miércoles, 27 de junio de 2012

Patti Smith, heroína en este lío


Me gusta verte llorar, me gusta verte reir. Natural, natural.
Me gusta verte en las mañanas, ponerte de colores. Natural, natural.




Hay seres humanos que nacieron para cambiar vidas.
Están los que perturban; los ignorados que pasan sin pena ni gloria; los garcas que son varios; los idiotas que son otro tanto; los insulsos que un día se despiertan, van a Walmart, compran un revólver y cagan a tiros a sus compañeritos del colegio; los brillantes; los insufribles; los soberbios y muchas clasificaciones posibles más (incluso combinando un poco de todas las anteriores). Patti Smith entra caminando y relajada en el primer estadio, aquel de las personas que iluminan a los demás siendo ellas; los que derrochan franqueza, espontaneidad, alegría, simpatía, amor. Son muy pocas las personas así y es difícil distinguir entre tanta basura, pero yo no lo dudo: Smith guía sólo con su mirada y su cabello largo, entrecano, que deja ver el paso del tiempo y a la vez decora su eterna juventud.

Los que nos rendimos ante su arte celebramos toda novedad que la señale, sea una película, un libro o un disco. En todo lo que hace esta dama de sesenta y tantos está su impronta, todas esas cualidades maravillosas dignas de una persona diáfana, límpida, transparente. Natural, como decía Tanguito en esa canción simple y heroica.
Quienes desconfían de ella desconfíen de nosotros, porque Patti es una guía.


¿A qué viene todo esto? La excusa, claro, es la salida de un nuevo álbum con composiciones de la autora de Horses, tras un silencio que se prolongó a casi una década (ocho años desde Trampin’, su última joya, y cinco desde Twelve, el bello disco de covers encarado de manera acústica). En el medio, PS presentó una película densa y extensa, Patti Smith: Dream of life, que la muestra en quehaceres de su vida cotidiana, visitando a sus padres, o en la playa delirando con Flea, el bajista de Red Hot Chili Peppers; y un libro magnífico, emotivo e indispensable para conocer su formación, Just kids, en el que relata las idas y venidas de su relación con el fotógrafo Robert Mapplethorpe, y el ingreso de ambos al mundo del “arte” y la “fama”. (Corran a buscar el broli si aún no lo leyeron).

Ahora nos llegó Banga que, como Patti cuenta en el booklet del disco, comenzó a pergeñarse durante un viaje en el barco Costa Concordia, tras ser convocada por Jean-Luc Goddard para participar de su película Socialsm (podría extenderme en la explicación, elijo dejarles esta bella nota; sólo aclaro que el filme del realizador francés transcurre en dicho barco).
¿Y de qué viene Banga? Es más de lo mismo, nadie lo duda...
Es decir, Patti Smith siendo ella como en Dream of life y Just kids, como en cada aparición pública o cada inflexión de su prístina voz. Patti construyendo junto a sus amigos de siempre, su grupo de añares (el eterno Lenny Kaye en las guitarras, Jay Dee Daugherty en batería y Tony Shanahan en bajo y teclados) esa música dura pero esperanzadora, muy melódica y pop por momentos, como en el corte April fool con guest-guitars de Tom Verlaine, o el homenaje a Amy Winehouse en This is the girl (Patti parece tener una particular debilidad por los músicos caídos: en su disco Gone again ya le había dedicado una pieza de antología a Kurt Cobain, About a boy); y muy heavy y envolvente por otros, como en Seneca, una oscura canción de cuna o la duradera, opaca y tribal Constantine’s dream.


Sus discos siempre tienen fuerza y Banga no decepciona al respecto. Sin embargo la coronación del álbum llega con una versión del héroe Neil Young, After the gold rush, en la cual su hija Jesse la acompaña al piano y un coro de niños le hace la segunda cantándole a la Madre Naturaleza:

Soñé que veía naves espaciales volando
en la neblina amarilla del sol,
había niños llorando y colores volando
alrededor de los elegidos.
Todo un sueño, todo un sueño...
La carga había empezado
llevando la semilla de plata de la Madre Naturaleza
hacia un nuevo hogar en el sol.


Smith ha recibido cientos de torpes títulos honorarios (madrina del punk, poeta laureada del rock, blablablá) pero sólo parece preocuparse por lo que la ocupó siempre: hacer del arte su vida, de su música una expresión rebelde (aunque a esta altura suene extremadamente naif) y pura, reflejada en esa voz invencible que cada día suena mejor y más cierta. Donde reinan los idiotas, Patti nos trae un poco de luz y nosotros, varios, nos resignamos a ser sus tontos.

Y no sólo en abril: cuando vos digas Patti, ¡estamos a la orden!

martes, 12 de junio de 2012

Los Hermanos McKenzie, un poco de aire en días de saturación


Tengo la sensación de que siempre llega un momento en el año en el que deseás que termine todo. O que haya vacaciones, o que algo suspenda el tiempo y, por tanto, todas las actividades que nos imponemos ante su majestad.
Éste es el momento para mí.

Por eso La Música es del Aire lleva varios días sin novedades y -por eso también- llega el post que todos esperaban y que, al menos una vez por año, arriba para salvar las papas de la falta de ideas (?): aquel en el que ustedes, queridos lectores, recomiendan a nuestro staff (yo) el disco que en este momento les ayuda a caminar a buen ritmo ese inexorable sendero que deriva en putrefacción y posterior deceso. Dicho de otra manera, quiero que me digan cuál es la música encerrada en un disco compacto (de los dos o tres que tengan) que les alegra este preciso instante de sus vidas.

Espero recomendaciones pero, como no soy tan egoísta, les cuento que el disco que me ayuda a bajar un poco el ritmo -o a acompañarlo con algo de entusiasmo- se llama Siamés y es el debut en LP de un novel grupo bonaerense llamado Los Hermanos McKenzie, que surgió  del dúo conformado, precisamente, por los hermanos Cecilia y Nacho Czornogas (¡casi casi como el crack baldosero!) en el año 2008. Luego de un EP homónimo editado en 2009, a fines del año pasado debutaron con esta belleza de 12 tracks.


Vale destacar que en la actualidad los McKenzie son cinco y su sonido se ha ensanchado de manera notable, gracias al ensamble de instrumentos cálidos que conforman, además de Cecilia y Nacho (ella en la voz; él en guitarras, voces, saxos barítono y alto, clarinete, bajo, teclados y percusiones: sí, todo eso), Eric Brown (banjo), Daniel Digon (batería) y Marina Pérez (trompeta, bombardino, voces y guitarra acústica). Hay una clara disposición en Siamés: que todo suene diáfano, que cada instrumento interviniente tenga su voz. Es un disco riquísimo en arreglos, bien trabajado y de duración justa.

Y hablando de voces, en la voz de Cecilia puede estar la clave: aquella frase hecha de “es la voz para esa música” aplica perfecto para el caso, ahí su dejadez encanta y desestructura un poco la prolijidad de la banda (que esto no suene a una crítica porque no la es). Sin embargo, en los momentos instrumentales también se evidencia una soltura que me gustaría comprobar pronto en vivo (aún no pude verlos en directo), con los vientos predominando en la escena melódica y los demás construyendo texturas preciosistas.
Pueden escuchar, entonces, las canciones que me están alegrando los días: valses con aires folklóricos, pop contemplativo, riqueza acústica y tímbrica.

El padre McKenzie da un discurso que no escucha nadie, pero a los Hermanos… sí se los puede escuchar, y con gusto.

(Les toca seguir con los consejos a ustedes).

lunes, 28 de mayo de 2012

Uf Caruf!, el sello-usina de La Plata



Es sabido que La Plata es un micromundo donde se suceden cantidades de eventos artísticos. Gracias, en buena parte, a su condición de ciudad universitaria que alberga a miles de jóvenes llegados desde todos los puntos del país, la tierra de pinchas y triperos tiene una tradición de éxitos y sucesos varios (no es lo mismo) dentro de la entelequia “rock nacional”: desde La Cofradía de la Flor Solar, pasando por los mismísimos Redondos y Virus, la alternatividad noventosa de los Peligrosos Gorriones y el rocanrol '00 de Guasones. Además de ser la cuna de muchos grupos de peso, actualmente es la plaza en la que parece haber mayor efusividad under, representada por un crisol de bandas (?) emergentes y furiosas, muchas excelentes, todas entusiastas.
Debe haber algo en el aire, seguro.

Es en este contexto que hace poco más de dos años y medio surgió uno de los proyectos más interesantes en la actualidad del under bonaerense global: el sello Uf Caruf! Discos, creado y gestionado por un grupo de músicos talentosos para componer bonitas canciones pero también para difundir lo que hacen. El sitio oficial nos tira algunas pautas:

"Uf Caruf! defiende la idea de que CULTURA ES COMPARTIR. (…) Aspiramos a una cultura mucho más allá de las modas y la repetición de formulas de entretenimiento que anulan la creatividad. Utilizamos las nuevas tecnologías para amplificar nuestra voz.
Todos los discos, videos, letras están disponibles aquí para escuchar, descargar, grabar en un CD y compartirlo con tus seres queridos. Los invitamos a vernos tocar en vivo y comprar los CDs que fabricamos. Ahí estamos nosotros, sin intermediarios y pueden devolvernos lo que generamos con nuestro oficio y ayudarnos a seguir creciendo.
El objetivo de UF CARUF! es crear.
Por eso cantamos
".

