miércoles, 27 de agosto de 2008

Siempre tan alegre, vos...

Berlin es el tercer disco solista de este arisco hombre del rock llamado Lou Reed. La definición de Wikipedia respecto de él es más que elocuente, cierta en más de un punto; la enciclopedia virtual lo define como una tragic rock opera.
Reed cuenta en Berlin los andares de una muchacha de las calles, Caroline, y su respectiva relación con un yonqui de nombre Jim. Se imaginarán que la historia no es precisamente un cuento de hadas, o una película de Suar... El detalle -esos detalles que nunca son tan pequeños para pasar por alto- es que Caroline es alemana, y el yonqui, yanqui. ¿Y? Siendo un poco rialista, me animaría a afirmar que la puta alemana es nada menos que Nico, la dama que cantara en la primera grabación profesional que hizo Lou en su vida -el glorioso The Velvet Underground & Nico, claro; los de la fotito de arriba- y Jim, un tal James Morrison. Lo gracioso es que di cuenta de esto cuando empecé a buscar info sobre el disco. Claro, cabe explicar que en la vida real, Jim y Nico fueron amantes.
Igual, esto es un dato de color si uno desglosa el álbum desde sus formas musicales...

Berlin agobia por todos lados, ahoga. Desde la siempre cruel y seca forma de cantar del narrador, desarrolla piezas de difícil digestión. Historias sombrías, drogas, depresión, tristeza y violencia son los temas recurrentes, todo en un marco de decadencia extrema como sólo este muchacho lo podría hacer. (Sí, leen bien, todas esas cosas lindas en un solo disco). Además, Lou cuenta con un seleccionado de músicos envidiable -entre ellos, Steve Winwood-, y la producción de Bob Ezrin.
Sólo por ser selectivo y todo lo breve que puedo (nada), voy a elegir las tres piezas que siento como claves en el desarrollo de la obra:
Men of good fortune es la primera. La voz de Reed tiene la expresión justa y necesaria, en especial cuando canta la frase “and me… I just don’t care at all” y te convence totalmente de que, sí, a ese tipo no le importa nada de nada. La sección rítmica del tema es excelente: escuchen el increíble bajo, en esta gema y en todo el disco, de parte de Jack Bruce -afirmativo, el de Cream- y la intensidad lograda. La canción data de épocas primigenias de Velvet, pero recién aquí fue incluida. Decisión acertada de parte de su autor reflotarla para este momento de su carrera.
La segunda pieza clave es The kids, que cuenta cómo Carolinita es alejada de sus hijos por la ley (o sea, le sacan a los pibes por mala madre; según canta el hermano mayor y perdido, de Maximiliano Guerra). Es otro momento -quizá “el” momento- desesperante, de guitarras acústicas pero una densidad que supera ampliamente ese formato. Si uno no supiera de qué habla, podría tomarla como una canción austeramente alegre. Eso, hasta que escucha los llantos de niños al promediar el tema. La Wiki dice al respecto que los pequeños son nada menos que los hijos del productor, quien habría cometido la bestialidad de decirles a sus críos que la madre los había abandonado... ¡para luego grabarlos llorando! (Nota 1: y uno pensaba que el único productor loco era Phil Spector). (Nota 2: Ezrin se encargó de desmentir el mito, pero la gerencia de este blog ha decidido dejar el dato como cierto porque queda bien con la onda del disco). Tan feo suena ese intermezzo desesperante de los niños sollozando y a los gritos por su mami con un fondo musical de acordes mayores, que trajo como resultado la prohibición del tema en muchos países.

La tercera pieza es la clave, y merece este párrafo aparte. Una de las mejores composiciones que Reed haya hecho jamás, tiene todos los elementos de canción perfecta. Otra interpretación majestuosa de su voz, orquestación ídem, pasajes musicales brillantes... No por nada es el cierre del disco, luego de The bed, que narra el suicidio de la dama germana. Sisí, hablo de Sad song. ¿De qué otra forma podría terminar Berlin? Una canción con ese nombre y sentido de la épica triste -ya hablé millones de veces de esto en el blog, así que no explico de vuelta-, con Lou diciendo el estribillo con la voz más grave y fulera que puede, pero acompañado de coros que lo contrastan de fondo; más una sección de cuerdas simple y deliciosa, que repite una melodía que se hará mantra para fundirse en el final. Notable.

