"Oh oh, oh-oh-oh ohó-ohó oh-oh-oh".
Pueblo argentino.
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-¿Por qué te dicen Traiko?
-En realidad no me dicen Traiko, me llamo Traiko...
Así se presenta Traiko Milenko, cantante de Meta Guacha, en el fantástico programa de Canal Encuentro Cumbia de la Buena. El programa conducido por Cristian Jure muestra las historias de los grupos y solistas más representativos de la cumbia argentina, con entrevistas a los protagonistas, backstage en estudios y giras y extractos de los shows. En la emisión dedicada a su grupo, Milenko cuenta que es chileno y cayó con su familia -de ascendencia yugoslava- en la Argentina cuando Salvador Allende cayó allá. El tipo se confiesa fanático de Silvio Rodríguez, su principal influencia aunque no tenga "nada que ver" con la cumbia villera, o eso que ellos denominan como cumbia chapa y prefieren ligar más a lo "testimonial". El tema símbolo de Meta Guacha es "Alma blanca", una de las tantas desestigmatizaciones dirigidas desde el centro del género al corazón del vigilante medio argentino.
Enganché el programa el viernes a la 1 de la mañana, la noche previa a ver por segunda vez a nuestros ancianos más adorados, los que no se jubilan nunca: The Rolling Stones.
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Llegar a La Plata nunca fue tan sencillo: había micros dispuestos en exclusiva para todo aquel que fuera al Estadio Único, con la idea de no alterar al común de la gente que viajaba a la ciudad. Así también se apresuraba el tramo entre el centro y la ciudad de las diagonales para los stonianos, sin paradas intermedias. Todo era tan ideal que el bondi de la empresa Plaza hasta estaba decorado con el logo de la banda. Todo era tan ideal que... el chofer se perdió y pasó de largo unos cuantos kilómetros, tantos como para que no hubiera bajada en la autopista por media hora o más, huyendo de la ciudad de pinchas y triperos casi sin querer.
Por suerte salimos temprano.
Tan temprano como para apreciar con los ojos y los dientes el callejón gourmet que se emplazó en la Calle 32 para las delicias de cualquier carnívoro bebedor. Los platenses aprovecharon la situación con buena onda, cortesía y precios que, sin ser un regalo, serían menos prohibitivos que puertas adentro. A las cinco y pico de la tarde casi no había cola para ingresar al lujoso estadio, y las plazas de la 32 dispersaban a la gente, que todavía disfrutaba de la previa. Entramos a esa hora, y al rato seguimos devorando. La entrada fue con La Beriso y Ciro con sus Persas.
Tanto se dijo de los de Avellaneda que al final su performance no me pareció tan mala. Al menos sonaron fuerte -una máxima del rock: al menos soná fuerte- e invitaron a Juanse y Quintiero a tocar el "Rock del gato", que inyectó de ánimo a la patria stone. De golpe, la gente paró la oreja y los cuerpos, cantó y bailó. Que La Beriso no representa ninguna novedad bajo el sol del rock argentino está claro, tanto como que hace poquísimo llenaron el mismo estadio por sí solos. Desde esa lógica se comprende la convocatoria; y quejarse por los grupos soporte es como putear porque la Reserva de tu equipo juega mal y pierde.
Andrés Ciro Martínez la tuvo más fácil: quedó claro que la multitud conocía todas sus canciones, que fueron cantadas una tras otra, en especial las de Los Piojos. Y aunque el sonido durante su set fue deficiente, se las arregló para mover a la gente hit tras hit, en especial con "Tan solo" y "El farolito", mechada con "La rubia tarada" de Sumo. Durante su show, hubo otro en el campo: el del Pollo, el Richards de Moreno, que la jaggereó tal como hiciera en la puerta del hotel donde se alojaba Keith. Además de regalarle entradas, los Stones deberían haberlo subido al escenario.
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Pero el plato principal eran ellos. De antemano, el pensamiento era "ahora sí, esta será la última vez que los veamos". Luego del show, podemos reciclar la máxima beatle: mañana nunca se sabe. Los había visto en 2006 y creo que ahora... ¡están mejor! Aquella también se pensaba como la última cena, más allá de la mentira del final de Jagger (todavía recordamos aquel "nos vemos el año que viene", viejo mentiroso).
Va más allá del estado físico. Es evidente la plenitud de Mick, en una forma superior al 90 por ciento de los asistentes a los shows: corre la pasarela una y otra vez cual Usain Bolt. Es un atleta y el mejor showman que hemos visto. Ronnie Wood también parece un pendejo, aunque no desande el escenario como el cantante. Richards lleva los años como un viejo al que le chupa todo un huevo, y se ríe todo el tiempo. Así, se va a morir después que todos nosotros. Charlie Watts... los Kinks cantaban "wish I could be like David Watts", ¡yo quiero ser como Charlie! Setenta y cuatro años, 2 horas y monedas tocando la batería, cero gotas de sudor, los golpes más fuertes en la última canción. Y risas y sonrisas, un milagro para su cara de mármol. Se le escaparon los dientes cuando la ovación popular, durante la presentación de los músicos, pero también en varias canciones (tal vez contagiado por los coros de la gente).
