domingo, 29 de marzo de 2009

Hablar de los Stones (¡2 años!)

- Siempre está bueno charlar con amigos -o quien se ponga enfrente- de música. Eso ya lo damos por descontado. Pero hablar de Beatles, Stones y demás bandas legendarias es aún más cebador y simpático, porque aparte casi cualquiera se prende a opinar.
- Invariablemente, casi sin excepción, si la charla se torna larga (nada raro) y es de noche, se termina con una guitarra cantando hitazos.
- Otro infaltable es la elección del stone favorito. Sin esto, la charla no es tal. Y sin que Richards afane terriblemente en el rubro, tampoco. Yo voto por él y por Brian Jones.
- …¿Alguien votará por Charlie Watts?
- Detesto que en reuniones con mucha gente (cumpleaños, fiestas o lo que sea) cuando suena una canción de ellos, alguien pregunte “¿Estos quiénes son?”. Es algo inadmisible e imperdonable, ¡si ya son una marca registrada!
- Me gustan muchos de sus discos desvalorizados, infravalorados, o bien, destrozados por la crítica. El único que nunca me animé a escuchar es Dirty work. ¡Ya con esa portada alcanza para espantarse!
- Mi favorito de esos discos es Black and blue. Me parece casi perfecto, es todo onda, feeling, ritmo, swing… huevos, funk y rock and roll. La famosa quintaesencia del rock (¿cuáles son las otras cuatro?).
- La primera decepción que tuve respecto al disco fue reciente. B&B siempre quedó en la historia como el debut de Ron Wood en la banda como reemplazante de Mick Taylor. Pero el otro día, buscando información al respecto, me encontré con que el ex Faces y Jeff Beck Group... toca muy poco la guitarra en el disco. Wayne Perkins y Harvey Mandel son los que se encargan de complementar a Keith.
- Memory motel al principio no me gustaba. Conocí primero su versión en vivo con Dave Matthews, la de No security, y me parecía una balada algo fría. Con el tiempo, llego a la conclusión de que los Stones no hacen baladas malas, todas son como mínimo decentes. Y Memory es un temón, donde el dueto vocal Jagger-Richards se lleva las palmas.
- Hay en Black and blue dos demostraciones de cómo hacer mucho con poco. Hot stuff y Hey negrita, temas monocordes y súper funk, demuestran, justamente, un par de cosas: una es que los tipos tienen todo el ritmo del mundo, pueden tocar lo que se les cante y va a sonar suelto. La otra es que la música es mucho más que un acorde.
- Cherry oh baby es algo así como un reggae trunco… ¡parece que quisieran tocar a destiempo a propósito! Por supuesto que está genial, y además es una reafirmación de los gustos por la música jamaiquina, que ya venían de antes de parte de Jagger y Keith.
- El quinto beatle fue el sexto stone aquí, ya que Billy Preston participa del disco casi como un miembro más. De hecho, se dice que Melody fue compuesta por él, aunque en los créditos figure que fue hecha por la dupla de siempre.
- Podría seguir escribiendo... pero nunca cansa hablar de los Stones. Mejor la corto, aunque sea por un rato.


(PD: y sí, ya van dos años de este emprendimiento. Me encanta hacerlo, a pesar de que la discontinuidad que está teniendo últimamente parezca decir lo contrario. Amo la música y trato de hablar siempre de lo que me gusta, en un mundillo en el que muchos hacen lo contrario... Lo mejor fue y es encontrarse con gente interesante, que comparte gustos y material, y tira buena onda. Trato de hacer lo mismo y espero que les guste. Me sorprende a mí mismo seguir haciéndolo, ni siquiera me acuerdo qué hacía hace dos años... Gracias a todos ustedes por entrar acá, no quiero nombrar gente para no olvidarme de nadie. De vuelta: gracias, en serio)

lunes, 9 de marzo de 2009

Acá estoy

Buenas. Ya tengo listo otro post pero no es lo que deseo que lean ahora. Estoy escuchando este disco muy seguido y me parece un debut fresco y ganador. Buenas melodías, buenísimo entramado de guitarras y mucho ritmo.
Qué sé yo... escúchenlo. La próxima escribo más, los posts anteriores fueron muy largos y no quiero aburrir.
Por eso, paro acá.

martes, 17 de febrero de 2009

Cuatro años sin guitarra

Después de un descanso largo (obligado por los malos andares de mi PC y mi vagancia de siempre) vuelvo por estos lares con otro texto largo y ex-tendido... El protagonista de hoy es este señor:


Ya pasaron cuatro años desde que se nos fue. Me acuerdo la situación perfecto (bueno, no es tanto cuatro años, pero igual): estaba con amigos haciendo cola (sí, haciendo cola) para obtener uno de los 200 números que daban para el examen de ingreso en el conservatorio de San Miguel, el Julián Aguirre, cuando un flaco reggaero/hippie -luego compañero- pasó contándole a todos los que estábamos ahí que "había muerto Pappo". Yo había retornado hacía pocos días de Cosquín, donde vi, entre otros cientos de grupos, a los geniales Riff. No le creí al muchacho en el momento, no podía ser. Pero cuando se hizo de mañana y un par cayeron con diarios, sí, era verdad. Puteé bastante, y cuando volví a casa a la noche, todo en los medios era Pappo. En TN daban todo el día el Tiene la palabra que lo había tenido de protagonista, pasaban una nota de La Viola con Carpo y Bebe complicados etílicamente... y era mentira, no podía ser. Pero ahora, a cuatro años (ya no voy más al conservatorio, por suerte; reeditaron todos los discos de Pappo's Blues, descatalogados hasta ese momento...) caí. Sí, Pappo está muerto, lamentablemente. Pero hablar de él y recordarlo, me hace revivirlo un poquito.

Esto, como lo de Manal, salió publicado por ahí, por eso es medio solemne y bastante largo. Tengan paciencia, lean entero. Aquí tienen:

Antes de Pappo’s Blues
La historia como músico de Norberto Napolitano comienza a los ocho años, cuando empezó a tocar el que sería su instrumento de siempre, la guitarra. De chico también había estudiado piano, influenciado por su hermana, también pianista. Aunque el verdadero clic lo hizo con las seis cuerdas a los quince, cuando escuchó a Little Richard y enloqueció: esa música le revolucionó los sentidos y decidió comprarse una guitarra eléctrica y un equipo. Sería su futuro. Ya a los dieciséis años, formó su primeros grupitos en el barrio, Los Buitres y Engranaje. En esas pequeñas bandas comenzó a desarrollar sus habilidades como guitarrista, exclusivamente.
A mediados de 1967, ya sin grupo, llegó a la segunda Cueva, luego de haber conocido en un encuentro hippie realizado en Plaza Francia a la que sería con el tiempo la primera generación de artistas del rock argentino. Entre ellos se encontraba Miguel Peralta, quien lo invitó a fines de ese año a formar parte de un conjunto para el que aún no tenía los músicos -los primigenios Abuelos de la Nada, claro, que eran de La Paternal como él- pero que ya tenía horas para grabar en estudio. Los Abuelos grabaron su primer simple, con los temas Diana divaga y Tema en flu sobre el planeta, pero Pappo -aquí ya era Pappo- no fue quien grabó las guitarras en aquellas dos canciones. El encargado de hacerlo fue Claudio Gabis, pues Napolitano se ausentó el día de la grabación. A pesar de ello, aparece en la portada del simple editado en 1968 junto al resto de los integrantes.
Luego, los Abuelos grabaron otro simple -ahora sí, con Pappo en las guitarras- pero este no vio la luz, ya que Miguel Abuelo decidió dejarle la banda a Napolitano, ante la insistencia del guitarrista de tocar blues. Y vaya si el estreno de Pappo como guitarrista, compositor ¡y cantante! de Los Abuelos bluseros fue auspicioso: La estación es una de las grandes páginas ocultas de su carrera y del rock hecho en estas tierras. Podría ser tranquilamente un tema de Manal, por su mezcla perfecta entre la poesía urbana y el blues más melancólico; en cambio, es su debut como voz y jefe.
Llegado el verano de 1969, Los Abuelos de la Nada se instalaron junto a Manal en Mar del Plata, para tocar en la costa. Ambos grupos fichaban por el naciente sello Mandioca y Pappo se convirtió por un verano en el tecladista del trío comandado por Javier Martínez: el cuarto manal. Los Abuelos casi no tocaron ese verano, pero Manal sí. De todas formas, Pappo no seguiría con ninguno de los dos grupos, disolviéndose así el primero de ellos.


