“Los Shakers were a popular rock band in 1960s and was a part of the Uruguayan Invasion (!) in Latin America”.
(Wikipedia en inglés, tenía que destacar lo de Uruguayan Invasion).
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Simple y harto repetido: he aquí el disco de Los Shakers más conocido como el Sgt. Pepper’s... del Río de la Plata. No me siento muy inspirado para escribir, pero alcanza con escuchar las canciones de estos genios uruguayos.
Habría que averiguar qué le pone al mate esta gente para ser así de talentosa. El 63,4% de los yoruguas tiene habilidades, lo sé (?). Sino no se explica que, ubicados geográficamente entre dos países de inmenso territorio y superior población, los amigos celestes lejos de palidecer siempre estén ahí, molestándonos a nosotros, tan lindos, los argentinos y los brasucas, los que pensamos que tenemos a los mejores músicos, los mejores futbolistas, los mejores culos, los mejores paisajes, la mejor alegría, la mejor nostalgia... La élite sudamericana, bah.
Y no, se nos aparece esta republiqueta -como dice el Indio- de tres millones de habitantes, y te pela un Suárez y un Forlán que no los para ninguna defensa (ni Zaira Nara) del mundo, y unas músicas con ritmo y polenta, y una Natalias Oreiros perfectas. Y unos músicos que casi no cantan pero hablan genial, siempre con la misma cara de paz y el relajo de Jaime Roos, o Drexler, o Mateo, o póngale el nombre que desee y que más le guste. Y encima, tienen el coraje, la valentía, la desgraciada caradurez de ponerle a sus hijos nombres geniales como Washington Sebastián, o mejor aún, Egidio, sólo por seleccionar dos ejemplos.
En fin, enumerar las bondades del Uruguay no era el punto (y además, llevaría mucho más tiempo si me propusiera hacerlo seriamente), la idea era hablar de los Shakers aunque hace un buen tiempo vengo pensando en un súper post de Uruguay con Rada, Roos, Prada, los Fattoruso, Eli-U (la hija de ese mito cada vez más grande llamado el Príncipe Pena) y varios talentos más que se me van (de Wolf y el Cuarteto escribí un tiempo atrás). Pero eso será otro día.
Decía, los Shakers. Vamos que llegamos. Los hermanos Fattoruso, la primera gran sociedad compositiva en el rock rioplatense, quizá, o genios universales, o ese tipo de gente que se decide a hacer algo y cuando lo lleva a cabo supera a todos sus colegas-competidores con una facilidad pasmosa, Los Fattoruso Hugo y Osvaldo (sumemos para llegar a 4 a Pelín Capobianco, el bajista y Caio Vila, el de los parches). Fueron cuatro de tantos pibes que enloquecieron con la música de los Beatles allá en los ’60 y no tuvieron mejor idea que armar una bandita, tocar algunos temas de sus ídolos y también, ser autores, para así componer algunos temas que terminarían siendo hits, principalmente en los tres países que nombré más arriba: Brasil, Argentina (donde grababan y tocaban con más frecuencia) y su tierra natal.
Los tipos grabaron tan solo tres discos de estudio en aquellos flequilludos años, pero les bastó para meterse en la historia grande del pop sudaca. Los primeros dos álbumes, el homónimo de 1964 y For you, del ’66, los muestran en una faceta bien clásica del afamado beat. Digamos, para resumir injustamente, los Beatles de la primera época. Que por aquellos días los grupos de la región cantasen el estilo en inglés era algo normal, pero ellos sorprendían porque lo hacían muy, muy bien (además de afinado, más que bien pronunciado). Algún desprevenido -creo recordar que era León Gieco- llegó al extremo de creerse que los cuatro de Montevideo eran los cuatro de Liverpool.
Para la época en que comenzaron a cranear el que sería su último álbum hasta la reunión de 2005, las cosas estaban cambiando en el beat sudamericano. Los Gatos ya la habían pegado con La balsa y se había instaurado un nuevo paradigma: a partir de ahora la música de los jóvenes se cantaba en castellano. Pero Los Shakers conservaron el idioma foráneo (fundamental en sus formas) e inspirados indudablemente en aquél disco en que John, Paul, George & Ringo jugaron a ser otros, se embarcaron en La Conferencia Secreta…
La Conferencia comienza con una mini suite, y revela algunas canciones que de haber sido compuestas por Roger McGuinn o Graham Nash serían clásicos de la era hippie (Una forma de arco iris o, exagerando un poco, la mejor canción en inglés de un grupo surgido en un país de habla hispana), para tomar vuelo hacia el final con Señor Carretera el encantado y Más largo que el Ciruela (compuesta para el hijo de Hugo).