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Volvamos a Traiko. En una parte del programa, el cantante cuenta que un colaborador de Meta Guacha, más viejo que ellos, les aconsejó llevar ese nombre. Cuando le preguntaron el porqué, el sabio explicó la analogía: "Se le da guacha al caballo para que vaya para adelante". Cerraba por todos lados. Acto seguido, el conductor de Cumbia de la Buena, Cristian Jure, pregunta cuál es el secreto de su estilo. Responden Traiko y un miembro no identificado del grupo:
-Lo nuestro es el sabor.
-La cumbia villera te tiene que hacer cabecear.
-La base que es... (Ambos mueven la cabeza cual cigüeñas). Es así.
-¿Cuál es el secreto?
-Y... es tirado para atrás, tiene que ser borracha la jugada (risas).
-Bien aguantada.
-Claaa (Imita el ritmo del güiro).
Cómo no relacionarlo con los Rolling Stones. Los reyes del arrastre y la jugada aguantada. Aquello que trae sus desperfectos técnicos y la crítica de los detractores. El alma negra de estos blanquitos londinenses. Al que no le gusta, se lo pierde: pasan los años y la música que hacen no envejece, es tan rudimentaria como vital. Atraviesa toda moda pasatista porque no contiene elementos de época que con el tiempo pasan a ser anacronismos. "Jumpin' Jack Flash" es una canción de ayer y de mañana aunque cuente 48 años. En esa tracción quedada, en las guitarras transversales e intermitentes y en la pronunciación pornográfica de Sir Mick sigue estando todo.
Ah: no cambian los temas de su tonalidad original, y aunque parezca una boludez, se agradece.
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La atención es digna de un show de música pop de magnitudes. Los pasos de comedia están estudiados a la perfección, y hay saludos y menciones para el Papa Francisco ("que nos mira desde México -sí, claro-, ¡saludos Pancho!"), el gran Charly García, la linda Violetta, Jorge Luis Borges (Mick es ávido lector, aunque la anécdota que cuenta María Kodama sea chamuyo) y el calentador de escenarios Ciro. Los chistes son celebrados, aunque la gente agita más que nada en el comienzo y el final del show. O envejecimos, o el precio de las entradas hace una selección de público cool que prefiere filmar con el celular antes que apelar al sudor del pogo. Nunca estuvimos tan tranquilos en un campo de juego.
El candor y el agradecimiento para con el público (volvieron a agitarnos como los más fieles y gritones, sólo para que lo hagamos un poco más) también se da en escena. La backing band, con algunos históricos de las giras como Chuck Leavell, el corista Bernard Fowler y el bajista Darryl Jones, tiene sus momentos de protagonismo y gloria. Jagger invita a Fowler a un duelo de nevers en "Beast of burden", grata sorpresa de la lista; convida el centro de la escena a Jones durante la extensa versión de "Miss you"; pero la que se roba todo es Sasha Allen, la nueva corista, que pela un vozarrón demencial durante "Gimme shelter", aún más atronadora y escalofriante que la grabación original. Mick la llevó al frente para que la ovacionen.
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"Gimme shelter", "Midnight rambler", "You can't always get what you want", "You got the silver" -favorita personal- en la rasposa voz de Keith Richards. Ningún show puede ser malo con casi medio Let it bleed adentro.
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¿"Midnight rambler"? Luego de tal demostración, todos les entregábamos a cualquiera de los cuatro.
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Dos canciones inmortales de la cintura para arriba. No es sólo rock and roll.
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(Keith Richards en su imperdible autobiografía, Vida).
En este país, las ovaciones más grandes se las llevaron Juan Perón y Keith Richards. A comparación de otros, tanto no nos equivocamos.
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Y la canción es la misma pero suena igual de bien 50 años después. Quizá, en el fondo sea por eso: nunca es exactamente la misma.
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Cumbia de la Buena termina con Traiko cantando "El necio", una de las páginas más hermosas de Silvio Rodríguez. La frase clave hacia el final del estribillo dice "Yo me muero como viví". Aplica perfecto para estos Stones rebosantes de vida -que quede claro: gente que se ríe sin parar como ellos no debería morirse pronto, aunque una foto con Mauricio Macri pueda acelerar las cosas-, estirando hasta el final la cuerda del rock and roll. Podrían morir arriba de un escenario, con la sonrisa imborrable, corriendo, fumando, cantando. Preparando el latigazo. Meta guacha.
[Fotos extraídas de La Nación, por Soledad Aznarez y Santiago Filipuzzi]
1 comentario:
Interesante y exhaustiva crónica
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