Wilco en el C Art Media de Buenos Aires. Foto: Jesica Jara. |
Una luminaria con su nombre y nada más. Esa es toda la escenografía que necesita Wilco para sus conciertos, al menos los que brindó en la sala Eduardo Fabini del Auditorio Nacional Adela Reta del SODRE, en Montevideo; y en el Complejo Art Media de Buenos Aires. El auditorio más grande de Uruguay (con capacidad para 1885 espectadores) y un galpón de talla media (2700 personas) en Argentina, ambos repletos para escuchar la más maravillosa música y ver a sus seis creadores. Segundo tour sudamericano, con debut yorugua y la memoria fresca de aquellos que ya habían visto al grupo en la edición 2016 del Festival BUE: hay que volver por esta banda porque no hay muchas así. La verdad sea dicha: no hay otra así.
El único ropaje que Wilco necesita es su propia música. Jeff Tweedy, el capitán del barco, no flamea ninguna de las dos banderas patrias ni repite chistes. Tampoco intenta hablar en español. Es el show sin guion de una banda de renombre internacional que bien podría presentar un setlist fijo con los mismos trucos noche tras noche. Pero lo único que el líder dirá más de una vez es que se siente a gusto tocando para estas audiencias, mientras alza los brazos como en la portada de su álbum solista Warm (2019) una y otra vez. Definirá a la parcialidad uruguaya como una de gente linda (“nuestro público en general no es así”) y polite (el silencio solo será interrumpido por los aplausos). Por el contrario, pedirá calma a las fieras argentinas, ante la descomunal ovación luego de ejecutada “Company in My Back”, la primera canción. “Esperen que recién va una”, advertirá como si supiera que, si así reaccionaron con ese ingreso preciosista y tenue, cuando el show ascienda a sus cumbres no habrá alarido que emparde esa gritería inicial. Eso que él sabe nosotros solo lo sospechamos.
El augurio se confirma canción tras canción: Wilco encontró su formación ideal el 19 de mayo de 2004, cuando debutó en vivo el actual sexteto que integran, además de Tweedy y John Stirratt (los únicos miembros originales), Glenn Kotche, Mikael Jorgensen, Nels Cline y Pat Sansone. Un ensamble en el que cada pieza cumple su rol con una eficacia y versatilidad inauditas. Y es que su obra contiene universos que contrastan entre sí, trabajados con maestría en el estudio y ejecutados con una pericia ridícula en vivo, donde llevan más allá lo registrado en los discos. Hay una convivencia sagrada entre el rock and roll y la canción de vertiente americana, el country, la música concreta, el punk rock, elementos de electrónica, powerpop, y casi cualquier etiqueta de esas que se apilan en las bateas. Queda a las claras que son músicos estudiosos y oyentes exhaustivos, lo que hace que parezca fácil llevar adelante ese abanico de influencias tan variopinto.
Wilco en Buenos Aires. Foto: Jesica Jara. |
En Wilco se siente el linaje —The Band, Television, Steely Dan, Byrds, Velvet Underground, R.E.M., Replacements, Dylan, Neil Young— sin que se vuelva un grupo meramente imitativo: aquello que pasa por su filtro sale con un brillo renovado. En la estela de su música se huele el perfume de la Gran Historia de la cultura rock. Y sí: tocan sobrados. Una amalgama de rockers amables (Tweedy-Sansone-Stirratt) y avant-gardeners que miden sus poderes según lo exija cada pieza (Cline-Kotche-Jorgensen).
Mientras los Strokes desplegaban sus guitarras arquitectónicas y su facha high-society y el nü metal tiraba las últimas trompadas de impotencia al aire, Wilco cimentó un camino singular de la mano de sus obras más laureadas: Yankee Hotel Foxtrot (2002) y A Ghost is Born (2004). Expresionismo folk, pop progresivo, letanía esperanzada capa tras capa. Entre el ruido o por sobre él, canciones de una belleza fulgurante. Esos dos álbumes fueron centrales en la noche del miércoles 28 en Montevideo. El viernes 30 en Buenos Aires tuvo una sorprendente cantidad de música de Sky Blue Sky (2007), el álbum del reposo en una trilogía imaginaria, infravalorado por los fans y parte de la crítica al momento de su publicación (y rescatado por Pitchfork en una insólita corrección de calificaciones realizada algún tiempo atrás).
Para alegría y fervor del soberano, el primer disco con edición argentina vía Warner tuvo seis de sus canciones en el setlist porteño; misma cantidad del Ghost en Uruguay. En el trueque entraron “Wishful Thinking”, “At Least That’s What You Said” y “The Late Greats” (Uruguay) por “Side by the Seeds”, “You Are My Face” y “Hate It Here” (Argentina). Por ende, el show en el SODRE tuvo a un Tweedy más protagonista en su rol como primera guitarra, con especial lucimiento en la soberbia recreación de “At Least...”. El marco teatral probablemente haya hecho que el grupo desande tesituras suaves en comparación al show con público de pie. Sonaron “I Am My Mother” y “Love is Everywhere” en dos rendiciones de cajita musical. Para Buenos Aires, por el contrario, dieron rienda suelta a su corazón beach-beatle con “Whole Love” y una vuelta descomunal de ese repeat intenso y sangrante titulado “A Shot in the Arm” antes de los bises. Esos matices no se dieron solo en las modificaciones de lista: obligados por el marco, sonaron más fuerte, aunque igual de claro (todo un mérito tratándose de un lugar, como dice su nombre... complejo).
