lunes, 8 de diciembre de 2008

El balance del pueblo (?)

Ya termina el año y necesito sus recomendaciones. A mí se me pasó rápido (muy) y tengo la impresión de que no sucedió mucho... pero soy una sola cabeza. Por ello, espero sus balances -o como se les cante decir- y que me digan cuáles creen que son el mejor disco y la mejor canción de este 2008. Puede ser algo ultra conocido o totalmente ignoto, acá nadie los va a tildar de snobs o caretas ni ninguna de esas boludeces. Es más que nada para ver si me perdí algo... y de paso ayudan a mi inspiración escriba, que oscila entre muy poca y nula.
Nombren lo que quieran.

viernes, 28 de noviembre de 2008

Ácido y profundo

“Entre febrero y mayo de 2005 graban Nada es rosa, su tercer álbum, en el que la versatilidad interpretativa de Mariana Bianchini da vida a una serie de personajes que han dejado la infancia atrás para enfrentar un oscurecido entorno que no favorece las expresiones individuales de disenso. Las guitarras superpuestas en capas de precisa armonía, una base instrumental concisa, potente y polirrítmica, y baterías que remiten a los loops electrónicos, se suman a una notable madurez compositiva en letras y música, énfasis de la veta de energía punk que Panza siempre demostró en vivo”.

Entre la ironía y la melodía. Entre lo frontal y el más asqueroso (¡y necesario!) cinismo.
En esos terrenos se mueve Panza en Nada es rosa, su tercer disco (como dice el texto de arriba, extraído de su sitio oficial).

Banda nacida a fines de los ’90, Panza viene remando el under porteño, siempre a punto de despegar... En este discazo muestran una combinación mortal de letra y música, en el que todas las piezas suenan furibundas y mucho le deben a la voz de Mariana Bianchini, con su excelente y perverso estilo (puede sonar amenazante y muy malvada si se lo propone; tiene un manejo de la voz notable). Mariana es acompañada por un trío (Sergio Álvarez en guitarras, Franco Barroso en bajo y Pablo Contursi en batería) que la sostiene con fuerza y efectividad. Álvarez le da lo que necesita a cada tema, tiene un gran sentido rítmico (toda la banda lo tiene) y pela un sonido pesado que cubre bien todo hueco. La base encuentra en Pablo Contursi, el batero, a un interesante instrumentista, original. Mediante esa emulación de loops con su instrumento, le da a la banda un toque electrónico sin necesidad de máquinas... más que él mismo.

Ahora vamos más profundo al disco: Nada es rosa es un canto en contra de lo que se supone que debe ser. Temas como el que da el título, Bailarina anarquista (“me escapé del mundo que habían armado para mí / me escapé del mundo rosa y el final feliz”) o Moscas (“porque no pienso como el resto siempre molesto”) sirven de perfecto ejemplo para ello. Parece que la protagonista de las lyrics se siente incómoda en todos lados, y terriblemente frustrada por lo que pretenden de ella y de lo que su pequeña persona tiene para dar. Que sea mujer no es un detalle menor en este caso, en especial por las cosas que canta la dama. ¿Rock feminista? Ni por asomo: Panza trata de tirar abajo los conceptos establecidos, esos que no te permiten ser diferente, los que no dan lugar al disenso, como dice el texto de arriba. En DNI, el cierre del LP, queda demostrado: se canta en contra de los estándares de lo “femenino” y lo “masculino”. Si ser femenina es vestirse de rosa, cantar canciones bobas y estar siempre hermosa, ella no lo es. Y si ser masculino es proteger a la mujer o querer llorar y no poder, tampoco.
El camino que eligen en lo musical se debate entre la oscuridad fuerte de las melodías, algunos estribillos pegadizos y la agonía que propone la combinación amplitud de registro de la hermana del bajista de Árbol + banda tensionada. Dentro de una misma canción generan diversos climas, de vez en cuando hacen salir el sol... Saben jugar con rítmicas irregulares y suenan auténticos... A mí ya me dejaron con la panza llena. Ustedes, exigente público, sabrán decir.

martes, 11 de noviembre de 2008

De regreso (Mirtha...)

La cosa es simple: hace rato estoy sin internet en casa y por eso -aunque a algunos no les parezca excusa válida- este espacio no se actualizó debidamente. Además, factores laborales (cualquier intromisión ferrocarrilística en los textos no es pura coincidencia) y de cabeza quemada (cosa que sucede en este preciso momento cuando son casi las tres y mañana -hoy- despierto a las seis) influyeron en la demora. Me sorprendió observar que en todo este tiempo de ausencia, el disco de González-Vita fue bajado por unos cuantos, así que retorno re copado. Gracias chicos.
Y para volver a lo grande (?) después de tanto tiempo, aquí van cinco discos que me alegran los viajes por Buenos Aires, sea conurbano o Capital. O sea, cinco discos que hasta Baglietto debería tener en su reproductor de mp3, 4 o 5.



Conor Oberst - Conor Oberst: el CD buena onda del año, definitivamente. Conor se sacó los ojitos brillosos y también un poco de melancolía; se puso su nombre (qué jodido es pronunciar Oberst, la pucha) y se mandó con temazos como Get-well-cards (canten todos: “Right there, that's the postman sleeping in the sand!”), Danny Callahan y Moab. Simple y lindo como para caminar por, ponele, Moreno, y que te invadan las buenas vibras justo cuando estabas (o estaban) por tirarte a las vías del Sarmiento. Y si se prende fuego, que sea escuchando I don’t want to die (in a hospital) mientras escapás de la tecnología de punta cortesía de TBA.
Ah, tiene edición nacional, no sean ratas...



John Mayer - Room for Squares: hasta hace muy poco ignoraba por completo la música de este muchacho. Sabía que era un mimado de bluseros y jazzeros capos-capos, y se suponía que era un gran violero. Me pasaron este disco... y la primera impresión fue “esto es pop maricón para mujeres”. Si bien mi pensamiento respecto del disco mucho no cambió, ahora esa frase suena positiva y, sí: acá está su lado más melódico y perfectito, pero aún así me gana porque está muy pero muy bien, con mucho pop y algo de funk. Escúchenlo, que la primera vez van a putear pero la segunda van a admitir que John Mayer no es un tipo que cae bien de una, sino que te hace confiar en él al tiempo. Además, ha mostrado en sus discos más recientes un lado rockero también interesante; y sí, toca... con dos nenes que también tocan un poquito.



The Shins - Wincing the night away: No sé qué es lo que me hace pensar que esta banda es muy pero muy pero muy pero muy Beach Boys. No lo sé porque no es tanto. Pero no crean que eso sea malo, porque está buenísimo... No se me canta decir mucho de estos muchachitos oriundos del pueblo por el que Homero hizo huelga de hambre para luego ser defendido por Duffman (sí, me fui a la re mierda, dormí poco y es tarde) porque alcanza con citar una sola canción: Australia es la gloria, el tema que me despierta cuando estoy dormido en el Urquiza, de lo bueno que está.



The Silent League - Of stars and other somebodies: otros mariconcitos (espero que nadie sea susceptible y entienda el uso de la palabra). Ya el nombre de la banda y el del disco lo son, y sirven de identificación para lo que se va a escuchar: según Wikipedia son post-rock y/o chamber pop. Como yo nunca entendí muy bien para qué degeneramos tanto la cosa inventando géneros que nadie sabe muy bien qué carajo son, la hacemos fácil: ¿te gustan las canciones linditas y mariconas, de piano o de guitarra, bien arregladitas, de esas que escucharías caminando por Shan Ishidro con la alegría de vivir ahí? Bueno, bajatelo y listo. Y si vivís lejos de San Isidro también bajatelo. ¿No querés? Bueno, entonces no. Pero si se copan mejor.



Martin Newell - The greatest living Englishman: tremendo tremendo tremendo. Salido del cofre de sorpresas de mi amigo Bonito Lunch, este disco es perfecto para toda situación: de fondo en una joda, caminando por cualquier lado, cruzando incorrectamente la calle, esperando eternamente el colectivo... Es imposible que te pongas de mal humor si sale la voz de Martin Newell por los auriculares con joyas como Goodbye dreaming fields, She rings the changes, The jangling man, A street called prospect… o la que sea, son todas canciones notables. Para colmo, Andy Partridge mete mano en la producción y participa de varios temas. Y se nota.

Ni se les ocurra pasarlo por alto.




(Nota del autor: juro que no consumí drogas para el armado de este post. La droga soy yo).

miércoles, 1 de octubre de 2008

Al servicio del alma

Un bajo de seis cuerdas y una voz preciosa. De vez en cuando, una armónica, un sikus y un bombo legüero.
Y no, no hace falta más.
Cuando se tienen cualidades y buen gusto, en la música no hace falta la presencia de muchos elementos para trabajar al servicio de la profundidad. Tanto Willy González como Micaela Vita saben bien de eso: son ejecutantes impecables de sus instrumentos y parieron hace tres años este disco increíble, llamado Ares y mares. En él, revuelven el cancionero clásico del folklore latinoamericano y destrozan y reformulan estructuras, para volver épicas desde el minimalismo piezas ultraconocidas como Balderrama, Bailarín de los montes o la Baguala de Juan Poquito.

Todo es más simple si uno lo dice con palabras brutas: Willy González es una bestia. Y no sólo como bajista, ya que demuestra una capacidad notoria como arreglador, para que cada tema tenga su toque: cuando hace falta, arpegia, cuando no dibuja melodías, sino... ¡rasguea! De a ratos hace parecer que su bajo es una guitarra, pero no. Su laburo es impecable, él da la única base a la voz de Micaela, aunque aparezcan otros instrumentos para decorar y ambientar algunas piezas.
La voz de la muchacha no se queda atrás: es encantadora, tiene gracia, técnica y emoción. Con los cantantes no hay vuelta que darle, si se tiene gracia y estilo, ya está. Y a ella le sobran condiciones y caudal -prueben con Balderrama, notable- para ser una voz más que importante de la escena argentina, dentro del folclore y fuera de él.
Me cuesta seguir explicando y describiendo un disco tan bueno como este, con intérpretes tan consagrados a la música que desarrollan. Creo mejor ir a los bifes, de parte de ustedes, claro. Entonces: si es que los tienen, dejen de lado prejuicios y accedan ya a esta maravilla. Y después, si ven alguna fecha de ellos por ahí, vayan a verlos (avísenme así voy también): el show en vivo en tanto o más bueno que el propio disco.

Y bueno... agradecer... si quieren, después me agradecen.

TRACKLIST
1- Duerme negrito (Anónimo)
2- Bailarín de los montes (P. Carabajal)
3- Baguala de Juan Poquito (Walsh)
4- Criollita santiagueña (Chazarreta / Yupanqui)
5- Viejas promesas (P. Carabajal)
6- El Tímido (Carnota)
7- Zamba para Mercedes (T. Parodi / González)
8- Fina estampa (C. Granda)
9- Para Hugo Díaz (González)
10- Balderrama (Castilla / Leguizamón)
11- Mi charango (F. Ramos / González)
12- Chacarera de un triste (Hnos. Simón)
13- Zamba del Abuelo (Anónimo chileno / González)
14- El Avenido (Leguizamón)
15- Recuerdos de Ypacarai (Z. de Mirkin / D. Ortiz)

miércoles, 17 de septiembre de 2008

LMEDA Records – Hoy: El Flaco que no Sabemos Todos


Nuevo compilado de LMEDA Records. Ya saben de qué trata esto, así que vamos al grano...

Una sola cosa: Desde Privé, elegí esta para abrir porque me sonaba ideal para ello, simplemente es buen pop ochentoso, sin muchas complicaciones. Con batería real sería aún mejor, pero bueno... ya sabemos de las innovaciones de aquellos años; que ahora nos (me) suene horrible es otra cosa.