La anécdota asevera que Pelín se bajó del barco durante la grabación del disco, por lo que debieron completar la obra con dos temas (Siempre tú, qué suerte que la incluyeron, y Oh mi amigo) que habían grabado el año anterior. Así, con el grupo desmoronándose, La Conferencia Secreta del Toto’s Bar fue un estrepitoso fracaso comercial, de esos a los que el tiempo les da la razón muchos años después.
Ahora, retrocedamos... ¿Cómo es aquello de que “jugaron a ser otros” estos cuatro pibes uruguayos que cantaban en inglés en el año ’68? Visto cuarenta y pico de años después, parece sencillo notarlo: a su música universal, le añadieron esos tintes locales que ya habían insinuado tímidamente en For you, titularon Candombe a una bella canción que se cruza con el repique de ese género, dando muestras de madurez compositiva con sólo 20 años; hablaron del Toto’s Bar, algo así como el lugar fundacional del rock de la Suiza del Sur. Y colaron un bandoneón (cortesía de Pelín antes de partir) en esa perfecta canción modelo ’67 que ya nombré más arriba, intitulada Más largo que el Ciruela: nada más y nada menos que el cierre ideal para un álbum de colección. Sofisticada melodía, mejores arreglos.
Entonces, ¿cómo jugaron a ser otros estos Shakers? Demostrando su identidad, su lugar: uruguayos con talento, melodía y voz propia. ¡Uruguayos campeones!
Para no dar por muertas las secciones de este blog -¡sí, tenía secciones!- retomamos una de ellas, Dos canciones, con la excusa de hablar un poco de Francisco Bochatón, ése compositor personal y algo excéntrico que me gusta más en su fase cancionera que en clave deforme gorriona. Las dos canciones de las que hablaré provienen de un mismo álbum (en verdad, un EP), tan breve como bello: Píntame los labios, editado en el año 2001 como una secuela de su primera obra solista, Cazuela. Aquí vamos, entonces.
Pinamar: Típico caso de canción desoladora pero terriblemente bella. Antes de darle play, lo digo: creo que el mayor mérito del tema es el cambio armónico que hay entre los versos y el estribillo. Pero empecemos por el principio, porque la introducción te sumerge en ése clima que nombro, con una línea de guitarra simplísima pero efectiva, tan indie que asusta y sin embargo, con un beat de batería y un teclado más bien de canción pop clásica. Los primeros versos pasan demasiado rápido y se produce el citado cruce mágico de armonías.
El detalle podría ser menor pero, aunque a veces no nos demos cuenta, cuando en una canción cambia el plano de los instrumentos puede ser clave para su estructura. En Pinamar, además del cambio armónico, en el quiebre que se da entre versos-estribo, se pasa de las teclas como protagonistas a un arrebato de guitarras (exacto, distorsionado pero no tanto) que acompaña a una letra perfecta. Casualidad o no, en los versos -parte de teclados, digamos- Bochatón canta frases más bien contemplativas, taciturnas -“reflejadas en agua contemplo las estrellas”-, y en el estribillo, en cambio, lo que aparece es “un huracán que la tormenta abrió”, en el paisaje “un resto fiel de la verdad”. Definitivamente, los buenos músicos son buenos cineastas (no estoy hablando de Fito Páez).
Todo va derechito en Pinamar. A primera escucha parece ser una canción redonda pero a la vez tiene ese algo incómodo: Bochatón parece lograr siempre una sensación de deformidad auditiva (?) y para eso ayuda su eterno desgano a la hora de cantar. Por supuesto, las imágenes de la letra y la sensación de separación -¿de una dama?, ¿de qué?- aportan el dramatismo suficiente para que la belleza de la melodía quede embarrada por un halo tristón.
Impecable canción.
