miércoles, 1 de octubre de 2008

Al servicio del alma

Un bajo de seis cuerdas y una voz preciosa. De vez en cuando, una armónica, un sikus y un bombo legüero.
Y no, no hace falta más.
Cuando se tienen cualidades y buen gusto, en la música no hace falta la presencia de muchos elementos para trabajar al servicio de la profundidad. Tanto Willy González como Micaela Vita saben bien de eso: son ejecutantes impecables de sus instrumentos y parieron hace tres años este disco increíble, llamado Ares y mares. En él, revuelven el cancionero clásico del folklore latinoamericano y destrozan y reformulan estructuras, para volver épicas desde el minimalismo piezas ultraconocidas como Balderrama, Bailarín de los montes o la Baguala de Juan Poquito.

Todo es más simple si uno lo dice con palabras brutas: Willy González es una bestia. Y no sólo como bajista, ya que demuestra una capacidad notoria como arreglador, para que cada tema tenga su toque: cuando hace falta, arpegia, cuando no dibuja melodías, sino... ¡rasguea! De a ratos hace parecer que su bajo es una guitarra, pero no. Su laburo es impecable, él da la única base a la voz de Micaela, aunque aparezcan otros instrumentos para decorar y ambientar algunas piezas.
La voz de la muchacha no se queda atrás: es encantadora, tiene gracia, técnica y emoción. Con los cantantes no hay vuelta que darle, si se tiene gracia y estilo, ya está. Y a ella le sobran condiciones y caudal -prueben con Balderrama, notable- para ser una voz más que importante de la escena argentina, dentro del folclore y fuera de él.
Me cuesta seguir explicando y describiendo un disco tan bueno como este, con intérpretes tan consagrados a la música que desarrollan. Creo mejor ir a los bifes, de parte de ustedes, claro. Entonces: si es que los tienen, dejen de lado prejuicios y accedan ya a esta maravilla. Y después, si ven alguna fecha de ellos por ahí, vayan a verlos (avísenme así voy también): el show en vivo en tanto o más bueno que el propio disco.

Y bueno... agradecer... si quieren, después me agradecen.

TRACKLIST
1- Duerme negrito (Anónimo)
2- Bailarín de los montes (P. Carabajal)
3- Baguala de Juan Poquito (Walsh)
4- Criollita santiagueña (Chazarreta / Yupanqui)
5- Viejas promesas (P. Carabajal)
6- El Tímido (Carnota)
7- Zamba para Mercedes (T. Parodi / González)
8- Fina estampa (C. Granda)
9- Para Hugo Díaz (González)
10- Balderrama (Castilla / Leguizamón)
11- Mi charango (F. Ramos / González)
12- Chacarera de un triste (Hnos. Simón)
13- Zamba del Abuelo (Anónimo chileno / González)
14- El Avenido (Leguizamón)
15- Recuerdos de Ypacarai (Z. de Mirkin / D. Ortiz)

miércoles, 17 de septiembre de 2008

LMEDA Records – Hoy: El Flaco que no Sabemos Todos


Nuevo compilado de LMEDA Records. Ya saben de qué trata esto, así que vamos al grano...

Una sola cosa: Desde Privé, elegí esta para abrir porque me sonaba ideal para ello, simplemente es buen pop ochentoso, sin muchas complicaciones. Con batería real sería aún mejor, pero bueno... ya sabemos de las innovaciones de aquellos años; que ahora nos (me) suene horrible es otra cosa.

Estás acá: Su tema más rockero en los últimos 20 años. Editado en San Cristóforo, aquel rockero registro en vivo de los Socios del Desierto. Fue una de las novedades de esa placa, y no volvió a ser grabada en estudio.

Sombra de la noche negra: El glorioso Pescado 2 es uno de los mejores discos del rock argentino todo... y no es precisamente un compendio de hits. Tenía para elegir, me decidí por ella para mantener el tempo up, porque me gusta el solo y porque el estribillo me suena muy hardcore, y por lo tanto, muy adelantado. Temón.

