martes, 30 de abril de 2013

Television, Johnston y el nudo


La semana pasada tuve la suerte de presenciar dos shows magníficos en la ciudad de Buenos Aires. A uno lo esperé con ansias desde su anuncio, el otro me cayó del cielo días antes de suceder. Television, el martes 23 en el Teatro Vorterix (El Teatro de Colegiales, bah) y Daniel Johnston, el miércoles 24 en Niceto Club.
Vamos por partes, entonces:

La llegada de Television al país comenzó a ser un rumor fuerte este verano, justo el día de mi cumpleaños; a los días se confirmó. Era, teniendo en cuenta que Marquee moon es mi disco favorito, uno de los grupos extranjeros que más ansiaba ver. Más si sabemos que en la actualidad, el cuarteto neoyorkino es un grupo inestable, que se presenta en vivo cuando le place a Tom Verlaine. Por las entrevistas que dieron sus miembros antes de girar por Latinoamérica, concluimos en que, por ejemplo, su nuevo disco no sale porque Verlaine no quiere: dicen que faltan sólo las voces de Tom para que la grabación llegue a su fin.

Entonces, la expectativa era mucha y TV, un grupo amado por la crítica y sus colegas de aquí, allá y todas partes, colmó El Teatro de periodistas y músicos (hasta el maestro Diego Capusotto fue a verlos). Esa expectativa por verlos se conjugaba con la incógnita de saber cómo estaban, tantos años después y con guitarrista (no tan) nuevo, el bonaerense por adopción Jimmy Rip, en lugar del histórico Richard Lloyd.

Cuando dejaron de sonar unas campanas dignas de AC/DC y apareció Television, ellos mismos se encargaron de alimentar la incógnita con una entrada instrumental algo endeble, vaga, que luego derivó en Prove it, la primera bomba de la noche. La gente chamuyaba el estribillo y la guitarra de Verlaine ya mostraba que iba a ser la gran protagonista del show. Le pegaron al tema de Marquee moon la inquietante 1880 or so y la soberbia y dramática The fire, de sus otros dos discos (el homónimo de 1992 y Adventure de 1978). Notamos con alivio que Rip, además de respetar bastante los arreglos originales de las canciones, la tenía clara a la hora de jugar con la gente y alternarse con Verlaine: ambas interpretaciones fueron magníficas, la primera comenzó lánguida y fue in crescendo; la segunda muy emotiva y estridente, con duelos de guitarras que levantaron al público.

Llegarían otras gemas de los ’70, ninguna de su disco insignia de 1977: primero sonó Glory, también de Adventure, y luego Little Johnny Jewel, simple de 1975 que fue incluido en 2003 como bonus de la edición CD de Marquee moon. La segunda pieza les salió mejor, quizá por ese condimento enigmático que tiene, que juega a favor de la misteriosa y ajada voz de Verlaine.
Verlaine: apenas si decía “thanks” entre tema y tema. Es el mismo señor de siempre, algo más calvo, igualmente parco y huidizo, uno de los cráneos más extraños del rock and roll de aquella época. Y de hoy también.

Los TV eran algo así como los beatniks del punk rock y al verlos en vivo uno comprueba lo lejos que estaban de la escena punk más pura, en realidad. Lo suyo fue más que nada una coincidencia geográfica y temporal con gente que luego seguiría caminos más llanos, uniformes (aunque en la movida de New York había variedad, hay que decirlo). En ese rato de show, se notó que lo de Television era otra cosa, algo que en realidad sabemos desde siempre. Su sonido romántico y reo –la voz de Verlaine–; puntos de contacto con el blues en cuanto a atmósfera, y con el jazz en cuanto a improvisación; la frialdad de una música cruel; algunos guitarrazos; mucha densidad; longitud; expansión: eso es Television.


Una parte del público prefirió dedicarse a la charla en vez de escuchar lo que vino después: varios temas nuevos, de aquel disco que no sabemos si sacarán algún día. Choppy chunga fue el menos interesante y ni el agite de Jimmy Rip para que lo cantemos alcanzó (¡en realidad no te entendimos el coro, Jimmy querido!), pero luego se despacharon con la monocorde y climática Persia, más de diez minutos con rasgos de Within you, without you y ribetes árabes; y The drag, otro tema muy climático. Casi mantras rockeros en los que mostraron la influencia pocas veces mencionada de Lou Reed en su música.

Cuando tocaron Venus volvieron a levantar al público, que tarareó y gritó no bien comenzada la melodía de la introducción. El bajista Fred Smith –sobrio laburo de la dupla que conforma junto a Billy Ficca– se reía, contento de escuchar la réplica de un público que, al finalizar la canción, ovacionó sostenidamente a la banda como si hubiera escuchado Like a rolling stone por primera vez. ¡Aguanten los Redondos! se escuchó desde atrás, para graficar el momento épico con un toque de humor, justo cuando estaba arribando el nudo a la garganta...
Empezaba a faltar menos para el final.

Después de la caricia, salieron con otro tema nuevo, larguísimo y denso –según FM, se llama The sea– para luego dar el golpe final: el tercer y último tema de Marquee moon fue nada menos que la gema que da título al disco. Como en Venus, apenas comenzaron a sonar las guitarras, la gente aulló. Fue una tremenda y extendida versión, con Verlaine mágico en la viola y el público cantando la parte de guitarra que oficia de estribillo, además del solo ascendente del final: un coro afinadísimo a la par de la gran guitarra de Tom. Parecía que el tema no terminaba nunca, porque amagaban y seguían. Todos mirando a Verlaine, por supuesto.

Se fueron y volvieron para el bis inesperado: un cover de Count Five –Psychotic reaction– que la gente recibió con euforia a pesar de esperar, supongo, otra de Marquee moon. Luego del bis, saludaron con la alegría que les sale mostrar (en especial el marciano Verlaine, cuyo único gesto de alegría durante el show fue un gracioso paso de mimo a lo John Lennon en el Rock and roll circus) y Billy Ficca emitió palabras que no se llegaron a entender.

La leyenda está bien conservada y nos dejaron a todos con ganas de más temas, aplaudiendo hasta media hora después de finalizado el show en busca de un retorno que nunca sucedió (volvieron las campanas del comienzo para cerrar todo). Igual, quedamos contentos y nos sacamos la espina de ver a semejante banda brindando un gran recital, en el que se dieron el lujo de mostrar mucho de lo nuevo, confirmar que las guitarras en el rock and roll las pone Television, y el corazón oscuro lo entrega ese señor alto, frío, distante y misterioso llamado Tom Verlaine. Nadie más.