Miro y su Fabulosa Orquesta de Juguete, por Manuel Cascallar

Sentí que un grupo de músicos con tan noble propuesta y tantas buenas canciones -porque UC no se trata sólo de buenas intenciones discursivas- tenía algo más que decir. Y así fue. Un poco al azar y otro poco porque me gustaron sus discos, consulté respecto de diversas cuestiones del sello y de sus grupos a cuatro miembros de Uf Caruf!, y el que toma la posta es Lautaro Barceló (que toca en y con Miro y su Fabulosa Orquesta de Juguete, Laura Citarella, Orquesta de Perros y Campamento; además de ser solista) y nos relata cómo se gestó la criatura: “El sello nació para formalizar una relación de grupo que nos une hace un tiempazo. En 2008 varios núcleos de solistas y músicos empezaron a cruzarse en fechas, a armar cosas en conjunto, y nos fuimos mezclando y fusionando. Así creamos el colectivo de solistas y bandas Tocate Mil, que básicamente se dedicó a organizar fechas y falló en casi todo lo demás. De esa historia, surgió la primera banda producto de este cruce de planetas, que fue Orquesta de Perros. Cuando nos dispusimos a grabar nuestro primer disco, mandé un email a todos los Tocate Mil para dar un paso más y conformar un sello. Casi todos se sumaron a las filas. Y tras algunos tropezones, finalmente soltamos a la web Perros de Orquesta, siendo este el primer paso de Uf Caruf! como sello. Luego, todo lo demás”.

Pablo Matías Vidal -coequiper de Barceló en Orquesta de Perros y también solista- se anima a agregar algo más: “Hago hincapié en que el núcleo de todo esto es la relación de amistad que nos une, antes que una empatía musical o una necesidad estratégica. Las nuevas incorporaciones surgen por decantación, como manera de formalizar algo que en la cotidianeidad de recitales y encuentros ya es moneda corriente. Un cariño y un respeto mutuo”. Vidal habla de incorporaciones porque el sello continúa nutriéndose de nuevos valores, a quienes Barceló define como “amigos legendarios, gente con la que tenemos total empatía y con la que trabajamos felices. Siempre debe haber consenso para que entre gente nueva pero dada la naturalidad con que absorbimos a recién llegados (que para nosotros, de ‘recién llegados’ no tienen nada), se sobreentiende para dentro y para fuera, que Uf Caruf! es un sello exclusivamente de amigos, que no busca sponsorear ni amontonar bandas”.

Orquesta de Perros, por Manuel Cascallar

Los participantes de esta nota, más allá de sus tareas en diversos grupos del sello, llevan en paralelo una faceta solista. Ramiro García Morete, o sea, Miro (sí, el de la Fabulosa Orquesta; de oficio periodista) entra en acción y nos cuenta cómo llegó a su recomendadísimo y oscuro primer opus solista, El olor de la sangre, el que encaró con su seudónimo de Míster: “Tenía una cantidad importante de temas que iban quedado afuera de Miro y su FODJ... quizá tenían que ver con una búsqueda más individual y propia. O sencillamente, no son tan buenos como los que sí hacemos con la banda, je. Yo confío mucho en el juicio de los chicos y las canciones van quedando naturalmente, acorde a la dinámica del grupo. Así que en el verano, en medio de un descanso programado de la banda, grabé El Olor de la sangre. Y por supuesto, colaboraron algunos de los chicos del grupo”.

Uf Caruf! funciona como una factoría de canciones (algo que se puede comprobar en el Proyecto Lupacchiotto de Lautaro) y Pablo se explaya al respecto: “Éste es un oficio dispar, y en mi caso muy ligado a pugnas anímicas”. Para ejemplificar, cuenta que en 2011 sólo hizo dos canciones, “y capaz que entre 2007 y 2010 hice cuatrocientas, sin exagerar”. Laura Citarella, el cuarto elemento en cuestión, interviene en la discusión desde su posición de solista que a su vez es cineasta (dije: “Es sabido que La Plata es un micromundo donde se suceden cantidades de eventos artísticos”) y tiene que repartirse entre dos mundos con urgencias de distinta índole. Me cuenta que hace tiempo planea grabar un disco, pero... “Ha sido muy difícil concentrarme y sentarme a grabar (además de que soy una pésima operadora de grabación). En el medio hice una película y ahora estoy haciendo otra. Y tengo a medio terminar un centenar de canciones”. Afirma que combinar ambos mundos es muy complicado: “A veces estoy más enamorada (esa es la palabra) de una disciplina, a veces de otra. A veces estoy haciendo canciones y casi que no miro películas. A veces estoy haciendo películas y casi que no puedo ni tocar la guitarra. Pero la voy llevando y, como sea, siempre termino haciendo ambas cosas”.

***

A la hora de sacar cálculos, la tarea es simple: los discos del sello se financian con los shows en vivo más el dinero particular que cada uno de los músicos está dispuesto a donar para la causa. Lautaro me asegura que éste es un proyecto a largo plazo, y la idea es producir cada vez mejores discos. Entonces, Uf Caruf! retira un porcentaje de los shows organizados por el sello para gráfica y demás, pero hasta ahí: “Por supuesto que cada vez estamos más cancheros para abaratar los costos, y ya algunos proyectos se bancan solos”.
Recientemente, uno de los grupos en los que participa, Orquesta de Perros, editó un (también, excelente) nuevo disco, Roles y oficios, a la vez que Miro y su Fabulosa Orquesta de Juguete, según nos avisa el propio Ramiro, está grabando su próximo opus: “Empezamos a grabar las nuevas canciones -bajos y acústicas- pero sin apuro, dado el factor económico. Falta muchísimo, pero valdrá la pena seguramente”. Pero la producción no termina allí: Barceló también está registrando un disco solista en el Estudio Nakao, con la idea de incluir en él todas las canciones que no terminan ni en Orquesta de Perros ni en Campamento, grupo que comparte con Teo Caminos y Juan Artero (y que, vaya casualidad, “se dio por amistad”).

 Laura Citarella, por The Darck Flack.

Lautaro asevera que todos los músicos que participan de Uf Caruf! colocan en “un lugar sagrado” a las canciones, “pero sin impostar o vender algo que no somos. Si bien jugamos ‘al rock’, cuando se apagan las luces todos volvemos a ser como siempre: gente común que ama esto y lo va a tratar de hacer de la mejor forma posible”. Pablo asegura, convencido: “Veo venir canciones desde los 15 años y me gusta estar acá todavía para alojarlas... El día que me aburra me pongo un fonobar (¡tienen que volver!)”.
Y Laura remata la nota, quizá definiendo un estilo de vida, casi sin darse cuenta de que está entregándome en las manos el cierre para este texto con un mini manifiesto sobre el amor a las artes -en su caso, la música y el cine- y su entrega total a ese mundo: “Cuando entro en esos estados de andar medio estallada, de repente encuentro en escuchar una canción (y mejor, cantarla yo misma) la salvación. Eso quiere decir, supongo, que no hay una preferencia concreta, sino una compensación perfecta. Casi tan perfecta que me resulta raro pensar en vivir sin una u otra. La cosa es que empecé a sentir alivio el día en que asumí que la cosa iba a ser así, que tenía que bajar la ansiedad, que sufrir por no estar haciendo aquello que 'debería estar haciendo' era entorpecer un proceso natural, que es así... Caótico, interminable, que genera muchísimas cosas inconclusas. Pero que, a la larga, todo esto es parte de un todo que es la vida y así es como decidí que la quería tener... Espero que todo esto no termine en un ACV”.

***

(Miro da lugar a un pedido que hace extensivo de todos los músicos que integran Uf Caruf!: que ayudemos a que Pura Vida, el bar-reducto por excelencia de los grupos del sello -donde juegan de locales-, no cierre sus puertas. Nos avisa de la presentación de un petitorio en contra del cierre del local, presentado al municipio de la ciudad y al que adhirieron 700 personas: “Pura Vida se ha erigido en los últimos años como un emblema no sólo del rock under nacional sino también como un espacio donde se promueven las manifestaciones artísticas bajo ciertas pautas de respeto, como no cobrar a los músicos por tocar y dejarles el manejo de la puerta (arreglo que lamentablemente no ocurre usualmente en otros bares)”.
Deseamos desde acá que se resuelva la situación, mientras los grupos de Uf Caruf! (y otros) siguen presentándose en un lugar que, como lo que hacen ellos con sus canciones, representa cabalmente lo que enuncia su nombre: pura vida).

"Reunión de carufos", por Victoria Lagomarsino. De izquierda a derecha: Sebastián Paunero, Laura Citarella, Lautaro Barceló, Pablo Matías Vidal y Juan Artero.


ANEXO: LANZAMIENTOS 2012 DE UF CARUF! DISCOS
(CLIC EN LOS NOMBRES PARA BAJAR)

lunes, 14 de mayo de 2012

Flopa, Minimal y una charla agradable



La música es del aire es, definitivamente, un espacio que no para de darse gustos. Esta vez, tuvimos el agrado de reunirnos con (los siempre presentes en este sitio) Flopa Lestani y Ariel Minimal. Su novísimo disco La piedra en el aire fue la excusa fundamental de esta charla que les presento, que se dio en la relajada previa de su show en el bar Ultra el pasado jueves (parte de un ciclo que se repite todos los jueves que quedan de mayo, o sea, el 17, el 24 y el 31). Pudimos comprobar que la naturalidad de su música es también la cualidad primordial que tienen como personas: se rieron y nos hicieron reír bastante, recordando detalles de la composición y grabación del disco, así como proyectos varios; truncos y futuros.
Aquí les va.