Cuando retorna a Buenos Aires, toca por un tiempo en Conexión Nº 5, grupo comandado por Carlos Bisso que hacía versiones de hits extranjeros. Pero su estadía allí fue breve, y su siguiente paso como músico fue una marca clave: ante la ida de su guitarrista original, Kay Galiffi, es convocado por Litto Nebbia para formar parte de Los Gatos. Su respuesta fue un sí inmediato, y grabó dos discos con el grupo, Beat Nº 1 en 1969 y Rock de la mujer perdida en 1970. Su ingreso en Los Gatos generó un notable cambio en la propuesta musical, y su guitarra le dio pulso rockero a las canciones más melódicas del grupo. De hecho, las composiciones de Nebbia se tornaron más densas y potentes, craneadas para el nuevo sonido del grupo a partir del ingreso de la guitarra virtuosa y criminal de Pappo. En el ’70, el grupo gira por España con éxito, pero cuando retornan, su aun nueva (e importantísima) pieza decide bajarse del proyecto. La razón era otra vez la misma: su lucha con el líder del grupo porque prevalecieran el rock y el blues como música a desarrollar en el futuro. Nebbia era el cantante, compositor y fundador de la banda y, por lógica, se marchó Pappo. Igualmente, todo fue en buenos términos, y Pappo recordó siempre aquella experiencia como fundamental: “Lo de Los Gatos fue increíble, era como estar jugando en Primera. Para que tenga una idea, en aquellos tiempos, Los Gatos eran lo que hoy son La Renga o Los Piojos. Estuvimos juntos dos años, fue muy bueno, hasta que yo empecé a poner mucha presión para que tocáramos rock. Ciro y Moro estaban más o menos de acuerdo, pero el más duro era Litto, que era el que mandaba; y si el que manda quiere seguir con una línea melódica, tiene razón. Muy bien, gracias por todo... Me voy de este barco, está todo bien, seguimos siendo amigos. Mi decisión fue no dejar de tocar rock and roll, porque el rock and roll es mi presentación en la Tierra. Es mi forma de ser, mi forma de hablar”.
Para continuar con ese año hiperactivo, el primer tema de Pappo como solista, grabado en 1968, vio la luz en el compilado Pidamos peras a Mandioca, editado por dicho sello. Es sorprendente descubrir hoy que su primer intento en solitario es una página intimista como pocas en su repertorio... ¡y que no es blues! Nunca lo sabrán, la canción en cuestión, es una hermosísima poesía decorada por una suave instrumentación, con Pappo al piano, y es otro de los momentos injustamente olvidados en su carrera. Por si fuera poco, la banda que lo acompaña es nada más y nada menos que Almendra: Spinetta en guitarra, Edelmiro Molinari en bajo y Rodolfo García en batería, además de Pomo en pandereta. Se vendría su carrera como protagonista principal.



Los detalles pre Volumen I
Jorge Álvarez y Pedro Pujó eran los hombres fuertes de Mandioca, el primer sello discográfico de rock en el país. Conocían a Pappo desde sus inicios como profesional, y desde allí que intentaban convencerlo, en especial Álvarez, de que debía ser él la figura principal de un proyecto y ya era tiempo de abandonar las incursiones como guitarrista, que lo dejaban siempre bien parado y como un protagonista importante, pero no como la cabeza principal. No bien Napolitano abandonó Los Gatos, le insistieron al guitarrista para que se lanzara con su proyecto y, esta vez sí, lograron persuadirlo. Álvarez y Pujó eran ahora los patrones en Music Hall, y Mandioca era parte de un bonito pasado. Comenzaron junto a Pappo un nuevo camino, juntos.
Que aceptara ser la cabeza de grupo implicaba un par de retos para el Carpo: además de ser el guitar hero, debía ser el cantante y compositor. Y aunque le costara lanzarse a ello, Pappo aceptó y comenzó a componer y buscar músicos que se acoplaran a su nuevo grupo. Arrancaba una nueva era.
El primer músico en incorporarse a las filas del nuevo grupo fue Juan Carlos Amaya, más conocido como Black, legendario baterista de blues y rock and roll en estas pampas. Se habían conocido en el verano de 1970, ya que ambos estaban de gira con sus respectivos grupos en la Costa -Pappo con Los Gatos, Black con la Yerba Mate Blues Band- y de allí quedó el contacto para que ese mismo año, ya en su final, Norberto le hiciera la interesante propuesta a Juan Carlos, que aceptó con gusto ser el hombre tras los parches en la banda de Pappo. Sólo faltaba un bajista, ya que la idea era formar un trío. Para ese puesto, hubo varios postulantes: el primero fue Bocón Frascino, pero a Pappo no le convenció la idea de un guitarrista tocando el bajo, y lo descartó. Ensayaron un par de veces con Spinetta -sí, Luis Alberto- pero el Flaco era (es) un tipo con inquietudes propias que no podía someterse a una rutina de grupo sin aportar sus propias composiciones; luego pasó Vitico, que sí sería ladero de Pappo en Riff, pero no ahora; aceptó Rinaldo Raffanelli hacerse cargo, pero justo tenía que hacer la colimba y no pudo ser de la partida... parecía que alguna fuerza divina se complotaba en contra de Pappo y le boicoteaba el destino. Pero Raffanelli tuvo una rápida solución a su problema: recientemente, un amigo suyo había llegado de los Estados Unidos, y estaba parando en su casa. Era un pibe, pero también un muy buen músico, y venía de ver a grupos que acá recién se empezaban a nombrar. Para colmo, su look era impactante. El pibe era David Lebón, Davies, tal como se hacía llamar en esos días, y después de verlo tocar en La Manzana, un boliche que era propiedad de Billy Bond, Pappo se convenció de que ese muchacho de pelo largo debía ser el bajista. Ahora sí, ya estaban los tres, porque, por supuesto, la respuesta de Davies fue afirmativa.