Estás acá: Su tema más rockero en los últimos 20 años. Editado en San Cristóforo, aquel rockero registro en vivo de los Socios del Desierto. Fue una de las novedades de esa placa, y no volvió a ser grabada en estudio.

Sombra de la noche negra: El glorioso Pescado 2 es uno de los mejores discos del rock argentino todo... y no es precisamente un compendio de hits. Tenía para elegir, me decidí por ella para mantener el tempo up, porque me gusta el solo y porque el estribillo me suena muy hardcore, y por lo tanto, muy adelantado. Temón.

Superchería: A pesar de estar en el disco de Spinetta más analizado y discutido -Artaud, claro- es una canción que pasa desapercibida al lado de otras más reconocidas por el gusto popular, como Todas las hojas son del viento o Bajan. Y cuando no se habla de esos, se habla de Cantata de puentes amarillos. Se olvidan de este excelente momento, musical y letrístico: “Siempre soñar, nunca creer: eso es lo que mata tu amor. Siempre desear, nunca tener: eso es lo que mata tu amor. Lo mismo da morir y amar”. Todavía se agradece.

Parvas: Casualidad o no, también desde otro disco doble, el segundo de Almendra, este rock de guitarras alocadas y letra ídem. Podría haber sido Para ir, o alguna otra de ese disco, porque del primero son todas conocidas y a El valle interior nunca le di bola. Pregunta eterna: ¿a qué se referirá el Flaco cuando canta “cien para mi, cien para el aire”?

Lago de forma mía: Letra surrealista bien Spinetta + despliegue armónico criminal bien Spinetta + melodía difícil pero muy bonita bien Spinetta = temazo. Incluida en el último disco del Flaco que logró cierta trascendencia popular -o eso me parece-, el casero Pelusón of milk.

Siempre en la pared: Pocos temas de su obra me suenan tan tristes como este. Téster de violencia es un disco que empecé a escuchar recién hace un par de meses, y en general tiende a este ánimo no muy feliz... Crónica del encierro, o de la depresión, o ambas. A mí me suena a canción cocainómana, no sé porqué.

Suspensión: Hierbas verdes, dragones que vomitan fuego, un bajo gordo, guitarras que machacan y riffean, cambios rítmicos y melódicos constantes... De Invisible había para elegir, pero me quedé con esta pieza porque quizá sea el tema que mejor equilibra la pesadez con lo melódico de aquel genial grupo. Ah, me encantan los coros de Machi.

Preciosa dama azul: Perlita oculta de un disco totalmente ignorado, quizá el más de toda su trayectoria. Hablo de Fuego gris, compuesto para musicalizar un filme del mismo nombre. Preciosa dama azul es un vals breve, con una armonía muy simple, de una niña que parece terminar mal. Menos de tres minutos y una canción preciosa, porque Spinetta es capaz de generar belleza con elementos simples, también.

La flor de Santo Tomé: Del reciente Pan, otra delicia sonora y de pluma. Exquisita y reposada, me agrada el desarrollo de la melodía en los versos, tiene algún sabor folclórico. Para echarse cómodo y escuchar a media luz.

Perdido en ti: El único rapto más o menos rockero -y hasta ahí- en un disco ultra tranquilo como Los ojos. Seis minutos y medio que tienen: letra triste, los coros geniales de Graciela Cosceri -sólo con hacer los “ah ah ah” que hace me alcanza- y un Flaco gritando su desolación por aquel amor modelo perdido. Recomendable como todo ese disco.

Paraíso: Una letra que por momentos parece dirigirse a un ser superior (“son tus hombres en el paraíso”) y en otros a aquellos mismos hombres. Guitarra limpia, y otra armonía genial que me hace pensar que el mundo sería mejor si más músicos se preocuparan por los detalles armónicos como hace Luis. (Nota: de no haber existido Gastón Pauls y su programa comprometido socialmente, de este disco quizá elegía Jardín de gente).

La búsqueda de la estrella: No suele ser común escuchar a Spinetta en temas de piano. El más conocido quizá sea Quedándote o yéndote. Esta genial canción, lo muestra sólo a voz y piano, en un plano intimista y a la vez rockero. La letra es magnífica, una de mis favoritas de él... y el “¿te parece?” del final le da un humorístico broche de oro. Imperdible.

Tu nombre sobre mi nombre: La solemnidad y la perfección acústica en una sola canción. Desde el hermoso unplugged, donde le bajó por un rato los decibeles a los Socios del Desierto, un momento que conmueve y merece ser escuchado con atención.

Yo miro tu amor: ¿Esto es Luis o los White Stripes? Guitarra bien podrida, rítmica simple, riff de esos, solo bien sucio... el retorno a los setentas rabiosos en 2004, reformulado. Suele tocar en vivo este tema, que podría haber sido el cierre del compilado, pero no...

Penumbra: porque el cierre es esta brillante canción, también del ignoradísimo Fuego gris. Me pareció ideal para este compiladito: totalmente desconocida, bonita y entradora para alguien que no conoce mucho de la obra del Flaco. De paso, como el corte de difusión del reciente Un mañana, Mi elemento, me hace acordar a este tema, queda como conexión entre el pasado y el presente.

Que lo disfruten.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Hasta pronto

...Porque, obvio, vamos a seguir escuchando Pink Floyd. Post inesperado, la verdad.
Si son pendejos o llegaron tarde... acá tienen un pedacito.




Gracias, maestro.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Charlas de Rock

Anónimo 1: ¿Qué hacés negro, cómo va eso tanto tiempo? Años sin verte.
Anónimo 2: Acá ando che, sigo guitarreando como cuando íbamos al colegio.
A1: ¿Ah, sí, tenés banda?
A2: Sí, hace rato, nos va bastante bien...
A1: ¿Y cómo se hacen llamar?
A2: Drive-by Truckers
A1: Ah... lindo nombre. ¿Hace mucho que están?
A2: Y sí, desde el ’96. Qué preguntón que estás...
A1: Bueno, no lo puedo evitar, me pasa siempre. ¿Qué onda hacen?
A2: Uh, esa pregunta cuesta siempre. Qué se yo... rock.
A1: Esa palabra es muy amplia. ¿Heavy, punk, qué?
A2: ¡Qué se yo! Rock... me cuesta definir mi música, es difícil. ¿Viste cuando escuchás una banda y decís “esto es rock”? Bueno, así.
A1: Ajá. ¿Rock bien duro, con actitud?
A2: Sí. Bah, tenemos momentos medio country, pop. Y sureños. No sé, es jodido afirmar y etiquetar en la música, es todo tan difuso...
A1: Bueno, pero más o menos... ¿Y qué disco me recomendás?
A2: Qué pesado, averiguá algo vos, ni idea. No me gusta que me pregunten estas cosas, nunca se qué contestar...
A1: Pará, ¿tienen muchos discos?
A2: Sí, unos cuantos. Nueve, más precisamente.
A1: ¿Y cuál me bajo?
A2: Hijo de puta, ¿encima te vas a bajar el disco de tu mejor amigo de la infancia? Compralo, rata.
A1: Estoy pobre... ¿qué querés que haga?
A2: No sé, hacé lo que quieras.
A1: Bueno... ¿entonces cuál bajo?
A2: No te banco más hermano, basta de preguntas.
A1: Che, qué mala onda, ni me preguntaste por mí. ¿No te interesa?
A2: No. Bajate The dirty south y andá a la concha de tu madre, filósofo. Chau.

miércoles, 27 de agosto de 2008

Siempre tan alegre, vos...

Berlin es el tercer disco solista de este arisco hombre del rock llamado Lou Reed. La definición de Wikipedia respecto de él es más que elocuente, cierta en más de un punto; la enciclopedia virtual lo define como una tragic rock opera.
Reed cuenta en Berlin los andares de una muchacha de las calles, Caroline, y su respectiva relación con un yonqui de nombre Jim. Se imaginarán que la historia no es precisamente un cuento de hadas, o una película de Suar... El detalle -esos detalles que nunca son tan pequeños para pasar por alto- es que Caroline es alemana, y el yonqui, yanqui. ¿Y? Siendo un poco rialista, me animaría a afirmar que la puta alemana es nada menos que Nico, la dama que cantara en la primera grabación profesional que hizo Lou en su vida -el glorioso The Velvet Underground & Nico, claro; los de la fotito de arriba- y Jim, un tal James Morrison. Lo gracioso es que di cuenta de esto cuando empecé a buscar info sobre el disco. Claro, cabe explicar que en la vida real, Jim y Nico fueron amantes.
Igual, esto es un dato de color si uno desglosa el álbum desde sus formas musicales...

Berlin agobia por todos lados, ahoga. Desde la siempre cruel y seca forma de cantar del narrador, desarrolla piezas de difícil digestión. Historias sombrías, drogas, depresión, tristeza y violencia son los temas recurrentes, todo en un marco de decadencia extrema como sólo este muchacho lo podría hacer. (Sí, leen bien, todas esas cosas lindas en un solo disco). Además, Lou cuenta con un seleccionado de músicos envidiable -entre ellos, Steve Winwood-, y la producción de Bob Ezrin.
Sólo por ser selectivo y todo lo breve que puedo (nada), voy a elegir las tres piezas que siento como claves en el desarrollo de la obra:
Men of good fortune es la primera. La voz de Reed tiene la expresión justa y necesaria, en especial cuando canta la frase “and me… I just don’t care at all” y te convence totalmente de que, sí, a ese tipo no le importa nada de nada. La sección rítmica del tema es excelente: escuchen el increíble bajo, en esta gema y en todo el disco, de parte de Jack Bruce -afirmativo, el de Cream- y la intensidad lograda. La canción data de épocas primigenias de Velvet, pero recién aquí fue incluida. Decisión acertada de parte de su autor reflotarla para este momento de su carrera.
La segunda pieza clave es The kids, que cuenta cómo Carolinita es alejada de sus hijos por la ley (o sea, le sacan a los pibes por mala madre; según canta el hermano mayor y perdido, de Maximiliano Guerra). Es otro momento -quizá “el” momento- desesperante, de guitarras acústicas pero una densidad que supera ampliamente ese formato. Si uno no supiera de qué habla, podría tomarla como una canción austeramente alegre. Eso, hasta que escucha los llantos de niños al promediar el tema. La Wiki dice al respecto que los pequeños son nada menos que los hijos del productor, quien habría cometido la bestialidad de decirles a sus críos que la madre los había abandonado... ¡para luego grabarlos llorando! (Nota 1: y uno pensaba que el único productor loco era Phil Spector). (Nota 2: Ezrin se encargó de desmentir el mito, pero la gerencia de este blog ha decidido dejar el dato como cierto porque queda bien con la onda del disco). Tan feo suena ese intermezzo desesperante de los niños sollozando y a los gritos por su mami con un fondo musical de acordes mayores, que trajo como resultado la prohibición del tema en muchos países.

La tercera pieza es la clave, y merece este párrafo aparte. Una de las mejores composiciones que Reed haya hecho jamás, tiene todos los elementos de canción perfecta. Otra interpretación majestuosa de su voz, orquestación ídem, pasajes musicales brillantes... No por nada es el cierre del disco, luego de The bed, que narra el suicidio de la dama germana. Sisí, hablo de Sad song. ¿De qué otra forma podría terminar Berlin? Una canción con ese nombre y sentido de la épica triste -ya hablé millones de veces de esto en el blog, así que no explico de vuelta-, con Lou diciendo el estribillo con la voz más grave y fulera que puede, pero acompañado de coros que lo contrastan de fondo; más una sección de cuerdas simple y deliciosa, que repite una melodía que se hará mantra para fundirse en el final. Notable.