Texto: Tucho
Fotos: Madi Elorza (primeras dos) y Javier López Uriburu (últimas dos).

LA PIEDRA EN EL AIRE: LA VAQUITA

¿De quién de los dos fue la idea de hacer el disco?
Flopa: De él obviamente. Yo, para hacer un disco... me tienen que poner una pistola en la cabeza.
Minimal: No lo digas dos veces, eh... (Risas).

¿Por qué te cuesta grabar?
F: Porque soy un poco fóbica, qué sé yo, no sé. Él tiene pocas pulgas, viene y me dice “vamos a grabar” y vamos a grabar, sí.

¿Pero la fobia a qué es, al estudio?
F: ¡Bueno, no vamos a hacer una sesión de terapia tampoco! (Risas). La respuesta corta era ésa. La idea fue de Ariel.

¿Y el tema de hacer la "vaca", cómo surgió?
M: Eso lo charlamos, no surgió de ninguno en especial. Existe el crowd-funding como método y tenemos un amigo que conoce al dueño de una página bastante importante del tema, que se llama Idea.me y que quería hacer algo con nosotros. Y no es por desconfiados ni nada pero nosotros preferimos hacerlo directamente por la nuestra, en una escala más pequeña, no que pueda poner plata cualquier persona del mundo en una cuenta de banco sino que “vení y dame los cien mangos”. Nos pareció que nosotros mismos lo podíamos hacer y manejar. Dicho y hecho.

Y en el “show vaquero” recibieron el dinero ustedes, directamente.
M: Exacto, recibimos el dinero nosotros. Nosotros hicimos el disco, lo llevamos a la fábrica y la gente después lo fue a buscar adonde les dijimos. No queríamos que quede nada suelto en el medio y de este modo funcionó.
F: Igual hay un montón de cosas libradas al azar... (Risas).

¿Y se esperaban esa respuesta, tan rápida?
F: Pensábamos que sí, que íbamos a poder hacerlo. Pero no tan rápido, explotó todo en un par de días y estuvo bueno: terminaron siendo más de 100 (nota: el número de personas que pedían para que financie el disco) y menos de 200.
M: Número exacto: 168 personas. Juntamos 16800 pesos.

¿Se fueron de viaje con el resto? (Risas)
M: ¡De putas nos fuimos! (Más risas). No, nos gastamos alrededor de 11 lucas, un poco más te diría...
F: Más, porque de ahí pagamos diseño y técnica, no sobro mucha plata al final.
M: ¿Tenemos el número exacto, o no? Yo te hago la rendición financiera como productor del corazón... ¿Cinco lucas sobraron?
F: No, ¡menos! Tres lucas sobraron.
M: Bueno, eso. Tres lucas que las tenemos ahí guardadas y ya se está juntando con la plata que hacemos ahora vendiendo el disco. Todo eso va a servir para que ella fabrique un disco suyo y yo uno mío.

¿Reeditarán algún disco de los que ya sacaron?
M: Sí, creo que sí. No sé, estoy viendo si capaz saco algo nuevo, voy a ver. El año pasado subí cuatro jarcóres a Facebook y ahora voy a ver si subo algo más, cuando junte veinte capaz que los meto en un disco.


LA PIEDRA EN EL AIRE: COMPONER, GRABAR

¿Lo de grabar La piedra en el aire sólo acompañándose de sus guitarras se da por una búsqueda de espontaneidad, o simplemente porque ustedes cuando se presentan en vivo tocan así?
M: No había que darle espontaneidad en realidad, somos espontáneos y el disco era espontáneo desde el vamos. Las canciones fueron compuestas en un rato, lo grabamos en otro rato y dijimos “pidámosle plata a estos" en otro rato. Salió todo así, no es que teníamos que darle el toque espontáneo casual, era realmente lo que pasaba. La idea fue de la vida, es así y tocamos siempre así.
F: Coqueteamos con la idea de meterle más cosas, que por ahí lo hagamos en algunos temas en vivo, de meterle banda (bajo y batería). Hay temas que lo piden y estaría bueno hacerlo. Pero bueno, si bien hay cositas en algunos temas que agregan colores, queríamos mantener la idea de dúo, las canciones como las hicimos nosotros dos.

Además, quizá a la hora de tocarlas no siempre se puede contar con tanta gente para que las lleve al vivo.
M: Y no nos interesaba. El vivo nos interesa mantenerlo así. Viene el Checho (Marcos) que es amigo y está por acá y toca la armónica. Pero no queríamos generar un despliegue: al contrario, queríamos mantener la unidad básica.

¿Y el tema de componer juntos cómo fue? Porque nunca habían hecho temas juntos, en Flopa Manza Minimal hay cuatro temas de cada uno.
M: Habíamos hecho la letra de La canción del tren con ella y con Gabo para uno de mis discos solistas, pero canción-canción nada más. Y ahora fue como un ejercicio realmente, de decir “bueno, hagamos una canción de la nada” y empezar a tocar y a escribir un poquito cada uno. Así fue como salió el 80 por ciento del disco, sacando un par de temas que son de ella, uno que es mío y otros dos que son con Manza, los más viejos.

Todo lo demás es a dos manos, no es que uno llego con una letra comenzada y el otro la completó.
M: No, se componía en el momento, nadie traía algo de la casa.
F: El único así fue Es invierno, que a mí me faltaba un pedacito y él lo completó...
M: Sí, y lo terminamos firmando los dos aunque básicamente es un tema de ella. Después, todos los otros temas firmados por los dos realmente salieron por los dos en el momento, nadie traía una idea dando vueltas de la semana, o de estar coqueteando con unos acordes; ni en pedo: terminábamos el ensayo y salía algo. Y las compusimos en un par de meses.

Grabar fue un paso rápido, ¿no?
M: Se grabó muy rápido, en un día...
F: En realidad fuimos tres veces, tres noches: una noche grabamos las guitarras, otra las voces y la otra el resto de los detalles que se escuchan.
M: Y los temas que habíamos subido del EP (Reducción de daños) son las mismas versiones. Yo particularmente no quería grabar más de vuelta, me gustaba respetar esas versiones. Para grabar una versión con la misma tónica, con ésas estaba perfecto, no es que estábamos grabando una versión con orquesta. No quería toquetearlas, por más que el audio fuera diferente o lo que sea, prefería que queden esas que estaban bien.

¿La letra de Las ruedas que te llevan tiene algo de declaración de principios respecto de lo que ustedes hacen? Eso de no perseguir lo que va rápido...
F: La verdad, creo que las letras tienen bastante poca intención de carga. La rapidez con la que hicimos las cosas les da esa inmediatez, eso de que muchas veces ni sabemos de qué estamos hablando y por ahí después nos fueron cayendo fichas y las vamos interpretando.
M: Y el hecho de escribir en sociedad también te lleva a una cosa poco dirigida porque no es que charlábamos sobre qué queríamos escribir: escribíamos. Entonces uno tiraba una frase, el otro tiraba otra y las cosas iban para lados distintos, se iba torciendo la canción, no tenía una cosa apuntalada.
F: Teníamos frases que nos daba vergüenza decir, y el otro capaz te decía “largalo”.
M: Las letras son casualidades, accidentes hermosos, porque ninguno de los dos podría haberlas hecho solo. Eso es lo lindo del proyecto y lo hace único, es hasta único de ese momento porque no podríamos hacer otro disco igual ahora.
F: ¡Tocaríamos mejor los temas ahora! (Risas).
M: No, en serio, estamos tocando mejor las canciones ahora que cuando los grabamos, porque en ese momento estaban muy frescas.
F: Incluso, las primeras veces, lo bueno era el vértigo de que no sabíamos ni cómo se llamaban los temas.
M: Yo hasta que no empiezo a cantar no sé cuál es cada tema, recién ahora vamos aprendiendo los nombres. Realmente fue todo muy casual. Lo que teníamos -o por lo menos yo tenía- era una férrea determinación de seguir adelante el proyecto, incluso a costa de pelearme con Flopa (cosa que ocurrió). La única certeza que tenía era que había que hacer el disco, que iba a estar bueno. En el medio discutimos, pasaron millones de cosas pero no teníamos nada cierto, todo estaba por verse y negociarse: las palabras, los acordes, ¿entendés?

¿Ahí se pelearon, componiendo?
F: No, componiendo no, en lo musical no.
M: Fue un virus de estudio. ¿Viste las infecciones intrahospitalarias? Bueno, acá fue un problema que pasa en los estudios.

¿De la señora o de los dos?
M: No, de los dos, es un problema entre los dos. Yo soy muy impulsivo.
F: Y yo soy muy meditabunda... y armamos el ring. Pero acá estamos.
M: Una semana titiló el disco, tuvimos un enrosque en el medio de la grabación.
F: ¡Yo sólo te dije “no me hables por un rato”! (Risas).
M: ¿Pero el rato cuánto duró? ¡Una semana! (Más risas).
F: No, tres días. Bueno, che...
M: Pero pelea de pareja fue, ¡así! “No me hablés por un rato vossss” (poné tono de ofendido).