Superchería: A pesar de estar en el disco de Spinetta más analizado y discutido -Artaud, claro- es una canción que pasa desapercibida al lado de otras más reconocidas por el gusto popular, como Todas las hojas son del viento o Bajan. Y cuando no se habla de esos, se habla de Cantata de puentes amarillos. Se olvidan de este excelente momento, musical y letrístico: “Siempre soñar, nunca creer: eso es lo que mata tu amor. Siempre desear, nunca tener: eso es lo que mata tu amor. Lo mismo da morir y amar”. Todavía se agradece.

Parvas: Casualidad o no, también desde otro disco doble, el segundo de Almendra, este rock de guitarras alocadas y letra ídem. Podría haber sido Para ir, o alguna otra de ese disco, porque del primero son todas conocidas y a El valle interior nunca le di bola. Pregunta eterna: ¿a qué se referirá el Flaco cuando canta “cien para mi, cien para el aire”?

Lago de forma mía: Letra surrealista bien Spinetta + despliegue armónico criminal bien Spinetta + melodía difícil pero muy bonita bien Spinetta = temazo. Incluida en el último disco del Flaco que logró cierta trascendencia popular -o eso me parece-, el casero Pelusón of milk.

Siempre en la pared: Pocos temas de su obra me suenan tan tristes como este. Téster de violencia es un disco que empecé a escuchar recién hace un par de meses, y en general tiende a este ánimo no muy feliz... Crónica del encierro, o de la depresión, o ambas. A mí me suena a canción cocainómana, no sé porqué.

Suspensión: Hierbas verdes, dragones que vomitan fuego, un bajo gordo, guitarras que machacan y riffean, cambios rítmicos y melódicos constantes... De Invisible había para elegir, pero me quedé con esta pieza porque quizá sea el tema que mejor equilibra la pesadez con lo melódico de aquel genial grupo. Ah, me encantan los coros de Machi.

Preciosa dama azul: Perlita oculta de un disco totalmente ignorado, quizá el más de toda su trayectoria. Hablo de Fuego gris, compuesto para musicalizar un filme del mismo nombre. Preciosa dama azul es un vals breve, con una armonía muy simple, de una niña que parece terminar mal. Menos de tres minutos y una canción preciosa, porque Spinetta es capaz de generar belleza con elementos simples, también.

La flor de Santo Tomé: Del reciente Pan, otra delicia sonora y de pluma. Exquisita y reposada, me agrada el desarrollo de la melodía en los versos, tiene algún sabor folclórico. Para echarse cómodo y escuchar a media luz.

Perdido en ti: El único rapto más o menos rockero -y hasta ahí- en un disco ultra tranquilo como Los ojos. Seis minutos y medio que tienen: letra triste, los coros geniales de Graciela Cosceri -sólo con hacer los “ah ah ah” que hace me alcanza- y un Flaco gritando su desolación por aquel amor modelo perdido. Recomendable como todo ese disco.

Paraíso: Una letra que por momentos parece dirigirse a un ser superior (“son tus hombres en el paraíso”) y en otros a aquellos mismos hombres. Guitarra limpia, y otra armonía genial que me hace pensar que el mundo sería mejor si más músicos se preocuparan por los detalles armónicos como hace Luis. (Nota: de no haber existido Gastón Pauls y su programa comprometido socialmente, de este disco quizá elegía Jardín de gente).

La búsqueda de la estrella: No suele ser común escuchar a Spinetta en temas de piano. El más conocido quizá sea Quedándote o yéndote. Esta genial canción, lo muestra sólo a voz y piano, en un plano intimista y a la vez rockero. La letra es magnífica, una de mis favoritas de él... y el “¿te parece?” del final le da un humorístico broche de oro. Imperdible.