En fin, supongo que este es uno de los discos más bajoneros y crueles de la historia del rock... Y si se tiene en cuenta que salió después de su intento solista más reconocido y up, Transformer, no queda más que agradecer por una obra maestra sobre las miserias humanas y todo lo que traen, llevan y dejan. Alguien lo tenía que hacer y nadie lo podría haber hecho mejor que Reed, un pesado de verdad.

domingo, 27 de julio de 2008


Es re melanco.

Es una artista total.

Es sensible y mata de una.

Vive lejos pero la visitaría seguido.

Es, o al menos quiere ser, the greatest.

Es simple pero a la vez necesariamente rara.

Es de las que están al costado pero llama la atención.

Es mi mejor descubrimiento en estos últimos tiempos.

lunes, 7 de julio de 2008

LMEDA Records presenta: Redondas canciones de amor

Mi oreja lo pedía cada vez que escuchaba alguna de esas canciones en un medio de transporte, lugar público, hogar o prisión (mentira, prisión no). Es simple, las canciones de amor de los Redondos alegran el corazón, mueven algo, aunque suene simplista decir sólo eso: gracias a ellas, este nuevo compilado de LMEDA Records. Sí, sé que muchas son conocidas y las hemos escuchado hasta el hartazgo, pero piénsenlo: está bueno tenerlas todas juntas, de hecho lo he probado y... ¡te ponen de muy buen humor!

(Ahora, el desglose una por una).

El tesoro de los inocentes: Elijo esta para empezar, porque la letra me parece de un valor inmenso. No es una canción de amor hacia una dama, sino que parece hablar -digo así porque nunca se sabe con Solari- de la necesidad fundamental del amor en un mundo contaminado por la maldad del hombre. El momento culmine es el estribillo y su frase: “si no hay amor que no haya nada entonces”.
Parece dirigida a quienes hacen mal al mundo desde su sector de poder -no sé si es específicamente para los políticos; también puede ser una forma de hablar del egoísmo-, y no se dan cuenta de que el verdadero tesoro no lo compran jugando “a primero yo, y después a también yo”, como canta el pelado en una parte. Es raro definirla como “canción de amor”, es más bien “del amor”. Supongo que se entiende la diferencia.

Gualicho: Perlita de Último bondi a Finisterre, creo que es el único momento de luz en aquel disco oscuro de finales de los noventa. Acústicas, clima, y una de las tantas letras de ellos con alguna cita a los juegos de azar, en ese estribillo que se lamenta por lo que “cuesta armar un full”: una excelente metáfora sobre lo que cuesta sostener una relación para que luego desvanezca de un día para el otro.
Grandiosa canción de olvido y despedida... ¡El comienzo de la intro de guitarra es igual a Alive de Pearl Jam! ¿Habrá sido a propósito?

Esa estrella era mi lujo: Otra que transita la misma senda, un clasicazo indestructible de toda su carrera. La letra es simple y concisa, va al grano y relata sin muchos detalles una relación de esas… breves. El protagonista se siente un iluso por haber sido usado al gusto de una bonita compañera. (Indio, no te quejes que en esa época no eras tan conocido…). La introducción es maravillosa y la melodía de la estrofa final, también. Le da el marco y la emotividad de una real canción de amor a una oda más fugaz. Recién escuchándola hoy, me doy cuenta de algo en muchos temas de ellos: los coros los hace Skay y siempre creí que eran segundas voces de Solari.

El viaje de las partículas: Del último de Skay, esta cancioncita mueve la emoción desde la simpleza, empezando por el punteo de la introducción, hasta llegar a su estribillo, que luego de una letra que parece hablar del fin del mundo -o de cómo se está yendo a la mierda... hace miles de años- concluye con el protagonista declarándole a su amada: “quedará para siempre tu mirada en mis ojos, aunque un día la tierra deje de girar”. Más allá de todo lo que se ha dicho de ella, la Negra Poly también tiene sus canciones de amor.

Murga de la virgencita: Este tema está incluido en un disco que resignifica la palabra murga: cuando en Momo sampler aparece el término, lo hace como sinónimo del dolor. Bueno, de eso trata esta grandiosa pieza, con reminiscencias al U2 más moderno: los andares de una puta argentina, Marita, con descripciones del Indio que, cada vez que vuelvo a leer la letra, me hacen creer que es la canción definitiva a una trabajadora de las calles. De amor y sufrimiento.

Tarea fina: De esta no hay mucho que decir, es clara como el agua. Un pobre muchacho busca conquistar a una dama que prefiere codearse con la alta sociedad. O sea, la clásica canción del loser al que la minita ambiciosa no le da pelota. Claro, otra vez los slogans del cantante convierten a la letra en una genialidad. Y eso, sumado a una bonita melodía, y un buen acompañamiento musical convierten a Tarea fina en, quizá, la canción de amor estándar de los Redondos. No está nada mal ese título.
(De todas formas, lo mejor es el mito que encierra la letra: dicen las lenguas rialistas del rock que Carlitos le hizo la canción a Karina Rabolini, que después de estar junto a él se fue con el actual gobernador de la provincia de Buenos Aires. Nunca lo sabremos).

Caña seca y un membrillo: “Vamos negrita, baila hasta el fin, vamos negrita, hacélo por mí”. El estribillo ya dice todo, no jodamos. Y vos, negrita, bailá y no rompas las bolas.

Un poco de amor francés: La más conocida de todas, uno de los pocos hits de toda su carrera (obviando que con el tiempo casi todas sus canciones se han convertido en un clásico para cientos de miles de jóvenes de por aquí). En este caso, aunque partan del mismo disco, no sucede lo de Tarea fina: la mina conquista al señor luego de afirmar que “el lujo es vulgaridad”. El riff de la intro es un clásico, Skay marca registrada.

La pequeña novia del carioca: ¡Redondos cuasi trip-hoperos! Esta pieza, una de las canciones de amor menos conocidas de su repertorio, me mata por su musicalidad. Por empezar, el tono de la voz relatora es escalofriante aunque a su vez brinde calor. La música es chiquita durante los versos, pero explota en el estribillo, de licores y malas ideas: otra oda a la fugacidad. Una gema oculta y oscura, definitivamente brillante en su concepción.

El pibe de los astilleros: Este tema le debe al riff de guitarra, al menos, la mitad de su éxito. En cuanto a la letra... iba a hacer mi pequeño análisis, pero encontré éste tan increíble en Taringa… que mejor se los dejo.

La hija del fletero: La unión de las palabras “linda” e “infinita” en una frase que describe a la hija de un fletero, ya merece palmas. Sólo ellos podrían hacer un tema con tal nombre y que quede bien. Esta vez, la protagonista marcha a Europa -más precisamente, a Madrid- el tipo queda dolido y no se anima siquiera a leer las cartas de ella que, sabe, recibió. Durante toda la letra, en vez de disparar contra la dama, o bien describirla, quien canta recuerda los reclamos que ella la hacía (“no calentás la misma cama por dos noches”) e incluso se bastardea a sí mismo, de manera lapidaria: “siempre fui menos que mi reputación”.

Lágrimas y cenizas: Otra de Skay, desde su primer disco, A través del mar de los Sargazos. Épica por todos lados, de letra y orquestación.

Una piba con la remera de Greenpeace: Quizá, la canción de amor definitiva de los Redondos haya llegado en su último disco. De letra y música impecables, no hace agua en ningún lado. Descripciones geniales como siempre, un método similar al de La pequeña novia… respecto de la estructura versos-estribillo -del susurro al grito con un bonito puente en el medio- y la emoción a flor de piel, en otra historia de toques sufridos.

Mi genio amor: Voy a morir sin comprender cómo puede ser que esta canción no haya sido incluida en Gulp, me parece inconcebible desde la primera vez que la escuché que no haya formado parte de aquel disco debut. Algunos pasajes musicales me recuerdan a The Police, y la letra... bueno, no voy a cansar diciendo lo mismo que en todos los temas anteriores.
Ustedes sólo disfruten.

miércoles, 25 de junio de 2008

20

Veinte años. Esa edad tenía Paul Weller cuando llevó a cabo una de las mejores y más ambiciosas obras del rock de fines de los setenta en Gran Bretaña. Se suele creer que la ambición musical está en la pomposidad pero el caso de él demuestra todo lo contrario: revisitó -y revistió- el mod desde los años del punk y para All mod cons, disco del que estoy hablando -el que sepa inglés, lea: “The lyrics of the song All mod cons features Weller attacking the fact that many of the benefits of fame fall with a lack of commercial success (something he suffered when the Jam's second album This is the modern world failed to be as commercially success as their debut). The lyrics criticize fickle people who attach themselves to people who enjoy success and leave them once that is over. The phrase "all mod cons", short for "all modern conveniences", is a British idiom one might find in housing advertisements. The title is a play on the word mod, in reference to the band being part of the mod revival”-, le agregó a The Jam una dosis de pop clásico británico que no había aparecido en sus dos muestras anteriores.
Veinte años. Y acá se dice que veinte años no son nada. Y el noventa por ciento de los referentes rockeros argentinos tiene el doble de edad. ¡Algunos el triple!

La cosa es simple: Weller, empujado por la ola del punk, se subió a ella por una cuestión generacional, para luego abrirse y abrirla a otros horizontes. En el año del despegue y el quilombo, los Jam editaron dos discos, cercanos a lo que sonaba por todos lados. Aunque se notaba que ahí había otro germen. Este tercer disco fue la confirmación: el homenaje a los Kinks fue una reverencia poco común dentro de la escena a la que pertenecían, anti-dinosaurios. English rose, una de las canciones de amor más perfectas que he escuchado, mostró que ellos no eran un guitarrazo y ya. O sea: no eran los Sex Pistols. Había actitud, pero también algo de fondo: músicos. The Jam lejos estaba de ser Weller a la deriva con dos sesionistas. Quién pudiera tener el bajo de Bruce Foxton en su sala de ensayo, y el esquizo ritmo de Rick Buckler.
La pertenencia punk de esta gran banda, creo, tiene más que ver con una cuestión generacional y actitudinal de sus comienzos: como todo grupo importante, The Jam trascendió el género. Los Ramones, por ejemplo, desarrollaron durante toda su vida musical un estilo con pocas variantes, siempre cercano a su origen. Otros, como Clash y Jam, se fueron despegando. Por eso, los doce componentes de All mod cons conforman un ideal equilibrio entre la bella sonoridad de melodías tranquilas, la velocidad traducida a temas cortos y furibundos -quizá el rasgo que mantiene dentro de disco punk a un álbum que excede notoriamente ese mote pequeño- y canciones indestructibles como la citada English rose, Fly o In the crowd. Y el tipo tenía veinte años.