¿Y no respondías llamados, nada?
F: Él comprende, si le digo “no me hables por un rato”, no me habla por un rato.
M: Para qué la iba a llamar, olvidate. Pero bueno, salió eso y el disco es muy de los dos. O ni siquiera de los dos: es de... “esa cosa” (Risas).


PASADO Y FUTURO

¿Cómo se conocieron?
M: Alejandro Lingenti, un amigo en común, me pasó una grabación de ella del año 2000.
F: Grabados en una sala, eran como veinte temas, ponele.
M: Y bueno, yo lo escuché mucho eso, así conocí su música. Conseguí el teléfono de algún lado y la invitamos a tocar. Manza me había invitado a tocar a mí primero y ahí la invitamos a ella también, a esta piba. Y así nos conocimos, estuvo bueno... Todo lo que ocurre es porque pasa, acá no están Pinky y Cerebro queriendo dominar el mundo. Ahora sabemos que podemos hacer las cosas juntos y está bueno, puede ser que a la gente le guste y eso pero sigue siendo algo casual de algún modo, no hay un plan determinado atrás.
F: Aparte, cuando planeamos algo se va para cualquier otro lado, termina siendo otra cosa.

Digamos que, como “proyecto”, no se sabe qué futuro puede tener.
F: Qué sé yo... hacer cosas mientras nos divirtamos y listo. No sé si lo vamos a estar haciendo constantemente.
M: No es que estamos haciendo una “carrera”, que la tenemos que defender y aunque no nos guste tenemos que ir igual. Sinceramente, esto que pasa es así, mientras sigan saliendo cosas bellas seguirá.

¿Y qué lugar creés que ocupan dentro de la escena under? Por lo que dicen de esa espontaneidad y demás, siendo ustedes músicos muy escuchados por colegas, por ejemplo.
M: ¿Qué lugar? Fila 8, asiento 14 (Risas). No sé, el de Tan Biónica debe tener más gente que lo escucha y debe ser influencia para más gente. O no, eso no lo sé. Hablo de Tan Biónica por hablar de algo completamente detestable, que no me gusta. Pobres pibes, no los conozco, deben ser buenos pibes...
F: Yo prefiero tocarle el corazón a cien tipos y no el pelo a un millón.
M: Yo prefiero tocarle el culo a un par de chicas antes que conocer a cien tipos. Son decisiones (Risas).

Flopa, vos venís tocando canciones que no están editadas hace muchos años...
M: ¡Debe tener un par de discos! ¿Tenés un veinte así guardado?
F: Sí, tengo.
M: Yo le dije mil veces que le armaba bandas para grabar discos con lo que ella quiera.
F: (Ofendida) ¡Ya las voy a grabar!

No la presionemos...
M: No la presiono, pero a mí también me desespera eso. Tiene temazos, temas que a todos nos gustan desde antes de grabarlos.
F: ¡¿Sabés los años que tiene Mi cámara?!
M: Es una cámara vieja, ¡una polaroid!
F: Pero bueno, me pasa eso, soy medio guardona y también me encanta que hay un tema que tiene quince años y yo lo muestro hoy y es como si fuera de ahora. Tengo muchos temas guardados, qué sé yo... el martes lo hablo en terapia y veo.
M: ¡Te puedo armar un par de bandas! ¡Un disco doble!
F: Yo nunca tuve problemas para rodearme de gente y hacer las cosas, el tema es que tengo que tomar la decisión de hacerlo, en algún momento lo voy a hacer.

La otra vez que hablamos, me habías contado de un proyecto con Litto Nebbia, Emilio del Guercio y otra gente, que los incluía a ustedes dos. ¿Qué pasó con eso?
F: Sí, con Gabo, Roque Narvaja... No paso nada con eso, al final.
M: Se diluyó. Hubo unas reuniones en las que se grabaron algunos temas, uno salió ahora en un disco triple de Litto el año pasado, un tema que estamos con Litto y Emilio cantando. Eso fue de una única reunión que hubo, pero no se hizo. Fue un lindo deseo pero no pudo ser.
F: Fue buenísima la reunión esa, al menos.
M: ¡Y qué groso, tengo un tema grabado con Emilio del Guercio y Litto Nebbia!

¡Ya no te queda tocar con nadie!
M: Sí, cómo que no, con tantos... Sandra Mihanovich por ejemplo. Queríamos que cante en La máquina de hacer todo mal, Flopa se contactó por mail y hubo buena onda pero después no concretamos el acercamiento por nuestra prisa...
F: Sí, tuvo buena onda y me dijo “yo escucho lo que quieran”, pero quedó ahí.
M: Tenemos la fantasía de invitarla a que cante La máquina de hacer todo mal y hacer juntos el tema ese Me contaron que bajo el asfalto. En algún momento lo vamos a hacer; está bueno tener fantasías por cumplir.

Aparte, La máquina… es un tema que parece hecho para ella.
M: Impresionante. Es melodramático, como El almaherida.

¿Y vos, Ariel? ¿Tenés proyectado grabar próximamente?
M: Hay que grabar, te sentás un día y grabás. No es tan difícil, me parece. Es algo que yo pensaba desde mi propia experiencia de algún modo, y después lo certifiqué cuando toqué con Litto. Si lo podés hacer, si tenés tus cosas, vas y grabás. Lo tomo de ese modo, no me parece nada extraordinario, es natural. Un panadero hace todos los días tres tandas de medialunas: a la mañana, a la media mañana y a la tarde. Y yo hago eso, no es más extraordinario que eso. De ninguna canción mía yo digo (pone voz de canchero): “Con esta canción he unido parejas, ha habido orgasmos y hubo paz en el mundo”. Es una estupidez.
F: Son canciones, está bien...
M: No les tengo miedo o respeto a las canciones.

¿Y grabás todos los días?
M: No, no, ahora por ejemplo no. Pero lo hago cuando tengo ganas. A lo que voy: no es algo loable, qué sé yo. Vos escribís en tu blog, te sentás una vez por semana…

Sí, más o menos...
M: Y si no lo hacés una vez por semana replantéate el blog... ¡Ponele garra sino, viejo! (Risas).
F: ¡Dejalo tranquilo! ¡Que escriba cuando se le cante el culo! (Más risas). ¡Si es una vez por mes o cada tres meses, que haga lo que quiera!
M: ¡Hay que cambiar el blog, loco! (Risas). Pero bueno, la pregunta era si iba a grabar algo nuevo: no (Risas). Voy a subir a Facebook lo que queda de esos temas solistas, que es rock al palo con el amigo Fernando Minimal.
F: Igual, eso te lo dice hoy y en la semana ya cambió de opinión.
M: Pez no tiene planes de grabar este año. La idea es tocar, tengo ganas de tocar en vivo. Me parece que estoy cada vez más viejo y hay muchos lugares donde no toqué y quiero tocar. No sé, quiero tocar en Ushuaia, que nunca toqué.


¿La idea es salir a tocar el disco adonde se pueda?
M: Sí, sí, queremos mostrar el disco. Esto es como un capricho -en un punto mío- que se lo quiero contagiar a ella porque a mí a veces me da bronca que con Pez no puedo viajar todo lo que me gustaría, por el hecho de que somos muchos y una estructura más grande es más difícil de llevar. Pero me parece que nosotros dos con la guitarra podemos ir a cualquier lado y quiero tocar estas canciones en cualquier lado. Entonces está la idea de salir a tocar, de agosto en adelante. Cantar estas canciones en vivo está bueno... me parece que podemos salvar al mundo.

¿Tienen armada una gira ya?
M: Vamos a volver a todos los lugares donde ya hemos tocado antes de que salga el disco. Y con el disco en la mano, trataremos de sumar algunos más. Cuando sale un disco se genera un ruido -en este momento más o menos- que vamos a tratar de aprovechar para extender la mano a algunos lugares que nunca fuimos.
F: Lo que pasa es que hay mucha gente, con el tema de internet ahora tenés una circulación muy amplia. Hoy subimos el disco a la página y ya con eso estás en todos lados. Y bueno, queremos llegar a esos lugares porque hay gente que te escucha en todas partes y nosotros estamos un poco acotados a lo que es Buenos Aires, nos tratan de...
M: ¡Porteños culiaos! (Risas).
F: “Unitarios”, nos dijeron.
M: Sí, es cierto, nos dijeron que éramos unitarios. Porque la propuesta de la vaca nosotros la acotamos sólo a la gente que se pudiera acercar tal día, a tal hora, a un lugar de Capital que nosotros dijéramos. Entonces nos decían “pero yo estoy en tal lado…”. Y bueno, no sé, les respondíamos “Te agradezco”. No era mala onda de nuestra parte, nos hubiera encantado agarrar euros de gente que está en España... En fin, el disco es lindo y el show es otra cosa que no tiene nada que ver con el disco y por eso queremos llegar a muchos lugares a mostrar cómo tocamos. Porque en el show tocamos otras canciones también y pasa lo que nos pasa siempre, que es cualquier cosa, que el show tiene vida propia y se nos puede ir de las manos en cualquier momento.
F: Es una montaña rusa de emociones.
M: Para nosotros es así, no sé si le llega a la gente algo de eso. Sinceramente, me parece que lo que hacemos nosotros, no es que no lo hace nadie pero de algún modo no se estila, Y no hablo del tipo de música que hacemos, hablo de cómo nos presentamos ante los demás. Tanto ella cuando toca sola como yo con Pez o lo que sea somos muy transparentes, no hay un personaje que se sube al escenario, no es Sandro-Roberto Sánchez.
F: Somos los dos salames que se suben al escenario.
M: Nuestra vida es esto, realmente nos interesa esto.

miércoles, 2 de mayo de 2012

Bob Dylan en el Gran Rex: el Brujo y el Tiempo



[Texto: Tucho
Fotos:
gentileza de Eduardo Fabregat (las primeras tres, las celestes) y Willy Villalobos (las siguientes tres, las dark). La última, del grupo saludando, la tomé prestada de  Micropsia].