Reflejadas en agua contemplo las estrellas
una mente continua mantiene la incoherencia
yo no quería encontrarte de pie, tirando piedras
el espigón, la gente, me mira como siempre
un huracán que la tormenta abrió
a un costado del mundo se quedó y a la luz de la luna vi el cartel de Pinamar
una sola ventana que cerró el viento que quería que te quedes
un huracán que la tormenta abrió
a un costado del mundo se quedó
y en el paisaje un resto fiel de la verdad
cualquier cosa que diga no es real sabiendo que no quiero que te quedes
el hacedor de ideas se estrella en su carrera
la dirección del tiempo es frágil y se tienta
mi corazón de enero traduce los deseos
razón, dame una ayuda
tu luz es la que alumbra
un huracán que la tormenta abrió
a un costado del mundo se quedó y a la luz de la luna vi el cartel de Pinamar
cualquier cosa que diga no es real
sabiendo que no quiero que te quedes.
22:33: También dramática,veintidós y treintaitrés exhibe en su música y letra una lánguida depresión, algo así como lo que les sucede a los animales domésticos y a los desocupados crónicos ("?" Nº 2). Imperativa al comienzo, la voz del platense susurra órdenes -¿o las recibe?- durante toda la primera estrofa. “Píntame los labios”, “hazme sonreír”, “bésame en la boca”: cada orden expresa un rito pasajero hasta que el protagonista pide que lo lleven al desierto. Exactamente ahí, la canción pasa de ser un folkito de armonía mayor superclásica a ser menor, es decir, más triste. La languidez la conserva, pero lo que sonaba amigable en un comienzo, deja de serlo. Y los acordes menores de la segunda estrofa hacen que todo suene más arrastrado.
En ese quiebre, se acaban las órdenes y comienza una ligera descripción espacio-temporal: “condición física sin deformidades, falla cardíaca, son las 22 y 33”. Pero la parte menor acaba rápido, como el tema, que concluye en la misma sintonía que comienza, con campanitas de fondo y una leve épica alegre. Todo en un minuto y medio.
El enigma de la falla cardíaca queda varado, pero al desierto de Bochatón nos gustaría ser invitados alguna vez. Ahí, las canciones se ven.
Píntame los labios
hazme sonreír
bésame en la boca
pasa un año junto a mí
llévame al desierto
llévame, llévame
que debes estar ahí
condición física
sin deformidades
falla cardíaca
son las 22 y 33
llévame al desierto
llévame, llévame
que debes estar ahí
Ahí...
Mientras Roger Waters vende entradas como panchos para sus shows de River en marzo de 2012 -el mío sin mostaza, por favor- y Obras vuelve a abrir (gracias a dios), hoy se acordó en Reunión Plenaria de Comisiones del Senado que el 28 del corriente se tratará en el recinto el Proyecto de la Ley Nacional de la Música. El proyecto tiene como base la creación del INAMU (Instituto Nacional de la Música) y el financiamiento a las diversas actividades musicales, entre otros muchos detalles que pueden consultar acá, acá y acá.
"Quiénes fueron estas dos personas
y por qué se juntan justo ahora
en este cruce de asfalto y de ignorancia". (Thomas y Lacroze)
El retorno de Birabent padre acompañado de su hijo ya posa para ser una de las vedettes de este 2011 no muy poblado de novedades en el vapuleado rock local. La frase de arriba, ese cruce de "avenidas" -Thomas y Lacroze se llama el tema que la contiene-, es en verdad o al menos para mí, una frase-homenaje de Antonio a su viejo. Papá es el asfalto, la calle, y él un aprendiz que no sabe nada (la ignorancia, claro).
Dieciséis añitos pasaron hasta que don Mauricio -el Maurice bueno che, Moris, no confundan por favor- se dignó a grabar. En verdad, buena parte del mérito lo tiene Antonio, la única persona que pudo convencer al autor de El oso para que muestre canciones que hasta ayer eran papeles amarillentos guardados en un cajón. Y no recuerdo otro proyecto conjunto de padre e hijo, menos en el rock local (a ver si me ayudan).
Familia canción, el disco que ha parido el dúo Birabent, muestra la inefable e indiscutible lapicera porteña de Moris, su espíritu por siempre tanguero, con esa poesía arrabalera que no se olvida de ningún barrio del Conurbano, y la inspiración de Antonio para componer temas que podrían ser de su padre (todo un mérito teniendo en cuenta que siempre ha sido un cantautor indie sin demasiada trascendencia, a decir verdad).
