lunes, 6 de julio de 2020

Rosario




Rosario con Suárez en una nota de la revista La García circa Excursiones. Rosario en La TV Pública recomendando a Carson McCullers. Rosario cortando pollo como una loca en Silvia Prieto. Rosario compartiendo en su cuenta de Facebook música hecha exclusivamente por chicas. Rosario Bléfari, siempre difícil de resumir en un texto, tan simple, tan amplia.

En las redes sociales el sentimiento es unánime. Pareciera que por primera vez no hay haters. Puteamos y nos consolamos entre todas las personas que la conocieron o se conmovieron con su obra, amplia, por cantidad y por la capacidad que tenía Bléfari de moverse con soltura en cualquier ámbito: hay muchísima, pero muchísima producción para ver, leer y escuchar. Todo le salía con naturalidad. Rosario era sencilla y rara, hipnótica aun estática, una mujer que hablaba de lo cotidiano con fascinación y extrañeza, una cantante que construyó su universo musical sin referencias de las que agarrarse (hace unos pocos días recordó sus encuentros con la primera plana del rock racional: ninguno le dio demasiada pelota). No fue la primera chica, pero marcó un camino a partir de sus composiciones y su imagen. Fue una alternativa en una época con pocas alternativas, ni más ni menos: la imaginación en tiempos duros.

Ella parecía obrar de manera contraria a aquel puñado de tipos que no la registraron. Su presencia hipnótica se hacía texto, acción y melodía ahí donde la convocaran. Formaba grupos con músicos más jóvenes en los que ella era una más (aunque nunca fuera así, los ojos del público terminaban posados en un nombre, el de Rosario).

Marcó una época con Suárez, con más prestigio que popularidad. Por supuesto, se separaron poco después de arrimar al hit con “Río Paraná”, y luego de un gesto clásico de cualquier artista huidizo: responder a aquel éxito -a su escala- con un paso esquivo, el EP 29:09:00, hecho a base de versiones exquisitas del grupo español Le Mans. Terminó de erigirse como una figura clásica para dos generaciones ya como solista, con su canto fluido marca registrada, discos queridos por la legión indie (supongo que Estaciones está al tope) y unos cuantos proyectos en colaboración con otres. La película Entre dos luces -dirigida por Fernando Blanco, además de cineasta, guitarrista de Valle de Muñecas-, logró el retorno de Suárez ya mediando la década del (20)10, mientras Bléfari hacia lo suyo con Sue Mon Mont, uno de esos proyectos con gente más joven donde ella era la guía.

Su influencia fue notoriamente amplia. Santiago Motorizado la señala como una referente ineludible, Manza Esain entiende que en Horrible pasó algo que antes no existía en el rock argentino. Toda chica que haya empuñado una guitarra con ganas de hacer canciones de seguro haya llegado a su nombre. A veces las voces llegan a lugares insospechados: la actriz y cantante Natalie Pérez subió a su cuenta de Instagram un video versionando a Rosario y lamentando su pronta partida; la periodista Irina Hauser hizo lo propio, agradecida a Bléfari por enseñarle a escribir canciones "y por empujarme a que me anime a hacerlo".

Cincuenta y cuatro años son muy pocos para semejante energía. Eso es Rosario Bléfari, una energía artística montada en su sencillez eléctrica. Y esa energía no se va jamás. Ella misma, como hiciera Spinetta al enfermar de cáncer y hablar de su camino a una “curación definitiva”, dejó las mejores palabras en los Diarios del Domingo que escribió hasta hace pocos días para el sitio La Agenda. Sus últimas horas las pasó en La Pampa, en la casa de su padre, conectada con la naturaleza, con los pequeños detalles, con el silencio. Tan terrenal y tan maravillosa, Rosario dejó una enseñanza hasta en este, su último párrafo:

“Hoy vamos a encender el horno de barro y terminar de plantar las flores que faltan. Por la tarde mis primos me traen el super bombo. En este momento entra el sol en la casa y promete un día más. ¡Vamos por un día más!”. 

Hagámosle caso.

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