Y si lo de Television resultaba una incógnita que por suerte se despejó con creces, el show de Daniel Johnston era directamente la entrada a un laberinto: el del propio Daniel, del que no sabíamos si podríamos salir. O si él podría salir.
Mi novia me regaló la entrada y, para qué mentir, fui como un espectador que desconocía cabalmente la obra de Johnston: días antes del show me puse a escuchar algunas cosas como para reconocer durante el recital. Sí conocía de su historia, aquella de dibujos infantiles, problemas psiquiátricos, remeras de Kurt Cobain, casetes grabados entre la euforia y la nada e influencia alternativa.

Digámoslo: la expectativa era también el temor por el bochorno, días después del triste espectáculo de Chuck Berry en el Luna Park. La posibilidad de que sucediera algo que coartara la normalidad del recital estaba latente.

Amenizaron la espera en Niceto Club los músicos argentinos que, en una acertadísima decisión, fueron luego la backing band de Johnston. Las canciones folk y aboleradas de Shaman Herrera y Maxi Prietto fueron una buena entrada antes del plato principal. Luego de su aplaudido show y de un rato de espera con música programada por el DJ Nekro, se abrió el telón y allí estaba la banda, en la antesala acústica y ahora de rock. Bien de rock. De repente entró Johnston por detrás y la gente, lógicamente, lo ovacionó.
Comenzaba la incógnita.

Johnston estaba rodeado por atriles con las letras de los temas y una caja con botellitas de agua y Coca-Cola que consumió casi sin parar a lo largo del show. Agarró el micrófono enfocadísimo en lo suyo; las manos le temblaban y casi no sacaba sus ojos de esas hojas salvadoras. Por momentos se adelantaba en las estrofas, pero el grupo local lo seguía bien y sonaba aún mejor: el día anterior –hubo dos fechas de Johnston en Buenos Aires– el comienzo había sido con Daniel solo con su guitarra, errático e inseguro. El cambio de la segunda fecha lo encontró mejor parado, cantando varios hits de su repertorio. El careta que escribe (?), contento porque identificaba las canciones y, por ahora, la cosa venía bastante bien: Casper the friendly ghost, Speeding motorcycle, y un Johnston que conmovía en su entrega.
Estático, concentrado, ese tipo de cincuenta y pico de años estaba dando todo lo que tenía.

Cuando se acababan los temas que entraban en las dos páginas visibles por Johnston, (un tipo que luego supimos era) su hermano se acercaba a pasar a la siguiente página de las letras. Esa necesidad del otro, esa fragilidad, no hacían más que agrandar mi admiración reciente por su figura. El pibe que hizo la crónica para Rolling Stone prefirió hablar de obesidad y lástima: un tipo que lleva su enfermedad sacando todo para afuera, entregándose, de mínima merece el aplauso. Y así siguió Daniel, dándose por entero, vociferando Love not dead, rompiéndola en la ovacionada Funeral home. Antes de tocarla pidió, suelto al fin, que levantemos la mano aquellos del público que creyéramos que íbamos a morir. Ante la unanimidad, tiró un “Yo también lo creo, ¡y no puedo esperar!”.

Los músicos de la banda (Tulio Simeoni de La Patrulla Espacial, en batería; Tomas Vilche, también de La Patrulla, en bajo; Pipe Quintans de Go-Neko!, en teclados; Eduardo Morote de Sr. Tomate, en mandolina; El Toro Salvaje en coros y sonajas; Federico Terranova de Fútbol, en violín; y los mencionados Maxi Prietto y Shaman Herrera, a cargo de las guitarras) estaban aún más contentos que el público y arengaban a la gente para que cante el “Olé olé olé olé, Daniel, Daniel”, al que el protagonista respondía con un nervioso “alright!”.


Y lo dejaron solito, nomás. La banda se fue y quedó Daniel mano a mano con el piano para el momento más íntimo de la noche, que llegó con Love enchanted: con sus habituales pifias y desafinadas –parte de su estilo y su encanto, en vivo y en los discos– se mandó con una versión conmovedora del tema incluido en Fear yourself.
Luego Daniel se fue, pero avisó que volvía con la banda y lo hizo con Walking the cow. Don’t let the sun go down on your grievances fue otro momento caliente del show, con Johnston a viva voz. El apoyo del público a lo largo del show fue total y pareció sentarle muy bien al estadounidense.

A esta altura, sabíamos que quedaba poco: arremetieron con la declaración de Johnston acerca de su salvación, Rock 'n roll / EGA, en una potentísima versión con un cantor acelerado, compenetrado más que nunca en ese cuasi hardcore en el que agradece la aparición de los Beatles para salvar su vida. Pero el broche de oro lo darían las últimas dos canciones, el nudo de su vida atormentada, mil por ciento arte, tristeza, amor y redención: Life in vain y True love will find you in the end cerraron el show apenas pasada una hora.

Para el primer tema, apareció sobre el escenario un bastidor inmaculado, y tras él subió Liniers para dibujar a Johnston mientras éste cantaba esa desoladora canción en la que se pregunta “¿dónde estoy yendo?” a cada rato. La versión fue fantástica y creo que a todos nos dejó quebrados: funcionó como un símbolo de la vida de Daniel, de su lucha constante, de sus incapacidades y su amor a flor de piel por lo que hace, lo que lo salva, lo que lo lleva por el mundo, desnudo, mostrándose tal cual es ante todos. Probablemente, Life in vain sea uno de los momentos más emocionantes que vayamos a ver sobre un escenario, este año y los próximos. Siempre.

En la previa del show, Nekro había puesto una canción del álbum conjunto de Okkervil River y otro héroe atormentado del rock, Roky Erickson. Cuando Johnston se fue del escenario –quería seguir tocando pero ya no quedaban temas del que fue el show más extenso de su gira: tuvimos mucha suerte– recordé esa canción del comienzo, pero lo que se me vino a la mente disparado fue el título de aquel disco en colaboración: El amor verdadero aleja todo mal.
Y así es, Daniel. Al final, ese amor te va a encontrar.