En los 35 minutos que dura Familia canción, pasan como ráfaga diez canciones bellísimas, con aires de tango, estribillos épicos y, claro, Buenos Aires atravesándolo todo. Moris conserva la misma voz que hace 33 años, quizá la última vez que fue escuchado con atención (Fiebre de vivir, el famoso disco español: de allí en adelante su sombra se lo devoró). Antonio canta de manera más melódica y menos seca. Donde su voz da belleza la de su padre certifica o endurece, y recita con su eterno dylanismo folk, ése que dice la verdad y sólo la verdad. Y ese contraste, sin lugar a dudas, agranda las canciones.
¿Canciones? Es difícil destacar una sola: Vedette falopa arranca folk, se sube a un tren funk y vuelve a mutar a canción, es una nueva visión descarnada de personajes patéticos, como Pato trabaja en una carnicería. Barrio pobre se sostiene en su perfección humilde y acústica que se completa cuando entra papá Moris, recita y deja correr... el silbido inicial y los que quedan de fondo después son un lindo detalle. Brasilero y guaraní, con sus camioneros y repiqueteos, es un tango modernizado con una batería que intenta no dejarlo ser (claramente, no lo logra). Con Parado en una esquina sucede algo similar: como inicialmente no sabe si ser tango o bossa nova, se resuelve como mejor les sale: siendo una bella canción pop. Eso sí, la letra no puede ser más tanguera.
El último tema suena a redención y agradecimiento de parte de Moris (no importa si lo compuso él o Antonio, no lo sabemos). Se llama El poeta de Varela y tal vez abra una puerta para lo que vendrá, con esa frase que cierra un disco impecable: "cuando quieras te canto mis temas".
No creo que haya músicas para una determinada época del año. Debo hacer esta necesaria aclaración antes de usar el invierno como estación-excusa para recomendar buena música. Sí, se que me estoy contradiciendo, pero son necesarias las excusas para acercarles nuevos descubrimientos (decoran más la cosa, le dan un envoltorio a algo que no lo tiene).
De todas maneras, uno puede afirmar que Nick Drake es para escuchar en otoño, Radiohead para el invierno, Locomía (?) para el verano y Avril Lavigne (!) para la primavera; pero en verdad, la música con atributos perdura y se deja escuchar en cualquier momento. Quizá exista en muchas personas -a mí no me sucede pero quizá a alguno de ustedes sí- la necesidad de escuchar cierto tipo de música según su momento personal.
En fin, la introducción de arriba es, repito, el pretexto para hablar de un grupo que me hipnotizó: hace dos semanas escucho diariamente (un domingo por la noche le di play por primera vez) la colorida música de The Leisure Society, un octeto inglés -en su myspace aparecen mencionados ocho integrantes, en las fotos son siete: preferí sumar antes que restar- autor de dos discos de notable factura, que podrían enmarcarse dentro del mundillo indie-folk, aunque sus arrebatos pop y su sonido tan hi-fi quizá juegue en contra de ambas etiquetas. Lo que más me gustó de entrada fueron los colores de su música, pero literalmente: antes de bajar los discos, me gustaron sus tapas-portadas-caras (y cuando te gustan las tapas ya es un buen comienzo).
Luego, fui por los colores de sus canciones, simples de esqueleto pero muy -muy, insisto- bien vestidas: flautas, violines, glockenspiels, cellos, mandolinas, pianos... todo trabaja de manera sutil para conformar al unísono un entramado amigable, consecuencia de esa polifonía de sonidos dulces y cálidos en el que reposa un trabajo vocal por parte del grupo que, no por similar, sino por bien puesto, me recuerda a los también apreciados (por mí, al menos) Fleet Foxes.
Por ahora, La Sociedad del Ocio (digámoslo, hasta el nombre está genial) lleva publicados dos discos bajo el ala del humilde sello Wilkommen Records. El primero, The sleeper, es una joyita que he escuchado diariamente desde aquel domingo de revelaciones. Un disco despojado, quizá más pequeño en sus intenciones si lo comparamos con Into the murky water, el sucesor en el que TLS redobla la apuesta dándole un poco más de vigor y oscuridad a una música inevitablemente luminosa y onírica. Están todos invitados.
Su último disco se llama Fuerza natural, y no queda más que pedir eso para él en este extraño cumpleaños.
Me entristece su situación, ese sueño en el que está inmerso y parece no poder salir. A la vez, el sueño de muchos admiradores de su música, es que se recupere milagrosamente.
