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jueves, 24 de diciembre de 2015

Historia de una confusión: el carnaval que ha regresado

¿Qué pensaría el Indio Solari si pusiera un disco de su propia obra en su computadora hogareña y en la categoría género el Reproductor de Windows Media le espetara un tremebundo e inexacto latin? Podemos sospechar que no le caería muy en gracia, en especial si el disco es nada menos que Momo sampler, que tiene tanto de latin como Pink Floyd. Pero esto es lo que pasa, en efecto, cuando ponés el CD en la PC. Todo el esfuerzo en pos de reforzar un modelo de canción distintivo, una reorganización moderna de tu sonido, destruido en cuestión de segundos: los que toma introducir un disco en el ordenador y que salte la cubierta negra con la máscara-escapulario. El reduccionismo tal vez se ocupe sólo de la parte momo del título, aunque suponemos que obedece a cuestiones técnicas de los compiladores virtuales (que también pifian el año y traen a Momo hasta 2006).

Algo queda en evidencia en esta pavada técnica: ni el presente ayuda a esclarecer las bondades de Momo sampler, como si su historia sólo pudiera tratarse de confusión. Quizá las cosas estaban tan al alcance de la mano que decidimos hacerles “oso” y preferimos dejarlas pasar.

Primero lo primero: que éste es un disco de quiebre nadie lo duda. Pero ello no obedece en exclusiva al fin de los Redondos como grupo, sino también al desvanecimiento de una etapa social y política que implosionaría como las Torres Gemelas en 2001. Eso está en el álbum, casi a primera vista, un año antes de nuestro derrumbe: los últimos gemidos de la fiesta vistos desde los dos lados de la torta, el de los que se creían winners pero iban a desbarrancar dentro de nada, y el de los renegados que hacía rato no asomaban la cabeza (con Marita, la prostituta-virgen, como figura estelar). La coyuntura asoma la cabeza canción tras canción: el rubio que se tragaba cien lucas y ahora hace lo que puede para vivir; el Morta que quiere que le chupen la pija hasta desaparecérsela; el retorno del Zumba y su platino de American Express, trucho; el alcohólico decadente de “Murga purga” (uno tiende a creer que todos los disparos de este estilo por parte de Solari son para Enrique Symns; vaya a saber para quién va esta vez); el flaco rescatado pero al fin descerebrado de “Pensando como una acelga”; la frágil piba con la remera de Greenpeace, pendeja pero madura; el tumbero rociado de perfumes imposibles. Gente más bien deprimente, un corso por el que desfilan a) los patéticos que se las sabían todas y luego mordieron el polvo y b) los patetizados de siempre, eternas sobras del descarte político.



Por eso la palabra murga no es la major key para introducirnos a un mundo de tambores, negros y danza comunal; todo lo contrario: es el password para encauzar a esa banda de dolorosos por inconscientes, indolentes o desclasados (va esa murga desencantada). Como esos equipos de fútbol que no dan tres pases seguidos, desatienden los espacios a la hora de defenderse, sus delanteros pifian a la pelota cuando se les entrega en los pies y el arquero descuelga los centros dentro de su propio arco: así es la murga de este Momo artificial. De esas murgas. Si el presagio estaba frente a nuestros ojos, se prefirió creer que los personajes de esta historieta eran “los de siempre” en las letras del Indio. Y puede que lo fueran, pero así como eran los de siempre, eran, como nunca, los de entonces. En esa omisión está una de las derrotas de Momo sampler: estábamos demasiado adentro para verlo. (Ungido Mauricio Macri como presidente, no queda otra que suponer que hay cosas que no se pueden arrancar de cuajo. También es probable que haya unos cuantos que... quieren más japinés).