Pinchen si no probaron esto todavía.

martes, 10 de junio de 2008

Primeras impresiones de un tipo triste

No sé si será por el frío reinante en Buenos Aires -con el comedor de casa como epicentro, claro, o al menos eso piensa mi flaco esqueleto- pero nunca me había pasado que la primera vez que escucho un disco se me ponga la piel de gallina. Recién ahora llego al mundo Leonard Cohen y me arrepiento de haberlo hecho tan tarde.
Aunque más vale tarde que nunca, dicen, y esto lo demuestra perfecto.
Llegué a Songs of Leonard Cohen medio de casualidad: revolviendo en Musimundo encontré un par de discos del hombre en cuestión, y me acordé de que todavía no tenía nada, ni en mp3. Como no tenía la más mínima idea respecto de su discografía, no supe si era uno de grandes éxitos o no (el nombre sembraba la duda). Me gustó la tapa, eso sí. Pero aquel día me olvidé de buscar para ver de qué época era el álbum. Otro día, de vuelta hurgando, lo volví a ver. Ahí sí recurrí a mi regreso a San Google, y me encontré con que era su primer registro, de hace nada menos que 41 años. Leí un poco su biografía y bajé el disco -también Songs from a room y Songs of love and hate, los que le siguen- que quedó colgado en Mi música un par de semanas hasta hace un rato.
La primera impresión que tengo de Cohen me hace pensar en él como la mezcla en partes perfectas entre Bob Dylan y Lou Reed. Ni hablar que uno no se puede guiar por primeras impresiones -o sea, no lo hagan si es que no tienen noción de él- pero es lo primero que me surgió cuando lo escuché cantar: esa voz grave y triste, tan Reed que asusta. No sé si uno copió al otro ni me interesa, adoro esa forma de narrar las canciones, entre el desgano y la melodía. Lo de Dylan quizá vaya más por el lado musical, cercano al Zimmerman más triste y desértico. No hablo de las letras porque todavía no me sumergí en ellas, ahí no puedo comparar.
Podría esperar para hacer un análisis -supuestamente- más profundo del disco y de Cohen en general, pero si un disco te da escalofríos la primera vez que lo escuchás... supongo que tiene que estar bien. Hagan su propia crítica, y de paso me pueden contar si alguna vez les pasó eso. La verdad que está buenísimo.

lunes, 2 de junio de 2008

Observaciones por decantación de cuatro fantásticos

- Cuando un grupo deja a la posteridad una obra excelsa en un período tan breve, suele suceder algo más que particular: todos sus discos son buenísimos y cuesta elegir uno.
- Seru Giran fue uno de esos grupos: sacó cinco discos en igual cantidad de años de vida -uno en vivo- y se me hace imposible decidirme por el mejor.
- Nunca me gustó la calificación de Beatles criollos que les encajaron, no termino de comprenderla del todo. A pesar de algunas similitudes -dos cantantes, a la vez compositores; y la obviedad de que ambas bandas estaban compuestas por cuatro integrantes- nadie puede ser comparado a los cuatro de Liverpool. Quizá sea eso.
- Siempre es bueno volver a Charly. Más allá de que a veces me ofenda o entristezca su presente, repasar sus discos de estas épocas te hace acordar por qué es quien es. Su legado musical ya está, lo que el tipo deja para nuestros oídos es por demás suficiente y no deberíamos exigirle algo que probablemente ya no pueda dar.
- No sé cuántos grupos hubo en Argentina con cuatro músicos tan buenos...
- Recuerdo una aparición televisiva de Pappo -en el programa Tiene la palabra del canal que desinforma- en la que se refirió a los Sui Generis como “un idiota con una flautita y otro con una guitarrita”. Pero cuando lo escuché hablar de Seru Giran, dijo “buena música... pero no rock”.
- Qué gracioso que era Pappo cuando determinaba qué era rock y qué no (acá me fui de tema, perdón).
- El estilo de David Lebón -para cantar, me refiero- es tan irritante... que lo amás. Prueben con Parado en el medio de la vida o San Francisco y el lobo.
- Las portadas de sus discos son horribles. Aunque la de La grasa de las capitales es ironía pura y con eso basta.
- Sus temas instrumentales matan.
- Lástima que nunca sacaron un disco entero dedicado a eso.
- Aquellos destellos de humor genial en las canciones de Charly de los ’80… ¡desaparecieron hace rato!
- Peperina, su último disco de estudio -olvidemos piadosa y necesariamente el registro discográfico del regreso noventero- tiene dos canciones que (me) matan: si alguien me pidiese un breve compilado de García entrarían seguro. Me refiero a Llorando en el espejo y Cinema verité...
- La frialdad de Llorando... es criminal. Su letra, su armonía, el estribillo cantado que no se repite, la línea blanca, el final con el ritmo sostenido... creo que es mi favorita de todo Charly.
- ¿Este país nunca va a tener otro grupo como Seru Giran?...

martes, 27 de mayo de 2008

Exclusivo...

...para hinchas de Racing (si es que nos cabe la palabra hinchas).
En un par de días vuelvo con algo más largo, el tiempo no me ha sobrado últimamente.

Ojo: si no son de la Academia prueben igual, si es que les gusta el pop medio folkie con buenos arreglos orquestales y esa dósis de agonía, siempre lenta y desesperante.
(No me hago cargo de suicidio alguno, aclaro).

martes, 6 de mayo de 2008

Vacaciones mentales

Que esta vez sea al revés. Hago la gran Capitán Burton y les pido que recomienden algo que hayan escuchado ultimamente. Si quieren hacerlo con lujo de detalles, bienvenidos. Puede ser algo del año del pedo, que no lo conozca nadie; o algo reciente que todavía no haya explotado. De cualquier género, mientras lo crean interesante.
Mejor dicho: hagan lo que a ustedes se les cante.
Lo que digan me servirá de inspiración para posts futuros, pues tengo un par de cosas a subir pero tengo ganas de escuchar otras también. Invito a los que comentan siempre y a los que pasan de casualidad... quizá encontremos algo interesante entre todos, quién sabe.

lunes, 7 de abril de 2008

Un poco de punk porque sí

Más allá de su supuesta rigidez musical, podría decirse sin dudas que el punk es uno de los subgéneros del rock con más variedades estilísticas. En verdad, dentro de la movida punk se han incluido grupos que luego trascendieron eso; y otros que por pertenecer a la época -y quizá parecerse en look a los demás colegas de la escena- cayeron en la misma bolsa.
Así es que grupos tan disímiles como Ramones y Talking Heads -del lado yanqui-, o The Jam y ¡Elvis Costello! -británicos- eran catalogados como “punk”, más allá de que, al escucharlos, uno comprobara que poco y nada tenían que ver.
El punto es que hoy voy a comentar brevemente, para ser punk, -dios, qué genial excusa- algunos disquillos de aquel querido y difuso movimiento: cuatro gemas totalmente distintas entre sí. Vamos con los discos, entonces:


New York Dolls – Ídem (1973): aprovechando su venida al país -que quizá me cuente entre el público presente en El Teatro, el mejor lugar en Buenos Aires para ver shows- les dejo su primer disco, obra maestra del rock desprolijo y decadente. Entre el glam, la desfachatez, alguna balada y ese desorden sonoro, está el gen de su irresistible punk. Por supuesto, son otro de los estandartes de aquello que hace un tiempo califiqué como punk stone. Si pueden, vayan a verlos.
Tres temas a escuchar: Personality crisis, Lookin’ for a kiss, Pills.



Peter Hammill – Nadir’s big chance (1975): en su quinto disco solista, Hammill -además de sus excelentes mid-tempos- muestra intensidad y saturación, cosas que hicieron de este álbum uno de los favoritos de Johnny Rotten (aunque en todas las reseñas de Nadir... se diga lo mismo, es inevitable repetir el dato). Así se volvió parte fundamental de lo que -después del estallido punk- se llamó proto-punk. Como siempre, el tipo estaba un paso adelante.
Tres temas a escuchar: Nadir’s big chance, Shingle, Birthday special.



Iggy Pop – The idiot (1977): de seguro, la Iguana es una de las cinco caras más importantes en la historia del punk rock. Sin embargo, el tipo más de una vez ha demostrado que su ambición supera el género, y este disco es una de las pruebas. Justo en 1977, se mandó esta locura comandado por David Bowie en la producción (en realidad, es casi un disco conjunto que salió sólo con el nombre de Iggy). Probablemente, el álbum más experimental en toda la carrera del hombre de Detroit. Ah, es su primer intento solista... y lo que sonaba de fondo cuando Ian Curtis colgóse.
Tres temas a escuchar: Nightclubbing, Tiny girls, Mass production.



The Clash – Give ‘em enough rope (1978): vamos por pasos. Como músicos: los mejores de la escena, lejos, tenían versatilidad para meterse con cualquier género -¡tocaban reggae como los jamaiquinos!- y fueron la banda más abierta de todas; trascendieron rápidamente al punk y demostraron una impresionante apertura estilística. Como ejemplo de coherencia estética y política, también son insuperables: se hicieron cargo de todas sus palabras y las llevaron a acciones. Este disco, el segundo de su carrera, es la bomba antes de la bomba -o sea, London calling-: bordea la perfección.
Tres temas a escuchar: Safe European home, Stay free, All the young punks (new boots and contracts).

domingo, 30 de marzo de 2008

Drake, ideal para el otoño (Post Aniversario)

Nick Drake nació en Birmania en 1948. Apareció ahí porque era hijo de un importante comerciante que realizaba largos viajes por todo el mundo. Fue allí donde los Drake estaban establecidos en aquel año.
Cuando el alegre Nick tenía la tierna edad de cuatro años, la flía -británica ella- se mudó a Tanworth-in-Arden, localidad cercana a Oxford. El clan Drake tenía mucho dinero gracias a los labores de papito y Nick fue a los mejores colegios -o lo que se supone que son los mejores colegios- y pronto se le inculcó el gusto por la poesía -dicen que le gustaba mucho William Blake-, la pintura y la música clásica. En la escuela empezó a tocar el clarinete, el saxofón y la guitarra.
A los 17 años, Nick y sus amiguitos millonarios realizaron un viaje a Marruecos... y acá el pibe descubrió las drogas. Se supone que fue donde comenzó a componer sus primeras canciones serias (aunque la boludez esa de que las drogas ayudan a componer me tiene podrido. Puede ser que te den ideas para alguna canción, pero… Bueno, mejor sigamos).
La cuestión es que el muchacho inició sus estudios de literatura inglesa en Cambridge y ahí comenzó a llamar la atención de quienes lo oían cantar con su guitarrita esas canciones bellas y tortuosas que componía. Sin contar su magistralmente particular y dejada manera de cantar.
En 1968, Ashley Hutchings -bajista de Fairport Convention, gran grupo folkie de la época- vio tocar a Drake en un concierto benéfico en Londres. Le encantó y, por ello, le habló bien de aquel joven a Joe Boyd, productor capo por esos años, casi siempre de discos de folk. Al año siguiente, con producción de Boyd y la colaboración en algunos temas de los Fairport Convention, Nick editó su primer disco, Five leaves left.
Por supuesto, el debut tuvo muy buenas críticas… pero no vendió bien. El disco apenas fue presentado en directo, ya que su autor no se sentía a gusto tocando, por su excesiva timidez e inseguridad. Más allá de eso, Drake largó los estudios cuando le faltaban meses para recibirse, y decidió dedicarse de lleno a la música. Se peleó con sus padres y se marchó de su pueblo adoptivo para irse a vivir a Londres.

(Ahora, vamos al discón).

Más allá del fracaso comercial, Joe Boyd veía -bien- mucho potencial en la música que hacía Nick. Para Bryter layter, entonces, consiguió la colaboración de algunos músicos reconocidos, como John Cale y dos Beach Boys: Mike Kowalski y Ed Carter. Por supuesto, los FC también seguían ahí. Nueve meses les llevó hacer este bello disco, el más ecléctico y ambicioso de los tres que publicó en vida Nick Drake. Y el menos minimalista de ellos.
Es imposible hablar del disco y saltearse una canción, porque su belleza atrapa de principio a fin. Ergo: voy a describir tema por tema.

Introduction: obertura donde se nota que Nick mamó de siempre la música clásica. Un minuto y medio de ejecución fina: Drake comanda un cíclico arpegio de guitarra acústica mientras se despliegan sutiles, exactas y armoniosas notas de un conjunto de cuerdas, arregladas por Robert Kirby. Sencillamente magistral.

Hazey Jane II: este tema podría ser tranquilamente de Dire Straits, gracias a la guitarra de Richard Thompson. El fraseo vocal que tienen los versos me resulta muy ganchero y atractivo, y vuelve a la melodía muy particular.
Muy bien 10, otra vez, para los arreglos de Robert Kirby, esta vez de vientos.

