente, arreglar, enrocar fechas si un músico no puede para cambiar la fecha con otro. Después hay tipos que son complicados, que los llamás y no acostumbran devolverte los mensajes rápido. Te volvés loco, les mandás mail, les mandás mensajes de texto, los llamás al teléfono de línea y al celular. Entonces cuando al final se cierra está todo bien, ¡pero capaz el tipo te tiene de garpe diez días y no sabés qué hacer!

¿Pero te das un tiempo para tocar?
Sí, toco, pero como te digo, por ahora como invitado y cosas así.

Me refiero igual al ejercicio de tocar en tu casa, ¿lo hacés?
Sí, claro, eso lo hago; pero también hago cosas como invitado, Litto Nebbia me llama bastante seguido y siempre trabajo con amigos. No me gusta el laburo de sesionista, me gusta grabar si son tipos copados, que tienen un proyecto lindo que disfrutás, y eso. Si me llaman diciéndome “¿querés hacer una grabación?, tal día a tal hora” ni pregunto cuánto me van a pagar; agradezco, digo que estoy muy ocupado... No les digo “no, gracias, esa música de merda no quiero tocar…” (Risas).
Hace poco me llamo Peteco Carabajal, me invitó a un show en el Teatro del Viejo Mercado y fue impresionante: toqué, canté y lo disfruté como loco porque es un tipo que tiene un talento extraordinario y es un placer tocar con él. También me llamó Daniel Homer, hacía un show solo y fui porque es un músico tremendo. Siempre con alguien que conozca y de invitado. Pero tengo ganas de armar algo más estable.

El problema es que para eso deberías largar alguno de los dos laburos...
Algo debería hacer, inventar alguna cosa, porque si no siempre condicionás a los demás, se tienen que adaptar a tus horarios y no va eso. Podés tener problemas un día, pero si decís “los fines de semana no, los días de semana tampoco…”.

¿Cuándo tocamos? (Risas).
Claro. Ser la figurita difícil tampoco va.


DE ARTAUD AL ESPÍRITU DE LOS 70, DEL BICENTENARIO A LAS BANDAS ETERNAS

No sé si te percataste pero se cumplen 40 años de la salida de Artaud. ¿Qué recordás de las grabaciones?
Me acuerdo cómo se grabó, cómo pasamos los temas. Se hizo todo con poquísimo ensayo, una pasada en el mismo estudio. Y lo tocamos como si fuese en vivo, con un criterio... Como si estuviésemos en un escenario y nos juntáramos espontáneamente a tocar, conociendo el tema pero hasta ahí. Sin embargo salió, está bárbaro cómo quedó grabado y no tiene casi regrabaciones, yo agregué un cencerro en el estribillo de "Las habladurías del mundo", nada más, el resto está todo sin retocar.

Fue una cuasi reunión de Almendra, faltó Edelmiro nomás.
Fue muy lindo y hacía un montón que no tocábamos con el Flaco. Estábamos con Emilio [del Guercio] y Gustavo Spinetta, el hermano del Flaco. Aunque el disco salió con el nombre de Pescado Rabioso porque le debían un disco a la compañía.

¿Y qué te pasa cuando lo escuchás hoy? Se sigue considerando a Artaud como la obra maestra del rock argentino.
Me parece que está bárbaro y sí, es una obra maestra. No sé si es la más grande pero es uno de los puntos más altos, ni hablar, artísticamente es impresionante.

¿Ves en perspectiva algo que tenga cierto espíritu de aquella época?
Hay un montón de grupos, tal vez no muy conocidos. Pez es un grupo que recupera mucho del rock de aquella época. Sobre todo tienen un criterio muy grupal con el que se manejan, son muy grupo ellos. Hay otros que parece que están pensando todo el tiempo cuándo va a ser cada uno solista, acá los veo distinto: a Ariel [Minimal] lo conozco bastante y tiene ese criterio, la han hecho muy de abajo, está bárbaro y funciona. Y llevan un montón de gente.
Después hay muchos grupos, algunos que también salieron de concursos que estuve organizando. Lucio Mantel, que ahora está como solista, era el cantante y compositor de un grupo que se llamaba Que, que ganó un Aguante Buenos Aires. Nikita Nipone está muy bueno, Chinelas Persas también... Yendo a más conocidos, Gonzalo Aloras me parece un tipo groso, muy interesante. Con él he tocado también, tocó en La Perla y tocamos con Litto en los festejos del Bicentenario.

¿Cómo fue ver eso desde arriba? 
Ufff... Impresionante, im-presio-nante (lo dice así, sílaba por sílaba). Mirabas al fondo y no sabías dónde terminaba, iba desapareciendo... Digo, desaparecía de la mirada pero veías Constitución y seguía habiendo gente. Una energía increíble.

¿Fue lo más fuerte que viviste en un escenario?
Sí, lo más fuerte. Eso y lo de Vélez. Nos parecía imposible. Todos decían que era imposible, por empezar los tipos que manejan esos estadios, las grandes productoras, Fénix y todo eso. Decían que Spinetta no podía llevar tanta gente ni con entrada gratis. Eso decían.

Cómo pifiaron...
Pifiaron mal. (Piensa). Pero el hecho del concierto, todo, fue increíble.

¿Se dieron cuenta de que sonaron increíble o los nervios lo impedían?
Había cierta tensión pero el placer también de compartir eso. Aparte, tantos, tantos músicos, tipos que te encontrás sueltos... ¡pero encontrártelos todos juntos! (risas). Como los de Pescado Rabioso, que nosotros compartíamos escenario hace 40 años. Y la cosa ya venía de antes, de los ensayos: nos juntábamos a ensayar en un lugar enorme, mucho más que el doble de éste [su oficina es una habitación de buenas dimensiones]. Y te encontrabas con los tipos de vuelta, tantos años después, con los Invisible, por ejemplo... Parecía una cosa irrealizable, una proeza.

¿Y cantar Muchacha (ojos de papel) cómo fue? Les salió igualita.
Sí... ¡Yo creo que por ahí hasta salió mejor que en la época que la cantábamos seguido!

Y valió la pena.
Uh, sí, todo valió la pena. Además, cuando tocás en un festival para 40 mil personas elegís el repertorio, un repertorio más polenta, que mueva a la gente. Hay temas que requieren de cierto intimismo para que lleguen mejor. Y hubo temas en el show que eran para tocar en un lugar distinto y cuando el Flaco los cantó ahí no volaba una mosca, había un silencio... Fue algo impresionante.


[Fotos por Victoria Schwindt]

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