sábado, 12 de julio de 2014

LMEDA Mundial: Una historia del llanto


Por Facundo Miño periodista y docente

Todo pareciera ser una cuestión de costumbres nomás. Nos acostumbramos a las decepciones, a los retornos a casa antes de lo esperado, a que nos bajen las expectativas de un hondazo. Vivimos en cada Mundial el ciclo de la ilusión al desencanto. Aquel pasado glorioso y épico de finales consecutivas es cada vez más pasado, algo ocurrido allá lejos y hace tiempo.

Hernán Casciari escribió hace tiempo Acordate de olvidarte, un texto en el que realiza una analogía entre los recuerdos que tiene una persona a lo largo de su vida y su correspondiente versión digital. Así, en su ingeniosa mirada los txt ocupan un espacio ínfimo, los jpg son más respetables y los avi demandan un gran espacio de la memoria.

Una aplicación arbitraria de esta metodología podría asegurar que entre 1930 y 1950 la mayoría de los archivos son txt, puro texto. Conocemos la historia del Maracanazo por lo que leímos y por los que nos contaron. Basta buscar en Google esos cuatro primeros mundiales para comprobar que las imágenes eran en blanco y negro, generalmente fotografías estáticas de las formaciones de los equipos. A partir de allí y hasta México ’70 dominan los jpg. Desde entonces muchos de los archivos son avi aun cuando no tengamos la voluntad antropológica de Gonzalo Bonadeo.

Los que andamos entre los 30 y los 35 años  ya habíamos nacido cuando Argentina ganó la copa en el ’86 aunque, en la mayoría de los casos, no contamos con recuerdos genuinos de aquella consagración: los que atesoramos provienen de repeticiones y documentales posteriores. Para Italia ’90 sí hay recuerdos propios aunque dotados de una cuota de ingenuidad. Cuando Codesal cobra el penal de Sensini y mis viejos se amargan yo aseguro que el superhéroe Goycochea lo va a atajar. ¿No había sucedido así antes? ¿Por qué razón tenía que cambiar ahora si nosotros éramos campeones del mundo y estábamos destinados a confirmar nuestro poder?


LÁGRIMAS AZULES

Maradona, máximo transgresor de toda esa etapa, insulta a los italianos cuando silban el himno. Leemos sus labios. El mismo que le niega el saludo a Havelange, el mismo que llora. Desconozco si alguien lo hizo antes del Diego; intuyo que hubo algún caso pero no lo recuerdo y me animo a pensar que casi nadie los recuerda. La historia del llanto en los mundiales de fútbol se divide en AD (antes de Diego) y DD. Mis viejos me compraron El Gráfico porque se las puse en carretilla para que lo hicieran: “Héroes igual”, Maradona con la  camiseta azul, la medalla colgada y los ojos hinchados.

Estábamos malacostumbrados y encima no lo sabíamos o no lo queríamos saber. Al Mundial siguiente entramos por la ventana tras el terrible baile que nos dio Colombia en el Monumental.  Nos sacó Rumania en un partido imposible que no merecimos perder pero... perdimos. Batistuta, sin camiseta ni tatuajes a la vista, llora agachado la eliminación, sin poder entender lo sucedido. Igual, la imagen más recordada es la de Diego de la mano de la mujer rubia que lo lleva al control antidoping donde le van a cortar las piernas. Un archivo jpg que también es avi pero ya no txt, todos lo vimos, también, en vivo y en directo.

Y así como estábamos acostumbrados a las instancias finales nos fuimos acostumbrando a quedarnos afuera en películas avi con diferentes actores pero el mismo final anticipado. El cabezazo de Ortega en el `98. La vuelta a casa en primera ronda en 2002 (pródiga en lágrimas de Batistuta, Crespo, Aimar y el Piojo López, todos otra vez de azul) en esos horarios imposibles con esos resultados imposibles. Los penales de 2006 y el llanto desconsolado de Cambiasso más las lágrimas de Lucho González, de Coloccini, de Maxi Rodriguez y del propio Mascherano. En 2010 ni hubo llanto. La hecatombe y la paliza nos dejaron en shock, tan paralizados que ni siquiera aparecieron las lágrimas.

A partir de Corea-Japón, se produjo un quiebre en el vínculo entre los jugadores y la hinchada. Para explicar esta distancia se dijo que ellos millonarios que no sentían la camiseta y la hinchada que exigía jugar con el corazón. Paralelamente, una generación de publicistas usufructuó hasta el hartazgo la épica futbolera en años mundialistas con Quilmes a la cabeza.  Los goles por Eliminatorias y las frustraciones desde el '90 como partes del clip. ¿Cuántas veces vimos el gol de Riquelme a Brasil en el Monumental? Apenas un poco menos que el de Messi cuando les metió tres en un amistoso más reciente.

Pasaron 24 años desde la última final, camadas enteras de jugadores y cracks que se quedaron con las ganas. Recuerdo cada escenario y cada compañero con los que vi las sucesivas eliminaciones. Del tele familiar pasé a la casa de amigos, de la casa de amigos a las pantallas en el laburo. Por el horario de esta edición dejé la pantalla laboral y volví a la TV en familia.


MI ÚNICO HÉROE

Para este Mundial llegué con ganas pero sin confianza. Uno ya no cree en los superhéroes, está curtido en desilusiones tras cinco frustraciones. Si encima es hincha de Instituto, un equipo especializado en despilfarrar ascensos, más curtido todavía. Esta vez parece distinto. Es distinto. El llanto ya lo vimos en pantalla pero todavía seguimos en carrera. ¿Alguien se animará a decir, todavía, que los Pumas sienten más la camiseta que Mascherano porque lloran al cantar el Himno?

Ese tipo que ya tiene dos frustraciones sobre el lomo no está tatuado ni tiene piercings como muchos de sus colegas. Casi no tiene pelo así que tampoco usa peinados distintivos. No le hace falta, todos lo identificamos.  Ese  tipo tiene una cara de caballo que se acentúa aún más cuando llora. Ese tipo, en un ambiente muy homofóbico como el fútbol, cuenta que en el cierre con Robben no se desgarró sino que se abrió el ano. Sólo es un jugador de fútbol pero en la cancha tiene actos heroicos. En él se resume buena parte de la historia del llanto futbolístico argentino en formato avi. Basta mirar sus lágrimas en los mundiales anteriores para notar la enorme diferencia.

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