A esta altura… que pase lo que tenga que pasar, Gustavo.
Convoy
Te encontré en un tren
dejando atrás toda la locura
Nos miramos bien
Buscando nuestro punto de fuga.
Tantas ganas de explorarnos
Todo salió como lo planeamos
Se soltó el vagón
Y volamos al espacio exterior.
Próxima estación
Mucho más allá del sol
Convoy espacial
¿Qué tan lejos nos llevará?
Oímos la galaxia explotar
Cabalgamos otros planetas
Dormimos en nubes de gas
y en playas de relojes de arena
En cada noche, una nueva luna
Hicimos el amor en algunas...
Cuerpos a contraluz
Guiados por la Cruz del Sur
(Dentro de un volcán ardimos de pasión mineral)
Nadie supo que nos pasó
Y ahora somos polvo cósmico.
Próxima estación
Mucho más allá del sol
Convoy espacial
¿Qué tan lejos nos llevará?
Qué bronca te daría si estuvieras vivo. Vos, que con Ravi Shankar te mandaste el primer festival musical benéfico del mainstream. Vos, que juntaste en un mismo escenario a Eric Clapton, tu amigo Ringo, Bob Dylan -en el único show del que participó en no sé cuántos años, antes y después-, Klaus Voorman, Leon Russell, Jim Keltner. Además de vos mismo, claro, que no habías hecho un show propio desde la separación beatle. Vos, que recaudaste lo que pudiste para que lo administre la bondadosa UNICEF... y de paso te mandaste un discazo que ganó el Grammy y llamaste a Phil Spector para que lo produjera.
¿Todo para qué? Para que nadie se acuerde 40 años después.
Así es que, al menos, La Música es del Aire decide rememorar aquél show con una graciosa y simpática anécdota (y un aviso al final). Aquí la anécdota: "el concierto comienza con un recital de música india a manos de Ravi Shankar y Ali Akbar Khan, introducido previamente por Harrison y con unas palabras del maestro hindú explicando la duración de la sección india. Al cabo de un tiempo, ambos músicos procedieron a afinar los instrumentos durante al menos 90 segundos. La audiencia respondió con un entusiasta aplauso, al cual Ravi Shankar respondió: 'Gracias. Si habéis apreciado tanto la afinación, espero que disfrutéis de la interpretación aún más'".
En el sitio web del histórico concierto se puede ver entera la película (calculen por los 6 minutos y medio la anécdota de arriba, je). Prueben aquí para ver The Concert...
Los compañeros Lestani Florencia y Minimal Ariel se presentarán en el Ultra Bar de la ciudad de Buenos Aires (San Martín 678; si no son kircheristas pueden ir igual, por supuesto) todos los jueves de agosto, es decir, 4, 11, 18 y 25, a las 21 horas. Las entradas se consiguen anticipadas a $30 en Ultra y Anthology (Santa Fe 1670 - Galería Bond Street, local 7). En puerta salen $40.
Flopa y Minimal presentarán (imagino) el repertorio de sus discos solistas y del trabajo conjunto Flopa Manza Minimal, además de las cuatro nuevas canciones correspondientes a Reducción de daños, el EP que regalan en sus webs como adelanto de un futuro álbum (si no lo bajaste, fijate acá).
Ya van más de seis meses que no puedo dejar de escuchar Seremos amigos, de Los Gatos, y aún ronda en mi mente esa idea exagerada e inabarcable que se sucede cada vez que algo magnífico, bello, inesperado y luminoso nos roza: sentir que esto es la perfección. Los gustos y las ideas van mutando casi diariamente, por lo cual no sé por cuánto tiempo más lo sentiré, pero como ahora es hoy y hoy este disco de Los Gatos me enfervoriza más a cada escucha, no puedo dejar de condecorarlo y de rendirme ante él como el mejor disco del rock nacional. Esta sentencia / apreciación personal encierra variados detalles, entre ellos, que odio la definición rock nacional, por lo tanto estaría diciendo que Los Gatos son los máximos referentes -los autores de la mejor obra- de ese movimiento (que, sonoramente, lo es) cuando lo que quiero pensar es que estas canciones son demasiado bellas para sólo considerarse como parte de ese lugar, lo trascienden (y me estoy encerrando solo, porque ese lugar lo cree yo mentalmente, aunque creo que comprenden hacia dónde me dirijo).