En fin, supongo que este es uno de los discos más bajoneros y crueles de la historia del rock... Y si se tiene en cuenta que salió después de su intento solista más reconocido y up, Transformer, no queda más que agradecer por una obra maestra sobre las miserias humanas y todo lo que traen, llevan y dejan. Alguien lo tenía que hacer y nadie lo podría haber hecho mejor que Reed, un pesado de verdad.

domingo, 27 de julio de 2008


Es re melanco.

Es una artista total.

Es sensible y mata de una.

Vive lejos pero la visitaría seguido.

Es, o al menos quiere ser, the greatest.

Es simple pero a la vez necesariamente rara.

Es de las que están al costado pero llama la atención.

Es mi mejor descubrimiento en estos últimos tiempos.

lunes, 7 de julio de 2008

LMEDA Records presenta: Redondas canciones de amor

Mi oreja lo pedía cada vez que escuchaba alguna de esas canciones en un medio de transporte, lugar público, hogar o prisión (mentira, prisión no). Es simple, las canciones de amor de los Redondos alegran el corazón, mueven algo, aunque suene simplista decir sólo eso: gracias a ellas, este nuevo compilado de LMEDA Records. Sí, sé que muchas son conocidas y las hemos escuchado hasta el hartazgo, pero piénsenlo: está bueno tenerlas todas juntas, de hecho lo he probado y... ¡te ponen de muy buen humor!

(Ahora, el desglose una por una).

El tesoro de los inocentes: Elijo esta para empezar, porque la letra me parece de un valor inmenso. No es una canción de amor hacia una dama, sino que parece hablar -digo así porque nunca se sabe con Solari- de la necesidad fundamental del amor en un mundo contaminado por la maldad del hombre. El momento culmine es el estribillo y su frase: “si no hay amor que no haya nada entonces”.
Parece dirigida a quienes hacen mal al mundo desde su sector de poder -no sé si es específicamente para los políticos; también puede ser una forma de hablar del egoísmo-, y no se dan cuenta de que el verdadero tesoro no lo compran jugando “a primero yo, y después a también yo”, como canta el pelado en una parte. Es raro definirla como “canción de amor”, es más bien “del amor”. Supongo que se entiende la diferencia.

Gualicho: Perlita de Último bondi a Finisterre, creo que es el único momento de luz en aquel disco oscuro de finales de los noventa. Acústicas, clima, y una de las tantas letras de ellos con alguna cita a los juegos de azar, en ese estribillo que se lamenta por lo que “cuesta armar un full”: una excelente metáfora sobre lo que cuesta sostener una relación para que luego desvanezca de un día para el otro.
Grandiosa canción de olvido y despedida... ¡El comienzo de la intro de guitarra es igual a Alive de Pearl Jam! ¿Habrá sido a propósito?

Esa estrella era mi lujo: Otra que transita la misma senda, un clasicazo indestructible de toda su carrera. La letra es simple y concisa, va al grano y relata sin muchos detalles una relación de esas… breves. El protagonista se siente un iluso por haber sido usado al gusto de una bonita compañera. (Indio, no te quejes que en esa época no eras tan conocido…). La introducción es maravillosa y la melodía de la estrofa final, también. Le da el marco y la emotividad de una real canción de amor a una oda más fugaz. Recién escuchándola hoy, me doy cuenta de algo en muchos temas de ellos: los coros los hace Skay y siempre creí que eran segundas voces de Solari.

El viaje de las partículas: Del último de Skay, esta cancioncita mueve la emoción desde la simpleza, empezando por el punteo de la introducción, hasta llegar a su estribillo, que luego de una letra que parece hablar del fin del mundo -o de cómo se está yendo a la mierda... hace miles de años- concluye con el protagonista declarándole a su amada: “quedará para siempre tu mirada en mis ojos, aunque un día la tierra deje de girar”. Más allá de todo lo que se ha dicho de ella, la Negra Poly también tiene sus canciones de amor.