At the chime of a city clock: Si las dos primeras composiciones no los convencen -algo que considero imposible o inadmisible- esta pieza con ciertos aires enigmáticos hará los honores. Otra vez -sí, otra vez- las cuerdas decoran a la canción preciosamente. También es fundamental el saxo alto de Ray Warleigh, que dibuja melodías por todo el tema.

One of these things first: De pie, señores. Estamos ante una canción perfecta. ¿No es esto una especie de chamamé británico? A quién le importa qué es. Destaca el piano de Paul Harris y la letra, simple y hermosa. Es raramente existencialista y, por momentos, parece ser de amor.
En definitiva, el mundo necesita más canciones como esta.

Hazey Jane I: y sí, se ve que el tipo estaba enganchado con una tal Jane. Acá la llena de preguntas. Mientras, arpegia su guitarra y lo acompañan unas bonitas cuerdas y una percusión que golpea en los momentos necesarios. Cuando canta la frase “Do it for you” eriza la piel.

Bryter layter: ponerle como nombre a un disco el título de un tema instrumental -cuando es en su mayoría cantado- es un acto que refleja confianza en todas las composiciones. Las cuerdas son las que llevan la pauta melódica, una flauta improvisa y Nick... arpegia, como casi siempre. Por supuesto, la pieza es radiante. Era de esperarse.

Fly: aquí aparece por primera vez el gran Cale, tocando la viola y el clave. La instrumentación me hace acordar a algunos temas de los Stones, como As tears go by, Ruby Tuesday o Lady Jane (¿será la misma?). “I just need your star for a day”, pide Nick. A esta altura se nota el contraste entre las líricas y lo que se ofrece musicalmente.

Poor boy: este suena jazzerísimo y tiene momentos de inspirada improvisación. Aunque los coros -de Pat Arnold y Doris Troy, esas típicas negras que siempre cantan bien- le dan un toque gospel. Y también tiene pasajes medio latinos. En fin, es otro temazo más.
Si todavía no se rindieron ante el disco a esta altura de la escucha... les prohíbo moralmente volver a ingresar a este modesto sitio.

Northern sky: otra vez aparece el mago Cale, que casi se adueña por entero del aporte musical en esta pieza. Esta vez toca la celesta, el piano y el órgano. (Comentario aparte: adoro a los músicos multiinstrumentistas). Adoro también las letras de todo Bryter layter. Y el sosiego de este tema, excelente final cantado del disco, una casi canción de cuna. Ah... ¡en este tema Nick rasguea su instrumento!

Sunday: el disco empieza instrumental, se parte al medio instrumental y termina igual. Con otro momento que me suena a enigmático (¿Cómo se explica que una música te suene enigmática? No lo sé ni me importa).
Voces que se van desenvolviendo perfectas, idas y vueltas melódicos, Drake arpegiando de vuelta... Sunday es un resumen perfecto del concepto musical que rodea al disco: exquisitez y profundidad sonora.

Para finalizar, sabrán que, por supuesto, Bryter layter también tuvo excelentes criticas (además de la mía -y en su época, claro). Por supuesto, tampoco vendió mucho.
Drake cayó en una profunda depresión luego del segundo fracaso. A los dos años editó otra obra maestra -otro fracaso comercial más-: Pink moon.
El 25 de noviembre del ‘74, murió de una sobredosis de antidepresivos. Los tomaba para poder dormirse (está claro que lo logró). Nunca se sabrá si su muerte fue un accidente o un suicidio. Lo que sí se sabe es que, con los años, su fracaso en vida se volvió suceso post-mortem, su obra se revalorizó, se editaron unos cuantos discos póstumos y por suerte esas canciones que fueron ignoradas en su tiempo ahora son admiradas por cientos de miles de personas en todo el mundo. Amén.





(Nota al margen:

Señoras y señores: el título no era porque sí. Hoy se cumple un año desde que este ¿emprendimiento? comenzó. La verdad que está bueno hacerlo e intercambiar opiniones sobre música con todos los que andan por aquí. Este espacio está hecho con buena onda, con la intención de compartir la música que amo y me interesa, sin intenciones piratas. Brindo por unos cuantos años más de LMEDA -o por mis ganas de seguir haciéndolo, mejor- y por todos ustedes, amigos internautas: si nadie entrara aquí, esto no existiría. Un abrazo y se aceptan regalos).

miércoles, 26 de marzo de 2008

Sólo con ellos sería mejor


Chorros hijos de puta.
Clase alta fascista.
Idiotas que trabajamos.
Mugrientos periodistas.
Por suerte en el mundo quedan
algunos cuantos artistas.




[Y Silvio Rodríguez es uno de ellos. Este disco -cassette- sonaba mucho en casa cuando yo era pendejo (niño en realidad). Vale la pena apagar la tele un rato y ponerlo, les aseguro que no se van a arrepentir. Podría escribir más sobre él, pero el post anterior fue tan largo que... se ha convertido en la excusa perfecta para que sólo se preocupen por Silvio sin necesidad de mis palabras. Escuchen El necio y alcanza].

lunes, 17 de marzo de 2008

EL DIA QUE VI A DYLAN (y rompí el hechizo)

Aclaración del autor: esto va sin intenciones literarias.
Sólo es un cúmulo de emociones apiladas el 15 de marzo de 2008.




La partida arrancó bastante bien.
El primer colectivo -de casa a San Miguel centro- llegó bastante rápido y me dejó a una cuadra de la parada siguiente. Tenía que esperar el 182, y preguntar cuál de los dos colectivos de esa línea me dejaba en Vélez. No sabía con cuánta frecuencia pasaba este bondi y por eso salí temprano de mi hogar, pero por suerte casi no se tardó: a las 17:27, según el boleto -quien escribe esto no usa reloj ni tiene celular- ya estaba arriba del medio de transporte, directo a Liniers. El colectivo venía casi vacío, y no registré a nadie que tuviera alguna remera o algún signo de estar yendo al mismo lugar que yo.
Durante el viaje, leí la última edición de Barcelona y me reí un buen rato, hasta que, ya en Hurlingham, el periódico se terminó (¿cada vez es más corto o sólo me parece a mí?). Al rato, una señora tocó el timbre para bajar, y el chofer le pidió que lo haga por adelante ya que la puerta de atrás estaba trabada. Cuando llegamos a Palomar -y ya estaba embolado de no tener algo para leer- el colectivero bajó en la parada del centro y le contó a uno de los compañeros el suceso de la puerta. Este fue a mirar, intentó destrabarla... y se encontró con que, en realidad, estaba rota y salida de los ejes. Le dio un consejo poco útil -al menos para mí que pretendía estar ya en el estadio- al chofer: “Bueno... seguí el viaje despacio, y si encontrás otro en el camino, pasale los pasajeros”. Otro era otro colectivo, que por supuesto no encontramos.
A esta altura, sólo quedábamos tres pasajeros. El colectivero les preguntó el destino a los otros dos, no a mí, que ya le había dicho “hasta Vélez” cuando subí, porque no sabía cuánto salía. Seguimos viaje.
Supongo que si poníamos a caminar al lado del 182 a un viejo de 93 años, con asma y bastón, tranquilamente lo pasaba. No creo que haya superado en ningún momento los 40 kilómetros por hora. Todavía quedaba, para colmo, aproximadamente medio viaje por hacer.
Ya en Ramos, el hombre de camisa celeste -que más allá de la velocidad, manejaba con una displicencia que me molestaba sobremanera- hizo de vuelta la pavada de mostrarle la maltrecha puerta a un compañero... que también lucía el espantoso atuendo, claro. No sé muy bien qué pretendía que le dijeran más que “seguí, negro, otra no te queda”. Eso fue lo que hizo el compañero, y eso lo que hizo él: cruzó la barrera, dobló en Rivadavia, y prosiguió con el lerdo y ya insoportable viaje. Ya nervioso, mientras tanto, quien escribe iba maquinando qué se encontraría en aquel show que tanto había esperado. Después de un buen rato, y justo cuando comenzaba a creer que el José Amalfitani quedaba en Rusia, llegamos -llegué- a destino.