Según describe el mismísimo Jorge Álvarez desde el texto incluido en la contratapa del álbum, “de los ensayos a la sala de grabación fue un paso. La exhuberancia, la fabulosa capacidad para la improvisación de Pappo y su guitarra, y una base rítmica fuerte y rica, fueron haciendo de ellos un trío que maravillaba a cuantos asistían -técnicos incluidos- a esta increíble serie de sesiones”. El trío ensambló de maravillas, y el disco se grabó en sólo dos meses, tiempo en el que Pappo compuso los temas, entre diciembre de 1970 y enero del ’71. El grupo no tenía nombre, y Álvarez se encargó de dárselo luego de un par de propuestas de Pappo que le resultaron poco interesantes (Los Rancheros y Especies). El jefe de Mandioca propuso Pappo’s Blues, pero al músico no le convencía que su apodo fuera parte, aunque la obvia intención era generar identificación entre el nombre y la estrella del proyecto: en realidad, Pappo’s Blues sería un solista acompañado por dos excelentes músicos, no una banda.



Volumen I
Finalmente, Álvarez convenció a Napolitano, y el Volumen 1 de Pappo’s Blues vio la luz en 1971, mismo año en el que fueron editados otros discos fundamentales como La Biblia, de Vox Dei y el primero de La Pesada del Rock and Roll, disco en el que participaba Pappo (cosa que también sucedió en Spinettalandia y sus amigos, disco del Flaco con una importante colaboración de Napolitano como compositor y guitarrista invitado). Este primer volumen, integrado por 8 piezas magníficas, fue grabado en los estudios Phonal, con Norberto Orliac y un tal Héctor Fogerty como técnicos (le decían así porque era idéntico al cantante y guitarrista de Creedence, John). Además de la producción de Álvarez y Pujó, figuraba en la contratapa el nombre de Billy Bond como “manager de grabación”.
Tal como se esperaba, Volumen I cumplió con creces las expectativas que había generado en el público y la crítica especializada: la tarea de Pappo como guitarrista era impecable, al nivel de cualquier violero de rock europeo o norteamericano. Desde su arranque, con Algo ha cambiado, la propuesta era demoledora. Para sorpresa de algunos, no sólo con la música (ese riff descomunal, ese wah-wah) sino que también a partir de la excelente y breve letra:

Por favor, déjenme, o voy a enloquecer,
No soy quién para ser todo lo que soy.
Algo ha cambiado dentro de mí,
Que alucinado, quiero vivir.

Voy a ver nacer el sol en medio del camino,
Y también voy a nacer de acuerdo a mi destino.
Algo ha cambiado dentro de mí,
Que alucinado, quiero vivir.



Históricamente, en el rock argentino -me atrevería a decir mundial- cuando un músico es muy destacado con su instrumento se le desprecian otras condiciones. Napolitano no fue la excepción, y siempre se habló de él como un letrista de poco vuelo. La primera muestra nos dice lo contrario, y no sería la única. Aunque el mismo Pappo siempre se subestimó como escritor de canciones -siempre decía al respecto que eran “simples letras de rock and roll y blues”- es un excelente disparador de frases sublimes (“No soy quién para ser todo lo que soy”, por ejemplo) y sus escritos tienen una alta dosis de reflexión y existencialismo.
En El viejo, el segundo tema del álbum, habla de sí mismo como un hombre que se preocupa por el paso del tiempo, y que se está viniendo viejo. Cuando se editó el disco, paradójicamente... ¡sólo tenía 20 años! Aquí, la frase sublime de la letra, llena de gracia e ironía, es “para qué tantos años de experiencia, si justo ahora me doy cuenta que no tengo”. David Lebón ejecuta la batería, ya que Black Amaya llegó tarde el día que lo grabaron y había que aprovechar las horas al máximo.
Hansen, tercer track del disco, arranca con un riff marca Jimi Hendrix y en los versos, Pappo garabatea en la guitarra la melodía que está cantando a la vez. El bajo de Davies se lleva las palmas, y el tema sube y baja la intensidad de la mano de los golpes (hacia el final fulminantes) de la batería de Black. Se daba todo, ya que a las redondas composiciones de Pappo, se sumaba el detalle de que sus laderos aportaban el equilibrio necesario para que fueran lo que son: piezas rockeras inoxidables. En la rara letra, siempre en primera persona, el Carpo sentencia “No me importa, si es mejor, si es lo mismo, si es peor: mis costumbres voy a dar, aunque emulemos sé que están”.


En el cuarto tema del disco, Gris y amarillo, Pappo deja a la posteridad una de sus mejores letras. A esta altura, verán, no queda más que rendirse al hecho de que es capaz de hacer letras excelentes. Sí, lo sabemos, en su poesía también hay divagues y no siempre es brillante (habría que ver quién lo es), y eso también es parte de él: quizás sea el poeta menos lector de su generación; mientras Spinetta leía a Rimbaud, él estaba sacando los solos de Hendrix y Clapton en su cuarto de La Paternal. Pero que alguien se atreva a decirme que las frases “y nuestros pensamientos, dónde están” y la imperativa “saltemos de nosotros” en una letra de rock de 1971 no son sencillamente brillantes. El tema de la canción, recurrente en las letras de esa época, es el escape hacia otro lugar, tanto físico como mental. El escape de las ciudades a un lugar que traiga paz y tranquilidad, “sin temor”; y también la búsqueda de un lugar donde se pueda estar “sin molestar las cosas lejanas de extraños momentos”. En cuanto a la música, otra vez destaca el bajo de Lebón, esta vez en función riffera durante los versos. Hacia el final, el solo de guitarra desencadena en uno de los momentos de mayor libertad y descontrol musical de todo el disco, quizás su pico de intensidad: terminan improvisando los 3 músicos.
El quinto tema es breve instrumental, Adiós Willy. En él, Pappo cambia la guitarra por el piano, para una pieza que aporta un poco de relajación a un disco que no para su marcha en ningún otro momento. Como detalle curioso, la secuencia de acordes tiene un eco 26 años más tarde, gracias a la similitud que se puede encontrar en Comida china, canción de Calamaro incluída en Alta suciedad (Andrés siempre se confesó admirador de Norberto; de hecho grabaron y compusieron juntos más de un tema). Adiós Willy es el preludio a otro gran clásico del álbum y de su carrera, El hombre suburbano. En poco más de dos minutos, el Carpo resuelve un blues bien clásico, con introducción, solo, y una letra que desglosa los andares de “un hombre sin historia, sin tiempo y sin memoria”. Pinta un personaje que merodea entre lo simpático y lo bruto de pegar una trompada “y tirar todo”... ¡algo que el propio Pappo hizo más de una vez!
Después de semejante clásico, llega la gema oculta del disco, una pieza densa, pesada y psicodélica, Especies (uno de los nombres que había barajado el guitarrista para el grupo, y que Álvarez había descartado). La letra, cantada con una voz casi rota, está compuesta por una sola (y extraña) estrofa: “Especies de tres, ganas de seguir caminando. Si no los ves, la lluvia te estará empapando”. Quizás sólo sea la excusa para que Pappo se reconfirme como un guitarrista único, capaz de solear como pocos, y con una inventiva única para crear riffs de rock memorables. Especies también sirve para demostrar que Napolitano había encontrado a dos acompañantes ideales en Davies y Black, que acompañan sus zapadas sin robarle aire, pero a la vez se permiten respiran.
El cierre llega de la mano de otro superclásico, el tema más largo del Volumen. Una queja ante la realidad política y social de entonces, Adónde está la libertad lamenta los tiempos de Onganía, Levingston y Lanusse, y la convulsión social es reflejada por Pappo en un blues violento, reflexivo pero sintético (de letra, claro). Hay una frase de Napolitano más cercana a nuestros días, que dice así: “cuando pienso que algo es injusto y me siento un poco solo, ahí el blues me sale mejor”. Claramente, aplica para este cierre, casi nueve minutos de sube y baja emocional (cambios de ritmo, zapadas salvajes y momentos de calma) hechos rock. Un riff seco da inicio al tema, que comienza haciéndose la pregunta que da el nombre, pero también se da lugar para aquel vuelo filosófico y brutal pappeano: (a la libertad) quizá la tengan en algún lugar que tendremos que alcanzar”. Luego, se canta que “nunca la hemos pasado tan mal” y “es imposible aguantar”. Casualidad o no, Pappo se fue del país al tiempo de terminar este histórico álbum, pieza clave para entender el rock pesado y el blues por estos lares.