[Fotos de Television por Victoria Schwindt.
Fotos de Daniel Johnston por Madi Elorza.]

jueves, 25 de abril de 2013

El artesano y La Perla



“Para saltar, tenés que replegarte un poco para tomar impulso, flexionar las piernas... Creo que el primer disco de La Perla es ese momento en el que flexionás las piernas; La novena utopía es el momento en que saltás; Rafael es cuando, para dar otro salto uno se vuelve a replegar... Y América es el segundo salto, más alto que el anterior, elevado a la potencia. Es la condensación de los otros tres discos: todo llevado al extremo”.

***

En diciembre del año pasado visitamos con Vicky Schwindt a Pablo Adrián Vidal en su hogar de Floresta / Monte Castro. ¿La excusa? Charlar un poco del nuevo disco de La Perla IrregularAmérica, de manera informal  –aunque con grabador en mano– y tomarle unas fotos (ella lo hizo, claro, son las que ven aquí). Mi idea no era hacer una entrevista a la manera de las charlas que son una fija de este blog, aunque todo transcurrió como suelen transcurrir esas charlas: con buena onda y fluidez. Esto que leen aquí.

Conocí a Pablo al poco tiempo de salido “el primer salto”, ese gran disco llamado La novena utopía. En nuestro primer encuentro me impactó su ambición (démosle a la palabra la acepción que merece, por supuesto que no hablo de ambiciones económicas o de poder, sino de objetivos claros). Pero lo que más me sorprendió fue el método que aplicaba Pablo a la hora de componer las canciones del primer disco de La Perla, que en ese momento era sólo él y dichas canciones: Vidal pasó al pentagrama todos los arreglos de los temas, sin tocarlos ni grabarlos antes; escuchó las canciones completas, vestidas, recién cuando fueron grabados todos los instrumentos.
Tenía la música entera en la cabeza. Eso habla de alguien brillante.


Luego de La novena utopía salió Rafael, y además de hacer una nota en la que se copó y contó el concepto del disco tema por tema, fuimos a los Estudios del Nuevo Mundo a llevarle el disco a Litto Nebbia, en lo que fue un día inolvidable para nosotros: presenciamos una sesión de grabación completa del maestro, que por ese entonces registraba su gran disco triple La canción del mundo.

Esa buena onda y esos encuentros fueron siempre de la mano con sus proyectos. Y, decía, a fines del año pasado La Perla editó mediante De Regreso a la Fantasía (el sello que creó y que tiene renovados planes para este 2013, planes que van más allá de LPI) un gran disco titulado América. En él, deja plasmado de manera definitiva su amor por la década de los ’60, aquella en la que el rock comenzó a ser una cultura mundial y una música que atraviesa los corazones y las mentes del mundo. Pablo habla con entusiasmo de aquellos años y, en efecto, su aspecto, su música y su búsqueda pertenecen a esa era dorada, aunque el tiempo quiera decir lo contrario: Vidal nació en el año equivocado pero se acomoda con sus movimientos, sus incontables ideas y sus proyectos. Le encanta que le digan que la música que hace es “psicodelia criolla”. Eso es.

América es un álbum complejo y denso, como ninguno de los discos anteriores de La Perla. Irregular. Necesita una buena cantidad de pasadas, debe escucharse con atención. Se grabó en un período de casi un año, lo que habla de su espesor y del entramado de sus laberínticos arreglos, sus rebuscadas formas y su profusión: es un árbol al que las ramas le brotan por todos lados. Vidal se consagra con América como un animal de estudio. Por supuesto que ama a los Beatles y, en eso, parece seguir el camino que aquellos monstruos transitaron cuando el 29 de agosto de 1966 decidieron abandonar los escenarios: el estudio como un lugar maravilloso y digno de explorar, la búsqueda sonora tomada como un factor fundamental para la ornamentación de las canciones; la elección de los timbres, de la instrumentación, cuestiones que quizá un simple escucha no considera a la hora de apretar play.


¿Ejemplos? Pablo me cuenta que los bajos fueron lo último que se grabó en América porque quería sí o sí un Höfner Violin (aquel modelo de bajo eléctrico que utiliza McCartney, sí) que, por supuesto, su obstinación consiguió: “¡Un Höfner de 1967! Me lo prestó Pulga Luciani, es el mejor bajo que toqué en mi vida”.
Hay también un arpa india que es muy difícil de conseguir –el swarmandal–, pero Pablo se contactó con la gente de la Escuela de Música de la India en Argentina (SaRGaM) y le bastaron algunos llamados para hacerse del instrumento, que él mismo ejecutó en el disco. “Me podría haber bajado el plugin pero quería estar con ese instrumento, sino no tiene gracia”.

“La mezcla y el mastering se hicieron en un toque”, me dice. Resulta algo insólito que haya utilizado equipamiento analógico, pero es otra ronda en su búsqueda. “Lo que tiene de bueno es que no te permite dar tantas vueltas como la compu... Por suerte, todo lo que hice me gustaba de entrada; se mezcló y masterizó en 32 horas. Pude acelerar el proceso, ya me estaba volviendo loco”.


Pablo no es ingenuo y América llega en un momento de potencia, emergencia y reposicionamiento de los países latinoamericanos en el mundo. Cuando falleció el comandante Hugo Chávez, en la página de Facebook del grupo, en el Facebook personal del propio Pablo y en el de varios de sus compañeros, se cambió la foto de perfil por una bandera de Venezuela. Puede parecer un gesto mínimo e insignificante pero yo lo vi como un detalle consecuente con los debates coloridos que hay en nuestra actualidad y que pintan su América. Él me aseguró, de todas formas, que “mis intenciones una vez que salió el disco ya no cuentan, el disco es el que habla. Pero no, no es ingenuo ponerle América en un momento de ebullición...”.

Pero no sólo de América vive el hombre. En los últimos tiempos, Vidal produjo un simple de Pels, y la comunión con el grupo derivó en una fusión que quizá ninguno de ellos esperaba. El simple, Nancy y Julio, contiene dos canciones magníficas que llevaron ¡casi un año! de producción. “Se grabó todo con fechas muy espaciadas entre sí; y la orquesta se grabó por separado por lo que fue muy caótica la grabación”, explica Pablo. Luego de Nancy y Julio, en el que el productor es anunciado además como invitado estelar, se dio la alianza: Vidal es (por) ahora miembro permanente de los Pels, y los hermanos Zucal (Tingo, cantante y guitarrista; Nacho, tecladista) se incorporaron al sexteto estable de La Perla, que completan Marcos Fernández Moujan en batería, Richie Sanabria en bajo y Joel Bonelli en primera guitarra. Además de Pablo, claro.
Pels es parte de la armada De Regreso a la Fantasía“el sello está tomando más vuelo, la idea es sumar más grupos, que empiece a crecer y se arme un sello interesante; en Capital no hay tantos, hay muchos en La Plata”–  y la comunión es tal, que de vez en cuando anuncian los shows, un poco en joda un poco en serio, rebautizándose Perls.