Cuando empecé a caminar rumbo al estadio, me extrañó ver camisetas de Vélez Sársfield avanzando en dirección opuesta a mí. No eran dos o tres, eran muchas, y el equipo dirigido por Tocalli jugaba ese día... ¡pero en cancha de San Lorenzo, en el Bajo Flores! Pensé: “éstos deben haber venido a ver el partido a algún bar, o algo así”. Seguí caminando, creyéndome lo que había pensado. Pero seguían apareciendo camisetas con la V azulada, y mis sospechas de que algo extraño había sucedido se acrecentaron cuando, al fin, llegué a la cancha. Ahí ya eran muchos... algo pasó.
Mientras, recordaba que todas las veces que fui a esa cancha a ver a Racing, nunca ganó (y fueron unas cuantas). Aunque ahí lo vi salir campeón, luego de una intenso y apabullante diluvio en las horas previas al partido (con este dato traté de descartar la teoría de que no le caigo bien al Amalfitani). Después recordé el show de los Red Hot Chili Peppers en 2001, también bajo un diluvio de aquellos. Y seguí caminando hasta llegar a -si no me equivoco, algo más que posible por ser un desconocedor de calles- la esquina de Juan B. Justo y Jonte: el Carrefour donde me encontraría con mi acompañante.
En esa esquina, la gente de Vélez ya era una multitud aglomerada por alguna causa en común, estaba claro como el agua que cayó aquellos dos días de 2001 que esos muchachos estaban en actitud piquete. Antes de llegar al supermercado, había visto en un televisor de un kiosquito un videograph que decía “La gente de Vélez se reúne en su estadio”. Lo vi desde afuera, estaba en letras grandes. Creo que el canal que estaba puesto era C5N (nota: puaj). Las cámaras estaban a metros de mi persona, pero seguía sin saber qué carajo pasaba allí. No pregunté. Entré al supermercado, y senté mi trasero en uno de los postes ubicados cerca de la entrada, justo después del interminable estacionamiento. Sabía que era temprano aún, porque había bajado del colectivo a las siete menos veinte. En el estacionamiento del lugar, por supuesto, también había un grupito de hinchas de Vélez. De Zimmerman, lo único que había visto hasta el momento era un tipo que vendía remeras frente al estadio. Nada más.
Después de estar sentado unos minutos, y de escuchar a una hincha velezana contar algo por la mitad -oí de su boca las palabras “micro”, “policía” y “tiros” en una misma oración, esas tres más fuerte que las demás- enfilé para el kiosco de diarios donde, se suponía, debía encontrarme con mi acompañante. Encontré el puestito y me quede parado frente a él, sin saber qué hora era y qué pasaba con toda esa gente, aún. Vi llegar al lugar un par de patrulleros que me alarmaron sobre lo que podía haber sucedido. Y sobre lo que podía suceder desde su llegada.
En el puesto de diarios había otro flaco esperando a alguien, sentado en el costado con su mp3. Después de observarlo y envidiarlo un buen rato -la envidia sana no existe, aclaro, y deseé que su reproductor explote- una señora, más bien una vieja chota de esas clásicas chusmas de barrio, -vamos a decirlo en castellano- vino y me preguntó “¿se está juntando la gente acá?”. Ustedes y yo sabemos que cuando esas gentes se acercan a uno haciendo una pregunta, es en busca de charla. Pero estaba tan aburrido, que en vez de optar por no darle bola, le contesté “sí, no sé qué pasó, yo vengo a ver a Bob Dylan, estoy esperando a alguien…”. La cara de la vieja chota de esas clásicas chusmas de barrio se iluminó, como pensando “encontré a un boludo que no sabe lo que pasó y... ¡puedo charlar y contarle todo!”. Entonces, la cuasi-anciana procedió: “No, lo que pasó es que mataron a un chico cuando estaba yendo a la cancha de San Lorenzo” (¿por qué la gente pone un “no” antes de empezar una oración?). Y bla bla. Dijo alguna gansada más, la miré -supongo que con mi gentil cara de orto característica- y le dije “espero que no pase nada”. Y repetí: “yo vengo a ver a Bob Dylan”, como diciendo “si se suspende por culpa de eso me corto los huevos y los dejo acá”.
Ese fue el fin de la charla.
Luego la vieja chota de esas clásicas chusmas de barrio siguió camino rumbo al interior del supermercado, con el deber cumplido de haber chusmeado con alguien del tema, cosa que de seguro la desesperaba (cualquier acontecimiento que dé charla con un tercero a ellas les sirve, sea el clima, Maradona, Chávez o el vecinito que se droga).
Yo seguí en la dulce espera (por cierto, ¿quién inventó está estúpida frase hecha? La espera nunca es dulce, casi siempre es insoportable. Pero bueno, volvamos a lo que importa). Del señor de 66 años que iba a ver, nada. Pasó una pareja de jóvenes con remeras de Pink Floyd, y pensé “bueno, somos tres que venimos a ver a Dylan”. Pasaron otros más, esta vez con remeras de Bob Marley. Creí que se habían confundido de Bob, hasta que al rato pasaron otros -también con remeras del ícono reggae- y ahí entré en la duda de quién era el equivocado, si ellos o yo. Capaz lo habían resucitado al otro Bob, qué se yo... a esta altura mi suerte racinguista podía deparar cualquier cosa. Más en este estadio, maldito para mí.
Después de otro rato de espera, con muy poca gente encaminándose hacia el estadio con aspecto de yo voy a ver a Dylan, pregunté la hora a un señor que salía del súper. “Ocho menos cuarto”, me dijo. Se suponía que con mi acompañante nos encontrábamos a las siete y treinta, por lo que mi desesperación iba en aumento. A pesar de haber ido a más de ochenta recitales en 22 años de vida, y después de mucho tiempo de ir a ver shows sin mucha expectativa -no por los shows en particular, sino por mí, que iba a ellos sin pensar mucho a dónde estaba yendo- el 15 de marzo de 2008 estaba particularmente nervioso. Como si fuera a subir al escenario. O peor, quizá.
La cuestión es que seguía esperando, y no llegaba mi acompañante. Crucé las veredas divididas por la calle de ingreso para los autos -donde, dicho sea de paso, un camión intentó pasar y casi tira el cartel de “altura máxima” a la mismísima mierda, hasta que el seguridad del lugar le advirtió al conductor que en el estacionamiento subterráneo no entraba- y esperé desde el otro lado, mirando al kiosco de revistas obsesivamente. Pasó Alfredo Rosso -con quien, presumo, era su mujer-, lo miré y sonreí. Pero no lo saludé, solamente me importaba don Zimmerman (y mi acompañante que no llegaba).
La gente de Vélez seguía merodeando por ahí.
Rompiendo las pelotas por ahí, para mi gusto. (Verán que ya estaba insoportable).
Y al fin, llegó la compañía. Saludo; sorpresa por la presencia de toda la gente de Vélez; un par de palabras más; mi explicación respecto de los hinchas; una ida al kiosco donde había visto el videograph de C5N... y adentro.
Cuando subimos las escaleras del estadio, ambos sentimos que habíamos escalado el monte Everest en 2 minutos. No sé si estamos fuera de estado o que la platea alta es alta de verdad. Un poco de las dos cosas. Cuando accedimos después de la interminable escalada a las gradas, apareció otro de los grandes males de la sociedad: los acomodadores mangueros, mentirosos y coimeros (me explico: la vieja chota de esas clásicas chusmas de barrio había sido el primero). El acomodador manguero, mentiroso y coimero comenzó la función: “Hola chicos, ¿tienen la entradita? Así los ubico... Les explico: ustedes tienen una entrada de noventa pesos, que es al fondo de todo, pero yo los puedo ubicar por el medio, que sale ciento veinte... si quieren, si son buenos…”. Esta lacra de la sociedad creyó que nosotros le íbamos a dar una comisión por ubicarnos en una platea que, además de salir en todos sus sectores noventa pesos -lo de ciento veinte era una total mentira, of course-, no le pertenecía a este desagradabilísimo sujeto. No le dimos bola y bajamos en busca de dos asientos libres, que encontramos pronto.



Recién había empezado Gieco, adecuado acto soporte del hombre de Minnesota. (En la platea había un alambrado que no estaba la última vez que mi persona anduvo por allí. Bastante molesto, por cierto). El vivo de León estaba tocando solo, junto a su guitarra, Como la cigarra. Su show se basó en covers de otros artistas latinoamericanos, según dijo. Hizo temas de Zitarrosa, el Cuchi Leguizamón e Iván Lins; y La guitarra, tema que tuvo “el honor de componer” junto a Atahualpa Yupanqui, incluido en su disco Bandidos rurales. Para la ocasión lo acompañaron un par de músicos invitados. Los presentó a todos, pero yo me acuerdo sólo de un par: Franco Luciani y el Aca Seca Trío. Para el final, quedó Gustavo Santaolalla. Y luego, Gieco solo, como al principio. Pidió las voces de la gente para La memoria, bella canción del disco citado. Luego cantó, a capella, otra belleza de su autoría: Cinco siglos igual. Sorprende que su voz esté tan intacta y limpia con tantos años de carrera. No sorprendía tanto ver el Amalfitani semivacío, aunque sí daba un poco de cosa. Más, pensando que un tal Palau estaba atestando de gente el centro de la ciudad.
Cuando todos creíamos que su set ya terminaba, Raúl Alberto Antonio -sí, se llama así- pidió permiso a la organización para hacer un temita más. ¿La razón? Había llegado al lugar un “amigo”, un “artista muy importante”. Y ahí salió Charly... y Santaolalla de vuelta. A tres guitarras, se mandaron con Pensar en nada, alternando en las voces. Cuando terminaron, la ovación fue merecidamente enorme. García tiró un “todo por Bobby” luego de que la gente coreara su nombre. Se suponía que allí finalizaba esta apertura. Pero no terminaron ahí. Antes de que tiren el acorde inicial, dije en voz alta a mi acompañante “van a tocar El fantasma de Canterville”. Acto seguido, empezaron con ese clásico. Su cara me miró sorprendida, porque había acertado. Era previsible, pero me hice el que sabía y luego procedí a escuchar la canción. La ovación fue más grande aún y, ahora sí, se despidieron. Presiento que podrían haber estado tocando toda la noche, o al menos eso pareció que deseaban (ni hablar si Bob les preguntaba si querían tocar con él).


Pero lo que venía no se podía postergar por ningún crédito local. Con todo respeto.
Supongo que en la charla durante el intermezzo entre show y show olvidé por un rato, sólo un instante, a quién iba a ver.
Hasta que las luces se apagaron.
Y ahí me acordé, y regresé a los nervios del comienzo del día.
Se escuchó una introducción -un fragmento de la Misa Glagolítica de Leós Janácek, según leí por ahí- y luego, un presentador anunciado al “artista de Columbia Records, Bob Dylan”.
Todos enloquecimos.
En los costados del escenario, detalle que omití anteriormente, no había pantallas. Tampoco en el fondo. Estaban situadas en medio del campo de juego, justo en la división entre el campo para la plebe y el campo de los millonarios. Ahí comprendí que Dylan -además de cagarse en todo- quiere que lo vayan a escuchar, no a ver.
Por supuesto, Bob ni dijo “hola”, ni “good night” cuando apareció en escena de la nada. Nada de eso, directo a los bifes.
Empezó marcando la batería. Reconocí el beat al instante... y vaya si Rainy day women #12 & 35 no es un buen cachetazo para empezar. La voz del genio se tornó gruesa y narrativa, menos humorística que en la versión original (pasaron un par de años en el medio). Yo ya podía decir que mi entrada se había pagado sólo con este tema. Me rompí las manos aplaudiendo cuando terminó. Acto seguido, comenzó una progresión de acordes más que familiar... ¡estaba viendo en vivo Lay lady lay! Me agarré la cabeza una y otra vez, y se me puso la piel de gallina (no por el fuerte viento que soplaba, precisamente). El enfermo que escribe esto había estado buscando en las últimas semanas las listas de temas que venía haciendo Zimmerman, y este tema figuraba en poquísimas. No tuve más que agradecer. Y pensar que, en el fondo, la cancha de Vélez no me odiaba tanto. Supuse también que todos los hinchas de dicha institución ya estaban en sus casas. Tampoco me importaba mucho.
Pasó Watching the river flow, un furioso blues con mucha -pero mucha- potencia. La banda suena tremendo. Y muy nítida cuando es necesario. Este fue el último tema que Dylan tocó en guitarra. Cuando finalizó, se ubicó en los teclados, mirando medio de costado al público. Acto seguido, arrancó con una bestial versión de Masters of war, uno de los grandes momentos de la noche. Cuando hizo falta, la narró. Cuando no, la cantó. Demostró que es un intérprete inigualable. Único.
A esta altura, el estadio ya podía derrumbarse, si era por mí. Habría muerto entre escombros, pero feliz. Y eso que recién iba por el cuarto tema.
Al clásico de The freewheelin’... le siguieron los primeros temas de Modern times. The leeve’s gonna break fue tremenda -como todos los momentos cercanos al blues que hubo durante el show. Todo suena elástico, los temas se caen y vuelven. Mucho de eso se le debe a George Recile, el excelente baterista que traía con su ritmo de un lado para el otro las canciones. Luego llegó Spirit on the water. Sonó impecable, con una nitidez que te hacía preguntarte si estabas en un estadio o un pequeño teatro. Además, claro, es una bella canción, una balada jazzera que colma el buen gusto. Los temas de sus últimos discos no fueron versionados, como sí los clásicos. Sin embargo, Things have changed -el tema que le valió a Bob un Oscar, que reposaba en uno de los amplificadores- sí fue versionada, a pesar de ser bastante reciente. Sonó más rústica que su original, pero fue igualmente festejada por todos los presentes. Para seguir, sonó otra del último, otro temazo: Workingman’s blues #2.


El momento que siguió fue otro de los grandes acontecimientos de la noche. La versión de Just like a woman que nos regaló esa tremenda banda, con Dylan amagando el estribillo y la gente cantándolo como en su versión original, fue algo mágico e irrepetible. Ya tenía un nudo en la garganta, a decir verdad. Pero era razonable cualquier emoción luego de ese momento increíble. De hecho, me estoy emocionando nuevamente mientras escribo esto.
Después de la ovación, gigante, Dylan volvió al presente. Tanto en vivo como en los discos, se encarga de demostrar que no vive del pasado. Por eso, otras dos piezas de Modern times siguieron al clasicazo de Blonde on blonde. Primero fue Honest with me, otra demostración de sutileza. Pero quedó opacada al lado de la que es, casi seguro, la mejor canción en los últimos tres discos del genio: When the deal goes down fue increíble. Los arreglos en los temas lentos del último disco sonaron espectacular: otra vez me sentí en un teatro. Hasta que me arrolló Highway 61 Revisited. Punk. Heavy. Pónganle el nombre que quieran, pero no alcanzaría a definir cómo sonó este tema. Fue sencillamente demoledor, otro de “esos” momentos inolvidables. Para apaciguar, siguió otra nueva: la conmovedora Nettie Moore. Copio y pego una oración anterior: “Los arreglos en los temas lentos del último disco sonaron espectacular: otra vez me sentí en un teatro”. Sepan disculpar repeticiones.