 

“Me encandilan, dilan-dilan-dilan-dilan… Bob Dylan”.
Onda Vaga.

La suerte así lo quiso y, otra vez, tuvimos la suerte de presenciar en vivo y en directo a Bob Dylan. A veces uno trata de reservarse algunos comentarios de fanático, de esos que vienen poblados de lugares comunes, pero a su vez es muy difícil resistirse a hacerlos: está más que claro -detractores aparte- que cuando uno ve a Dylan está contemplando a uno de los artistas vivos más influyentes (sino el más) de la segunda mitad del siglo XX y lo que llevamos de este siglo XXI. Un tipo que atraviesa 5 décadas (discográficamente hablando, ya exactas) y que ostenta el récord (?) de haber publicado en cada uno de esos períodos de 10 años, al menos una masterpiece.
Quienes vamos a verlo sabemos (creo) todo esto y, además, tenemos encima nuestro todos esos años de información, mitos y verdades de lo que Dylan fue, es y será: es difícil distraerse al respecto, al menos quien esto escribe lleva esa carga de manera inconsciente; no pienso todo el día que ese señor que asoma a las 21:30 puntual, como decía el ticket, es el mismo joven al que le gritaron Judas; ni siquiera es el mismo que más adelante se cambió de religión; tampoco es el tipo al que ya tuve la suerte de ver en un contexto totalmente distinto, cuatro años atrás en la cancha de Vélez, a una distancia sideral comparada con la de esta cueva acogedora y acústicamente muchísimo más preparada (hablo del magnífico teatro Gran Rex, claro).
La cuestión es que Bob Dylan se presentó en Buenos Aires cuatro noches (26, 27, 28 y 30 de abril) y pude estar presente en dos de las funciones, el primer par. Intentaré narrarles lo acontecido durante esas mágicas veladas.


Dylan en vivo es un misterio. Es otra de las cuestiones sabidas de antemano: sus canciones son reformuladas, nunca son exactamente las mismas, lo que fue grabado hace décadas es sometido a una deconstrucción que, más que renovar, modifica casi totalmente a las canciones; lo que fue hecho hace menos años mantiene ciertas formas pero también puede ser objeto de variación, al menos en sutiles detalles.
Lo que sí sabemos es que, si las entradas dicen que el show va a arrancar puntualmente, hay que estar a horario porque así va a suceder. Y el primer día, mucha gente pareció no saberlo porque empezó a arribar al teatro cuando el show ya había comenzado, con un clásico de clásicos que oficia de apertura en casi todos los últimos shows de Bob, Leopard-skin pill-box hat, la introducción de lo que vendrá: una banda que puede alternar las sutilezas con la mugre y que sabe moverse y removerse para hacer de la música de Dylan tierra yanqui, pureza country-folk-blusera y jazzera. Y entre todos esos elementos, que también emerja una sustancia pop, como sucede en la segunda pieza del recital, otro gran clásico rearropado: It ain’t me, que asoma de entre las arenas de esa garganta acuchillada como un suspiro y nos adelanta uno de los grandes cambios respecto de aquel show en Vélez, hace tiempo: hoy el cantor va a estar de pie, mucho. Y va a tocar la guitarra a su manera, esa manera que aplica también cuando canta y cuando ejecuta su legendaria armónica. Dylan busca la nota en el diapasón de su guitarra y, mientras la busca, se encuentra con otras notas-obstáculo: puede decirse, sí, que es un guitarrista horroroso técnicamente, pero él parece saber bien qué hace mal y qué no, y es claro que nunca le interesó ser Joe Satriani (¡no!). Luego de encontrar la nota que quería, juega con una frase que va repitiendo en los silencios vocales.
He allí la otra polémica de toda su carrera, uno de los grandes íconos sonoros de la historia del rock and roll: esa voz ronca, que sabe desafinar y en estos shows se debate entre el eterno desgano, el juego al límite, la narración melodiosa y, a veces, de vez en cuando, cantar. Dylan es y canta así y quien venga a decirnos que canta mal, está oyendo peor. Por sus dos grandes interpretaciones (de voz y guitarra) y esa banda que suena tan prolija y certera, la de It ain’t me es una gran versión, la primera de tantas que vendrán.
La sigue Things have changed, un tema reciente que sin embargo sufre las estocadas del pintor y se vuelve una obra nueva, un western que pierde el pop original y gana swing por otro costado (así, podría ser incluida en cualquiera de sus últimos discos). Y llega uno de los momentos que íbamos a ver, el de la belleza suspendida, el recuerdo instantáneo y la importancia de saber que estamos escuchando a BD cantar un tema de Blood on the tracks, con todo lo que eso significa. Si ese tema se llama Tangled up in blue, la emoción es mayor y se nota en la ovación final de la gente.


Beyond here lies nothing continúa la senda del Oeste. La maravillosa banda merece ser mencionada aparte, no sólo por su sonido (ésa es la clave) sino también por su look cowboy. Faltaba sobre el escenario una puerta de taberna de Texas, de esas que vemos en las películas, que se abren de par en par cuando entran los malosos listos para armar quilombo y ser ajusticiados por esos cinco tipos que tocan a la perfección, casi sin moverse de sus lugares. La zapada (otra vez con Mr. D en la guitarra) deriva en una suerte de homenaje a I feel good de James Brown y a esta altura podemos sospechar que las improvisaciones son momentos fundamentales del show, porque de ellas derivan figuras melódicas que la banda aplica luego a la estructura básica de los versos y estribillos que la prosiguen. Es algo que va a suceder constantemente en el show y que le da un condimento novedoso a cada tema.
Tryin’ to get to Heaven es la primera que suena de Time out of mind, y suena de lujo: emotiva y sensible, preciosa. Otro detalle que a esta altura es innegable es el silencio del público, mudo durante la ejecución de las canciones y fervoroso a cada final. No pasa por si conocen o no las canciones: las quieren escuchar bien, no sólo para redescubrirlas sino para apreciarlas como se debe. El Maestro impone respeto.

Al momento sensible de Tryin’... le sigue un bloque de tres gemas blues-jazzeras de cosecha reciente: High water (for Charley Patton), Spirit on the water y The levee’s gonna break. Por su similitud estilística, en el momento en que comenzó a sonar la tercera de ellas me pareció algo repetitiva la selección de este segmento de show. Pero fueron tan notables las versiones que mi parecer inicial se esfumo como las sombras de los músicos en el telón que hacía las veces de escenografía. En Spirit on the water -espero no estar equivocándome- el Jefe (todo bien, pero no me vengan con Springsteen, el Jefe es éste) detiene una de sus improvisaciones organísticas para contemplar a su banda sumergiéndose en la jam; parece hacerlo a manera de aprobación, aunque con Dylan uno nunca podría saber por qué hace o deja de hacer. Lo que sí queda claro es que su mano derecha rige el mundo, sólo con moverla un poco indica a la banda los pasos a seguir: si detenerse, si darle paso a su armónica, si volver a la base de versos para que el cante, cuándo culminar el tema... lo llamativo es que los gestos son mínimos y la adecuación a cada pedido por parte del grupo parece ser siempre precisa, exacta. En la gloriosa versión de The levee... queda de manifiesto, el tema va y viene guiado por esa mano, la que escribió los mejores versos del rock y la que hoy toca de a ratos pero manda siempre. Más de 10 minutos de tema, atención al máximo por parte del público y una ovación final que aprobó semejante demostración de elasticidad.
(Pensamiento al instante: este viejo hijo de puta con casi 71 años la tiene más clara que todos los pendejos de nuestra generación, por eso nos sigue mirando desde la cima: no hay quien pueda superarlo).


Después, para colmo, arremete con A hard’s rain a-gonna fall, vestida con las mismas ropas que It ain’t me, por lo cual es también una chica linda. La resistencia del autor a cantar los estribillos como son en el original es casi un paso de comedia; donde deberían ir las palabras va el silencio y viceversa: público dylaniano, no intente cantarle las canciones encima al Maestro. Como dice Juan Carlos Pelotudo, esh imposhible.
Highway 61 revisited y Love sick conforman una dupla de sonido espeso previa al combo final de cinco canciones que se repetirá a lo largo de las cuatro noches en el Rex. Parecen salidas del mismo disco pero hay entre ellas más de 30 años de distancia. No importa, la tradición dylaniana es así: bola de heno, rock and roll, ira y densidad. Dos joyas más.
Y ese combo final del que les hablo comienza con Thunder on the mountain, la tercera que suena en la noche desde Modern times, otro momento de zapada intempestiva y ovación generosa; la previa a los clásicos posta. El primero en caer, atronador, es Ballad of a thin man. Vaya sorpresa, para el caso la gema de Highway 61 se mantiene casi imperturbable respecto de su versión original. Dylan se nos pone de pie, de frente al mic: este es su tema, lo canta con el mismo tono desafiante que hace casi 50 años; la banda replica el riff y Bob pela su armónica para zapar (ya lo había hecho antes, pero este es el momento patente, si quieren, clave). De esto no me olvido más: su mano derecha avisa que se viene la zapada y a la vez suspende a la banda, que queda varios compases a la espera. Después de cuatro o cinco amagues con su boca, BD finalmente se manda a soplar y la banda suena brutal, más rockera que nunca. (Si tuviera que robarle un músico a este grupo, me llevaría al baterista George Recile: el pulso perfecto, el tipo que toca lo justo y necesario o, mejor, los golpes más perfectos). Después de la improvisación de Bob en armónica, el tema se va y la cueva explota en aplausos.
Sabemos que ya falta poco.