Lo que quiero explicar es que no creo que rock nacional sea cualquier grupo que enchufe sus guitarras, se distorsione y suene. Ni siquiera ése es un mandato fundamental. Rock nacional, o lo que al menos podría un obtuso como yo llegar a comprender como ello, es cancionero y melódico, rock nacional puede ser distorsionado pero hasta ahí, no necesita de un alimento enérgico más fuerte que la propia melodía de una canción. Rock nacional nunca sería heavy metal, y ya lo dijo Iorio alguna vez con su habitual sutileza, que él no formaba parte del rock nacional, "Fito Páez, Fabiana Cantilo y toda esa mersada". Pappo, si no hubiera compuesto Desconfío, estaría un poco más afuera de ser rock nacional (haber sido parte de los inicios también lo ayuda, también haber muerto aunque suene horrible). Él, que categorizaba magistralmente quién era y quién no rock, hablaba de "dos tarados que con la guitarrita y la flautita vinieron a ablandar la milanesa". Y Sui Generis, sin dudas, fue uno de los primeros fenómenos de lo que aún hoy se considera rock nacional.
En fin, creo que se entiende -o no y a esta altura no importa porque estoy escribiendo esto de corrido y a base de la nada misma, más que algún pensamiento perdido- a dónde voy con esto de rock nacional. Y el propio Litto Nebbia, inicialmente máximo ícono de esa entelequia, seguramente hoy esté fuera de cualquier discusión genérica, aunque la chapa quede. En Seremos amigos, su tercer elepé, Los Gatos concibieron su criatura más perfecta, digna de comparación, incluso, con obras contemporáneas del primer mundo beat.
Pero hay que acostumbrarse desde hoy, 43 años pasados de su edición, a un disco tan ingenuo -Sólo seremos amigos, amigos y nada más / y nadie nos molestará- como original. El grupo muestra su consolidación después de dos bonitos discos iniciales e iniciáticos, encontrando sonidos psicodélicos a los que nunca había llegado en Cuando llegue el año 2000, que ya llegó; grabando (dice el mito, habría que buscar, lo cierto es que Kay Gailfi distorsionó con un grabadorcito Geloso y se pudrió todo) el primer tema con guitarras distorsionadas del rock nacional, La chica del paraguas, una pieza que no ha tenido la suerte de superclásico que merece; y llevando a cabo su canción más producida, otra gema pop que debería llenar de dinero a su autor y que lleva la huella evocativa que atraviesa toda la carrera del mismo: Mañana, donde un Nebbia de ¡20 años! se pregunta qué esperar del porvenir, amor o soledad.
Quizá lo que me inspiró a escribir estas líneas fue un hecho que me hizo un poco de ruido en estos días: ver que en varios medios especializados (?) en rock (!) nos recordaban que se cumplieron cinco años desde la muerte de Syd Barrett, olvidando, omitiendo o despreciando, elija usted, que cuatro días después del adiós de Syd falleció una gran personalidad del rock de acá, quizá el mejor baterista en la historia del género. Hablo de Oscar Moro, por supuesto. De Moro quizá parezca que no hay mucho por decir, todos los que gustamos de estas músicas sabemos que tocó en Serú y también en Los Gatos (y siguen las firmas). Pero lo importante es escucharlo: apretar play y apreciar la potencia que le impone a Cuatro meses, el desparramo que hace en cada cuerpo de su batería en la perfecta Esperando a Dios -¡hay que volver a esos coros, señores!- y el laburo más silencioso pero importante para la esencia psicodélica del citado Cuando llegue el año 2000, por dar algunos ejemplos que me sumergen en una conclusión harto repetida pero inevitable: el baterista es el puesto más ingrato en un conjunto, como el arquero en el fútbol. Por eso quería escribir de Moro, más allá del divague inicial. Ésta era la cuestión.
Un lustro sin Moro, qué pena. A quién le importa qué es y qué deja de ser el rock nacional.
(Nota: este texto fue escrito hace varios días, y por la velocidad con que fue hecho me salteé algunas aclaraciones: 1- El disco, por supuesto, permanece descatalogado, por ese don apropiador de las compañías discográficas. 2- Que esto salga justo antes de día del amigo -digo, por el nombre del disco- es una casualidad. Pero igual queda bien. 3- Olvidé mencionar la despedida hablada de Litto: debe ser lo más tierno que escuché en un disco, o anda por ahí).