***

Los Redondos no fueron los únicos en tirar el anzuelo aquel año 2000. Los tres grupos que heredaron sus columnas de fanáticos (Los Piojos, La Renga y Bersuit) también publicaron discos. Curiosamente, La Renga apostó a profundizar su mística barrial en La esquina del infinito, sin dar claras referencias de la actualidad (aunque la de la esquina era una, y elocuente). En los discos de Los Piojos y Bersuit sí había una bajada de línea algo más clara. Verde paisaje del infierno -vaya título- cerraba nada menos que con una plegaria para Arturo Jauretche, elevado al nivel de santo; el álbum de Bersuit directamente se llamó Hijos del culo: “el hijo del culo es ese tipo nacido por atrás, que vive en el culo del mundo, que fue cagado durante muchos años y que está hecho mierda”, explicaba Gustavo Cordera, que cofirmó “Veneno de humanidad”, con estas líneas:

Bronca derramada 
Escondida bajo el mantel
No se dice nada 
Y se miente tanto después
Esa copa volcada 
Una mancha puede traer
Que se fundan las ganas
Y que el mundo gire al revés



También Divididos hizo un repaso de lo sucedido. Narigón del siglo... marcó su cumbre, así de rápido, de la era 2000, entre el renacer de Ricardo Mollo (productor de los discos de Los Piojos y La Renga) y el final del menemismo (chequear “La gente se divierte”, “La firma del opa”). Andrés Calamaro se ganaría el pulgar arriba del indie y las loas del mismísimo Indio Solari gracias al desbocado, desaforado y demencial El salmón, un disco quíntuple en días de recesión, todo un gesto: “Vigilante medio argentino” sigue siendo una foto exacta del medio pelo hipócrita. Pero lo que en estos discos era una polaroid o el simple equilibrio de tensiones, en Momo sampler era... el disco entero. Al menos en el plano más ridículamente analizado de su música: las letras.

***

El conglomerado sonoro era mucho más que las letras: el disco completaba, por lo pronto, la trilogía de álbumes redondos con sonido internacional. Pepeto de la Rúa había sostenido el 1 a 1 y el grupo hacía el resto en Nueva York. Pero... ¿el grupo? En realidad, todo quedaba reducido casi por completo a las obsesiones de Solari, Beilinson y la designada como ingeniera psíquica, Poli. En una entrevista con Clarín antes de los shows en River (o sea, antes de Momo sampler), lo primero que se leía era que los Redondos eran ellos tres, dicho por el propio Indio, que también daba pistas sobre lo que vendría: “Yo creo que el rock de escenarios es más parecido al teatro y la música que estamos haciendo ahora es más parecida al cine. Tenemos un horizonte de guitarras y bajos sobre el que me interesa poner algunos obstáculos de sonido”. A la vez, diferenciaba su producción de lo puramente tecno: “La gente confunde mucho el género tecno con la aventura tecno. La aventura tecno no tiene nada que ver con el género que reclama para sí una serie de standars como el jungle que son cosas que tratamos de no usar porque son efímeras. Lo que aprovechamos nosotros es la emulación de sonidos. En realidad, son como tropiezos tecno”.

Así, el Indio se anticipa al cartel que tantos años después cuelga sobre Momo sampler: en el imaginario, sigue siendo el álbum tecno de los Redondos, aún más que Último bondi a Finisterre. Y en verdad, lo de “tropiezos tecno” funciona a la perfección para describir la función maquinal de la tecnología en el disco, que nunca termina de pasar al frente y es un color más para la paleta (un color intenso, sí). La pulida producción y la ausencia de hits -en verdad, en los Redondos nunca hubo hits salvo casos excepcionales como “Mi perro dinamita”- hicieron el resto para que el recuerdo engañe, pero el corazón, sobre todo, es el mismo: la soberbia guitarra de Skay Beilinson, quizá dando su mejor show. Tal vez, y como repite el calvo cantante en las notas de la época (y en el Test para el colono virtual), la cita a Rose Bertin sea menester a la hora de volver al disco y repensar los sucesos políticos de estas horas: “Sólo es nuevo lo que hemos olvidado”. Al parecer, nuestra memoria musical se parece más de lo que creíamos a nuestra consciencia política. Y hay cosas que no cambian: el carnaval ha vuelto.