Murga de la virgencita: Este tema está incluido en un disco que resignifica la palabra murga: cuando en Momo sampler aparece el término, lo hace como sinónimo del dolor. Bueno, de eso trata esta grandiosa pieza, con reminiscencias al U2 más moderno: los andares de una puta argentina, Marita, con descripciones del Indio que, cada vez que vuelvo a leer la letra, me hacen creer que es la canción definitiva a una trabajadora de las calles. De amor y sufrimiento.

Tarea fina: De esta no hay mucho que decir, es clara como el agua. Un pobre muchacho busca conquistar a una dama que prefiere codearse con la alta sociedad. O sea, la clásica canción del loser al que la minita ambiciosa no le da pelota. Claro, otra vez los slogans del cantante convierten a la letra en una genialidad. Y eso, sumado a una bonita melodía, y un buen acompañamiento musical convierten a Tarea fina en, quizá, la canción de amor estándar de los Redondos. No está nada mal ese título.
(De todas formas, lo mejor es el mito que encierra la letra: dicen las lenguas rialistas del rock que Carlitos le hizo la canción a Karina Rabolini, que después de estar junto a él se fue con el actual gobernador de la provincia de Buenos Aires. Nunca lo sabremos).

Caña seca y un membrillo: “Vamos negrita, baila hasta el fin, vamos negrita, hacélo por mí”. El estribillo ya dice todo, no jodamos. Y vos, negrita, bailá y no rompas las bolas.

Un poco de amor francés: La más conocida de todas, uno de los pocos hits de toda su carrera (obviando que con el tiempo casi todas sus canciones se han convertido en un clásico para cientos de miles de jóvenes de por aquí). En este caso, aunque partan del mismo disco, no sucede lo de Tarea fina: la mina conquista al señor luego de afirmar que “el lujo es vulgaridad”. El riff de la intro es un clásico, Skay marca registrada.

La pequeña novia del carioca: ¡Redondos cuasi trip-hoperos! Esta pieza, una de las canciones de amor menos conocidas de su repertorio, me mata por su musicalidad. Por empezar, el tono de la voz relatora es escalofriante aunque a su vez brinde calor. La música es chiquita durante los versos, pero explota en el estribillo, de licores y malas ideas: otra oda a la fugacidad. Una gema oculta y oscura, definitivamente brillante en su concepción.

El pibe de los astilleros: Este tema le debe al riff de guitarra, al menos, la mitad de su éxito. En cuanto a la letra... iba a hacer mi pequeño análisis, pero encontré éste tan increíble en Taringa… que mejor se los dejo.

La hija del fletero: La unión de las palabras “linda” e “infinita” en una frase que describe a la hija de un fletero, ya merece palmas. Sólo ellos podrían hacer un tema con tal nombre y que quede bien. Esta vez, la protagonista marcha a Europa -más precisamente, a Madrid- el tipo queda dolido y no se anima siquiera a leer las cartas de ella que, sabe, recibió. Durante toda la letra, en vez de disparar contra la dama, o bien describirla, quien canta recuerda los reclamos que ella la hacía (“no calentás la misma cama por dos noches”) e incluso se bastardea a sí mismo, de manera lapidaria: “siempre fui menos que mi reputación”.

Lágrimas y cenizas: Otra de Skay, desde su primer disco, A través del mar de los Sargazos. Épica por todos lados, de letra y orquestación.

Una piba con la remera de Greenpeace: Quizá, la canción de amor definitiva de los Redondos haya llegado en su último disco. De letra y música impecables, no hace agua en ningún lado. Descripciones geniales como siempre, un método similar al de La pequeña novia… respecto de la estructura versos-estribillo -del susurro al grito con un bonito puente en el medio- y la emoción a flor de piel, en otra historia de toques sufridos.