El concierto fue alternando entre la furia rockero-blusera y la sofisticación más ligada con el jazz. Las guitarras se entrelazaron perfectas durante toda la noche, pocas veces vi en vivo tan buena conjugación. Estas cosas las pensaba en los pequeños silencios entre tema y tema, entre los aplausos de la gente y los no-agradecimientos de Dylan, que prosiguió con Summer days, el único tema que sonó de Love and theft. La mayoría de las piezas ejecutadas pasaba cómodamente los cinco minutos de duración, pero a nadie parecía importarle. Supongo que ya sabíamos a quién íbamos a ver. Al menos algunos sí.
Lo que vino después fue, quizá, lo que todos esperábamos. Ver en vivo esta canción -llamarla simplemente canción es algo pequeño e injusto, disculpen- se ha convertido en uno de los hechos más relevantes de mi estadía en este mundo (ni hablar que es uno de los grandes momentos en todos los shows que he visto). Sí, señores, hablo de Like a rolling stone, momento de mayor éxtasis en la noche del sábado. El campo vip se desmadró, algo inevitable, y todos terminaron coreando el tema frente al ídolo. Bob la cantó muy diferente al original, e hizo lo mismo que en Just like a woman: dejar silencios en el estribillo, que fueron ocupados por las voces del público. Sospecho que Dylan no sólo canta los temas diferentes al original por el paso del tiempo. Creo que también lo hace para no aburrirse... ¡y para que el público no pueda cantar a la par de él! Si al principio dije que no ponía pantallas para que lo escuchen, esto afirma más aquella sentencia. Imaginarán los que no estuvieron presentes el tenor de la ovación cuando sonó el acorde final de una de las canciones más trascendentales en la historia del rock, sino la más.
A esta altura ya había lagrimeado unas cuántas veces. Y con razón.


La banda y Bob se fueron, y se apagaron las luces del escenario. Como les dije antes, quien escribe esto es tan obsesivo que había chequeado que Robert venía haciendo dos bises por show. Por lo general, tocaba Thunder on the mountain y un clásico: All along the watchtower o Blowin’ in the wind. Siempre eran esos, era raro que apareciese otra canción. En particular, después de escuchar Like a rolling stone me parecía que Thunder... no quedaba tan bien.
Y volvieron a escena.

Ninguno tenía la camiseta de la Selección puesta. No dijeron “hola”. Ni una vez. Todos estaban impasibles e impecables, con los mismos trajes que antes.
Parece que Dylan escuchó mis pensamientos, porque después de hablar por primera vez en la noche -no se asusten, solamente osó decir “gracias por venir esta noche” y luego presentó a los músicos- decidió sacar Thunder on the mountain de la lista para incluir... ¡Stuck inside of mobile with the Memphis blues again! La versión fue genial, mucho más armónica que la original. Y fue otra ovación en la que destrocé con renovado placer las palmas de mis manos.
Ya se venía el final, quedaba una sola según mi intuición. Prefería -a pesar de adorar ambas composiciones- a Blowin’ in the wind por sobre All along the watchtower. Pero Bob empezó con la segunda. Y por supuesto, me compró igual, con una descomunal versión que espero conseguir en algún lado. Cuando terminó, las luces del escenario se apagaron y, cuando volvieron a encenderse, todos los músicos estaban frente al escenario.

Posando.

Esperando el aplauso.

Mirando al público como modelos exhibiendo su ropa.

Así estaban dispuestos.
Después del intenso aplauso, las luces no se apagaron... y Dylan encaró para su lugar, junto al teclado.
Iban a tocar una más.
Algo que no hacen nunca (lo dice el insano que miro las últimas veinte listas, y si mal no recuerda, una sola vez pasó eso). Por supuesto, la que sonó fue Blowin’ in the wind, para dejarme y dejarnos más enloquecido/s que antes. Su versión slow fue grandiosa. Y ver a Dylan tocando la armónica es una imagen tan fuerte...
Otra vez, el poeta y su banda posaron frente al escenario, y una nueva ovación bajó desde las tribunas del estadio.
Así culminaron dos horas de magia que nunca voy a olvidar.
Presumo que nunca voy a terminar de caer en la cuenta de que he visto al que considero el artista más trascendental del rock.
¿O fue un sueño?
Despiértenme si fue así. No, mejor no. Prefiero pensar que mi hechizo con la cancha de Vélez fue roto por un viejo de 66 años que será por siempre joven... Gracias Bob. ¡Estás igual!

(Si alguien encuentra el audio del show por ahí, por favor avise. Ah, las fotos son de la RS, creo. No me acuerdo de dónde las saqué).

jueves, 13 de marzo de 2008

Flopa Lestani: Las segundas partes pueden ser buenas

Segunda y última parte de la charla con Flopa Lestani. (Quien no haya leído la primera parte, aquí está). En esta segunda vuelta, Flopa habla de canciones propias y ajenas, nos cuenta de un proyecto futuro junto a Gabo Ferro, Ariel Minimal, Emilio del Guercio, Roque Narvaja y Litto Nebbia (!), y hablamos de los grandes festivales, la fama, la piratería... Todo acá, más abajo:

TEXTOS: Santiago Segura
FOTOS: Evelyn Villalba


PIRATAS SON LOS DEMÁS

¿Qué opinas de la piratería y de las opciones para eso que da internet?
Piratería hubo siempre, y no dejará de haberla. Lo que me parece importante es diferenciar entre quien lucra con ello y quien no. El que no lucra para mí no es un pirata.
Habría que adentrarse en el terreno leguleyo de la propiedad intelectual para discutir quién le roba a quién, y quién vive a costa quién. Piratería y prostitución, lo más viejo del mundo. Las discográficas multinacionales vienen a ser como grandes cafishos, por eso enloquecen viendo las "pérdidas" con la libre circulación del material que producen "sus" artistas. O sea, ¡se quejan de que la gente les roba a ellos lo que ellos le roban a los artistas!
Hay nuevas formas de consumir a las que la sociedad se va adaptando, y donde lo legal no va de la mano de lo moral, y viceversa. ¿Cómo es, entonces... generar consumidores adictos al "llame ya" está bien y copiar un disco y ponerlo en un servidor para su descarga gratuita está mal?
Lo que lamento, y quizá sea algo sintomático de mi edad, es que se pierda la idea del álbum, del disco-objeto, del conjunto de canciones agrupadas y ordenadas de determinada manera, con un comienzo y un fin. El consumo de música digital tiende, por un lado, a una acumulación ridícula de información imposible de asimilar, y por otro, a la fragmentación, a escuchar uno o dos temas y no una obra entera, cosa que me resulta un poco superficial.

DE CANCIONES E INFLUENCIAS

¿Cuál crees que es tu mejor canción?
(Piensa unos cuantos segundos) ¡Qué difícil eso!

¡Por eso te hago la pregunta! (Risas).
(Sigue pensando). Sangre fría, creo. Es la más concreta, concisa y redondita.

Me sorprendiste, pensé que me ibas a decir otra
¿Cómo cuál?

No sé, por lo general es bastante diferente la visión del artista...
Bueno, vos me preguntaste cuál es la que más me gusta a mí. Yo te puedo hacer la opción dos de la pregunta, que sería cuáles son las que sé que más gustan, que son Vino bajo el sol, Vengas conmigo y Debajo del álbum blancoEl álbum blanco es redondita también, pero para mí Sangre fría es como más sintética, en todo. Abre y cierra.

¿Te gusta cuando te sale una canción diferente a lo que se supone que es tu estilo?
En realidad siempre me suenan a mí. Pero la sensación que sí tengo cuando hago una canción que me sale medio redonda es “esto se lo afané a alguien”. Y llamo a mis amigos, se las toco a ellos…

¿Pero con qué te pasa, con las melodías?
Algo en general, pienso “acá hay algo… esto no lo inventé yo…”. En realidad creo que no inventé nada, ¿no? Todo estaba hecho y el resto es una licuadora por la que pasa y, bueno, sale otra cosa. Pero me pasa mucho, le muestro una canción a mis amigos y les digo: “che, ¿vos no tenés una canción así?”, porque realmente dudo, quizá es algo que ya escuché y no me di cuenta y lo mandé.

¿Y te pasó encontrar alguna?
Me pasó con Total, cuando lo estábamos mezclando, que empecé a escuchar My name is Luka de Suzzane Vega. Y la pongo y te la puedo cantar arriba. Se lo digo a los chicos y me dicen que nada que ver, pero hay 4 o 5 compases que saco una letra y pongo la otra y queda. Ni sé si tiene los mismos acordes o no.

¿Y te molesta eso o no?
No, no me molesta. Me gusta porque es un tema que me gusta. Me molestaría si fuese algo que hiciera a propósito, pero no llegaría a ese punto, me detendría antes.

Bueno, muchos lo han hecho, robar pedacitos de canciones…
¡Muchos hacen tantas cosas! (Risas). Está en cada uno eso, es algo que lo vas encontrando. Yo, cuando recién empezaba a tocar, quería sonar como tal banda, tener una banda que sonara como Bauhaus y Jesus and Mary Chain. Realmente quería eso. Y ahora no quiero parecerme a algo, si me parezco a algo es una consecuencia lógica del bagaje que traigo, pero no busco “sonar cómo”.

¿Por quién empezaste a tocar?
Por The Smiths y The Cure.

Ahora parece que viene The Cure... (N. de la R., cuando hicimos la nota se rumoreaban los Cure para el Quilmes, cosa que, está a la vista, se pinchó).
¿En serio? Otro más que me lo dice… No me hagan crear falsas expectativas… (Risas).

…A FESTIVALES MEGAESPONSOREADOS

Los quieren traer para el Quilmes Rock… ¿Qué opinás de esos festivales?
No me gustan para nada. Me parece una locura que un festival lleve el nombre de una marca. Y me parece una barbaridad que el estadio de Obras se llame Pepsi Music, tendría que estar prohibido.

¿No tocarías ahí?
Mirá, del Pepsi Music me nombraron una vez por error en uno de esos listados sabana. El año pasado no, el otro. No me acuerdo.

¿Por error o te metieron para que compre alguno la entrada?¡
Quién iba a comprar si ni se leía la letra! (risas). O sea, era un número más... ¡Setecientas ochenta bandas! (lo grita como anunciando una publicidad). Bueno, yo era la 742, ponele. Me enteré por un flaco que vino y me dijo, “che, así que vas a tocar en el Pepsi”. Le dije que no y me avisó que estaba en la página, anunciada ahí y todo. Entonces, les mandé un mail a los de Pop Art: “Mirá, no sé si hubo un error o qué, porque a mí la verdad nadie me contactó, pero estoy figurando en la lista del Pepsi”. Me contestan: “Ay, disculpá, fue un error. Igual estaríamos muy interesados de que vos estés...”.

¡Ah, ojo! No fue un error entonces…
Pasó esto: para marzo de 2006, se hizo un festival, Cancionera, que organizaban unas pibas del sur, Juana Chang y Martina Vior. Re buena onda las dos, haciendo todo a pulmón, habían conseguido la Plaza Armenia para tocar, tocaban todas chicas… Y yo dije bueno, OK, es de onda, voy con la guitarra. Después me vinieron con que para ese festival, en realidad, querían hacer un compilado que iban a repartir gratis el día del show, por el Día de la Mujer -cosa que ya bastante me hincha las pelotas- y que lo iba a hacer Pop Art. Y yo dije… ¿Pop Art? ¡Pop Art no hace nada de onda! Si lo hacés vos yo voy y toco de onda. Hacés vos el compilado: voy y toco de onda, pero a Pop Art no le hago nada de onda, porque Pop-Art-no-hace-nada-de-onda.
Además, después tampoco quiero quedar pegada como una artista de Pop Art, yo no tengo nada que ver con ellos. Entonces les dije: “voy y toco, pero para el compilado no me cuentes”. Muchas que estaban ahí se quedaron como sorprendidas, porque lo que ellas querían era estar en el compilado. No me interesó. Y bueno, la cuestión es que cuando salió la grilla del Pepsi, yo aparecí entre todas las pibas que habían estado en el compilado, que se llamó Divas del Rock.