Tu nombre sobre mi nombre: La solemnidad y la perfección acústica en una sola canción. Desde el hermoso unplugged, donde le bajó por un rato los decibeles a los Socios del Desierto, un momento que conmueve y merece ser escuchado con atención.

Yo miro tu amor: ¿Esto es Luis o los White Stripes? Guitarra bien podrida, rítmica simple, riff de esos, solo bien sucio... el retorno a los setentas rabiosos en 2004, reformulado. Suele tocar en vivo este tema, que podría haber sido el cierre del compilado, pero no...

Penumbra: porque el cierre es esta brillante canción, también del ignoradísimo Fuego gris. Me pareció ideal para este compiladito: totalmente desconocida, bonita y entradora para alguien que no conoce mucho de la obra del Flaco. De paso, como el corte de difusión del reciente Un mañana, Mi elemento, me hace acordar a este tema, queda como conexión entre el pasado y el presente.

Que lo disfruten.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Hasta pronto

...Porque, obvio, vamos a seguir escuchando Pink Floyd. Post inesperado, la verdad.
Si son pendejos o llegaron tarde... acá tienen un pedacito.




Gracias, maestro.

viernes, 5 de septiembre de 2008

Charlas de Rock

Anónimo 1: ¿Qué hacés negro, cómo va eso tanto tiempo? Años sin verte.
Anónimo 2: Acá ando che, sigo guitarreando como cuando íbamos al colegio.
A1: ¿Ah, sí, tenés banda?
A2: Sí, hace rato, nos va bastante bien...
A1: ¿Y cómo se hacen llamar?
A2: Drive-by Truckers
A1: Ah... lindo nombre. ¿Hace mucho que están?
A2: Y sí, desde el ’96. Qué preguntón que estás...
A1: Bueno, no lo puedo evitar, me pasa siempre. ¿Qué onda hacen?
A2: Uh, esa pregunta cuesta siempre. Qué se yo... rock.
A1: Esa palabra es muy amplia. ¿Heavy, punk, qué?
A2: ¡Qué se yo! Rock... me cuesta definir mi música, es difícil. ¿Viste cuando escuchás una banda y decís “esto es rock”? Bueno, así.
A1: Ajá. ¿Rock bien duro, con actitud?
A2: Sí. Bah, tenemos momentos medio country, pop. Y sureños. No sé, es jodido afirmar y etiquetar en la música, es todo tan difuso...
A1: Bueno, pero más o menos... ¿Y qué disco me recomendás?
A2: Qué pesado, averiguá algo vos, ni idea. No me gusta que me pregunten estas cosas, nunca se qué contestar...
A1: Pará, ¿tienen muchos discos?
A2: Sí, unos cuantos. Nueve, más precisamente.
A1: ¿Y cuál me bajo?
A2: Hijo de puta, ¿encima te vas a bajar el disco de tu mejor amigo de la infancia? Compralo, rata.
A1: Estoy pobre... ¿qué querés que haga?
A2: No sé, hacé lo que quieras.
A1: Bueno... ¿entonces cuál bajo?
A2: No te banco más hermano, basta de preguntas.
A1: Che, qué mala onda, ni me preguntaste por mí. ¿No te interesa?
A2: No. Bajate The dirty south y andá a la concha de tu madre, filósofo. Chau.

miércoles, 27 de agosto de 2008

Siempre tan alegre, vos...

Berlin es el tercer disco solista de este arisco hombre del rock llamado Lou Reed. La definición de Wikipedia respecto de él es más que elocuente, cierta en más de un punto; la enciclopedia virtual lo define como una tragic rock opera.
Reed cuenta en Berlin los andares de una muchacha de las calles, Caroline, y su respectiva relación con un yonqui de nombre Jim. Se imaginarán que la historia no es precisamente un cuento de hadas, o una película de Suar... El detalle -esos detalles que nunca son tan pequeños para pasar por alto- es que Caroline es alemana, y el yonqui, yanqui. ¿Y? Siendo un poco rialista, me animaría a afirmar que la puta alemana es nada menos que Nico, la dama que cantara en la primera grabación profesional que hizo Lou en su vida -el glorioso The Velvet Underground & Nico, claro; los de la fotito de arriba- y Jim, un tal James Morrison. Lo gracioso es que di cuenta de esto cuando empecé a buscar info sobre el disco. Claro, cabe explicar que en la vida real, Jim y Nico fueron amantes.
Igual, esto es un dato de color si uno desglosa el álbum desde sus formas musicales...