Mi genio amor: Voy a morir sin comprender cómo puede ser que esta canción no haya sido incluida en Gulp, me parece inconcebible desde la primera vez que la escuché que no haya formado parte de aquel disco debut. Algunos pasajes musicales me recuerdan a The Police, y la letra... bueno, no voy a cansar diciendo lo mismo que en todos los temas anteriores.
Ustedes sólo disfruten.

miércoles, 25 de junio de 2008

20

Veinte años. Esa edad tenía Paul Weller cuando llevó a cabo una de las mejores y más ambiciosas obras del rock de fines de los setenta en Gran Bretaña. Se suele creer que la ambición musical está en la pomposidad pero el caso de él demuestra todo lo contrario: revisitó -y revistió- el mod desde los años del punk y para All mod cons, disco del que estoy hablando -el que sepa inglés, lea: “The lyrics of the song All mod cons features Weller attacking the fact that many of the benefits of fame fall with a lack of commercial success (something he suffered when the Jam's second album This is the modern world failed to be as commercially success as their debut). The lyrics criticize fickle people who attach themselves to people who enjoy success and leave them once that is over. The phrase "all mod cons", short for "all modern conveniences", is a British idiom one might find in housing advertisements. The title is a play on the word mod, in reference to the band being part of the mod revival”-, le agregó a The Jam una dosis de pop clásico británico que no había aparecido en sus dos muestras anteriores.
Veinte años. Y acá se dice que veinte años no son nada. Y el noventa por ciento de los referentes rockeros argentinos tiene el doble de edad. ¡Algunos el triple!

La cosa es simple: Weller, empujado por la ola del punk, se subió a ella por una cuestión generacional, para luego abrirse y abrirla a otros horizontes. En el año del despegue y el quilombo, los Jam editaron dos discos, cercanos a lo que sonaba por todos lados. Aunque se notaba que ahí había otro germen. Este tercer disco fue la confirmación: el homenaje a los Kinks fue una reverencia poco común dentro de la escena a la que pertenecían, anti-dinosaurios. English rose, una de las canciones de amor más perfectas que he escuchado, mostró que ellos no eran un guitarrazo y ya. O sea: no eran los Sex Pistols. Había actitud, pero también algo de fondo: músicos. The Jam lejos estaba de ser Weller a la deriva con dos sesionistas. Quién pudiera tener el bajo de Bruce Foxton en su sala de ensayo, y el esquizo ritmo de Rick Buckler.
La pertenencia punk de esta gran banda, creo, tiene más que ver con una cuestión generacional y actitudinal de sus comienzos: como todo grupo importante, The Jam trascendió el género. Los Ramones, por ejemplo, desarrollaron durante toda su vida musical un estilo con pocas variantes, siempre cercano a su origen. Otros, como Clash y Jam, se fueron despegando. Por eso, los doce componentes de All mod cons conforman un ideal equilibrio entre la bella sonoridad de melodías tranquilas, la velocidad traducida a temas cortos y furibundos -quizá el rasgo que mantiene dentro de disco punk a un álbum que excede notoriamente ese mote pequeño- y canciones indestructibles como la citada English rose, Fly o In the crowd. Y el tipo tenía veinte años.

Pinchen si no probaron esto todavía.

