miércoles, 27 de junio de 2012

Patti Smith, heroína en este lío


Me gusta verte llorar, me gusta verte reir. Natural, natural.
Me gusta verte en las mañanas, ponerte de colores. Natural, natural.




Hay seres humanos que nacieron para cambiar vidas.
Están los que perturban; los ignorados que pasan sin pena ni gloria; los garcas que son varios; los idiotas que son otro tanto; los insulsos que un día se despiertan, van a Walmart, compran un revólver y cagan a tiros a sus compañeritos del colegio; los brillantes; los insufribles; los soberbios y muchas clasificaciones posibles más (incluso combinando un poco de todas las anteriores). Patti Smith entra caminando y relajada en el primer estadio, aquel de las personas que iluminan a los demás siendo ellas; los que derrochan franqueza, espontaneidad, alegría, simpatía, amor. Son muy pocas las personas así y es difícil distinguir entre tanta basura, pero yo no lo dudo: Smith guía sólo con su mirada y su cabello largo, entrecano, que deja ver el paso del tiempo y a la vez decora su eterna juventud.

Los que nos rendimos ante su arte celebramos toda novedad que la señale, sea una película, un libro o un disco. En todo lo que hace esta dama de sesenta y tantos está su impronta, todas esas cualidades maravillosas dignas de una persona diáfana, límpida, transparente. Natural, como decía Tanguito en esa canción simple y heroica.
Quienes desconfían de ella desconfíen de nosotros, porque Patti es una guía.


¿A qué viene todo esto? La excusa, claro, es la salida de un nuevo álbum con composiciones de la autora de Horses, tras un silencio que se prolongó a casi una década (ocho años desde Trampin’, su última joya, y cinco desde Twelve, el bello disco de covers encarado de manera acústica). En el medio, PS presentó una película densa y extensa, Patti Smith: Dream of life, que la muestra en quehaceres de su vida cotidiana, visitando a sus padres, o en la playa delirando con Flea, el bajista de Red Hot Chili Peppers; y un libro magnífico, emotivo e indispensable para conocer su formación, Just kids, en el que relata las idas y venidas de su relación con el fotógrafo Robert Mapplethorpe, y el ingreso de ambos al mundo del “arte” y la “fama”. (Corran a buscar el broli si aún no lo leyeron).

Ahora nos llegó Banga que, como Patti cuenta en el booklet del disco, comenzó a pergeñarse durante un viaje en el barco Costa Concordia, tras ser convocada por Jean-Luc Goddard para participar de su película Socialsm (podría extenderme en la explicación, elijo dejarles esta bella nota; sólo aclaro que el filme del realizador francés transcurre en dicho barco).
¿Y de qué viene Banga? Es más de lo mismo, nadie lo duda...
Es decir, Patti Smith siendo ella como en Dream of life y Just kids, como en cada aparición pública o cada inflexión de su prístina voz. Patti construyendo junto a sus amigos de siempre, su grupo de añares (el eterno Lenny Kaye en las guitarras, Jay Dee Daugherty en batería y Tony Shanahan en bajo y teclados) esa música dura pero esperanzadora, muy melódica y pop por momentos, como en el corte April fool con guest-guitars de Tom Verlaine, o el homenaje a Amy Winehouse en This is the girl (Patti parece tener una particular debilidad por los músicos caídos: en su disco Gone again ya le había dedicado una pieza de antología a Kurt Cobain, About a boy); y muy heavy y envolvente por otros, como en Seneca, una oscura canción de cuna o la duradera, opaca y tribal Constantine’s dream.


Sus discos siempre tienen fuerza y Banga no decepciona al respecto. Sin embargo la coronación del álbum llega con una versión del héroe Neil Young, After the gold rush, en la cual su hija Jesse la acompaña al piano y un coro de niños le hace la segunda cantándole a la Madre Naturaleza:

Soñé que veía naves espaciales volando
en la neblina amarilla del sol,
había niños llorando y colores volando
alrededor de los elegidos.
Todo un sueño, todo un sueño...
La carga había empezado
llevando la semilla de plata de la Madre Naturaleza
hacia un nuevo hogar en el sol.


Smith ha recibido cientos de torpes títulos honorarios (madrina del punk, poeta laureada del rock, blablablá) pero sólo parece preocuparse por lo que la ocupó siempre: hacer del arte su vida, de su música una expresión rebelde (aunque a esta altura suene extremadamente naif) y pura, reflejada en esa voz invencible que cada día suena mejor y más cierta. Donde reinan los idiotas, Patti nos trae un poco de luz y nosotros, varios, nos resignamos a ser sus tontos.

Y no sólo en abril: cuando vos digas Patti, ¡estamos a la orden!

martes, 12 de junio de 2012

Los Hermanos McKenzie, un poco de aire en días de saturación


Tengo la sensación de que siempre llega un momento en el año en el que deseás que termine todo. O que haya vacaciones, o que algo suspenda el tiempo y, por tanto, todas las actividades que nos imponemos ante su majestad.
Éste es el momento para mí.

Por eso La Música es del Aire lleva varios días sin novedades y -por eso también- llega el post que todos esperaban y que, al menos una vez por año, arriba para salvar las papas de la falta de ideas (?): aquel en el que ustedes, queridos lectores, recomiendan a nuestro staff (yo) el disco que en este momento les ayuda a caminar a buen ritmo ese inexorable sendero que deriva en putrefacción y posterior deceso. Dicho de otra manera, quiero que me digan cuál es la música encerrada en un disco compacto (de los dos o tres que tengan) que les alegra este preciso instante de sus vidas.

Espero recomendaciones pero, como no soy tan egoísta, les cuento que el disco que me ayuda a bajar un poco el ritmo -o a acompañarlo con algo de entusiasmo- se llama Siamés y es el debut en LP de un novel grupo bonaerense llamado Los Hermanos McKenzie, que surgió  del dúo conformado, precisamente, por los hermanos Cecilia y Nacho Czornogas (¡casi casi como el crack baldosero!) en el año 2008. Luego de un EP homónimo editado en 2009, a fines del año pasado debutaron con esta belleza de 12 tracks.


Vale destacar que en la actualidad los McKenzie son cinco y su sonido se ha ensanchado de manera notable, gracias al ensamble de instrumentos cálidos que conforman, además de Cecilia y Nacho (ella en la voz; él en guitarras, voces, saxos barítono y alto, clarinete, bajo, teclados y percusiones: sí, todo eso), Eric Brown (banjo), Daniel Digon (batería) y Marina Pérez (trompeta, bombardino, voces y guitarra acústica). Hay una clara disposición en Siamés: que todo suene diáfano, que cada instrumento interviniente tenga su voz. Es un disco riquísimo en arreglos, bien trabajado y de duración justa.

Y hablando de voces, en la voz de Cecilia puede estar la clave: aquella frase hecha de “es la voz para esa música” aplica perfecto para el caso, ahí su dejadez encanta y desestructura un poco la prolijidad de la banda (que esto no suene a una crítica porque no la es). Sin embargo, en los momentos instrumentales también se evidencia una soltura que me gustaría comprobar pronto en vivo (aún no pude verlos en directo), con los vientos predominando en la escena melódica y los demás construyendo texturas preciosistas.
Pueden escuchar, entonces, las canciones que me están alegrando los días: valses con aires folklóricos, pop contemplativo, riqueza acústica y tímbrica.

El padre McKenzie da un discurso que no escucha nadie, pero a los Hermanos… sí se los puede escuchar, y con gusto.

(Les toca seguir con los consejos a ustedes).