Berlin agobia por todos lados, ahoga. Desde la siempre cruel y seca forma de cantar del narrador, desarrolla piezas de difícil digestión. Historias sombrías, drogas, depresión, tristeza y violencia son los temas recurrentes, todo en un marco de decadencia extrema como sólo este muchacho lo podría hacer. (Sí, leen bien, todas esas cosas lindas en un solo disco). Además, Lou cuenta con un seleccionado de músicos envidiable -entre ellos, Steve Winwood-, y la producción de Bob Ezrin.
Sólo por ser selectivo y todo lo breve que puedo (nada), voy a elegir las tres piezas que siento como claves en el desarrollo de la obra:
Men of good fortune es la primera. La voz de Reed tiene la expresión justa y necesaria, en especial cuando canta la frase “and me… I just don’t care at all” y te convence totalmente de que, sí, a ese tipo no le importa nada de nada. La sección rítmica del tema es excelente: escuchen el increíble bajo, en esta gema y en todo el disco, de parte de Jack Bruce -afirmativo, el de Cream- y la intensidad lograda. La canción data de épocas primigenias de Velvet, pero recién aquí fue incluida. Decisión acertada de parte de su autor reflotarla para este momento de su carrera.
La segunda pieza clave es The kids, que cuenta cómo Carolinita es alejada de sus hijos por la ley (o sea, le sacan a los pibes por mala madre; según canta el hermano mayor y perdido, de Maximiliano Guerra). Es otro momento -quizá “el” momento- desesperante, de guitarras acústicas pero una densidad que supera ampliamente ese formato. Si uno no supiera de qué habla, podría tomarla como una canción austeramente alegre. Eso, hasta que escucha los llantos de niños al promediar el tema. La Wiki dice al respecto que los pequeños son nada menos que los hijos del productor, quien habría cometido la bestialidad de decirles a sus críos que la madre los había abandonado... ¡para luego grabarlos llorando! (Nota 1: y uno pensaba que el único productor loco era Phil Spector). (Nota 2: Ezrin se encargó de desmentir el mito, pero la gerencia de este blog ha decidido dejar el dato como cierto porque queda bien con la onda del disco). Tan feo suena ese intermezzo desesperante de los niños sollozando y a los gritos por su mami con un fondo musical de acordes mayores, que trajo como resultado la prohibición del tema en muchos países.

La tercera pieza es la clave, y merece este párrafo aparte. Una de las mejores composiciones que Reed haya hecho jamás, tiene todos los elementos de canción perfecta. Otra interpretación majestuosa de su voz, orquestación ídem, pasajes musicales brillantes... No por nada es el cierre del disco, luego de The bed, que narra el suicidio de la dama germana. Sisí, hablo de Sad song. ¿De qué otra forma podría terminar Berlin? Una canción con ese nombre y sentido de la épica triste -ya hablé millones de veces de esto en el blog, así que no explico de vuelta-, con Lou diciendo el estribillo con la voz más grave y fulera que puede, pero acompañado de coros que lo contrastan de fondo; más una sección de cuerdas simple y deliciosa, que repite una melodía que se hará mantra para fundirse en el final. Notable.

En fin, supongo que este es uno de los discos más bajoneros y crueles de la historia del rock... Y si se tiene en cuenta que salió después de su intento solista más reconocido y up, Transformer, no queda más que agradecer por una obra maestra sobre las miserias humanas y todo lo que traen, llevan y dejan. Alguien lo tenía que hacer y nadie lo podría haber hecho mejor que Reed, un pesado de verdad.

domingo, 27 de julio de 2008


Es re melanco.