“Me interesa producir, tuve varias propuestas pero vamos a ver qué sale y qué no. Es algo que lleva mucho tiempo y me gusta hacerlo bien”. Le creemos y esperamos novedades.

Además, Pablo participa del programa de radio Patologías culturales que se emite por FM La Tribu, haciendo... una columna de música de los ’60. Y no se queda ahí: ha publicado notas en la revista cultural La Otra –algo que surgió a partir de la columna radial– y, cuando le digo que sólo le faltaría el rubro cine para completar todos los casilleros, responde “tengo ganas de hacer algo audiovisual, también” y cuenta que participó de un concurso con un corto que hizo para la facultad (estudia Artes Combinadas en la UBA).

Pero retomamos la senda de la música. Porque La Perla Irregular presenta este sábado América y, ya desde el hoy, Pablo invita. Es en el Teatro del Viejo Mercado y la cosa va completa: sonará el álbum entero, con todos sus detalles orquestales, ya que al grupo de rock se sumará el cuarteto de cuerdas y los vientos que grabaron en el disco.

Con vistas al futuro, Vidal vuelve a sorprender: “Tengo un disco todo compuesto. Cuando salió Rafael compuse 10, 11 temas, que son de otra estirpe: canciones muy simples, algunas hasta con un toque de comicidad, menos solemnes. Las encarpeté. Quiero grabarlo rápido: vendría sin orquesta, con la formación de Highway 61, digamos. Vamos a ver qué pasa, por ahí cambio de opinión”. Le pregunto si ya imagina el nombre, se ríe y no lo quiere decir. Por supuesto: ya tiene todo claro en su mente. Y se despide con una frase que lo pinta de cuerpo entero:

“Estoy dedicado a esto, voy en el bondi pensando ‘voy a hacer tal canción’. No tengo un contrato con nadie, lo hago por motivación propia”.

+ La Perla Irregular presenta América este sábado 27 de abril a la medianoche en el Teatro del Viejo Mercado, Lavalle 3177. Entradas: $60, a la venta en el Teatro del Viejo Mercado o por TuEntrada.com.

jueves, 11 de abril de 2013

Charlas con músicos: Florencia Ruiz (pt. 2)

Segunda parte de la grandiosa charla que tuvimos con Florencia Ruiz. Aquí nos cuenta de sus viajes por Japón, su maternidad, las canciones propias y ajenas, la labor fundamental de un maestro y el gran objetivo de este 2013: tocar y tocar su último disco, Luz de la noche.

Tan buena como la primera parte (o mejor).

Texto: Tucho
Fotos: Victoria Schwindt

JAPÓN, UN HOGAR ARTÍSTICO

¿Cómo te reciben en Japón? Hace muchos años que vas.
Hace cinco años que empecé a viajar. Tengo mis amigos y también tengo mi grupo allá, un grupo estable que armó y dirige Tomohiro Yahiro. El año que viene vamos a volver para allá.

¿Te acostumbraste a esas giras y a ese mundo, esa vida tan distinta?
Ahora que leí el plan de gira del año que viene… ¡estoy cansada desde hoy! (risas). Pienso dormir y acumular horas de sueño porque son seis shows por semana, creo que descansamos los lunes nomás. Y en realidad, no te olvides que ese día que no tocamos, viajamos, es viaje seguro.
Me encanta Japón, y además ahora voy a ir con mi hijo; no quise ir este año porque él es muy bebé y no le encontraba mucho sentido. Sobre todo para que a él le quede en la memoria que fue a Japón, que esté ahí, aprenda y pueda generar recuerdos de eso. Va a ser cuidado por las señoras de allá, que son lo más...
Conozco mucha gente y además soy re amiguera, entonces donde voy, ciudad que no puede ser, tengo un amigo. Una amiga que trabaja en la embajada argentina me dice “yo no puedo creer que vos tengas una amiga en Obihiro”. Es como si ella viniera acá y tuviera amigos en un pueblo a 50 kilómetros de Resistencia, que vos decís “¿quién va a tener un amigo allá?”. Y bueno, así es.

¿Y cómo te comunicás? ¿Aprendiste algo de japonés?
No, no sé nada de japonés y no aprendí nada allá. Es inaccesible y a ellos les encanta que sea inaccesible, aunque algo te enseñan. Pero en los dos viajes largos que hice y hablándolo con Hugo [Fattoruso], entendí que es imposible. Él va hace muchos años a Japón, estudia e intenta aprender, intenta e intenta... ¡Y no sabe nada! (risas). A mí me gusta el idioma pero tenés que dedicarle mucho tiempo y yo no tengo tiempo ni para tocar la guitarra, imaginate para aprender japonés.





















MADRE, MAESTRA, COMPOSITORA, ESCUCHA

¿Por qué no tenés tiempo para tocar la guitarra? ¿Por el niño?
Sí, ¡porque tengo un niño! Estoy tocando prácticamente con la guitarra eléctrica desenchufada para poder escucharlo. Si llora, si se despierta…

¿Y cómo estás laburando, entonces, la composición del nuevo disco? ¿Tenés canciones del baúl?
No, no, no (insiste). Son todas canciones de ahora. No creo mucho en la canción del baúl porque me produce mucha alegría el momento de componer algo nuevo, necesito físicamente esa adrenalina de no saber qué notas y que palabras van a venir.

Esa necesidad, por lo que estuve leyendo, la tuviste desde chica.
Sí, me pasa desde siempre. Mirá: mi abuelo tocaba el bandoneón arriba, en un cuarto que tenía para tocar donde había pilas de partituras; y él solo ahí adentro, como preso. El tipo se pasaba todo el día, yo subía y le decía “abuelo tocá esto, abuelo tocá aquello”, buscando la melodía. Y no era nada de eso. Después me regalaron un disco de Charly [García, claro], y es medio por acá pero no, tampoco. Y no era. Las primeras canciones que hice eran una freakeada que no puede ser, tengo grabaciones de eso en un casetito. Grabaciones de rec-play a los diez u once años, muy graciosas, ¡con letra y todo!
Empecé tocando el bandoneón, pero después por diferencias ideológicas con mi abuelo tuve que dejar. Él había aprendido en los años ’30... Digamos: por eso yo también soy maestra de esto.