[En la próxima nota de este especial, Beilinson/Solari, solistas.
Lo que ya pasó pueden leerlo acá:
De regreso a Momo, la introducción
Momo (y todo lo demás) por ellos
Vale la pena la leyenda del futuro, por Federico Anzardi
Notas sobre el rock argentino en democracia: “Momo sampler”, por José Miccio]

jueves, 19 de marzo de 2015

Música argentina del Siglo XXI. Artistas más votados: #7, Divididos


Por Federico Anzardi
Periodista (ex editor de Rock Salta, editor del blog Frases rockeras)

En 1998, una pancreatitis está a punto de matar a Diego Arnedo. La enfermedad obliga al bajista a bajar muchos cambios y a Divididos a replantear su carrera, por entonces incierta después del autoboicot por el éxito de La era de la boludez. Ese año aparece Gol de mujer, un compilado de lugares comunes del grupo. Un penal fuerte y al medio.

En febrero de 2000, el Suplemento Sí! pone en tapa a un Ricardo Mollo flaco que contrasta con el gordo que se comía las cuerdas de sus guitarras. El impactante cambio es “la consecuencia visible de una fuerte transformación interior”. “No sé qué hacer con mi pasado, con mi presente y mucho menos con mi futuro”, dice, contento con su incertidumbre existencial porque la ve como un nuevo comienzo. Ese año empieza a tomar clases de canto. El tipo que gritaba y roncaba despierto en la aplanadora noventosa comienza a dejarle el micrófono a un cantante limpio y profundo.

Divididos madura hasta posicionar esa revolución del ser en el lugar más importante de su motor creativo. Convierte a Ricardo Mollo en el gran protagonista de los últimos quince años de la banda. Narigón del siglo, yo te dejo perfumado en la esquina para siempre, publicado a principios de 2000, es la primera señal del cambio.

Para grabar el álbum, el grupo aprovecha el 1 a 1 y se instala en Abbey Road. La experiencia londinense entrega dos grupos de canciones separadas por temáticas bien definidas, a medio camino entre el sonido clásico de la banda y la innovación. Con el tiempo se convierte en uno de los discos más celebrados del trío.

Lo primero que se escucha en el disco es la radiografía social de un país cíclico. Divididos vuelve a hablar de una era de la boludez que sigue su curso. Narigón… marca características que van más allá del cambio de siglo. Señala la tendencia nacional a estallar siempre a fin de año, logrando una “mezcla rara de angustia y cañita voladora”. “La firma del opa” habla del menemismo en fuga y está musicalizada con un tambor metálico que le da un aire de gobierno de república bananera.
La otra sección de canciones es la más atractiva y representa el verdadero cambio. “Par mil”, “Qué pasa conmigo”, “Vida de topo” y “Spaghetti del rock” forman la columna vertebral de la renovación espiritual. Con una balalaika tocada por Arnedo y tablas hindúes a cargo del baterista Jorge Araujo, Mollo desinfla su ego reconociendo no ser tan importante y aclara que lo suyo no es una cuestión religiosa, sino una búsqueda interior que espera encontrar el alma. Probablemente golpeado por una separación traumática que lo lleva a preguntarse qué pasa con él y a empezar a entender que se agranda con un poco de amor, el flaco Ricardo no quiere angustia ni soledad. “Spaghetti del rock”, una balada con cuerdas y estribillo FM es una incursión inédita para la banda. Con la sensibilidad a flor de piel, Divididos deja de lado sus clásicas letras abstractas y pone las emociones al frente.