Es una artista total.

Es sensible y mata de una.

Vive lejos pero la visitaría seguido.

Es, o al menos quiere ser, the greatest.

Es simple pero a la vez necesariamente rara.

Es de las que están al costado pero llama la atención.

Es mi mejor descubrimiento en estos últimos tiempos.

lunes, 7 de julio de 2008

LMEDA Records presenta: Redondas canciones de amor

Mi oreja lo pedía cada vez que escuchaba alguna de esas canciones en un medio de transporte, lugar público, hogar o prisión (mentira, prisión no). Es simple, las canciones de amor de los Redondos alegran el corazón, mueven algo, aunque suene simplista decir sólo eso: gracias a ellas, este nuevo compilado de LMEDA Records. Sí, sé que muchas son conocidas y las hemos escuchado hasta el hartazgo, pero piénsenlo: está bueno tenerlas todas juntas, de hecho lo he probado y... ¡te ponen de muy buen humor!

(Ahora, el desglose una por una).

El tesoro de los inocentes: Elijo esta para empezar, porque la letra me parece de un valor inmenso. No es una canción de amor hacia una dama, sino que parece hablar -digo así porque nunca se sabe con Solari- de la necesidad fundamental del amor en un mundo contaminado por la maldad del hombre. El momento culmine es el estribillo y su frase: “si no hay amor que no haya nada entonces”.
Parece dirigida a quienes hacen mal al mundo desde su sector de poder -no sé si es específicamente para los políticos; también puede ser una forma de hablar del egoísmo-, y no se dan cuenta de que el verdadero tesoro no lo compran jugando “a primero yo, y después a también yo”, como canta el pelado en una parte. Es raro definirla como “canción de amor”, es más bien “del amor”. Supongo que se entiende la diferencia.

Gualicho: Perlita de Último bondi a Finisterre, creo que es el único momento de luz en aquel disco oscuro de finales de los noventa. Acústicas, clima, y una de las tantas letras de ellos con alguna cita a los juegos de azar, en ese estribillo que se lamenta por lo que “cuesta armar un full”: una excelente metáfora sobre lo que cuesta sostener una relación para que luego desvanezca de un día para el otro.
Grandiosa canción de olvido y despedida... ¡El comienzo de la intro de guitarra es igual a Alive de Pearl Jam! ¿Habrá sido a propósito?

Esa estrella era mi lujo: Otra que transita la misma senda, un clasicazo indestructible de toda su carrera. La letra es simple y concisa, va al grano y relata sin muchos detalles una relación de esas… breves. El protagonista se siente un iluso por haber sido usado al gusto de una bonita compañera. (Indio, no te quejes que en esa época no eras tan conocido…). La introducción es maravillosa y la melodía de la estrofa final, también. Le da el marco y la emotividad de una real canción de amor a una oda más fugaz. Recién escuchándola hoy, me doy cuenta de algo en muchos temas de ellos: los coros los hace Skay y siempre creí que eran segundas voces de Solari.

El viaje de las partículas: Del último de Skay, esta cancioncita mueve la emoción desde la simpleza, empezando por el punteo de la introducción, hasta llegar a su estribillo, que luego de una letra que parece hablar del fin del mundo -o de cómo se está yendo a la mierda... hace miles de años- concluye con el protagonista declarándole a su amada: “quedará para siempre tu mirada en mis ojos, aunque un día la tierra deje de girar”. Más allá de todo lo que se ha dicho de ella, la Negra Poly también tiene sus canciones de amor.