martes, 10 de junio de 2008

Primeras impresiones de un tipo triste

No sé si será por el frío reinante en Buenos Aires -con el comedor de casa como epicentro, claro, o al menos eso piensa mi flaco esqueleto- pero nunca me había pasado que la primera vez que escucho un disco se me ponga la piel de gallina. Recién ahora llego al mundo Leonard Cohen y me arrepiento de haberlo hecho tan tarde.
Aunque más vale tarde que nunca, dicen, y esto lo demuestra perfecto.
Llegué a Songs of Leonard Cohen medio de casualidad: revolviendo en Musimundo encontré un par de discos del hombre en cuestión, y me acordé de que todavía no tenía nada, ni en mp3. Como no tenía la más mínima idea respecto de su discografía, no supe si era uno de grandes éxitos o no (el nombre sembraba la duda). Me gustó la tapa, eso sí. Pero aquel día me olvidé de buscar para ver de qué época era el álbum. Otro día, de vuelta hurgando, lo volví a ver. Ahí sí recurrí a mi regreso a San Google, y me encontré con que era su primer registro, de hace nada menos que 41 años. Leí un poco su biografía y bajé el disco -también Songs from a room y Songs of love and hate, los que le siguen- que quedó colgado en Mi música un par de semanas hasta hace un rato.
La primera impresión que tengo de Cohen me hace pensar en él como la mezcla en partes perfectas entre Bob Dylan y Lou Reed. Ni hablar que uno no se puede guiar por primeras impresiones -o sea, no lo hagan si es que no tienen noción de él- pero es lo primero que me surgió cuando lo escuché cantar: esa voz grave y triste, tan Reed que asusta. No sé si uno copió al otro ni me interesa, adoro esa forma de narrar las canciones, entre el desgano y la melodía. Lo de Dylan quizá vaya más por el lado musical, cercano al Zimmerman más triste y desértico. No hablo de las letras porque todavía no me sumergí en ellas, ahí no puedo comparar.
Podría esperar para hacer un análisis -supuestamente- más profundo del disco y de Cohen en general, pero si un disco te da escalofríos la primera vez que lo escuchás... supongo que tiene que estar bien. Hagan su propia crítica, y de paso me pueden contar si alguna vez les pasó eso. La verdad que está buenísimo.

lunes, 2 de junio de 2008

Observaciones por decantación de cuatro fantásticos

- Cuando un grupo deja a la posteridad una obra excelsa en un período tan breve, suele suceder algo más que particular: todos sus discos son buenísimos y cuesta elegir uno.
- Seru Giran fue uno de esos grupos: sacó cinco discos en igual cantidad de años de vida -uno en vivo- y se me hace imposible decidirme por el mejor.
- Nunca me gustó la calificación de Beatles criollos que les encajaron, no termino de comprenderla del todo. A pesar de algunas similitudes -dos cantantes, a la vez compositores; y la obviedad de que ambas bandas estaban compuestas por cuatro integrantes- nadie puede ser comparado a los cuatro de Liverpool. Quizá sea eso.
- Siempre es bueno volver a Charly. Más allá de que a veces me ofenda o entristezca su presente, repasar sus discos de estas épocas te hace acordar por qué es quien es. Su legado musical ya está, lo que el tipo deja para nuestros oídos es por demás suficiente y no deberíamos exigirle algo que probablemente ya no pueda dar.
- No sé cuántos grupos hubo en Argentina con cuatro músicos tan buenos...
- Recuerdo una aparición televisiva de Pappo -en el programa Tiene la palabra del canal que desinforma- en la que se refirió a los Sui Generis como “un idiota con una flautita y otro con una guitarrita”. Pero cuando lo escuché hablar de Seru Giran, dijo “buena música... pero no rock”.
- Qué gracioso que era Pappo cuando determinaba qué era rock y qué no (acá me fui de tema, perdón).
- El estilo de David Lebón -para cantar, me refiero- es tan irritante... que lo amás. Prueben con Parado en el medio de la vida o San Francisco y el lobo.
- Las portadas de sus discos son horribles. Aunque la de La grasa de las capitales es ironía pura y con eso basta.
- Sus temas instrumentales matan.
- Lástima que nunca sacaron un disco entero dedicado a eso.
- Aquellos destellos de humor genial en las canciones de Charly de los ’80… ¡desaparecieron hace rato!
- Peperina, su último disco de estudio -olvidemos piadosa y necesariamente el registro discográfico del regreso noventero- tiene dos canciones que (me) matan: si alguien me pidiese un breve compilado de García entrarían seguro. Me refiero a Llorando en el espejo y Cinema verité...
- La frialdad de Llorando... es criminal. Su letra, su armonía, el estribillo cantado que no se repite, la línea blanca, el final con el ritmo sostenido... creo que es mi favorita de todo Charly.
- ¿Este país nunca va a tener otro grupo como Seru Giran?...

martes, 27 de mayo de 2008

Exclusivo...

...para hinchas de Racing (si es que nos cabe la palabra hinchas).
En un par de días vuelvo con algo más largo, el tiempo no me ha sobrado últimamente.