El 2000, año fundamental para Divididos, sienta las bases del futuro. En doce meses, el trío avisa que no se va a quedar quieto. La presentación de Narigón del siglo... en el Luna Park junto a DJ Zuker, el show experimental en la desaparecida FM Supernova y el concierto en el Pucará de Tilcara son muchos hitos en poco tiempo.

La mezcla rara de angustia y cañita voladora aparece otra vez en diciembre de 2001. Menos de un año después, Divididos vuelve a editar un disco mitad existencial y mitad escrito con el diario. Vengo del placard de otro es un álbum heterogéneo y desparejo, donde se percibe a un trío que todavía está buscando “qué puertas abrir, qué puertas cerrar”. Las morcillas de la tapa no sólo son el moretón del golpazo nacional post Fernando de la Rúa, también funcionan como cicatriz de la banda. El grupo atraviesa la tranquilidad después de la paliza, aún sin saber para dónde ir. La foto interna, con Arnedo en camilla tras haber sido asaltado y golpeado, es más que apropiada.

Otra vez, lo mejor está en la búsqueda interior. “Puertas” es una gran metáfora del caos mental y los desafíos de comenzar de nuevo. La inclusión de “Guanuqueando”, de Ricardo Vilca, grabada en vivo en Tilcara, no sorprende. Es un paso más en el camino folclórico de la banda. A Mollo se lo escucha mejor. En todo el disco ya canta distinto, pero acá disfruta en medio de un clima de peña no marketinera, sin ponchos. El audio que cierra el álbum (“Uei paesano”) parece agregado de apuro para respetar la cuota absurda de cada disco. Es un trabajo con poco humor, de recuperación y volver a ponerse de pie. Narigón del siglo... había sido el impulso, Vengo… es la duda, el preguntarse si el cambio es efectivamente posible.

La búsqueda continua en 2003 con un show acústico en el teatro Gran Rex, editado en un álbum doble llamado Vivo acá. Sirve para romper prejuicios y mejorar canciones. En 2004, Jorge Araujo abandona el grupo y lo reemplaza Catriel Ciavarella, el cuarto y hasta ahora definitivo baterista de la banda. Comienza entonces un ostracismo discográfico que impacienta a los fanáticos y a la prensa. Se vislumbra un Chinese Democracy autóctono. Pero el proceso que había comenzado en 1998 está consolidándose internamente.

“Más vale que los rockeros jamás se topen con los personajes hijos de puta demonios colaterales del gran estupefaciente de la represión que pretende conducirnos por el camino de la profesionalidad. Porque en esa profesionalidad se establece un juego que contradice a la liberación, que pudre el instinto, que modifica como un cáncer incontenible la piel original de la idea creada”, escribió un Spinetta rabioso en 1973 en su manifiesto Rock, música dura, la suicidada por la sociedad. Amapola del 66, publicado en marzo de 2010, reivindica las ideas del rock que originaron el movimiento en nuestro país y provocaron que Mollo y Arnedo se hicieran músicos. El disco rechaza la industria que reemplazó la angustia existencial de los inicios y que moviliza todo proceso creativo.

“Muerto a laburar” y “Amapola del 66” resumen la idea del disco. En la primera canción, Luca Prodan es utilizado por la maquinaria discográfica y comercial del rock, que lo vuelve morbo-pasión, bandera y ringtone. En la segunda, Mollo canta mejor que nunca y dice que el tiempo es hoy, abriendo un círculo que se cierra dos temas después, en “Senderos”: allí explica que viene de ayer, pero no es el ayer. Mañana es mejor. Spinetta omnipresente. Los herederos del Flaco podrían cobrar regalías por este álbum. Amapola del 66 no es una reedición de los viejos valores, sino una redención del ingenuo sueño del rock que sirve para trascender al ser, encontrar el alma.

En los últimos quince años, Ricardo Mollo y Diego Arnedo sumaron a su gran capacidad instrumental y compositiva un elemento que es más difícil de encontrar y que no aparece sólo por ensayar mucho con el baterista de turno: aprendieron a hablar sólo cuando tienen algo para decir. Alcanzaron la madurez conociendo sus tiempos. Nada suena forzado en el Divididos actual. Porque bebe de sus influencias y convicciones más profundas para mirar al futuro.