Después de Volumen I
Pappo viajó a Europa harto de la situación agobiante en el país, y con la idea de codearse con los músicos del primer mundo (esta situación se repetiría durante su carrera en innumerables ocasiones). Lo que activó su partida fue una propuesta de parte de Los Gatos, establecidos en España, para que fuera a tocar con ellos. Por un tiempo, entonces, su destino fue la madre patria, y el trabajo era tanto que David Lebón también se les acopló. A su vez, había recibido una invitación de parte de uno de los miembros de The Foundations para establecerse en Londres (el grupo había venido a tocar a Buenos Aires, con Pappo’s Blues como soporte, y los ingleses habían enloquecido con su manera de tocar) y la aceptó. Pero su meta era tocar con uno de sus ídolos: Pappo quería ser el guitarrista de Peter Green. No logró su cometido, pero sí conoció a otros nenes, como John Bonham de Led Zeppelin y Lemmy Kilmister, que luego formaría Motörhead. “Después toqué el piano en un bar, donde me fue mucho peor. Entonces me llegó un telegrama que decía: ‘Pappo’s Blues Nº 1 en Argentina. Teatro Metro, tres fechas’”. Y volvió. Fue una grata sorpresa ver que el Volumen I había sido un éxito, y que su nombre había cobrado más valor aún que antes de la partida a Europa. Las funciones de diciembre de 1971 en el Cine Teatro Metro se agotaron: sin siquiera estar en el país, Pappo ya se había hecho de una buena cantidad de público para la época. Llegarían tiempos de grabar un nuevo disco tras el suceso de su primer intento, pero esa ya es otra historia. Con ese primer volumen, tan porteño como internacional, tan bestial y pensado, súper espontáneo, Norberto Aníbal Napolitano había dado la primera patada de lo que sería su historia (grande) en el rock argentino.

sábado, 24 de enero de 2009

Manal, la bomba urbana


CÓMO VENÍA LA MANO

Javier Martínez, del barrio de Flores, era desde chico un gran fanático del jazz, tanto que tenía armado un cronograma con todos los programas de radio en los que pasaban su música favorita (y por decantación llegó al blues). Por supuesto, se fascinó con figuras como Muddy Waters y B.B. King, y se dio cuenta de que la línea divisoria entre ambos géneros era más que fina: blues, jazz, soul, todo estaba cerca. Le gustaba la batería, y tocaba arriba de los discos de jazz golpeando con palitos una banqueta de su cuarto. A los dieciséis años, un amigo de su barrio le contó de un regalo recibido que terminaría siendo el mejor presente... ¡para Javier! Al chico le habían regalado una batería, que su amigo de la otra cuadra solía ir a tocar, tanto que un día el joven se hartó y le dijo “Javier, no vengas más”. Pero a Martínez le quedó la fascinación y se compró al tiempo el dichoso instrumento.

También a los 16, descubrió a Ray Charles, quien se convirtió en su cantante favorito. Ahí se fascinó con otra cosa: la voz. El tiempo lo haría baterista y cantante, una conjunción que no suele darse mucho. De casualidad -invitado por unos conocidos- cayó a La Cueva, el lugar donde debía estar un joven argentino con aspiraciones musicales ligadas al blues como él, además de sus nacientes inquietudes como escritor (influenciado por sus lecturas de Marechal y Arlt, pero también de Rimbaud). Allí se encontró con personajes fundamentales para la cultura que se generaría luego, desde poetas como Pipo Lernoud hasta músicos como Moris, gente con la que Javier comenzó a intercambiar información musical y literaria, además de charlar sobre cuestiones sociales, políticas y espirituales. (Con Moris formó Los Beatniks, efímera banda que registró el primer simple de rock en estas pampas, Rebelde / No finjas más). Al tiempo de ir a La Cueva, quienes la frecuentaban comenzaron a ir a La Perla del Once, bar que también se haría mítico y que les abría las puertas cuando las cueveras se cerraban, de madrugada. Martínez rememoró en el libro Tanguito, la verdadera historia, de Víctor Pintos, que “había una tertulia literaria con Miguelito Abuelo, con Pipo Lernoud, y una parte muy musical con Litto, Moris, acordes, yo sacaba el cuadernito. (...) El conservatorio de La Perla del Once fue real. Un conservatorio de música y de letras. Yo nunca tuve que comprarme un método para estudiar la guitarra. Tenía un cuadernito y anotaba. ‘A ver, pará, ese acorde, hacelo de nuevo. Dejame que lo copie’. Hacía las seis líneas del encordado y anotaba. Yo me hice mis propios métodos de estudio de guitarra”. A su vez, Martínez reconoce como sus mayores influencias literarias a Lernoud, Abuelo y Moris.

En La Cueva y La Perla, el ambiente estaba en ebullición y siempre aparecían personajes nuevos. En alguna de esas tantas noches cayó un morochito muy pibe, un tal Alejandro Medina, pero él y Martínez no se dieron mucha bola. Alejandro era unos años más joven -tres, precisamente- y ya mostraba su talento en el bajo en algunos grupos. El más conocido de ellos, Los Seasons, dejó registro discográfico con el disco Liverpool at B.A., una recreación del sonido de aquella ciudad por entonces. Desde muy niño había andado las calles de Once, por lo que debía llevarse bien con un callejero como Javier. Pero el contacto directo entre ellos llegaría más tarde.

Medina sí se saludó con Claudio Gabis, a quien conoció en una fiesta en la que tocaron los grupos en que se desempeñaban, Los Seasons y Bubblin Awe. Eso sucedió tiempo antes de sintonizar ondas con Martínez, en un encuentro revelador: se había organizado un festival audiovisual dedicado a los Beatles en el instituto Di Tella y, en los ensayos previos a la presentación de los grupos, Gabis ejecutó una sorprendente frase de blues. Martínez le contestó aquello desde la batería, con otra frase. Instantáneamente notaron que había química y que, mientras todos los músicos tocaban beat, ese pop tan clásico que dominaba la época, ellos dos y sólo ellos dos, se habían permitido un pequeño momento blusero. A ver, que se entienda: tocar blues en 1967, y para colmo en esta parte del mundo, era como hacer heavy metal. Por eso, después del ensayo, se pusieron a charlar y vieron que la afinidad musical no era porque sí: tenían la misma data. Después de un tiempo de cruzarse y juntarse a charlar (sus respectivos grupos ensayaban cerca), decidieron que lo mejor era encarar un nuevo proyecto, que terminaría siendo la primera gran banda de blues en Argentina, y no sólo eso: el primer gran trío.