En materia técnica hay una certeza que emparda a la musical (o tal vez colabore con ella): Wilco está un punto por encima del resto. El impactante arsenal de instrumentos que pasa por el escenario, en especial la infinidad de guitarras, explica parte del asunto. Todo está puesto en su exacto lugar, la voz de Tweedy se escucha a lo largo del show con una nitidez asombrosa, así como lo que toca cada uno de los músicos. Para cualquier colega es una clase magistral: el pulso suizo de Kotche; el trabajo de las guitarras, sea una, dos o tres, loable por ensamble y capacidades individuales. Pat Sansone es el obrero silencioso, con un sonido descomunal, buenas ideas y pose Townshend. No pierde eficacia cuando pasa a las teclas y permite a Jorgensen una labor más de científico loco. Cline es la estrella, pero demuestra que no es solo el pedal que la banda pisa cuando quiere tornarse más agresiva: desde sus improvisaciones, además de un torbellino de notas o una destreza intimidante, pueden surgir momentos hipnóticos como en “Bird Without a Tail / Base of My Skull”, o el homenaje no tan velado al solo de Tom Verlaine en “Marquee Moon” durante “Handshake Drugs”.
Jeff Twedy en el C. Foto: Jesica Jara. |
¿Y Tweedy? Además de un frontman bonachón y divertido, al líder del grupo se lo ve disfrutar sin perder el foco. Establece un diálogo justo con la gente, y canta como se comunica: exacto, preciso, austero pero sentido. Podría decirse que es un gran cantante porque sabe que no es un gran cantante: consciente de no ser poseedor de un amplio rango vocal, con lo que dispone dice demasiado. Nunca grita, pero puede ser salvaje cuando es necesario, encarnar personajes inesperados (chequear la versión porteña de “Hate It Here”) o escalar a falsetes improbables (“Walken”). Encuentra en el sobrio Stirratt, su Robin, el amparo a la hora de las armonías: se notan a la legua los 30 años cantando juntos. Edifican una sola voz. Solo en “Hummingbird” Tweedy descansará de las seis cuerdas: entiende que es una perla para cantar con todo el cuerpo puesto en ella. Ya dijimos que sabe un poco más.
Que toquen sobrados no significa que no se tomen la cosa en serio. Si viste a Wilco en vivo alguna vez, el grupo te sorprenderá como si fuera la primera, incluso con aquellos pa(i)sajes habituales. Como cuando se reparten entre el caos y la melodía en “I Am Trying to Break Your Heart” y “Via Chicago”: el grupo se fracciona en dos entre quienes sostienen el corazón de la canción y aquellos que aporrean sus instrumentos como si quisieran destruir la melodía, que prevalece entre la tormenta sonora. Es una escena teatral, en la que Twedy y Stirratt se mantienen impávidos canturreando como si nada pasara, mientras detrás suyo se cae el mundo y el resto de los músicos juegan al más espasmódico de la cuadra, en plan Ian Curtis. También es esperable el festival de guitarras en “Impossible Germany” (en Argentina, con el público coreando el solo para risa de Tweedy, que se congració con todos los sing-alonggings de la noche). Sin embargo sucede y cala hondo.
Para el cierre, luego de un paseo caleidoscópico por su obra y con un público eufórico, Wilco parece decir: “De acá venimos”. Y hacia el polvo vamos, entonces. Los bises se dividen en dos pequeños sets: uno country, con “California Stars” —tres acordes y la verdad— acompañada de pequeños solos de todos, y “Falling Apart (Right Now)”, con Cline y Sansone sobrios y novedosos a la vez (¡a esas alturas de la noche!); y el otro rockero, con las apariciones tardías de Being There (1996), “I Got You” y “Outtasite (Outta Mind)”, esta solo ejecutada en Argentina. En el medio tercia “Walken”, cruza de ambos universos, con su tono amable y obsesivo. El protagonista de la canción, atrapado en un pensamiento, sale a caminar y termina convencido de lo que tiene que hacer: darle toda la razón a alguien.
Así quedamos cada vez que salimos de un show de estos chicagüenses: atravesados por el rayo de su música, convencidos de que no vamos a volver a escuchar una banda así de buena hasta que vuelvan a pisar suelo sudamericano. ¿Se puede constituir una obra de arte en vivo? Eso son sus conciertos.
Que no pase otra década en el medio, Wilco. Tenés razón vos.