¿Seguís dando clases?
Sigo dando clases de música en jardín, y además doy cursos de armonía, uno acá en casa y el otro en Estudio Urbano (soy de la primera camada). Lo sigo haciendo porque me da bronca haber conocido muchos chicos, amigos y compañeros de música, que han dejado de tocar porque tuvieron maestros malos, esos que no aman su profesión y te frustran. Y yo soy bastante de creer que pasa mucho por nosotros -los maestros- el tema. Mirá: yo le doy clases formalmente a dos hijas de amigos. Una es la hija de Ariel [Minimal] y la otra es la hija de Rosario Bléfari, a quien más le di clases en mi vida. Cuando ella vino acá tenía ocho años, ahora tiene casi doce. Y hacía unos temas... no buenos, buenísimos. Ella toca la guitarra y canta... ¡y me dio una responsabilidad! Yo pensaba, “¿cómo hago para incentivarla y no meterle mi influencia?”.

Enseñarle sin que pierda la naturalidad que ella tenía.
Que ella siga su camino, su rumbo, y que yo como maestra enriquezca ese camino, que le diga “fijate tal cosa”. Había días en los que me quedaba pensando si estaba haciendo las cosas bien o no; por suerte como Rosario es mi amiga lo charlaba con ella. Creo que recién el año pasado encontramos bien en qué la podía ayudar yo perfectamente.
Igual es buenísimo cómo uno ve en el otro, en el chico, en qué puede ayudar.

¿Te interesa particularmente trabajar con chicos?
No, me interesa bastante también ayudar a otros que hacen canciones porque les ahorrás mucho tiempo. Yo no tuve eso, fui a la educación formal, que no contempla nada de eso y va para adelante, pum-pum-pum. Y en el Conservatorio siempre fui como el bicho raro, empecé a los dieciséis años y cuando me preguntaban yo decía que quería hacer canciones, pero necesitaba tocar bien el instrumento y aprender. Los maestros me miraban como diciendo “para qué venís acá”.
Yo tenía que laburar, no me podía dar el lujo de no trabajar y empecé a laburar cuando terminé el secundario.

Digamos que entraste en el Conservatorio pensando en ser profesora, con esa idea de asegurarte el trabajo.
Sí, totalmente, porque no iba a poder hacer nada, ni comprarme una guitarra ni nada. Y esto me abrió un mundo alucinante. Yo empecé dando clases en el campo, donde termina La Matanza, en Virrey del Pino. Y siempre pensé en la composición, a mí siempre me costó mucho tocar canciones de otros, nunca sentí la necesidad ni me interesó.

¿Es cierto que escuchás muy poca música?
Sí, ¡es un defecto grande no tener curiosidad! Me llegan discos y me alucino. Ahora me mandó su disco Edgardo Cardozo, 6 de copas. ¡Y está buenísimo, no puede más, es precioso! Pero quizá hasta junio sólo escucho eso porque no tengo tanta capacidad de asimilar. Hay gente que sí, que puede disociar... y no es que tenga temor a que me influencien, al contrario: me encantaría influenciarme con algo. Pero mi relación con la música es de necesidad, de estar en otra dimensión.
Recuerdo cuando nació Julián. Es muy agotador ser mamá los primeros días, y yo en vez de dormir agarraba la guitarra. Compuse mucho por esto que te digo: el bebé necesita atención de la mamá, comer y todo eso. Y él siempre durmió joya, perfecto, pero yo en vez de dormir siempre estaba con el tema de que este era mi descanso: entrar en otra dimensión.

Vos te nutrís sola.
Muchas veces los músicos se nutren de lo que escuchan. Para mí, en cierto sentido, la música no tiene tanto misterio: conozco los acordes, ya sé cuando va a venir un estribillo, pero no porque sea una genia sino porque llevo años de analizar y de laburar de eso. El oficio, ¿no? Villavicencio le regaló a Julián El clave bien temperado, y vos decís “ah, es acá”. Suena un poco creído decir algo así, pero es quizá la música que a vos te puede dar paz. A otro le pasará con los Sex Pistols.

¿Necesitás eso, que la música te dé paz?
Y... en cierto sentido sí. O que me sorprenda. Por ejemplo, el otro día me dio su nuevo disco Franquito Salvador. Y estaba acá haciendo la comida, lo puse y me sorprendió cómo está tocando la viola, pensé “¡qué bueno!”. Y es algo que no tiene ninguna relación con lo que te decía de Cardozo, pero yo me hago fan igual. Me puedo copar con todo, pero no puedo salir a buscar. Nunca bajé un disco.

¡Debes ser una de las pocas personas en el mundo que nunca bajó un disco! (Risas).
Claro, me dicen “buscalo en internet”... ¡y no sé cómo se busca, viste! (Más risas). No estoy muy interesada en la tecnología, mirá el celular que tengo, y lo tengo desde que soy madre, sino tampoco lo tendría. Voy a Japón y no miro nada de tecnología, recién ahora entendí lo del Guitar hero y todo eso, cuando salió yo estaba ahí y no tenía idea. Nadie me pide que le traiga cosas porque saben que soy re momia y que no voy a llevar nada, es la verdad.
Soy muy poco consumista y esa situación no es una virtud, no es que te digo “qué bueno ser así”. Entre las dos cosas, creo que seguramente es mejor bajarse cien discos y estar conectado, en sintonía con tu profesión.

Lo decís sólo en lo referido a tu profesión, imagino, al “estar informado”.
Sí, lo digo en ese sentido. Por ahí voy a un bar y está Fulanito de Tal, ¡y yo no sé quién es! Me ha pasado con gente que no podés creer...

¿Por ejemplo?
No, no voy a decir... (Risas).

Ah, ¡son ejemplos muy famosos!
¡Son ejemplos extremos! (Más risas). Yo les decía “ah, ¡¿sos vos?! ¡No lo puedo creer, qué bueno!” (Muchas risas). Por eso Villa siempre me carga y me dice “vos, con tu simpatía arrolladora” porque, claro, como yo no tengo muchas caras y no retengo datos que se suponen importantes... El mundo de la música es un mundo de egos, viste: “yo soy Zutanito, no sé cuánto” y aunque me dé vergüenza no saber, no puedo andar googleando, más ahora que estoy haciendo el duelo de la paz y la tranquilidad. Porque yo llegaba a mi casa y estaba sola, en silencio, callada: eso no me pasa más. Y desde que sé leer, yo leía dos horas por día y eso tampoco existe más. Tu hijo una sola vez va a tener tres meses, un año... Los discos y los libros pueden esperar, y ya los haré.





