Pero eran dos... necesitaban un tercer elemento, el bajista que completara el trinomio. Y todos los amigos consultados por ellos recomendaban el mismo nombre. Según recordó alguna vez Claudio Gabis: “Alejandro era el tipo que más tocaba el bajo acá, de eso no había duda. Como existía Cream, que era la gente que mejor tocaba en Inglaterra, acá todos nos empezaron a decir ‘ustedes tienen que tocar juntos’. No era que tocásemos más, era que cada uno tocaba diferente a como se tocaba en el resto del ambiente. Fue una tarea durísima, porque cada uno por su lado tenía su grupo y además recibía otras propuestas”. Y lo llamaron al Negro, nomás. Primero se llamaron Ricota, nombre que según Medina les puso Marta Minujín, y que surgió por decantación respecto del trío de blues más afamado que había en Inglaterra, Cream. Crema... Ricota. Pero como Ricota no duraron mucho; de hecho, el chiste les divirtió por muy poco tiempo.

¿Cómo surgió “Manal”, entonces? Entre charlas y divagues varios, los cueveros crearon un lenguaje propio, términos que luego se usarían corrientemente: copar, cómo viene la mano. A aquella pregunta, cómo viene la mano, Javier Martínez solía responder la mano viene manal. Ahí está el chiste y el origen del nombre del grupo, que ya establecido comenzó a ensayar sin parar para buscar un sonido propio y novedoso. Martínez ya tenía muchos temas escritos, con la particularidad de que las letras estaban en castellano. Más allá de que Los Gatos ya habían tenido suceso escribiendo letras en nuestro idioma, todavía no era algo del todo instalado y era, sin lugar a dudas, un riesgo que muy pocos se animaban a correr. Pero según Gabis, “la meta era clarísima: hacer música en castellano. Javier fue el tipo que me dijo ‘es una estupidez cantar en otro idioma, necesitamos hacernos entender y además tenemos cosas que decir’. Me había resistido a eso, pero la verdad es que fue el primer tipo que me lo explicó con claridad”. Para certificar su idea, Martínez le mostró a Gabis una letra que terminó de convencerlo definitivamente: era Para ser un hombre más. Comenzaba una nueva era en el rock de por aquí.

MANDIOCA Y LOS SIMPLES

“Hubo que esperar nada más que un tiempo a que apareciera alguna gente, específicamente Jorge Álvarez y Pedro Pujó, que fue la gente que creyó en nosotros. Desde el punto de vista empresario ellos crearon el movimiento de rock nacional en Argentina”. Y sí, Claudio Gabis tiene razón. Lo que era un pequeño movimiento de hippies y beatniks en La Cueva y La Perla necesitaba una ayuda empresarial, y para eso llegaron Álvarez y Pujó. Jorge Álvarez tenía una editorial, no sabía nada del negocio de la música, pero se metió en él por Manal. No bien lo llevaron a la casa de Alejandro Medina, donde ensayaban, Álvarez se propuso hacer lo imposible para difundirlos y así nació el primer sello independiente dedicado al rock nacional, Mandioca, que se estrenó con un simple del trío que vio la luz en diciembre de 1968: Qué pena me das / Para ser un hombre más. Al sello se sumaron pronto otros artistas, como Miguel Abuelo y Cristina Plate; y a mediados del ’69, Manal editó su segundo simple, con los temas No pibe y Necesito un amor.

El estilo del grupo era revolucionario respecto a lo demás, en especial por la profundidad y cohesión que lograban entre las letras y la música. Ya para 1969 -año clave para el desarrollo del movimiento- eran una banda afianzada, a la que sólo faltaba el paso consagratorio final que significaba la edición de un disco larga duración. Y a fines de año se sumergieron en esa aventura, cuando Álvarez le consiguió a Manal 100 horas de grabación en los estudios TNT, los mejores del país en aquel entonces. Contó Martínez en una entrevista reciente que cuando entraron a los estudios y vieron la sala más grande “fue alucinante, mirábamos todos esos equipos gigantes y nos parecía que estábamos en la NASA”. En medio de la grabación hicieron un alto para participar del Festival Pinap, recordado por Claudio Gabis como el pináculo de su carrera musical, “la experiencia más cercana al cielo”.

LA BOMBA

Manal, tal era el brillante título del disco, salió a las calles en febrero de 1970 casi en simultáneo con el debut de Almendra. La gran presentación de Manal al mundo, lo primero que uno veía de ellos, ya te dejaba con la boca abierta: la portada era un collage con imágenes de los tres integrantes adentro de una bomba; con el nombre del grupo en el extremo superior derecho y, en el extremo inferior izquierdo, el nombre del sello; todo con un amarillo intenso de fondo. Eso era Manal para la música de aquellos días, una bomba con la mecha lista para ser prendida, una bomba que iba a detonar la pequeña escena. Estaba claro que ellos eran conscientes de que rompían con todo lo habido hasta ese momento. Rodolfo Binaghi fue el autor de la histórica portada, y Ricardo Rodríguez se encargó de las fotos de los músicos que aparecían en el sobre. El LP recibió un segundo nombre, para pasar a ser según muchos La bomba de Manal.

Y si la tapa inquietaba, qué decir de la música. Los tres tocaban con una originalidad y un sentido instrumental único. Medina fue el primer gran bajista del rock argentino, un monstruo de las cuatro cuerdas por presencia, personalidad y técnica. Las guitarras de Claudio Gabis, en tanto, sintetizan a la perfección sus conocimientos sobre blues, jazz y soul, además de tener el equilibrio para saber cuándo meter la nota justa, la distorsión o la limpieza (si Jugo de tomate hubiese sido editada ese mismo año en Inglaterra o Estados Unidos, Gabis sería un guitarrista conocido mundialmente, sólo por esa canción). Sus solos son sobrios y simples, transpiran purismo y sabiduría. Y Martínez... qué decir de su manera de cantar, para la que había estado mucho tiempo gastando su voz, vociferando horas y horas para que sonara como las de aquellos bluesmen que tanto admiraba. Y sus cortes, sus redobles, su sapiencia rítmica con la batería, incluso teniendo que cantar a la vez, su swing para conjugar ambas tareas. Hecho el análisis individual, era verdad aquello que decía Gabis: nadie tocaba como ellos. Como banda, se movían con increíble buen gusto en el blues, hard o slow; conformaban un ensamble ideal. Lo único que se terminó de perfeccionar en el estudio fueron los arreglos, y de eso se encargaron Medina y Gabis. La banda estaba bien ensayada y en la segunda o tercera toma salieron todas las bases.