Ojo: si no son de la Academia prueben igual, si es que les gusta el pop medio folkie con buenos arreglos orquestales y esa dósis de agonía, siempre lenta y desesperante.
(No me hago cargo de suicidio alguno, aclaro).

martes, 6 de mayo de 2008

Vacaciones mentales

Que esta vez sea al revés. Hago la gran Capitán Burton y les pido que recomienden algo que hayan escuchado ultimamente. Si quieren hacerlo con lujo de detalles, bienvenidos. Puede ser algo del año del pedo, que no lo conozca nadie; o algo reciente que todavía no haya explotado. De cualquier género, mientras lo crean interesante.
Mejor dicho: hagan lo que a ustedes se les cante.
Lo que digan me servirá de inspiración para posts futuros, pues tengo un par de cosas a subir pero tengo ganas de escuchar otras también. Invito a los que comentan siempre y a los que pasan de casualidad... quizá encontremos algo interesante entre todos, quién sabe.

lunes, 7 de abril de 2008

Un poco de punk porque sí

Más allá de su supuesta rigidez musical, podría decirse sin dudas que el punk es uno de los subgéneros del rock con más variedades estilísticas. En verdad, dentro de la movida punk se han incluido grupos que luego trascendieron eso; y otros que por pertenecer a la época -y quizá parecerse en look a los demás colegas de la escena- cayeron en la misma bolsa.
Así es que grupos tan disímiles como Ramones y Talking Heads -del lado yanqui-, o The Jam y ¡Elvis Costello! -británicos- eran catalogados como “punk”, más allá de que, al escucharlos, uno comprobara que poco y nada tenían que ver.
El punto es que hoy voy a comentar brevemente, para ser punk, -dios, qué genial excusa- algunos disquillos de aquel querido y difuso movimiento: cuatro gemas totalmente distintas entre sí. Vamos con los discos, entonces:


New York Dolls – Ídem (1973): aprovechando su venida al país -que quizá me cuente entre el público presente en El Teatro, el mejor lugar en Buenos Aires para ver shows- les dejo su primer disco, obra maestra del rock desprolijo y decadente. Entre el glam, la desfachatez, alguna balada y ese desorden sonoro, está el gen de su irresistible punk. Por supuesto, son otro de los estandartes de aquello que hace un tiempo califiqué como punk stone. Si pueden, vayan a verlos.
Tres temas a escuchar: Personality crisis, Lookin’ for a kiss, Pills.



Peter Hammill – Nadir’s big chance (1975): en su quinto disco solista, Hammill -además de sus excelentes mid-tempos- muestra intensidad y saturación, cosas que hicieron de este álbum uno de los favoritos de Johnny Rotten (aunque en todas las reseñas de Nadir... se diga lo mismo, es inevitable repetir el dato). Así se volvió parte fundamental de lo que -después del estallido punk- se llamó proto-punk. Como siempre, el tipo estaba un paso adelante.
Tres temas a escuchar: Nadir’s big chance, Shingle, Birthday special.



Iggy Pop – The idiot (1977): de seguro, la Iguana es una de las cinco caras más importantes en la historia del punk rock. Sin embargo, el tipo más de una vez ha demostrado que su ambición supera el género, y este disco es una de las pruebas. Justo en 1977, se mandó esta locura comandado por David Bowie en la producción (en realidad, es casi un disco conjunto que salió sólo con el nombre de Iggy). Probablemente, el álbum más experimental en toda la carrera del hombre de Detroit. Ah, es su primer intento solista... y lo que sonaba de fondo cuando Ian Curtis colgóse.
Tres temas a escuchar: Nightclubbing, Tiny girls, Mass production.