EL OBJETIVO DEL AÑO

Aparte las canciones te brotan...
Sí, aunque quizá un día no surjan más, y ahí es donde quizá sí sea el momento de tocar canciones de otro.
Lo que yo estoy tratando de conseguir –vamos a decir esa palabra– es que la gente nos venga a ver, porque creo que la banda está sonando y están sonando todos los arreglos y dirige Villavicencio que hace que todo tenga otra dimensión... Logra sacar lo mejor de cada músico.
Pienso que todavía estamos en una etapa medio prejuiciosa como público, en general.

¿En qué sentido?
En todos los sentidos, desde que tu disco no se puede publicar hasta que es una música rara o difícil; te puedo llegar a decir que hasta hay machismo muchas veces. Y tengo fe que eso sea una cosa que llegue hasta mi generación, que las chicas de veinte años ya no lo sufran más. Igual, es un cambio nuestro, como mujeres y como mamás: educar a nuestros hijos con otra mentalidad. Muchas veces pasa que las mujeres arman bandas sólo de mujeres, creyendo que “nosotras también podemos”.    

Y en realidad se están etiquetando así.
¡Claro! Yo no te distingo hombre, mujer o lo que sea; si toca, toca, vale. Creo que el tema de la Presidenta suma mucho, sobre todo en los niños que nacen y tienen una presidenta mujer, algo que cuando yo era chica era impensado. Y pienso que a Cristina también le dan más porque es mujer, si fuera hombre no la criticarían tanto; significa que todavía nos cuesta más, y eso no puede pasar.
Y también sucede una cosa re loca: capaz viene alguien de afuera y la gente va a verlo, y a mí me conoce la gente pero no me va a ver, porque estoy acá en Boedo y se supone que la semana que viene vuelvo a tocar.

La gente mira lo de afuera con otros ojos, pasa eso.
Por eso lo veo como un desafío, es el desafío que tengo este año. Quiero desarrollar Luz de la noche, aunque ya tenga muchas canciones nuevas para trabajar. Es dar un paso, no importa si son estas canciones, aquellas o las otras; ahora son las de Luz de la noche porque muchas –la gran mayoría– nunca fueron tocadas en vivo. Y siento que no lo puedo dejar así, sería un egoísmo con la música que no me gusta tener. A otros les puede funcionar lo de sacar discos seguido y no parar, y me parece genial.

Al mismo Ariel, quizá...
¡Ariel es una aplanadora! (Risas). Escucha mucho, toca mucho, graba mucho, ¡es tremendo! Está enchufado y tiene mucha energía; yo también tengo mucha energía, pero es otra cosa. Me encanta tener amigos así y por eso me encantó hacer el disco con él y la pasamos re bien. Quizá surja hacer algo de nuevo, siempre lo hablamos, pero ahora estoy con esto y él está tocando mucho con Flopa y va a sacar el disco con Pez, que lo hicieron en tres días.

¡Vos nunca podrías! (Risas).
Me encantaría llegar a ese momento, lo que pasa es que yo disfruto mucho el momento. Es como que te llegue un helado buenísimo, hacer ¡arghh!” y comértelo entero. Creo que es interesante acompasarse con el alma, porque sino (te lo repito) son intentos de uno, porque ¿quién te apura? A mí ciertas cuestiones de los sellos de afuera, por ejemplo, me apuran. Como estoy comprometida con ellos, hago algo si debo hacerlo.
Además de que siempre fui mucho más tranquila que el resto, ahora soy mamá, entonces tengo que saber poner los puntos sobre las íes. A veces digo “bueno, tengo que hacer tal cosa” y después pienso “pero tengo que llevar a Julián a la plaza...”.

Y gana la opción dos.
Y... me pongo las zapatillas y vamos a la plaza. Siento que es la manera de estar en equilibrio con la naturaleza, porque es difícil parir. Es raro, vos estás embarazada y un día te dicen que va a nacer tu hijo... Fui al médico a revisarme, estaba acá con Facu Guevara y Tomo, arreglando para hacer unos ravioles a la noche y Tomohiro me tuvo que preparar el bolso, porque de golpe iba a nacer Julián.

¡¿Tomohiro te hizo el bolso?!
¡Sí! (Risas). Los tiempos de la naturaleza no son tus tiempos, ni los tiempos de la medicina. Y yo siento que hay que volver un poco a eso: a los amigos, a brindarse. Sino la cuestión cibernética te consume totalmente y no tuviste un minuto de decir “mirá el cielo”; y no soporto perder el tiempo, me desespera.
Por algo soy música: porque quiero tener una vida distinta a lo que se impone, o a lo que le hubiese gustado a mis parientes; que tuviera un consultorio de algo... Me empecé a plantear eso: cómo estar en la de uno.

viernes, 5 de abril de 2013

Charlas con músicos: Florencia Ruiz (pt. 1)


Entrar en el universo de Florencia Ruiz es ingresar en lo profundo de lo íntimo, en la esencia natural que a veces se nos esconde (o preferimos no mirar). Así sucede cuando escuchamos su música etérea, magnífica, luminosa, y así sucedió cuando tuvimos la suerte de visitarla en su hogar. 

Si tocás el timbre de una casa y te abre la puerta alguien que admirás y que no esperás ni de casualidad ahí –el percusionista japonés Tomohiro Yahiro, mitad de Dos Orientales, dúo que comparte con el maestro Hugo Fattoruso–, esa morada probablemente sea un lugar digno de visitar. La sospecha se hizo realidad y así siguió su curso nuestra visita: más de una hora hablando de música, de vida, de lugares, de naturaleza, de hijos, de discos. Florencia: su soltura, su simpleza y su bondad me dejaron encantado.
Nos sacamos el calzado y allí vamos en esta primera parte de una charla que todavía me flashea: hacia la luz de la noche. Disfrútenla la mitad de lo que lo hice yo. Es una orden.