El disco abre con la mencionada Jugo de tomate, escrita por Javier en La Perla. Decir que es un súper clásico del rock de acá es lo mínimo. Supongo la escena: un joven argentino escuchando en 1970 que para triunfar “jugo de tomate frío en las venas deberá tener”... La corajeada de las letras en castellano se traducía en furia y, ya para la segunda canción, Porque hoy nací, llegaba a una de las cumbres de la poesía rockera local. Javier se prueba en la guitarra, da un giro existencialista a sus palabras -Hoy adivino qué me pasa/ porque mi nombre no soy yo- y torna su voz cavernosa como nunca. Gabis demuestra su versatilidad tocando el órgano, mientras que Medina no participa del tema; pero sí tomará la voz principal en la gema que continúa el disco, Avenida Rivadavia. En sólo tres canciones, Manal cuestionaba a la sociedad y al individuo (en tanto se interrogaba como tal), y pintaba un paisaje urbano único... ¡hablando de una avenida! Pero la cosa no terminaba ahí.

Todo el día me pregunto es, como dice Juan Carlos Kreimer en el texto que acompaña a la edición original del disco, el “blues más blues del LP”. Es otro testimonio de época de aquellas charlas y caminatas interminables de los cueveros, con las anfetaminas como alimento para estirar las horas y trascender el sueño. Martínez reconoce haberlas usado “por razones obvias, porque no teníamos donde vivir y pasábamos las noches al lado de los estudiantes que las usaban, y salíamos con chicas de Filosofía y Letras que las usaban para estudiar. La pastilla era bastante común pero en un momento nos empezó a hacer mal y las mandamos a cagar. Qué pastillas, andá a la puta que te parió. Nos estábamos haciendo de goma. Y no”. Pipo Lernoud ha contado más de una vez que con Javier hablaban horas y horas, sin parar: “hasta habíamos inventado medidas de tiempo diferentes. Un senever era desde que te levantabas hasta que te levantabas la próxima vez, que podía ser una tarde o tres días. Y un cansancio era desde que empezabas a caminar hasta que te cansabas. De esa forma rompíamos las medidas del tiempo y funcionábamos de otra manera. Queríamos pasar a otra cosa. Y estaba el naufragio, horas y horas sin dormir. Todo eso está súper documentado en los temas de Manal”.

Avellaneda blues, antiguamente la apertura del lado B, merece párrafo aparte. Es la descripción más acabada que se haya hecho en el rock argentino sobre los márgenes de la ciudad, con esa cosa orillera tan propia... del tango. “En cuanto a las acuarelas porteñas, me gustaba Homero Manzi, y en cuanto a la canción de protesta, Discépolo”, dijo Martínez al respecto, demostrando que la comparación no era casual: en Manal hay blues y tango, de letra y música. La composición musical corre a cargo de Claudio Gabis, que además hizo un boceto de la letra luego de una caminata nocturna por el partido del sur bonaerense. Al día siguiente, en una fiesta, Gabis le mostró a Martínez lo que tenía, y ambos terminaron el tango letrístico con jazz de fondo. Si la letra resume dos folklores de la música argentina, el vuelo que logra el grupo en Avellaneda blues es hasta hoy una delicia para los oídos, la coronación de lo que se dice "buen gusto" en el blues local: ejecución sutil, ensamble total. Javier cuenta que aún hoy mucha gente cree que es de Avellaneda: “nunca fui mucho, pero surgió porque yo siempre sentí ese lugar, ambas márgenes del Riachuelo. Siempre me atrajo porque creo que en ese paisaje está un poco el alma de la ciudad, que de repente en la Recoleta, en el centro, en el Barrio Norte o en Belgrano no podés encontrar. Ahí está la vida industrial, el rostro duro de la realidad. Es un lugar que tiene una belleza dura, agresiva. Yo sé que muestra algo que no es lindo, lindo entre comillas, pero yo le encuentro una gran belleza”.

Y si uno creía que ahí estaba todo... se equivocaba. Una casa con diez pinos es la canción emblemática del escape de las ciudades que pregonaba el rock de fines de los 60 en su búsqueda de naturaleza. Por lo general, ese intercambio tenía tintes más bien hippies -Almendra se lamentaba por campos verdes que se fueron y no volverán, Arco Iris le cantaba a las mañanas campestres, y así hay más...- pero en Manal parecía ser exclusivamente la necesidad de una vacación de Buenos Aires. La casa con diez pinos existía: quedaba en Monte Grande y pertenecía a un amigo de los cueveros, un tal Roy MacIntosh. Javier Martínez estuvo viviendo en ella durante unos 4 meses, hastiado del bardo citadino, y compuso esa bella melodía en alguno de los tantos días de dispersión que pasó allí.

La última pieza es la más larga del disco, Informe de un día. El cantante la escribió después de dos días sin dormir, en la casa de su amigo Lernoud, y sirve como otro testimonio de esa primera época de naufragio. Es un blues ácido, en el que la letra cuenta, precisamente, cómo vivían ellos y los demás: “Algo comienza hoy para mí/ no tengo prisa por ver lo que es/ No es historia, ni mirar hacia atrás/ no, es ginebra, amigos, nada más”. Sobre el us and them, decía: “No miro el techo para ver más que yeso/ y la ventana me sirve para mirar/ un edificio con gente que desayuna, se peina y fuma/ en la rutina de continuar/ Yo estoy aquí tan tranquilo/ revuelvo mi pelo, me miro los pies/ Ellos están ahí/ no sé cómo, los puedo ver aún sin mirar”.

El disco es un momento clave del rock argentino, pero la carrera de Manal se derrumbó después de su edición. Luego de editado su segundo álbum, El león, -poco tiempo después del debut y cambio de compañia mediante-, Manal se separaría. Luego vendrían reuniones, encuentros y desencuentros, declaraciones polémicas en entrevistas, respuestas cruzadas... Pero esas 7 piezas conforman un todo que aún hoy conmueve por su pureza, su densidad, su sucia belleza poética y su actualidad. “Amo haber dirigido la banda más importante de comienzos del rock argentino. Nuestra consigna era romper el Club del Clan y que los chicos del futuro tengan música propia, y lo logramos, abrimos la puerta grande. Amo infinitamente eso, me hago cargo y no me jacto de andar diciéndolo, yo sigo tocando”, dice Alejandro Medina. Claudio Gabis también recuerda aquel momento con cariño: “el primero es el de tapa amarilla con la bomba en el medio, con otras tres caras. Yo lo encuentro un disco porteño, lleno de un clima de intimidad y transparencia sonora que produce una imagen musical muy bella, con una poesía muy nuestra”. Pero Javier Martínez, grandilocuente como suele ser, es quien da la estocada final, trazando un paralelo megalómano que merece ser el cierre de este texto: “yo todavía lo pongo hoy, y me sigue gustando. Fue una gran emoción haberlo escuchado terminado, sentimos algo así como debe haber sentido Armstrong cuando llegó a la Luna, o Colón cuando descubrió América. Sentimos que estábamos ante algo novedoso, ante el nacimiento de una época nueva”.

martes, 13 de enero de 2009

Adiós, Bocha

Otro más, qué mierda.