Me llama la atención pero la gente tarda en reconocer a la canción madre del pop, aquella que moldeó una manera de hacer, Like a rolling stone. Eso que los golpes de la batería están donde estaban, pienso. Igual el público duda. Cuando entiende los primeros versos, la gente aplaude con aprobación (esto pasará las dos noches). Ver este tema en vivo para mí es comparable con pocas situaciones, diría que no puedo cotejarlo con ninguna otra; en fin. Para el caso, el grupo vuelve a aquel truco que les mencioné de zapar y tomar una figura melódica surgida en la improvisación para incluirla en el tema luego. Claramente, no soy el único que se siente conmovido con la madre porque el festejo del final es, también, notorio.
Antes de All along the watchtower, Dylan practica lo más parecido a un agradecimiento e introduce a cada miembro de la banda. Es tan zorro que dice rápido, casi no se le entiende y prosigue con el clásico de John Wesley Harding en una galopante versión que se me pasa rápido aunque incluya zapada.
Terminado el tema, Dylan y la banda se nos ponen de frente y con los brazos cruzados, cada uno desde su lugar. Es su manera de decir “vamos, aplaudan, saben que somos superiores a ustedes”. También parecen ser la familia Soprano, intimidan un poco. Ese es su saludo. Y se van.
Pero sabemos que vuelven y la vuelta es para el bis final, el tema que no falta casi nunca en las listas, Blowin’ in the wind. Escuchar en vivo canciones con tanta historia, ver a ese tipo (que nos ha hecho creer que es) tan inalcanzable allí, moviéndose en el escenario como si fuera su hogar, es motivo para sacarse el sombrero. Otra vez empuña la armónica y es como si Maradona se pusiera a hacer jueguitos con una pelotita de golf, o mejor y más emotivo aún, como si volviera a hacerles el gol a los ingleses. Con la mano. Cuando (Bob) termina la bella y country revisión de Blowin’ (no pude evitar pensar en esto) el Gran Rex todo se extiende en una standing ovation merecidísima. Los cowboys del infierno vuelven a cruzarse de brazos y se van. Aplaudimos, aplaudimos y seguimos aplaudiendo, pero el milagro de que toque(n) otro tema ya sucedió hace cuatro años. Hoy se marchan como fantasmas y nosotros quedamos tan contentos como shockeados, sin saber muy bien qué pasó en esas dos horas que acaban de concluir.
Lo mejor de todo es: ¡volvemos mañana!


La segunda función se toma como la prueba final. Nunca había hecho esto de ir dos veces seguidas a fechas de un mismo artista y, al menos en este caso, fue algo infinitamente oportuno. La idea -además de ver por tercera vez en vivo a uno de mis artistas más amados, claro- era comprobar cuánto de cierto había en aquello de que los temas nunca son iguales; también sabíamos que BD cambia bastante las setlists entre una fecha y otra.
Los acomodadores del Rex nos hicieron un gran favor al equivocarse y ubicarnos en la segunda bandeja, confundiendo nuestras entradas Pullman con las Super pullman del piso inferior. Gracias chicos, nos dejaron de frente al escenario, con una vista superior y un sonido aún más potente y claro. Le dicen buena suerte, para nosotros fue justicia divina: nadie reclamó esos asientos, por lo que hubieran quedado vacíos.

El desarrollo del show fue similar, pero los cambios en la lista fueron sustanciales. También comenzó con Leopard... pero para la segunda canción hubo un cambio hermoso. Reviví mi ingreso al mundo Dylan, me recordé escuchando The freewheelin’ Bob Dylan solo, encerrado en mi cuarto, enamorándome de ese disco y el siguiente, The times they are a-changin’, antes de los discos eléctricos (que no me habían gustado al principio). Porque Bob me tocó mi canción iniciática, la que me unió a su música para siempre, Girl from the North Country. El tratamiento que recibió fue similar al de It ain’t me, lo mismo aconteció en casi todos los demás cambios: hubo cambio de temas pero no se tocaron las formas o, para decirlo mejor, el reemplazo se dio entre canciones parecidas, incluso en época. Hubo un par de reubicaciones en la lista -Beyond here lies nothin’ llegó antes y sí, la zapada fue totalmente distinta; Things have changed voló- y aparecieron un par de clásicos que vistieron de gloria la velada: la inadjetivable Desolation row hizo su entrada estelar con una versión también inexplicable, con Dylan cantando las palabras como un baterista. De la banda no hay mucho más que decir, no sé si alguna vez el cantor tuvo mejor compañía y miren que las hubo...
Make you feel my love reemplazó a Tryin’ to get to Heaven y fue profunda y sutil, tanto que hasta superó la emotividad del día anterior. La frutilla del postre fue la inclusión, promediando el final, de Simple twist of fate, la sensible tonada de Blood on the tracks que llegó antes del Bloque de los Cinco, que se mantuvo tan resistente como potente.
En cuanto a las zapadas cabe decir que sí, varian entre show y show. Pero hay motivos que se repiten, incluyendo algunas de esas frases que se reutilizan como base para los versos. La aparición de un tema raro en el repertorio -Cry a while, de “Love and theft”- no supuso dispersión ni nada parecido: la calidad de la interpretación significó, además de uno de los grandes momentos del show, una de las mayores ovaciones de la noche.


El público activó reacciones similares: respeto, silencio, aplausos bien fuertes tras cada tema, pedido de retorno tras el final (y abucheos quejosos tras el encendido de las luces del recinto).
Lo que no sabemos es cuando volverá ese fantasma que se para con las piernas bien abiertas y hasta se da el lujo de reír más de una vez, casi mostrándose feliz. Queda claro que puede suceder cualquier día, o nunca más. Y no porque al hombre le quede poco sino porque los carteles luminosos de la calle Corrientes todavía no lo saben; nosotros sonrientes a la salida tampoco; sus mismos músicos lo ignoran y quizá el resto de su cuerpo también: hay que esperar a que su mano derecha decida apuntar el dedo hacia esta zona del mapa para que el mundo vuelva a hechizarnos.
Y ojalá sea pronto, querido Bob.

[Bob Dylan escribe largo y así quedó este texto también. Los felicito y les agradezco si llegaron hasta el final].

lunes, 23 de abril de 2012

Alvy, Nacho y Rubin, jugadores de lo ajeno


“Debe ser raro que te ovacionen así por canciones que no son tuyas”.

Ése fue uno de los primeros pensamientos que me invadió cuando la gente que llenó La Trastienda el jueves 12 del corriente aplaudió a rabiar la interpretación de No me quiero olvidar de vos por parte de Los Campos Magnéticos (o, como ponen en los discos, Alvy, Nacho y Rubin). Por supuesto, yo me ubicaba cómodamente entre el público.

Vamos a explicarlo bien porque, como dice Mirtha Legrand (!), el público se renueva y todavía debe haber gente que no escuchó hablar de ellos: Alvy, Nacho y Rubin son tres músicos de la siempre desbordante escena underground porteña y cada uno tiene su proyecto más allá de esta unión. Alvy encabeza su propia Big Band y junto a Nacho despunta el vicio con éxito en Onda Vaga y Los Caracoles -el segundo, además, acaba de reunir a ese genial grupo llamado Doris-; Rubin hace lo propio con Los Subtitulados, a la vez que recrea y comenta canciones e historias de grandes grupos en una amena sección del programa radial Gente sexy. Los tres son fanáticos de la obra del grupo yanqui The Magnetic Fields y, hace unos años, comenzaron a versionar las canciones de Stephin Merritt moldeándolas en un entramado pop irresistible. Con traducciones al español, por supuesto.

Todo comenzó como un hobbie, un juego. Se descubrieron uno al otro como fervientes admiradores de las composiciones de Merritt, esas torturadas e ingeniosas viñetas del amor. Comenzaron a hacer pequeños shows y terminaron publicando dos discos -ANyR interpretan a Los Campos Magnéticos, Volumen I y II- de reciente reedición conjunta (salieron por separado pero ambos se agotaron; el show de La Trastienda fue la excusa para celebrar esta reedición en tiempos de vacas flacas). No es un detalle menor que todo el proceso de adaptación de los temas contó con el aval y la colaboración de los mismísimos Campos originales.
Y claro, pasaron los temas al castellano, el castellano más argentino que pudieron ubicar en las métricas. Y en ese pasaje está uno de los grandes secretos del micro-suceso en el que se convirtieron: The luckiest guy on the Lower East Side se transformó en El galán de La Paternal, North Carolina es Argentina y New York City es... ¡Clorinda!
Entonces, el cambio de locación familiariza al público con las canciones. Más que efectista es efectivo y tiene que ver con lo que el trío logró: adueñarse de melodías y versos ajenos, apropiar sin miedos. Ese localismo, además, trastoca otros momentos de las canciones para que suenen a nuestros oídos aún más criollas: la aparición del Rivotril como solución antidepresiva en la citada No me quiero olvidar de vos (y que, en vez de leer Camus, la opción sea escuchar The Cure); que Absolutelly Cuckoo pase a ser Loco de atar; que el protagonista de El galán... pasé del got wheels a tener un Renó... y así. La traducción de las canciones es simplemente impecable y vale mencionar que corrió por cuenta del trío, con la colaboración de Federico Novick.