Texto: Tucho
Fotos: Victoria Schwindt

LUZ DE LA NOCHE: CÓMO SE HIZO, CÓMO SE HACE

Pasaron casi dos años desde que salió Luz de la noche, ¿qué sucedió en ese período, para que recién ahora sea la presentación más formal del disco?
Sí, pasaron casi dos años porque el disco salió en julio de 2011. Es un disco muy grande en muchos aspectos y por eso no quería presentarlo de una, apenas lo terminamos de hacer. Armarlo y todo fue un trabajo muy importante y lo quería hacer bien porque, ¿quién me corre? No es que tengo diez compañías que me dicen “ya hay que tocarlo”.
Lo que sucedió fue que apenas salió el disco –antes de que saliera en Argentina– yo viajé a Japón a tocar y estuve como cuarenta días allá. Volví pensando que iba a encarar esto pero quedé embarazada... Y pasó que cuando volví de Japón hice un concierto con el Mono Fontana en Ciudad Emergente, a dúo; entonces pensé que el disco se podía bancar un tiempo sin ser presentado para vivir la experiencia de tocar casi un año con el Mono.

Querías disfrutar de eso…
Sí, se dio, a veces los encuentros en la vida no son como uno los planea. Desde que tengo 10 años que quiero tocar con el Mono, siendo fan de discos de Spinetta de los ’80 como Téster [de violencia] en los que él toca. Y entonces, cuando me di cuenta de que podía estar un tiempo tocando con él, aprendiendo y disfrutando mucho, lo hice. Es un tipo genial a todo nivel: es muy gracioso, terriblemente divertido, así que no podés creer... Y bueno, formamos la banda con el Mono y dos amigos: Facundo Guevara y Mintcho Garrammone. Nos juntamos un día y armamos algunas canciones para tocar, como para que no quede sin ser tocado el disco en ese año. Y después seguí tocando con el Mono, solos, hasta que nació Julián: dejé de tocar y al mes nació.
Después de que nació Julián, llegó desde New York un amigo mío de siempre, Marcelo Lupis, y me propuso armar los arreglos del disco, que tampoco es fácil ver con quién vas a hacer ese laburo porque es un disco que está pensado como de música popular pero está realizado como un disco de música... (Piensa).

Es muy sofisticado, digamos. 
Claro, es un disco sofisticado para tocar, no es que le paso la hoja a uno y ya está. Hay muchos matices, muchas cosas, hay que tocarlo y no lo puede tocar cualquiera. Ahí fue que empezamos a buscar músicos para armar una banda estable y después sumarle invitados. Primero vino el tecladista, Edu González… Los teclados del disco los toca [Carlos] Villavicencio, y hay un solo piano que lo toca Hugo [Fattoruso].

Invitados fuertes, ahí no podía tocar cualquiera…
¿Cómo hacés para reemplazarlos? Tiene que saber tocar el que esté. Y apareció Edu que es un súper pianista y aparte muy buena onda; después Julián Semprini, el baterista, que toca con Pedro Aznar y con otros tantos músicos... Son todos amigos nuestros –los dos mejores amigos de Lupis son ellos–, no es que los fuimos a buscar a Hong Kong (risas). Y completa el grupo el contrabajista con el que ya había tocado y también tengo muy buena onda y cariño, Juan Fracci.
Probamos la banda con un par de conciertos el año pasado, para ver si era posible, y le arrimamos bastante el bochín...





















¿Carlos los vio?
No... (Silencio cómplice y risas). Pero ahora está dirigiendo a la banda, entonces muchas canciones son con las pistas y él dirige; vino a los ensayos, es un músico más que está acá y hace un laburo buenísimo. Aprendemos un montonazo, es súper exigente pero bien. Estamos ensayando bastante y es una alegría haber encontrado músicos con ganas de superarse, porque a veces pasa que un músico se quiere quedar ahí, no porque sea cómodo sino porque quizá encontró lo que quería tocar. Y no es el caso de estos pibes: siempre quieren más, y eso es buenísimo.

Se lo tomaron como un desafío.
Claro. Para mí es radicalmente opuesto a lo que venía haciendo. En el vivo, cuando tengo que tocar, de un lado suena el clic y del otro lado suena la música [se refiere a los auriculares que usan los músicos como 'retorno', uno con el sonido de la banda y el otro con el metrónomo].
Por eso el disco se hizo esperar, pero como tardamos tanto en hacerlo valía presentarlo bien...

Claro, porque entre la composición y la edición pasaron varios años.
Lo compusimos en 2009. Los arreglos te diré que llevaron más tiempo de composición que la canción en sí... En 2010 lo grabamos y en 2011 salió. También se atrasó mucho porque es un disco muy caro presupuestariamente.

La idea era no poner plata de tu bolsillo, ¿se logró?
En buena parte podemos decir que sí. Lo que pasa es que cuando querés hacer una cosa así, tan bien hecha y tan a contramano de la industria... Fuimos al mejor estudio, trabajamos sin apuro, tranquilos... Pero no contábamos con tanto dinero. Entonces cuando conseguíamos una fecha en el estudio capaz teníamos que grabar a cinco músicos.
Hay un trabajo de producción muy grande ahí, que por supuesto es de Villavicencio, no mío. Creo que yo no hablé con ningún músico... Yo me encargué de Ariel [Minimal].

Que era el más indomable, quizá...
No es que sea más indomable, él tiene sus modos y me parece que los demás músicos que participan están más duchos para participar en cosas así. Es otra cosa, eso te lo da tu hábitat, quizá te va condicionando más. Yo creo más en pedirle al músico lo que me puede dar, no estar pidiéndole lo que no me puede dar.
Por ejemplo: a Ariel no le vamos a dar una partitura porque me va a decir “¿y esto qué es?”; y hay músicos como Pablo Agri o todos los que tocan cuerdas, que están acostumbrados a grabar con partes... Pero si les decís “acá improvisá”, los matás. Y Ariel no, está acostumbrado a eso. Entonces me parece que ahí hubo un buen laburo de comunicación, de qué es lo que iba a hacer cada músico que viniera a tocar.

Eso funcionó bien.
Sí, después no sé... El futuro, flor estaba arreglado para big band y estuvimos cerca de hacerlo, pero después entendí que era un delirio, imposible de hacer. Imposible de pagar: necesitaba mucha plata para grabar un solo tema, y no me siento mal por no haberlo hecho. Al contrario, siento que tengo una cosa más por hacer.
Los temas se fueron adaptando a la realidad, no solamente económica. Por ejemplo, cuando vino a grabar Hugo en Todo dolor –a partir del disco fue que me hice muy amiga porque él estaba contentísimo y quería tocar en todos los temas–, le mostramos una cuerda de tambores sampleada, algo que hizo Villa en esa canción. Carlos le comentó que quería reemplazar el sampler por una cuerda verdadera, y Hugo le dijo “¡ni se te ocurra!” y al final quedó eso, se adaptó a eso.
Si escuchás el demo del disco es casi igual, sin determinados aportes que están buenísimos. Lo que hizo Hugo es impresionante.