[Foto por Ignacio Arnedo]

miércoles, 14 de abril de 2010

Hay novedades en el titular


Tenía pensado cerrar el blog luego de la nota a Nebbia. Pero vamos a continuarlo. Gracias a todos por las buenas ondas, todavía me pongo contento cuando veo mi foto con él y también cuando leo lo que salió.
En fin... volvamos a lo nuestro, que sinceramente no sé qué es.

Les comento algunas novedades que el (mi) mundo musical ha tenido en estos últimos días semanas meses y me han resultado gratas, curiosas y/o interesantes:

- Divididos por fin sacó disco nuevo y me gustó. Más allá de un par de temas que siento que están de más -¡imagino que si Mollo y Arnedo leen esto no van a poder dormir!- creo que Amapola del 66 es un muy buen retorno: con logradas zapadas, excelentes momentos cuando se acercan a su veta folclórica (Avanzando retroceden es muy emotivo y profundo, escuchar cantar así a Diego Arnedo no es común; Boyar nocturno me remite positivamente a Gárgara larga y al Divididos que me gusta por intenso y denso). Eso, más algunas melodías redondas (Muerto a laburar, Buscando un ángel, la mismísima Amapola) da como resultado un disco con su sello inconfundible y ese sonido único. A renovar el repertorio, entonces.
Y podrían bajarle el precio muchachos, 70 mangos es un número que incita a la piratería.

- Flopa Manza y Minimal retornan en vivo con un ciclo que cubrirá todos los jueves de mayo en Ultra Bar. Los que llegamos tarde a ese glorioso álbum, a mi gusto el mejor de la década 00 (no me quiero hacer el indie, sinceramente es el disco que más me movió) estamos contentos. A su vez, el grupo de Manza, Valle de Muñecas, está en la fase final de su futuro tercer disco -sin nombre por ahora- y tendremos más novedades en breve en este mismísimo espacio.

- Aproveché unos descuentos de la discocadena garca más famosa y me compré un par de los Beatles remasters (el Blanco y
With the Beatles). Y lo de las remasterizaciones, de veras, no es joda: es impresionante escuchar la nitidez de las percusiones y el bajo en algunos temas. Hasta no hace mucho tenía en mi mp3 la versión anterior y -comparadas- esta nueva es el 0 km. más caro al lado de un Unito modelo 93. De hecho, se siente raro que todo esté tan perfecto (más).
En otro orden, ayer me di cuenta de que
Long long long para mí no existía, era un tema que directamente no registraba. Teniendo en cuenta que casi nunca salteo temas de un disco, me preocupa mi estado mental.
Y With the Beatles es una maravilla por su simpleza y su efectividad, es el disco de ellos que más enamorado me tiene desde el 9-9-09.

- Próximamente escribiré sobre algunos nuevos lanzamientos que han agradado bastante a mis oídos, de aquí y de allá.

- Y tengo armada una listita de veinte canciones para una nueva sección que daré en llamar Rock argentino porque sí. Aun debo juntar los audios en una carpeta, subirlos y escribir de cada canción mis pareceres. La idea es que sea una sección inamovible que consista en una lista interminable de grandes canciones surgidas del rock de acá. Ni 20 ni 100. Excelentes canciones rock hechas en Argentina, entregadas de a veinte pero sin final alguno, al menos hasta que este espacio ya no sea ni virtual. Es una excelente excusa -para mí- para adentrarme en varios grupos que no escuché tanto y creo que va a salir algo interesante.
Háganme acordar así alguna vez lo termino y lo largo a rodar, me divierte.

- Bueno... eso. Si me sobra un rato uno de estos días, arribaré con alguna de esas novedades.