Pero la adaptación de las letras no fue el único campo en el que ANyR salieron airosos. Musicalmente, realizaron un trabajo loable, tomando el costado más pop del grupo neoyorkino y dejando de lado la densidad de algunas composiciones para endulzarlas con una instrumentación acústica -cuerdas, ukeleles, guitarras criollas- que recubre de calidez a cada una de las simples y bellas piezas que recompusieron. El trío realiza un encomiable trabajo vocal, sin grandes ornamentaciones pero con buen gusto y especial atención a la hora de elegir al cantante principal de cada tema: cada canción parece un traje hecho a medida para quien la encara. La colaboración vocal de Eugenia Brusa, de Les Mentettes, con sus agudos y su encanto femenino (en especial en vivo, donde a su bella voz la acompaña su encandilante presencia) ayuda a redondear las bondades de algunas versiones (la imprescindible revisión de Sí, oh sí; el góspel de Bésame con ganas; la sutileza de Volvé de San Francisco). Otros invitados que refuerzan la noción de grupo en algunos pasajes son Faca Flores (batería), Pablo Font (glockenspiel, metalofón), Facu Cruz (sitar) y Alfonso Barbieri (acordeón), tanto en estudio como en vivo.

Entonces, mi sentencia del comienzo, a pesar de mantener su verdad (es un dato tan frío como innegable que las canciones son de Merritt) se tranforma como las canciones de los Magnetic Fields reconstruidas por Los Campos Magnéticos: hubiera sido raro que esa Trastienda colmada y contenta no los ovacione por semejante rescate, con tan soberbios resultados. Por eso, yo también me puse de pie al final del show.
Porque saber jugar también es hacer arte del bueno.
Oh sí
.


(Pueden escuchar a Alvy, Nacho y Rubin en su Bandcamp.
Tanto la tapa del disco como la foto interna son obra de Lula Bauer).

lunes, 9 de abril de 2012

Las increíbles andanzas del Capitán Bayaspirina en el Quilmes Rock


No tenía pensado pisar el estadio de River Plate la semana pasada. Sabía que se iba a llevar a cabo el festival Quilmes Rock pero los precios eran asquerosamente discriminatorios para con mi bolsillo y el de cualquier argentino de a pie. Dos de las tres fechas del festival las cerraba la misma banda, los apreciables Foo Fighters de David Grohl; pero el precio del campo me parecía una cargada: casi 600 pesos, una barbaridad para mi billetera, más después de haber pagado 200 y monedas por el inasible e indescriptible show de Roger Waters y su muro.
En fin, todo estaba dado para que mi ausencia se hiciera presente (?), pero el destino y mis ganas de estar allí pudieron más: el miércoles 4, día de la segunda función del grupo estadounidense (junto a Arctic Monkeys y otros valores) me lancé a la aventura junto a tres compañeros más. La negociación fue ardua pero logramos ingresar luego de una hora -en la cual se desató un cuasi tornado en la ciudad de Buenos Aires-, mediante entradas de favor de los querídisimos barrabravas riverplatenses.
¿A quién prefiere pagarle usted: a un empresario que quiere llenarse los bolsillos de nuestros sueldos, que nos toma el pelo cobrando más de 500 mangos por una entrada a un show de rock al que se le pone poco dinero encima; o a un barrabrava ruin que merodea el estadio buscando pichones a los que cobrarle unos pesitos por hacerlos pasar, millonario amigable que por 440 pesos hace ingresar a cuatro personas? Por supuesto, yo y mis tres acompañantes valoramos y agradecemos el accionar del afable muchacho que nos permitió el ingreso a $110 per capita. Qué me van a hablar de moral.
No jodan.

Decía, en Buenos Aires se desató una tormenta memorable (en el sentido más negativo del término) y cuando entramos, acompañados de unos quince pibes más que estaban en la misma que nosotros, los Arctic Monkeys se iban del escenario y el mundo caía sobre nosotros. Eso no era una sucesión de gotas, eran volquetes cargados de aguas cayendo encima de cada una de las cabezas que arriesgaba su vida a la caída de un rayo en la cancha gallina. Pero ya estábamos ahí: el show debía seguir.

Salieron los Foo Fighters. Se les ocurrió venir en el que, para mí, es el momento más intrascendente de su carrera, después de dos discos que no me significaron casi nada -Echoes, patience y blablá y Wasting light- al lado de, por ejemplo, sus tres primeros álbumes. Las ganas de verlos en vivo se amparaban en su fama sobre las tablas y en la fuerza de sus canciones (inclusive las de esos discos que me aburren). Repito, salieron los Foo Fighters. Y hacía un frío de cagarse, llovía a baldazos, el sonido era una basura, las luces de un estadio para 65 mil personas en el que había como muuucho 45 mil estaban todas encendidas y el escenario estaba bajo incluso para un tipo de un metro ochenta y algo. “Qué suerte que entramos pagando 100 mangos, si no me mataba”, pensé. La cosa parecía difícil de remontar, pero ese quinteto con un músico invitado que en realidad son dos tipos (en un rato lo explico peor) supo hacer de la desgracia un momento para aprovechar.

¿Cómo zafaron nuestros amigos músicos sobre el escenario? Fácil. Cuentan con la ventaja de que su cantante, guitarrista y frontman es uno de los mejores actores del rock mundial. Así, “actor”. Porque Dave Grohl, además de ser un gritón incurable, es un tipo lleno de gracia (de la humorística y de la otra) y logra manejar por casi tres horas a un público empapado pero sediento. Nos explica que tuvieron que dejar las luces del estadio encendidas porque el vendaval arrasó con varias de las que estaban dispuestas en el escenario que, nos dice, se inundó y se rompió. Igual, asegura que van a tocar canciones que no tocan hace mucho y que la lluvia va a hacer que esta noche desastrosa sea genial. Y le creemos.

Porque lo logra: mucho humor, versiones extendidas de los temas, un cover muy oportuno (In the flesh de Pink Floyd), una lista repleta de hits, Grohl tocando la batería en Cold day in the sun a pedido del pueblo y muchas canciones (¡por suerte!) de sus tres primeros álbumes, permiten que Foo Fighters despierte de a poco a un público algo anestesiado por la lógica del desastre: rock con luces prendidas no es rock, rock sin sonido potente no es rock. A la primera situación nos acostumbramos; la segunda apenas mejora pero no queda otra que bancársela.
FF basa su presencia escénica en esa bestia llamada Taylor Hawkins, el baterista estrella que marca el sonido de la banda; y en el monstruo simpático que es Dave. Los otros tres podrían no estar -en especial Pat Smear, pobrecito, parecía perdido- y al tecladista invitado casi que lo aplaudimos de lástima. Pero el show avanza y entre los clásicos adorables (Learn to fly, Enough space, Monkey wrench, Big me) se cuelan temas que no venían tocando, como Generator y For all the cows, rarezas que se agradecen. Best of you fue el momento del show: la gente haciendo coros y cantando con fuerza, Grohl gritando como nunca (y miren que grita) y el sonido arreglado momentáneamente. Magia.
La maldición de la lluvia no pudo jodernos del todo, tuvo razón DG. Eso sí: él se fue seco al hotel y a mí la ropa se me secó recién el viernes. Y el resfrío todavía me acecha pero puedo resistirlo.

Por si fuera poco y para completar la faena, en la semana cayó de regalo un mega descuento de la página Let’s Bonus, esos sitios para clase media-alta con tarjeta de crédito que te ofrecen bonificaciones por alguna compra en particular. Debido al irritante precio de las entradas, ninguna de las tres fechas del alicaído y bochornoso festival agotó sus localidades. Los empresarios insisten en chorear con los precios pero la novedad es casi nula, la organización es mediocre y el público detestable.
Pero ver por $25 a Las Pelotas, Fito Páez y Charly García era un buen plan de sábado. De última, si nos aburría nos íbamos al rato. Por 25 monedas (?) casi que no se puede hacer nada en esta puta ciudad (¡!).
Vamos.

Fuimos, vimos un rato a Las Pelotas y nos cansó un poco el Daffunchio viejo protestón. La banda suena prolija como siempre y la ausencia de -como dice Barreda- el elemento disyuntor Sokol sigue siendo un problema sin solución, aunque ya hayan pasado años de su partida del grupo: les quita onda y movilidad en el escenario. No dejan de estar bien, pero algo falta.
Después salió Fito. Ladren lo que ladren los demás, Fito la tiene atada: su setlist es un entramado de hits imbatibles, piezas infaltables del cancionero popular de los últimos 25 años de la música de nuestro país. Y la gente acusa recibo, se recopa y canta cada una de las canciones, desde el niño más niño hasta el lumpen más lumpen. Algunos, como las chicas fumadas de 45 que tenía adelante -parecen salidas de la tira Graduados-, se exceden un poco en alegría.
Al rosarino le alcanza con una hora y pico para dejar a todos contentos. La banda suena impecable y sólo con mover su mano Fito hace gritar a todos. La única novedad que presenta su set es un lindo tema dedicado a Spinetta, del que se proyecta la letra.