¿Y festivales como Cosquín te parecen lo mismo?
La verdad a Cosquín no fui nunca, ni a tocar ni de público, pero me parece mucho más copado en ese sentido: es “Cosquín”, lleva el nombre de la ciudad donde se realiza el festival. No me importa, que le pongan un nombre de fantasía… “Festival Ventana”, y listo. Que después la plata, vengan y la pongan -porque bueno, hace falta plata para los eventos, y hay gente que tiene que ponerla. Pero una cosa es que haya un sponsor y otra que el evento lleve el nombre del sponsor. Por ejemplo, en la última publicidad del Personal Fest, que estaban los de la peluca azul, yo veía los carteles en la calle y no decía quién tocaba, o te tiraba tres de los que venían de afuera. ¿Y el resto? Mirá, fui a un Personal, que fue cuando vino Morrissey, y me pareció toda una forrada. Primero, me parece bastante mal organizado el tema de los tres escenarios, porque te están vendiendo que podés ver ochenta mil cosas cuando en realidad todos sabemos que podes ver...

Podés ver cinco...
Ves cinco y al quinto te explota la cabeza, porque cuántos recitales podes ver uno atrás del otro. ¿Cuánto te da la cabeza para asimilar? Capaz decís “tengo que ir a ver esto porque ya lo pagué, porque estoy acá... y bueno, estoy acá”. Y eso en el mejor de los casos... Hay gente que se lo pasa hablando por teléfono (risas).

También pasa que va mucha gente a la que no le interesa...
Va gente porque es un evento al que hay que ir, se pierde la cosa de ver al artista. Además, el sonido muchas veces no favorece. Pero hay mucha falta de respeto a los músicos, esa cosa de estar en un escenario y que en el de al lado empiece a tocar alguien... y vos dejaste de escuchar. O como le pasó a Brian Storming, creo -la vez que te digo-: estaban tocando y del otro escenario salió no me acuerdo qué banda de afuera, y quedaron treinta personas. Hacés una puesta, escenario, todo, ochenta mil luces...

Y se te van todos.
Hay mucha gente que le interesa participar de eso porque después los filman y los pasan en Much Music. A mí la verdad que esas cosas no me interesan porque si no la voy a pasar bien ahí, no va. Si no sos un músico más o menos importante, te tienen corriendo. Diez minutos para armar… ¡y a las nueve de la noche la pulserita que te dan no te sirve ni para tomar agua! Y no pagan. O empiezan a pagar un cachet muy bajo a artistas que son bastante conocidos. El resto, todos los que ves en la letra chiquita, van por el pancho y la coca. Se supone que ellos te dan chapa.

Y capaz en el Pepsi te ven veinte personas porque tocás a las tres de la tarde…
Eso es aparte, al margen. Es bueno que te pueda conocer gente que de otra forma no te va a ver. Eso puede estar bueno. Pero si las condiciones no son buenas, sabés que le estás haciendo el caldo a otro, porque en realidad los están usando. ¡Ellos realmente sienten que te están haciendo un favor! “Porque a vos te sirve, porque para vos es promoción” (pone voz de ejecutiva de Pop Art)... ¡Me cago en eso!

Yo leí por ahí que a muchas bandas importantes, cuando firman el contrato con Pop Art, les viene incluido en él tocar gratis en el Pepsi
Ese siempre fue el negocio de las discográficas que se convierten en productoras de eventos. Apuestan a que a vos te vaya bien. Te dicen “bueno, vos hacés esto, a vos te sirve porque para vos es promoción y nosotros te damos un lugar que de otra forma no tenés”, lo cual es cierto. Pero ¿qué pasa? Vos dos o tres años después la pegás, y ellos te chuparon todo ese tiempo. Y con eso hacen plata, de la cual vos no ves un centavo. Terminás siendo un producto que ponen en una góndola, la gente te lleva, te lleva y te lleva... pero a vos no te da nada.

Digamos que nunca vamos a ver tu nombre en uno de esos festivales, imposible…
No, no digo que nunca ni que imposible. Digo que es muy difícil, ¿sabés por qué? Porque yo les dije “yo voy y toco, pero quiero tanta plata por este show”. Y me dijeron “noooo, esa plata no te la podemos pagar”. “Y bueno, entonces yo no puedo ir a tocar”.

Te querían convencer diciéndote las mismas pavadas que a los demás
El tipo no lo podía creer. Y yo hablándole como si fuese Madonna, a mí no se me cae ninguna. Estuve ahí, a punto de firmar el contrato, y me dijeron: “bueno, pero no te damos nada, tenés que traer sonidista y plomos”. Y yo ya había arreglado un cachet, más bajo respecto del que habia pedido, había negociado. Cuando me encontré con que tenía que ir con por lo menos tres personas más… Porque aparte después estás ahí, laburando, corriendo, te tenés que llevar todas tus cosas. No es algo relajado para un show de veinte minutos.
Yo, si voy con mi guitarrita, decido si cobro más, si cobro menos. Pero si voy con gente, a los músicos les pago, al sonidista le pago. Entonces les dije que teníamos que reconversarlo. Y el tipo me dijo que no, que no podía ser. Le pregunté si ni siquiera lo iba a consultar y me dijo que no. Y yo: “bueno, chau”. Lo dejé con el contrato ahí. Por ahí comercialmente no me vaya muy bien con esa postura, pero no me gusta todo eso.


LOS RETORNOS, EL NUEVO PROYECTO Y LA FAMA

¿Qué opinás de esta ola de regresos híper auspiciados que hubo últimamente?
¿El de Soda Stereo?

El de Soda y los de bandas de afuera
En un punto me parece que está bien. El de Soda Stereo está bueno, me parece que hay mucha gente que empezó a escucharlos cuando ya no existían. Y no es que son dinosaurios que están robando: está bien, no hicieron nada nuevo -mejor, en realidad-, tocaron todos los hits, los temas que la gente quería escucha. Y se llenaron de plata... no tengo nada contra ellos, menos mal que lo hicieron ahora. Esas cosas no me parece que estén mal. Y de alguna forma, me parece que Soda Stereo, nos guste o no, es algo que está más o menos vivo, se sigue escuchando. Y tuvo influencia no sólo en la música argentina sino también en la latinoamericana: escuchás bandas chilenas, venezolanas... ¡y suenan a ellos! También me parece bueno, por ejemplo, que Los Gatos hayan vuelto, resucitado.

¿Fuiste a verlos?
No, la verdad, pero me parece bueno en el caso de Litto, que es un tipo que no para de hacer. Ese espíritu me parece buenísimo. Es más, aún ahora de Los Gatos mucho no conozco, cosas argentinas he escuchado de los ochenta para adelante, pero él me interesa como hacedor. Más allá de que te guste más o menos lo que hace, o que te guste más una época que otra -eso te va a pasar con cualquiera que tenga cuarenta años de carrera. Si me decís Spinetta, yo prefiero al Spinetta de Pescado, Invisible y Almendra que al de ahora, pero bueno, ya está. Hay tipos que con muy pocas cosas que han hecho en su carrera justifican el resto de su existencia... Charly García: ya está, desde el noventa no entendí nada de él, no me llega, no le puedo entrar, ¡pero el tipo hizo cosas que ya justifican su existencia! Punto. Indiscutido.

¿Lo conocés a Nebbia?
Sí. Es más, estamos juntos en un proyecto que vamos a hacer con Roque Narvaja, Emilio del Güercio, Gabo y Minimal.

¿Cómo es eso? ¿Van a hacer un disco?
Sí, con un par de canciones de cada uno, hechas también medio entre todos, en colectivo... básicamente acústico, creo.

Es interesante por la mezcla generacional
Nos mostramos un par de temas cada uno, está bueno... A mí me parece una experiencia de la que voy a aprender un montón de cosas, trabajar con tipos que hace tanto que están. Inventaron el rock acá, antes estaba el folclore... o El Club del Clan. Está buenísimo que sigan con ganas de hacer cosas y que no se hayan quedado en esa de hacer lo mismo siempre. El caso de Emilio es muy particular, el chabón se dedicó a pintar, tiene un disco que no terminó nunca… es interesante.

¿Y para cuándo saldría?
Ni idea... El más pila es Litto porque el disco saldría por Melopea. Igual, empezó todo al revés que el trío: nos juntamos en el estudio prácticamente sin conocer los temas que vamos a hacer; después veremos si lo presentamos en vivo, cómo y cuándo. No creo que estemos todos en todos los temas, cantando todos. Va a haber que arreglarse un poco...

Digamos que ya surgió diferente a Flopa Manza Minimal
Sí. Aparte me metí en esa, como de lo acústico... cuando empecé era la única forma que tenía de salir a tocar sin complicarme la vida. Después se dio el trío y todos empezaron a compararnos con PorSuiGieco y yo no tenía ni idea qué era. Pero no fue algo planeado. Eso también lo tocó a Litto respecto al trío, porque dijo “¡esto es lo que habíamos nosotros cuando éramos pendejos!”. Todo vuelve aunque no se quiera.

Y es verdad. Los que arrancaron el rock acá se juntaban a componer, a sacar cosas, como hicieron ustedes...
Tiene una cosa medio de... (piensa). La palabra “hippie” es un poco fuerte porque tiene otras connotaciones que hay gente a la que le copa y otros que no. Copan es una palabra hippie, de paso (risas). Pero, volviendo, hay una cosa de desinterés. No de desinterés en hacerlo sino de desinterés externo, de hacer por hacer, por juntarse.

Eso ya se perdió bastante
Se perdió porque, en general, lo que manda hoy es esa cosa de ser figura... No importa el mérito. Si eso fuera algo...

Ustedes van por otro lado
Es que de eso no te queda nada, de esa popularidad efervescente. ¿De qué te sirve que de repente te vea todo el mundo y después desaparecer? Es como una luz que se prende y que se apaga. Cuando vos venís haciendo la tuya por tu caminito, tardás más, es el camino largo, pero es mejor.

El otro día lo vi a Leo García en Canal A, en el programa de Fernando Peña...
(Interrumpe como sabiendo lo que voy a decir y choca las manos) Yo también, yo también... Me deprimí.

¿Viste lo que dijo? (N. de la R.: García dijo que un artista "tiene que ser famoso porque si no, no logra su objetivo")
Una barbaridad. Me parece que perdió el rumbo. Lo lamento, porque me parece re talentoso, me gusta mucho cuando está solo, cantando con la guitarra. Fue uno de los primeros en volver a eso ahora, hay que reconocerlo. Pero está en otra, su objetivo es otro, ser famoso. Ojalá que lo logre y le vaya bien. Para mí la fama es algo que te llega como consecuencia de acciones, si vos buscás la fama por la fama… podés salir en policiales también. Salgo en bolas acá a la esquina y en una semana me hago famosa... Si voy a Patinando por un sueño también. Pero no busco eso.


BONUS TRACKS

¿Qué canción te gustaría haber compuesto?
I’m only sleeping, de Lennon-McCartney. O Sozinho de Caetano Veloso.

¿Qué cinco discos salvarías de un incendio?
Contando con que en un incendio no hay mucho tiempo de ponerse a elegir, manoteo la caja que tiene todo The Smiths y Morrissey, y me estoy llevando más de veinte. Si querés un top five:
Rubber soul (The Beatles)
Hatful of hollow (The Smiths)
Blood on the tracks (Bob Dylan)
Blue (Joni Mitchell)
Muito (Caetano Veloso).