The Clash – Give ‘em enough rope (1978): vamos por pasos. Como músicos: los mejores de la escena, lejos, tenían versatilidad para meterse con cualquier género -¡tocaban reggae como los jamaiquinos!- y fueron la banda más abierta de todas; trascendieron rápidamente al punk y demostraron una impresionante apertura estilística. Como ejemplo de coherencia estética y política, también son insuperables: se hicieron cargo de todas sus palabras y las llevaron a acciones. Este disco, el segundo de su carrera, es la bomba antes de la bomba -o sea, London calling-: bordea la perfección.
Tres temas a escuchar: Safe European home, Stay free, All the young punks (new boots and contracts).

domingo, 30 de marzo de 2008

Drake, ideal para el otoño (Post Aniversario)

Nick Drake nació en Birmania en 1948. Apareció ahí porque era hijo de un importante comerciante que realizaba largos viajes por todo el mundo. Fue allí donde los Drake estaban establecidos en aquel año.
Cuando el alegre Nick tenía la tierna edad de cuatro años, la flía -británica ella- se mudó a Tanworth-in-Arden, localidad cercana a Oxford. El clan Drake tenía mucho dinero gracias a los labores de papito y Nick fue a los mejores colegios -o lo que se supone que son los mejores colegios- y pronto se le inculcó el gusto por la poesía -dicen que le gustaba mucho William Blake-, la pintura y la música clásica. En la escuela empezó a tocar el clarinete, el saxofón y la guitarra.
A los 17 años, Nick y sus amiguitos millonarios realizaron un viaje a Marruecos... y acá el pibe descubrió las drogas. Se supone que fue donde comenzó a componer sus primeras canciones serias (aunque la boludez esa de que las drogas ayudan a componer me tiene podrido. Puede ser que te den ideas para alguna canción, pero… Bueno, mejor sigamos).
La cuestión es que el muchacho inició sus estudios de literatura inglesa en Cambridge y ahí comenzó a llamar la atención de quienes lo oían cantar con su guitarrita esas canciones bellas y tortuosas que componía. Sin contar su magistralmente particular y dejada manera de cantar.
En 1968, Ashley Hutchings -bajista de Fairport Convention, gran grupo folkie de la época- vio tocar a Drake en un concierto benéfico en Londres. Le encantó y, por ello, le habló bien de aquel joven a Joe Boyd, productor capo por esos años, casi siempre de discos de folk. Al año siguiente, con producción de Boyd y la colaboración en algunos temas de los Fairport Convention, Nick editó su primer disco, Five leaves left.
Por supuesto, el debut tuvo muy buenas críticas… pero no vendió bien. El disco apenas fue presentado en directo, ya que su autor no se sentía a gusto tocando, por su excesiva timidez e inseguridad. Más allá de eso, Drake largó los estudios cuando le faltaban meses para recibirse, y decidió dedicarse de lleno a la música. Se peleó con sus padres y se marchó de su pueblo adoptivo para irse a vivir a Londres.

(Ahora, vamos al discón).

Más allá del fracaso comercial, Joe Boyd veía -bien- mucho potencial en la música que hacía Nick. Para Bryter layter, entonces, consiguió la colaboración de algunos músicos reconocidos, como John Cale y dos Beach Boys: Mike Kowalski y Ed Carter. Por supuesto, los FC también seguían ahí. Nueve meses les llevó hacer este bello disco, el más ecléctico y ambicioso de los tres que publicó en vida Nick Drake. Y el menos minimalista de ellos.
Es imposible hablar del disco y saltearse una canción, porque su belleza atrapa de principio a fin. Ergo: voy a describir tema por tema.

Introduction: obertura donde se nota que Nick mamó de siempre la música clásica. Un minuto y medio de ejecución fina: Drake comanda un cíclico arpegio de guitarra acústica mientras se despliegan sutiles, exactas y armoniosas notas de un conjunto de cuerdas, arregladas por Robert Kirby. Sencillamente magistral.

Hazey Jane II: este tema podría ser tranquilamente de Dire Straits, gracias a la guitarra de Richard Thompson. El fraseo vocal que tienen los versos me resulta muy ganchero y atractivo, y vuelve a la melodía muy particular.
Muy bien 10, otra vez, para los arreglos de Robert Kirby, esta vez de vientos.

At the chime of a city clock: Si las dos primeras composiciones no los convencen -algo que considero imposible o inadmisible- esta pieza con ciertos aires enigmáticos hará los honores. Otra vez -sí, otra vez- las cuerdas decoran a la canción preciosamente. También es fundamental el saxo alto de Ray Warleigh, que dibuja melodías por todo el tema.