Pero vamos a Charly. Nuestra ecuación a despejar era García y su estado actual, la paradoja de toda una carrera bardera en el hoy, una señora sedada que no solo ya no rompe guitarras, sino que hasta intenta seguir las letras y dirige a una mini orquesta.
Y Charly lo logró una vez más y Charly nos pone contentos y Charly va a vivir más que cualquiera de nosotros y Charly resucitó.
Charly está de vuelta, de a poco pero de vuelta, señores.

Entró en limousine rememorando sus pateticidades aristócratas de antaño, pero durante toda su presentación vi signos de un tipo que vuelve a ser, movimientos más naturales, alguien que vuelve a tocar y se escucha a sí mismo. Está claro que no es el García de, supongamos, 1984. Pero tampoco lo era en 2008, cuando ocurrió la catástrofe.
La banda, exceptuando los primeros temas -donde la viola del Negro García López casi no existió- suena ajustada y él se encarga de la dirección: mueve las manos para aquí y para allá, hace gestos, señala lo que se viene. Ese no es el tipo que estaba en pleno tratamiento y nos daba compasión, es el que siempre conocimos.

Cuando canta Yendo de la cama al living, canta. Puede ser un milagro pero su voz, rasposa desde hace años, está algo más limpia y le da el swing necesario al tema (incluso en el interludio scatteado). Los invitados aportaron a la causa: Aznar acompañó bien en Perro andaluz, una belleza circa Serú que sonó impecable; Juanse en versión clean hizo lo propio en La sal no sala (y le gritaron "Pomelo, Pomelo" otra vez). Pero lo mejor de la noche y del festival fue el dueto con Fito Páez, que volvió a las tablas para una conmovedora versión de Desarma y sangra: el alumno Páez al piano, el trío de cuerdas dando el clima exacto para el interludio y, otra vez... ¡Charly cantando! El milagro parecía imposible pero, con lo que le queda de voz, García se bancó aceptablemente el show y esta canción fue un momento inolvidable que erizó la piel.

“Ya no quiero vivir así repitiendo las agonías del pasado”, dice la maravillosa Canción de dos por tres, que también sonó en la noche del sábado. Y las cosas ya no son como las solíamos ver, ese tipo de movimientos lentos y figura esbelta -Charly está algo más flaco- quiere recuperar lo que perdió durante años: el amor propio, su música, su ser, su pasión, su voz. Todo parece ir en una misma dirección y de a poco, el paisaje va aclarando. Como del miércoles al domingo, pasamos del vendaval a un calor ideal y creo que zafamos de la gripe.
Que así sea, Charly.


[Textos: Tucho
Fotos de Charly y Fito: Javier López Uriburu
Foto de Dave Grohl y Walas: Facebook Oficial de Massacre]

miércoles, 4 de abril de 2012

Sinfonías para catedrales vivas: el homenaje a Litto Nebbia

Suele suceder que los discos homenaje son un compendio descolgado de artistas que poco tienen que ver entre sí, homenajeando a un artista al que desconocen; dando como resultado un todo que no tiene más concepto que el de agradecer al colega. Nada de lo enumerado está decididamente mal, pero trae como consecuencia que no haya cohesión sonora en los discos de este tipo.
Ésta es una situación que no acontece en el nuevo homenaje a Litto Nebbia, producido por Fabián Spampinato, director de la FM D-rock! (89.7 en Mar del Plata, disponible en la web). El hombre ya llevó a cabo la noble tarea de reconocer a Luis Alberto Spinetta mediante el álbum triple Al Flaco… dale gracias (2007, disco al que se sumó en 2010 Sola en su cuarto); y a León Gieco en 2009, con el doble Guardado en la memoria. Todo esto, producido con un objetivo: ayudar al comedor Fueguitos de Mar del Plata, la ciudad donde vive Spampinato.

Con la excusa de la reciente edición del bello (en contendido y packaging) Sinfonías para catedrales vivas, les hice algunas consultas a homenajeado y homenajeador y, por suerte, ambos se prendieron a contar un par de detalles. Lo primero que se encargó de aclararme Spampinato fue la diferencia entre tributo y homenaje: “Para mí homenaje y tributo se diferencian, un tributo es pagar un impuesto. Lo que estamos haciendo es homenajear a un artista, no tributándolo. No le estamos pagando nada, al revés: le estamos devolviendo a él, con cariño y un poco de arte”. Y para que no (me) queden dudas acerca de la diferencia entre ambos términos, Fabián me afirma que además, “la palabra homenaje suena más fresca, más transparente y más lumínica”.

Spampinato atravesó diversos problemas durante la realización del álbum triple, inconvenientes que demoraron su salida y convirtieron al proyecto en el más arduo de los tres realizados por él hasta el momento. Entre dificultades de salud, económicas y cotidianas (se le inundó la casa en marzo de 2010, en julio del mismo año un rayo quemó todos sus electrodomésticos; todo eso derivó en un pico de estrés a comienzos de 2011), la culminación de Sinfonías... tardó en llegar: “La convocatoria de músicos y demás se hizo entre fines de 2010 y todo el 2011, fue un año y pico de laburo. Cuando estaba saliendo del estrés, recibo la noticia de que Ricardo Mollo decidía bajarse del disco. Nunca dijo exactamente por qué”. Sin embargo, el productor supone que todo tiene que ver con una gacetilla enviada a los medios por el Vasco Urionagüena -baterista y productor de La balsa, el tema que ya había grabado Mollo- con fotos del líder de Divididos cantando. “Eso me parece que no le gustó a Ricardo, que se diera a difusión aquellas imágenes previo a que él firmase el acuerdo. Por eso lo terminó cantando Litto, y él mismo llamó a Soulé”. En la nueva versión del tema iniciático del rock nacional, participan además Ciro Fogliatta, Fernando Blanco, Lucrecia López Sanz, Gonzalo Aloras y Brian Ray, el guitarrista de Paul McCartney que se encarga de ejecutar el solo.



En tanto, Litto me cuenta que recibir este homenaje es un gran orgullo: “Sentimentalmente te gusta todo, no dejás de pensar en que alguien se ha dispuesto a cantar una canción tuya de alguna época”. El homenajeado se encarga de destacar las buenas interpretaciones en general, lo que quizá reafirme aquella homogeneidad sonora que se comentaba al principio de este texto: “Los discos me parecen parejos en interpretaciones y, justamente, lo que los hace interesantes es que cada quien ha proyectado sobre su ideal personal”.
Cabe destacar la cantidad y calidad de artistas que participan en los tres álbumes: desde bandas y solistas noveles como Leandro Kalén, Excursiones Polares, La Perla Irregular y Micaela Vita, hasta reconocidos músicos del rock argentino (Skay Beilinson, León Gieco, Miguel Cantilo, Gustavo Santaolalla, el mencionado Soulé); rarezas como Zambayonny, nuevos valores del jazz y el folklore (Andrés Beeuwsaert, Alan Plachta, Pipi Piazzolla) y el aporte del mismísimo Nebbia regalando un inédito, La aventura, a modo de agradecimiento.

Fabián Spampinato se dio un gusto, como broche de oro del álbum triple: “Hay un homenaje a mi familia en el álbum: el último tema de los 64 es Madre, escúchame, cantada por mis tres hermanos; yo toco el bajo, teclados y guitarras, y además están mi hijo y mi sobrino. Hay referencias a los Beatles y a Amor de primavera, un tema que le gustaba mucho a mi vieja”.
A su vez, el director de FM D-rock! regresa en el tiempo para rememorar sus primeros momentos con la música de Litto: “En casa, cuando vivía en Mataderos, fui de los primeros en escuchar a Los Gatos. Uno de mis tres hermanos tocaba la guitarra y la batería, y siempre tocaba temas de los Beatles, Los Gatos y Almendra. Toda la discografía de Litto hasta que se fue del país, es fundamental para mí conformación artística. Después, entre comillas por culpa de él -que edita 4 o 5 discos por año-, es imposible seguirle toda la carrera y alguna placa se pierde en el camino”.

Para finalizar, el homenajeado se anima a destacar algunas de las versiones que le agradaron, aclarando previamente que “haciendo una lista de ‘preferidos’, para nada son los mejores, son sólo algunos que me impactaron de entrada por diversas razones”. Acto seguido, enumera las siguientes participaciones: Madre, escúchame (Gustavo Santaolalla); Muerte en la catedral (Andrés Ruiz, Andrés Ravioli y Defórmica); Nino y la invitada (Armani Cuarteto); Ellos, los mares (Nath Ottaviano); Deja que conozca el mundo de hoy (Leo García); El Cielo Protector (Gonzalo Aloras); Esperando un milagro (Andrés Beeuwsaert); Cadenas y moneda (ReddLand con Emilio del Guercio y Rodolfo García); Necesito saber (La Minú Band); Tatuaje desnudo (Cabrío) y Restaurant del diablo (Salomar)”.

* Para los que deseen, el álbum Sinfonías para catedrales vivas se canjea en Mar del Plata por alimentos para el comedor Fueguitos (Uruguay 137, Mar del Plata). Otra manera de convenir su entrega es mandando un mail a fabispampinato@yahoo.com.ar. Aprovéchenlo: es una buena manera de ayudar y, a la vez, disfrutar de buena música.