A mí también me mató un poco que se nos vaya Sokol, como admirador de Sumo y Las Pelotas. Perdimos a un frontman simpático, a una voz rara y con sentimiento, a un músico rústico pero honesto, un rockero que se fue en su ley. Siempre se lo notó honesto, y tan así fue que todos los que seguimos a Las Pelotas durante su estadía veíamos que en las últimas épocas no andaba bien.
Ahora se explica mejor su salida de la banda: al menos a mí me hace pensar que (como creía) lo bancaron hasta que vieron que no cambiaba nada; y no querían que les pase lo mismo que con Luca... Todo esto, supuesto por mí, aunque no importa en el fondo el por qué. A esta altura no importa nada.
Más tristeza me dio enterarme al rato que murió solo. Automáticamente me acordé de esa canción, Solo, del primer disco de Las Pelotas que me compré -Máscaras de sal- hace casi diez años ya. Probablemente sea una de las canciones más tristes de todo el repertorio de la banda (lo cual es mucho). Me dio cosa también verlo en todos los medios y escuchar hablar a cualquier gil enalteciéndolo, cuando minutos antes ni sabía quién era. El colmo fue escuchar -en una radio, al pasar- un homenaje hacia él: pusieron Siento, luego existo...
Igual, prefiero recordar lo bien que la pasé cada vez que lo vi arriba del escenario en los excelentes y divertidos shows de Las Pelotas que vi (muchos, no sé cuántos), y recordar esas otras canciones, que, contrariamente a Solo, nos hacían felices en un recital o tocadas en la guitarra con amigos: La mirada del amo, Pasillos, Bombachitas rosas, Día feliz, Sin hilo, Mareada, Muchos mitos, Para qué y tantas más.

Ya lo cantaste vos, Alejandro: si supiera adónde ir, intentaría fugarme solo... ¡Shine, Bocha!
Hasta siempre.

lunes, 12 de enero de 2009

Mis elegidos (de por aquí)

Primer escrito (escritito) del año 2009, bienvenido él. Descartado el (excelente) disco del señor Luis Alberto Spinetta por razones obvias -todos ya lo escucharon- aquí dispongo mis tres elecciones nacionales en lo que respecta a obras editadas en 2008.



Liliana Herrero – Igual a mi corazón: qué decir de semejante intérprete, una voz única en la música argentina. Acompañada por varios invitados (desde Mercedes Sosa hasta Lisandro Aristimuño) da nueva vida a páginas ajenas que, como siempre, tienen su vuelta de tuerca, su estilo único y su riesgo de siempre (en la búsqueda de las piezas, en especial). Salvo algún tropiezo (el innecesario final con Ponte enferrujada), estamos ante otro disco impecable de la mejor voz de nuestras pampas.



Flopa – Emoción homicida: más potente que en su debut (Dulce fuerte grave), Flopa toma una postura irónica, dejada pero certera, respecto al tiempo y su condición de efímero. Un beso (La rabia), un momento (Total), un amor que te abandona (Sangre fría, canción que hiela la sangre de veras) y un libro que pensó escribir pero “no tiene sentido perder tiempo en escribirlo, si son días que se van...” (El entero) dan el ejemplo. Filosas letras y melodías, y 13 canciones redonditas (y muuuy arregladas) por donde se las mire.


Gran Martell – 2 huecos: otro segundo disco que me gustó mucho. 2 huecos muestra a un trío poderoso y original en la ejecución: el bajo más gordo del rock argentino; el mejor baterista (o uno de los tres mejores) que hay; y las reveladoras guitarras de Tito Fargo, en clave riffera y cuasi noise. Letras raras como en el debut, voces alternadas entre Araujo y Jamardo, y dos de los mejores momentos de rock del año: Tango griego y la soberbia -entre ambient e industrial- A ver… ¡Vean!

lunes, 8 de diciembre de 2008

El balance del pueblo (?)

Ya termina el año y necesito sus recomendaciones. A mí se me pasó rápido (muy) y tengo la impresión de que no sucedió mucho... pero soy una sola cabeza. Por ello, espero sus balances -o como se les cante decir- y que me digan cuáles creen que son el mejor disco y la mejor canción de este 2008. Puede ser algo ultra conocido o totalmente ignoto, acá nadie los va a tildar de snobs o caretas ni ninguna de esas boludeces. Es más que nada para ver si me perdí algo... y de paso ayudan a mi inspiración escriba, que oscila entre muy poca y nula.
Nombren lo que quieran.

viernes, 28 de noviembre de 2008

Ácido y profundo

“Entre febrero y mayo de 2005 graban Nada es rosa, su tercer álbum, en el que la versatilidad interpretativa de Mariana Bianchini da vida a una serie de personajes que han dejado la infancia atrás para enfrentar un oscurecido entorno que no favorece las expresiones individuales de disenso. Las guitarras superpuestas en capas de precisa armonía, una base instrumental concisa, potente y polirrítmica, y baterías que remiten a los loops electrónicos, se suman a una notable madurez compositiva en letras y música, énfasis de la veta de energía punk que Panza siempre demostró en vivo”.

Entre la ironía y la melodía. Entre lo frontal y el más asqueroso (¡y necesario!) cinismo.
En esos terrenos se mueve Panza en Nada es rosa, su tercer disco (como dice el texto de arriba, extraído de su sitio oficial).

Banda nacida a fines de los ’90, Panza viene remando el under porteño, siempre a punto de despegar... En este discazo muestran una combinación mortal de letra y música, en el que todas las piezas suenan furibundas y mucho le deben a la voz de Mariana Bianchini, con su excelente y perverso estilo (puede sonar amenazante y muy malvada si se lo propone; tiene un manejo de la voz notable). Mariana es acompañada por un trío (Sergio Álvarez en guitarras, Franco Barroso en bajo y Pablo Contursi en batería) que la sostiene con fuerza y efectividad. Álvarez le da lo que necesita a cada tema, tiene un gran sentido rítmico (toda la banda lo tiene) y pela un sonido pesado que cubre bien todo hueco. La base encuentra en Pablo Contursi, el batero, a un interesante instrumentista, original. Mediante esa emulación de loops con su instrumento, le da a la banda un toque electrónico sin necesidad de máquinas... más que él mismo.

Ahora vamos más profundo al disco: Nada es rosa es un canto en contra de lo que se supone que debe ser. Temas como el que da el título, Bailarina anarquista (“me escapé del mundo que habían armado para mí / me escapé del mundo rosa y el final feliz”) o Moscas (“porque no pienso como el resto siempre molesto”) sirven de perfecto ejemplo para ello. Parece que la protagonista de las lyrics se siente incómoda en todos lados, y terriblemente frustrada por lo que pretenden de ella y de lo que su pequeña persona tiene para dar. Que sea mujer no es un detalle menor en este caso, en especial por las cosas que canta la dama. ¿Rock feminista? Ni por asomo: Panza trata de tirar abajo los conceptos establecidos, esos que no te permiten ser diferente, los que no dan lugar al disenso, como dice el texto de arriba. En DNI, el cierre del LP, queda demostrado: se canta en contra de los estándares de lo “femenino” y lo “masculino”. Si ser femenina es vestirse de rosa, cantar canciones bobas y estar siempre hermosa, ella no lo es. Y si ser masculino es proteger a la mujer o querer llorar y no poder, tampoco.
El camino que eligen en lo musical se debate entre la oscuridad fuerte de las melodías, algunos estribillos pegadizos y la agonía que propone la combinación amplitud de registro de la hermana del bajista de Árbol + banda tensionada. Dentro de una misma canción generan diversos climas, de vez en cuando hacen salir el sol... Saben jugar con rítmicas irregulares y suenan auténticos... A mí ya me dejaron con la panza llena. Ustedes, exigente público, sabrán decir.

martes, 11 de noviembre de 2008

De regreso (Mirtha...)