One of these things first: De pie, señores. Estamos ante una canción perfecta. ¿No es esto una especie de chamamé británico? A quién le importa qué es. Destaca el piano de Paul Harris y la letra, simple y hermosa. Es raramente existencialista y, por momentos, parece ser de amor.
En definitiva, el mundo necesita más canciones como esta.

Hazey Jane I: y sí, se ve que el tipo estaba enganchado con una tal Jane. Acá la llena de preguntas. Mientras, arpegia su guitarra y lo acompañan unas bonitas cuerdas y una percusión que golpea en los momentos necesarios. Cuando canta la frase “Do it for you” eriza la piel.

Bryter layter: ponerle como nombre a un disco el título de un tema instrumental -cuando es en su mayoría cantado- es un acto que refleja confianza en todas las composiciones. Las cuerdas son las que llevan la pauta melódica, una flauta improvisa y Nick... arpegia, como casi siempre. Por supuesto, la pieza es radiante. Era de esperarse.

Fly: aquí aparece por primera vez el gran Cale, tocando la viola y el clave. La instrumentación me hace acordar a algunos temas de los Stones, como As tears go by, Ruby Tuesday o Lady Jane (¿será la misma?). “I just need your star for a day”, pide Nick. A esta altura se nota el contraste entre las líricas y lo que se ofrece musicalmente.

Poor boy: este suena jazzerísimo y tiene momentos de inspirada improvisación. Aunque los coros -de Pat Arnold y Doris Troy, esas típicas negras que siempre cantan bien- le dan un toque gospel. Y también tiene pasajes medio latinos. En fin, es otro temazo más.
Si todavía no se rindieron ante el disco a esta altura de la escucha... les prohíbo moralmente volver a ingresar a este modesto sitio.

Northern sky: otra vez aparece el mago Cale, que casi se adueña por entero del aporte musical en esta pieza. Esta vez toca la celesta, el piano y el órgano. (Comentario aparte: adoro a los músicos multiinstrumentistas). Adoro también las letras de todo Bryter layter. Y el sosiego de este tema, excelente final cantado del disco, una casi canción de cuna. Ah... ¡en este tema Nick rasguea su instrumento!

Sunday: el disco empieza instrumental, se parte al medio instrumental y termina igual. Con otro momento que me suena a enigmático (¿Cómo se explica que una música te suene enigmática? No lo sé ni me importa).
Voces que se van desenvolviendo perfectas, idas y vueltas melódicos, Drake arpegiando de vuelta... Sunday es un resumen perfecto del concepto musical que rodea al disco: exquisitez y profundidad sonora.

Para finalizar, sabrán que, por supuesto, Bryter layter también tuvo excelentes criticas (además de la mía -y en su época, claro). Por supuesto, tampoco vendió mucho.
Drake cayó en una profunda depresión luego del segundo fracaso. A los dos años editó otra obra maestra -otro fracaso comercial más-: Pink moon.
El 25 de noviembre del ‘74, murió de una sobredosis de antidepresivos. Los tomaba para poder dormirse (está claro que lo logró). Nunca se sabrá si su muerte fue un accidente o un suicidio. Lo que sí se sabe es que, con los años, su fracaso en vida se volvió suceso post-mortem, su obra se revalorizó, se editaron unos cuantos discos póstumos y por suerte esas canciones que fueron ignoradas en su tiempo ahora son admiradas por cientos de miles de personas en todo el mundo. Amén.





(Nota al margen:

Señoras y señores: el título no era porque sí. Hoy se cumple un año desde que este ¿emprendimiento? comenzó. La verdad que está bueno hacerlo e intercambiar opiniones sobre música con todos los que andan por aquí. Este espacio está hecho con buena onda, con la intención de compartir la música que amo y me interesa, sin intenciones piratas. Brindo por unos cuantos años más de LMEDA -o por mis ganas de seguir haciéndolo, mejor- y por todos ustedes, amigos internautas: si nadie entrara aquí, esto no existiría. Un abrazo y se aceptan regalos).