Murga de la virgencita: Este tema está incluido en un disco que resignifica la palabra murga: cuando en Momo sampler aparece el término, lo hace como sinónimo del dolor. Bueno, de eso trata esta grandiosa pieza, con reminiscencias al U2 más moderno: los andares de una puta argentina, Marita, con descripciones del Indio que, cada vez que vuelvo a leer la letra, me hacen creer que es la canción definitiva a una trabajadora de las calles. De amor y sufrimiento.

Tarea fina: De esta no hay mucho que decir, es clara como el agua. Un pobre muchacho busca conquistar a una dama que prefiere codearse con la alta sociedad. O sea, la clásica canción del loser al que la minita ambiciosa no le da pelota. Claro, otra vez los slogans del cantante convierten a la letra en una genialidad. Y eso, sumado a una bonita melodía, y un buen acompañamiento musical convierten a Tarea fina en, quizá, la canción de amor estándar de los Redondos. No está nada mal ese título.
(De todas formas, lo mejor es el mito que encierra la letra: dicen las lenguas rialistas del rock que Carlitos le hizo la canción a Karina Rabolini, que después de estar junto a él se fue con el actual gobernador de la provincia de Buenos Aires. Nunca lo sabremos).

Caña seca y un membrillo: “Vamos negrita, baila hasta el fin, vamos negrita, hacélo por mí”. El estribillo ya dice todo, no jodamos. Y vos, negrita, bailá y no rompas las bolas.

Un poco de amor francés: La más conocida de todas, uno de los pocos hits de toda su carrera (obviando que con el tiempo casi todas sus canciones se han convertido en un clásico para cientos de miles de jóvenes de por aquí). En este caso, aunque partan del mismo disco, no sucede lo de Tarea fina: la mina conquista al señor luego de afirmar que “el lujo es vulgaridad”. El riff de la intro es un clásico, Skay marca registrada.

La pequeña novia del carioca: ¡Redondos cuasi trip-hoperos! Esta pieza, una de las canciones de amor menos conocidas de su repertorio, me mata por su musicalidad. Por empezar, el tono de la voz relatora es escalofriante aunque a su vez brinde calor. La música es chiquita durante los versos, pero explota en el estribillo, de licores y malas ideas: otra oda a la fugacidad. Una gema oculta y oscura, definitivamente brillante en su concepción.

El pibe de los astilleros: Este tema le debe al riff de guitarra, al menos, la mitad de su éxito. En cuanto a la letra... iba a hacer mi pequeño análisis, pero encontré éste tan increíble en Taringa… que mejor se los dejo.

La hija del fletero: La unión de las palabras “linda” e “infinita” en una frase que describe a la hija de un fletero, ya merece palmas. Sólo ellos podrían hacer un tema con tal nombre y que quede bien. Esta vez, la protagonista marcha a Europa -más precisamente, a Madrid- el tipo queda dolido y no se anima siquiera a leer las cartas de ella que, sabe, recibió. Durante toda la letra, en vez de disparar contra la dama, o bien describirla, quien canta recuerda los reclamos que ella la hacía (“no calentás la misma cama por dos noches”) e incluso se bastardea a sí mismo, de manera lapidaria: “siempre fui menos que mi reputación”.

Lágrimas y cenizas: Otra de Skay, desde su primer disco, A través del mar de los Sargazos. Épica por todos lados, de letra y orquestación.

Una piba con la remera de Greenpeace: Quizá, la canción de amor definitiva de los Redondos haya llegado en su último disco. De letra y música impecables, no hace agua en ningún lado. Descripciones geniales como siempre, un método similar al de La pequeña novia… respecto de la estructura versos-estribillo -del susurro al grito con un bonito puente en el medio- y la emoción a flor de piel, en otra historia de toques sufridos.