La cosa es simple: hace rato estoy sin internet en casa y por eso -aunque a algunos no les parezca excusa válida- este espacio no se actualizó debidamente. Además, factores laborales (cualquier intromisión ferrocarrilística en los textos no es pura coincidencia) y de cabeza quemada (cosa que sucede en este preciso momento cuando son casi las tres y mañana -hoy- despierto a las seis) influyeron en la demora. Me sorprendió observar que en todo este tiempo de ausencia, el disco de González-Vita fue bajado por unos cuantos, así que retorno re copado. Gracias chicos.
Y para volver a lo grande (?) después de tanto tiempo, aquí van cinco discos que me alegran los viajes por Buenos Aires, sea conurbano o Capital. O sea, cinco discos que hasta Baglietto debería tener en su reproductor de mp3, 4 o 5.



Conor Oberst - Conor Oberst: el CD buena onda del año, definitivamente. Conor se sacó los ojitos brillosos y también un poco de melancolía; se puso su nombre (qué jodido es pronunciar Oberst, la pucha) y se mandó con temazos como Get-well-cards (canten todos: “Right there, that's the postman sleeping in the sand!”), Danny Callahan y Moab. Simple y lindo como para caminar por, ponele, Moreno, y que te invadan las buenas vibras justo cuando estabas (o estaban) por tirarte a las vías del Sarmiento. Y si se prende fuego, que sea escuchando I don’t want to die (in a hospital) mientras escapás de la tecnología de punta cortesía de TBA.
Ah, tiene edición nacional, no sean ratas...



John Mayer - Room for Squares: hasta hace muy poco ignoraba por completo la música de este muchacho. Sabía que era un mimado de bluseros y jazzeros capos-capos, y se suponía que era un gran violero. Me pasaron este disco... y la primera impresión fue “esto es pop maricón para mujeres”. Si bien mi pensamiento respecto del disco mucho no cambió, ahora esa frase suena positiva y, sí: acá está su lado más melódico y perfectito, pero aún así me gana porque está muy pero muy bien, con mucho pop y algo de funk. Escúchenlo, que la primera vez van a putear pero la segunda van a admitir que John Mayer no es un tipo que cae bien de una, sino que te hace confiar en él al tiempo. Además, ha mostrado en sus discos más recientes un lado rockero también interesante; y sí, toca... con dos nenes que también tocan un poquito.



The Shins - Wincing the night away: No sé qué es lo que me hace pensar que esta banda es muy pero muy pero muy pero muy Beach Boys. No lo sé porque no es tanto. Pero no crean que eso sea malo, porque está buenísimo... No se me canta decir mucho de estos muchachitos oriundos del pueblo por el que Homero hizo huelga de hambre para luego ser defendido por Duffman (sí, me fui a la re mierda, dormí poco y es tarde) porque alcanza con citar una sola canción: Australia es la gloria, el tema que me despierta cuando estoy dormido en el Urquiza, de lo bueno que está.



The Silent League - Of stars and other somebodies: otros mariconcitos (espero que nadie sea susceptible y entienda el uso de la palabra). Ya el nombre de la banda y el del disco lo son, y sirven de identificación para lo que se va a escuchar: según Wikipedia son post-rock y/o chamber pop. Como yo nunca entendí muy bien para qué degeneramos tanto la cosa inventando géneros que nadie sabe muy bien qué carajo son, la hacemos fácil: ¿te gustan las canciones linditas y mariconas, de piano o de guitarra, bien arregladitas, de esas que escucharías caminando por Shan Ishidro con la alegría de vivir ahí? Bueno, bajatelo y listo. Y si vivís lejos de San Isidro también bajatelo. ¿No querés? Bueno, entonces no. Pero si se copan mejor.



Martin Newell - The greatest living Englishman: tremendo tremendo tremendo. Salido del cofre de sorpresas de mi amigo Bonito Lunch, este disco es perfecto para toda situación: de fondo en una joda, caminando por cualquier lado, cruzando incorrectamente la calle, esperando eternamente el colectivo... Es imposible que te pongas de mal humor si sale la voz de Martin Newell por los auriculares con joyas como Goodbye dreaming fields, She rings the changes, The jangling man, A street called prospect… o la que sea, son todas canciones notables. Para colmo, Andy Partridge mete mano en la producción y participa de varios temas. Y se nota.

Ni se les ocurra pasarlo por alto.




(Nota del autor: juro que no consumí drogas para el armado de este post. La droga soy yo).

miércoles, 1 de octubre de 2008

Al servicio del alma

Un bajo de seis cuerdas y una voz preciosa. De vez en cuando, una armónica, un sikus y un bombo legüero.
Y no, no hace falta más.
Cuando se tienen cualidades y buen gusto, en la música no hace falta la presencia de muchos elementos para trabajar al servicio de la profundidad. Tanto Willy González como Micaela Vita saben bien de eso: son ejecutantes impecables de sus instrumentos y parieron hace tres años este disco increíble, llamado Ares y mares. En él, revuelven el cancionero clásico del folklore latinoamericano y destrozan y reformulan estructuras, para volver épicas desde el minimalismo piezas ultraconocidas como Balderrama, Bailarín de los montes o la Baguala de Juan Poquito.

Todo es más simple si uno lo dice con palabras brutas: Willy González es una bestia. Y no sólo como bajista, ya que demuestra una capacidad notoria como arreglador, para que cada tema tenga su toque: cuando hace falta, arpegia, cuando no dibuja melodías, sino... ¡rasguea! De a ratos hace parecer que su bajo es una guitarra, pero no. Su laburo es impecable, él da la única base a la voz de Micaela, aunque aparezcan otros instrumentos para decorar y ambientar algunas piezas.
La voz de la muchacha no se queda atrás: es encantadora, tiene gracia, técnica y emoción. Con los cantantes no hay vuelta que darle, si se tiene gracia y estilo, ya está. Y a ella le sobran condiciones y caudal -prueben con Balderrama, notable- para ser una voz más que importante de la escena argentina, dentro del folclore y fuera de él.
Me cuesta seguir explicando y describiendo un disco tan bueno como este, con intérpretes tan consagrados a la música que desarrollan. Creo mejor ir a los bifes, de parte de ustedes, claro. Entonces: si es que los tienen, dejen de lado prejuicios y accedan ya a esta maravilla. Y después, si ven alguna fecha de ellos por ahí, vayan a verlos (avísenme así voy también): el show en vivo en tanto o más bueno que el propio disco.

Y bueno... agradecer... si quieren, después me agradecen.

TRACKLIST
1- Duerme negrito (Anónimo)
2- Bailarín de los montes (P. Carabajal)
3- Baguala de Juan Poquito (Walsh)
4- Criollita santiagueña (Chazarreta / Yupanqui)
5- Viejas promesas (P. Carabajal)
6- El Tímido (Carnota)
7- Zamba para Mercedes (T. Parodi / González)
8- Fina estampa (C. Granda)
9- Para Hugo Díaz (González)
10- Balderrama (Castilla / Leguizamón)
11- Mi charango (F. Ramos / González)
12- Chacarera de un triste (Hnos. Simón)
13- Zamba del Abuelo (Anónimo chileno / González)
14- El Avenido (Leguizamón)
15- Recuerdos de Ypacarai (Z. de Mirkin / D. Ortiz)