¿Y de las versiones primeras tuyas, que eran más crudas?
Hay temas que no cambiaron tanto, y hay otros que se dieron vuelta. Alumbraremos, el tema que abre el disco, es un tema que a nivel compositivo no existe, tiene dos acordes. Vos lo escuchás y es muy austero, lo que quiere pintar es una realidad, una foto. Le expliqué a Villa que la canción habla de la inundación en Tartagal, le hablé de eso y él se imaginó toda una cosa... Cuando fuimos a Japón, Tomohiro –que había recibido Luz de la noche en un CD-R– me pedía que  le toque ese tema y yo le decía “no, no lo toco porque te arruino la ilusión” (risas). Me insistió y cuando se lo toqué... “Esto qué es”. Me pareció alucinante lo que hizo Carlos.
Y creo que en general, está muy respetada mi personalidad en el disco. Algunas cosas fueron modificadas para bien y yo lo tomé, te digo la verdad, como una clase magistral.

¿Aceptabas todo lo que Villavicencio proponía?
Todo. Si pienso y digo “esta persona va a hacer tal cosa”, ya está, estoy entregada. Después puedo sacar muchas conclusiones, en el momento ni lo pienso. Puedo hablarte de Luz de la noche y decirte que me encanta todo, pero si no me gustara algo lo podría decir ahora, no cuando lo hice. Me entregué a que era así.
Y siento que está medio desdibujado el rol de productor / arreglador, muchas veces dicen “me lo produjo Fulanito” y es porque se supone que conviene que esté el nombre de Fulanito en tu disco. En este caso, para mí era la oportunidad de aprender, estar ahí con las notas, con las cosas... Si podía preguntar algo aprovechaba, si no daba para preguntar no lo hacía, y chau.
Y tocar con músicos buena onda, estar en otro lugar. A mí me sorprendía mucho eso: que llegaban los músicos y yo les daba la mano y chau, no hablaba más. Eso me resulto re interesante.

¿Tener un contacto más profesional, quizá más frío?
Ni frío ni profesional, sino otro. Otra cosa. Una súper amiga mía, Elizabeth Ridolfi, vino a grabar la viola de Alumbraremos. Y con ella yo ni hablaba, en un momento me empezó a hablar de no sé qué y de golpe se dio vuelta, “se acabó la conversación acá”.

Había un estado de concentración.
Claro, y lo lindo es que todos se sorprendían de escuchar algo así; y músicos de tan distintas músicas, que viene uno de tango, uno de rock, y todos con alegría y cariño de que la cosa salga bien, para adelante.
Lo otro increíble fue que me cruzaba con gente en un concierto cualquiera y cuando les contaba que estaba haciendo el disco me decían “quiero tocar”. Fue algo interesante y que me costó años de terapia: entender que la gente quería venir porque le gustaban las canciones, lo que los convocaba no era que estuviera Fulano o Mengano de productor o de invitado.

¿Por qué te costo años de terapia, no te gustaban tus canciones?
No, a uno le parece eso, que están porque está tal. Después, hablando con Jaques Morelenbaum, él me decía “yo toco porque me gustan las canciones, me encantan y no me importa nada, quiero tocar”. Los músicos ven que están en un proyecto que está hecho con amor, con mucho cariño y con una dedicación ridícula (risas).

¿Tanto como ridícula?
Y... es un poco ridícula por lo que significa el disco ahora, ¿entendés?

La gente no se da cuenta a veces de todo lo que contiene un disco.
No es sólo eso... yo tampoco me doy cuenta de las investigaciones que se hacen sobre la caspa, qué sé yo (risas). Uno capaz lo ve como una propaganda de champú y no, hay gente que está estudiando porque quizá el que tiene caspa también tiene problemas de riñón, ¡no sé! (más risas). No sé si lo veo de ese modo, lo veo desde un lugar más íntimo.
Lo que sí me gustaría y creo que estaría bueno, es que el disco llegara a sumar un granito de arena, de “no nos dividamos: hagamos una música”; no entrar en eso de “si yo escucho esto no puedo escuchar aquello”, o entro en esto y en lo otro no. A mí me pasa que, como estudié, en vez de ser una virtud o un valor es como “no…”.

En el rock es despectivo, es un “No… vos sabés”. 
¡Claro! Incluso en las notas me pasa que me ponen como una estampita, como si leer o escribir fuera una virtud en sí. Yo rescato de estudiar y aprender esa cosa de superarse, de decir “bueno, no puedo volver a hacer esa misma canción”, porque uno se da cuenta cuando está haciendo la misma canción que hizo en el disco pasado; entonces como te das cuenta, como la ves, decís “voy a hacer otra cosa”. Ahora estamos trabajando un disco nuevo...

¿Con Carlos también?
Sí. Y no tiene que ver con Luz de la noche. A la vez va a tener que ver, inevitablemente va a haber una continuación de eso, pero es otra cosa.
Pienso que ser exigente no es solamente una condición del que estudió, a la vez es querer hacer algo copado y que sorprenda desde el mejor de los lugares. No es que voy a agarrar a un trompetista para que haga ti-ti-ti, no: llegando al corazón, al alma de la gente. Es pensar “bueno, ¿cómo hacemos para darle una vuelta de tuerca a la canción?”. Humildemente, es lo que me pasa.
A veces sobreestimamos la simpleza. La simpleza no es solamente la guitarra criolla medio desafinada. Podés tener una casa hermosa con tres sillas nada más, y otra casa con tres sillas puede ser horrenda. Yo estoy contenta del lugar en el que estoy ahora: me fui a Japón, me hice una súper gira, conseguí que el disco se editara afuera...
Creo que mi música es para todos, tiene mucha inclusión. Una canción linda no importa de dónde viene, hay que intentar conectarse... La música es lo máximo, tenemos que intentar ir por otro lado y ponernos en sintonía con eso.

* Florencia Ruiz presenta Luz de la noche hoy viernes 5 de abril a las 21 horas en el Club Atlético Fernández Fierro (Sánchez de Bustamante 764, CABA). Entradas anticipadas $50, en Musetta Café (Billinghurst 894) a partir de las 11 horas; o enviando un mail a reservas@caff.com.ar. En puerta, $70.