Mi genio amor: Voy a morir sin comprender cómo puede ser que esta canción no haya sido incluida en Gulp, me parece inconcebible desde la primera vez que la escuché que no haya formado parte de aquel disco debut. Algunos pasajes musicales me recuerdan a The Police, y la letra... bueno, no voy a cansar diciendo lo mismo que en todos los temas anteriores.
Ustedes sólo disfruten.

miércoles, 25 de junio de 2008

20

Veinte años. Esa edad tenía Paul Weller cuando llevó a cabo una de las mejores y más ambiciosas obras del rock de fines de los setenta en Gran Bretaña. Se suele creer que la ambición musical está en la pomposidad pero el caso de él demuestra todo lo contrario: revisitó -y revistió- el mod desde los años del punk y para All mod cons, disco del que estoy hablando -el que sepa inglés, lea: “The lyrics of the song All mod cons features Weller attacking the fact that many of the benefits of fame fall with a lack of commercial success (something he suffered when the Jam's second album This is the modern world failed to be as commercially success as their debut). The lyrics criticize fickle people who attach themselves to people who enjoy success and leave them once that is over. The phrase "all mod cons", short for "all modern conveniences", is a British idiom one might find in housing advertisements. The title is a play on the word mod, in reference to the band being part of the mod revival”-, le agregó a The Jam una dosis de pop clásico británico que no había aparecido en sus dos muestras anteriores.
Veinte años. Y acá se dice que veinte años no son nada. Y el noventa por ciento de los referentes rockeros argentinos tiene el doble de edad. ¡Algunos el triple!

La cosa es simple: Weller, empujado por la ola del punk, se subió a ella por una cuestión generacional, para luego abrirse y abrirla a otros horizontes. En el año del despegue y el quilombo, los Jam editaron dos discos, cercanos a lo que sonaba por todos lados. Aunque se notaba que ahí había otro germen. Este tercer disco fue la confirmación: el homenaje a los Kinks fue una reverencia poco común dentro de la escena a la que pertenecían, anti-dinosaurios. English rose, una de las canciones de amor más perfectas que he escuchado, mostró que ellos no eran un guitarrazo y ya. O sea: no eran los Sex Pistols. Había actitud, pero también algo de fondo: músicos. The Jam lejos estaba de ser Weller a la deriva con dos sesionistas. Quién pudiera tener el bajo de Bruce Foxton en su sala de ensayo, y el esquizo ritmo de Rick Buckler.
La pertenencia punk de esta gran banda, creo, tiene más que ver con una cuestión generacional y actitudinal de sus comienzos: como todo grupo importante, The Jam trascendió el género. Los Ramones, por ejemplo, desarrollaron durante toda su vida musical un estilo con pocas variantes, siempre cercano a su origen. Otros, como Clash y Jam, se fueron despegando. Por eso, los doce componentes de All mod cons conforman un ideal equilibrio entre la bella sonoridad de melodías tranquilas, la velocidad traducida a temas cortos y furibundos -quizá el rasgo que mantiene dentro de disco punk a un álbum que excede notoriamente ese mote pequeño- y canciones indestructibles como la citada English rose, Fly o In the crowd. Y el tipo tenía veinte años.

Pinchen si no probaron esto todavía.

martes, 10 de junio de 2008

Primeras impresiones de un tipo triste

No sé si será por el frío reinante en Buenos Aires -con el comedor de casa como epicentro, claro, o al menos eso piensa mi flaco esqueleto- pero nunca me había pasado que la primera vez que escucho un disco se me ponga la piel de gallina. Recién ahora llego al mundo Leonard Cohen y me arrepiento de haberlo hecho tan tarde.
Aunque más vale tarde que nunca, dicen, y esto lo demuestra perfecto.
Llegué a Songs of Leonard Cohen medio de casualidad: revolviendo en Musimundo encontré un par de discos del hombre en cuestión, y me acordé de que todavía no tenía nada, ni en mp3. Como no tenía la más mínima idea respecto de su discografía, no supe si era uno de grandes éxitos o no (el nombre sembraba la duda). Me gustó la tapa, eso sí. Pero aquel día me olvidé de buscar para ver de qué época era el álbum. Otro día, de vuelta hurgando, lo volví a ver. Ahí sí recurrí a mi regreso a San Google, y me encontré con que era su primer registro, de hace nada menos que 41 años. Leí un poco su biografía y bajé el disco -también Songs from a room y Songs of love and hate, los que le siguen- que quedó colgado en Mi música un par de semanas hasta hace un rato.
La primera impresión que tengo de Cohen me hace pensar en él como la mezcla en partes perfectas entre Bob Dylan y Lou Reed. Ni hablar que uno no se puede guiar por primeras impresiones -o sea, no lo hagan si es que no tienen noción de él- pero es lo primero que me surgió cuando lo escuché cantar: esa voz grave y triste, tan Reed que asusta. No sé si uno copió al otro ni me interesa, adoro esa forma de narrar las canciones, entre el desgano y la melodía. Lo de Dylan quizá vaya más por el lado musical, cercano al Zimmerman más triste y desértico. No hablo de las letras porque todavía no me sumergí en ellas, ahí no puedo comparar.
Podría esperar para hacer un análisis -supuestamente- más profundo del disco y de Cohen en general, pero si un disco te da escalofríos la primera vez que lo escuchás... supongo que tiene que estar bien. Hagan su propia crítica, y de paso me pueden contar si alguna vez les pasó eso. La verdad que está buenísimo.

lunes, 2 de junio de 2008

Observaciones por decantación de cuatro fantásticos

- Cuando un grupo deja a la posteridad una obra excelsa en un período tan breve, suele suceder algo más que particular: todos sus discos son buenísimos y cuesta elegir uno.
- Seru Giran fue uno de esos grupos: sacó cinco discos en igual cantidad de años de vida -uno en vivo- y se me hace imposible decidirme por el mejor.
- Nunca me gustó la calificación de Beatles criollos que les encajaron, no termino de comprenderla del todo. A pesar de algunas similitudes -dos cantantes, a la vez compositores; y la obviedad de que ambas bandas estaban compuestas por cuatro integrantes- nadie puede ser comparado a los cuatro de Liverpool. Quizá sea eso.
- Siempre es bueno volver a Charly. Más allá de que a veces me ofenda o entristezca su presente, repasar sus discos de estas épocas te hace acordar por qué es quien es. Su legado musical ya está, lo que el tipo deja para nuestros oídos es por demás suficiente y no deberíamos exigirle algo que probablemente ya no pueda dar.
- No sé cuántos grupos hubo en Argentina con cuatro músicos tan buenos...
- Recuerdo una aparición televisiva de Pappo -en el programa Tiene la palabra del canal que desinforma- en la que se refirió a los Sui Generis como “un idiota con una flautita y otro con una guitarrita”. Pero cuando lo escuché hablar de Seru Giran, dijo “buena música... pero no rock”.
- Qué gracioso que era Pappo cuando determinaba qué era rock y qué no (acá me fui de tema, perdón).
- El estilo de David Lebón -para cantar, me refiero- es tan irritante... que lo amás. Prueben con Parado en el medio de la vida o San Francisco y el lobo.
- Las portadas de sus discos son horribles. Aunque la de La grasa de las capitales es ironía pura y con eso basta.
- Sus temas instrumentales matan.
- Lástima que nunca sacaron un disco entero dedicado a eso.
- Aquellos destellos de humor genial en las canciones de Charly de los ’80… ¡desaparecieron hace rato!
- Peperina, su último disco de estudio -olvidemos piadosa y necesariamente el registro discográfico del regreso noventero- tiene dos canciones que (me) matan: si alguien me pidiese un breve compilado de García entrarían seguro. Me refiero a Llorando en el espejo y Cinema verité...
- La frialdad de Llorando... es criminal. Su letra, su armonía, el estribillo cantado que no se repite, la línea blanca, el final con el ritmo sostenido... creo que es mi favorita de todo Charly.
- ¿Este país nunca va a tener otro grupo como Seru Giran?...