La historia de Luca Prodan es tan fascinante como increíble: un tipo que escapó del primer mundo y de sus vicios, de la seguridad económica de su familia y los lujos que todo ello traía, para terminar siendo una hosca estrella de rock en este país. ¿Por qué la madre de Luca asegura que sus años en Argentina fueron
un regalo? Aquí veremos algunas razones.
La famiglia Prodan
Para desentramar una vida tan de película como la del protagonista de esta nota, es necesario contar un poco la historia familiar. Los Prodan eran una familia trotamundos, errante, producto de la unión de un austriaco de ascendencia italiana y una china de ascendencia escocesa. Partiendo de allí, con esa breve descripción, alcanzaría para definir por qué el Prodan que más conocemos fue así: trotamundos, errante... Pero esta historia tiene su desarrollo.
Mario Prodan, el padre de Luca, estudió en el colegio Gordonstoun de Escocia y al recibirse, viajó hacia China. Allí conoció a Cecilia Pollock, hija de un acaudalado funcionario de transportes. Para hacerla corta: Mario se convirtió en un empresario de éxito en el país más poblado del mundo, se casó con Cecilia en 1918 y tuvieron cuatro hijos. Las primeras dos, niñas claro, nacieron en Pekín: Michela y Claudia.
El abuelo de Luca era el jefe de la empresa de tranvías en Shanghai, por lo que la familia tenía una posición más que acomodada. Pero en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, los Prodan fueron víctimas del secuestro por parte del Ejército Imperial Japonés, que invadió el norte de China y encerró en campos de concentración a los ciudadanos de origen europeo. Corría 1943, y estuvieron allí 18 meses, junto a otras 4 mil personas de diferentes nacionalidades. Pasada la guerra, la familia se estableció en Roma, sin un centavo y con un destino más que incierto: Mario debía buscar un nuevo negocio para mantener a su mujer y sus niñas. Era un tipo muy vivo para los negocios, muy hábil para cualquier labor, y además un especialista de nivel internacional en arte chino. Al tiempo de llegados a Roma, un tal Federico Fellini lo fue a buscar para que produjera La Strada y, aunque finalmente no lo hizo, Mario no tardó mucho en volverse rico nuevamente.
Ya estaban establecidos en Roma cuando Luca George Prodan nació el 17 de mayo de 1953. Allí también nació el otro hijo varón, Andrea. Cecilia, ya anciana, cuenta en Luca, la película (2007) que su hijito, de cuna rica, avisó que iba a nacer, ¡en medio de una gala de ballet! Para que se comprenda el status de la familia: Cecilia rompió bolsa sentada en un palco del Teatro dell’Opera. Este acontecimiento, en definitiva pequeño y anecdótico, sería un guiño del futuro: la vida de ese niño estaría llena de sucesos extraordinarios. “Eligió un lugar apropiado”, acota simpáticamente la madre de Luca en el film de Rodrigo Espina.
Gordonstoun, momento clave
Según Wikipedia, Gordonstoun es una institución famosa “por haber educado a tres generaciones de realeza británica”. Allí fue al colegio secundario, pupilo, el líder de Sumo. De hecho, entre las personalidades asistentes a la escuela que cita la más grande enciclopedia virtual, aparece “Luca Prodan, Italian-Scottish musician, leader of the argentinian band Sumo”.
Allí, en la soledad escocesa, Luca se hizo hombre: a los 11 años lo mandaron, solo, a recibir una educación ejemplar. Maltratado por su condición de extranjero, enseguida encontró compañía en un argentinito de apellido inglés que sufría las mismas cargadas que él: Martin MacKern, que directo desde Hurlingham había terminado en aquel colegio de la campiña escocesa. Martin era el hermano mayor de quien se transformaría un par de años más tarde en el compinche de Luca: Timmy MacKern llegó a Gordonstoun en el otoño de 1968, cuatro años más tarde que Luca, y su hermano le presentó a un italiano al que, según cuenta Carlos Polimeni en Luca, un ciego guiando a los ciegos, “sus padres habían metido a la fuerza en el establecimiento, soñando para él una vida de heredero”. Luca decía que su madre “era muy snob” y pensó que era lo mejor para él.
Una de las cualidades de la Gordonstoun College, era que cumplía una función como “orientadora de vocaciones”. Andrea Prodan se lo contó a la revista El Abasto en 2006: “Por ejemplo, si en la clase sos el payaso te ponen en la obra de teatro que se prepara para fin de semestre. Otro puede tener buena voz y te mandan al coro. Ellos te arman una especie de ‘carrera’ donde permiten que las personas puedan desarrollar sus cualidades”. Luca, por supuesto, fue orientado más que nada hacia sus dotes musicales. Es gracioso, pero quien le enseñó a Luca a tocar la guitarra fue el jefe de los boy scout. Timmy aseguró alguna vez que las primeras canciones que supo Prodan en guitarra, fueron “canciones de jóvenes exploradores”. En la preparatoria, Luca había sido líder del coro; en Gordonstoun estudió trompeta, y se cruzó nada menos que con el príncipe Carlos, que formaba parte de la misma sección de metales de la banda escolar. El mito cuenta que alguna vez se agarraron a trompadas.
Prodan era un alumno destacado por su inteligencia. Como ejemplo de eso, vale contar que su primera tesis fue elegida para representar al colegio en un concurso. Además de dar sus primeros pasos con la guitarra y la trompeta, se daba maña con cualquier instrumento musical, y eso le daba gusto. Aun así, su espíritu libertario nunca soportó la opresión de aquel colegio, que orientaba tu vocación, pero a la vez te obligaba a ciertas actividades que Luca detestaba y que eran contradictorias respecto de esa supuesta libertad educacional. Luca odiaba la misa diaria y las actividades físicas obligatorias. Dicen que batió el récord de latigazos propinados por los maestros: no les prestaba atención.
Por supuesto, también le afectaba el ver poco a su familia, que lo visitaba de cuando en cuando; y sentía abandono de parte de sus padres, es especial de Mario, con quien siempre llevó una difícil relación. “Él amaba a su padre, pero lo cuestionaba. Y no se podía cuestionar a mi marido”, dice la madre de Luca en Luca, la película. El hermano de Luca, Andrea le escribió una carta a Carlos Polimeni después de leer su biografía sobre Prodan, y de allí me parece interesante resaltar este párrafo: “No es verdad que nuestra familia no era unida. Que cosa extraña la familia Prodan. Nuestro padre era un campeón de todo cuando era joven. Natación, polo, equitación, etc. Hay un refrán que dice que cada hijo debe superar el status del padre. Bueh, nuestro papá amaba una familia unida. Pero con una condición, y eso es total respeto, casi feudal, hacia él. Y eso, Luca no lo podía respetar. He allí el punto de constante ruptura entre ambos. Por esto Luca se hizo portador de naturaleza y justicia -primero en nuestra familia, después en general. Sí, cuando Luca amaba mucho algo, era casi siempre porque esta cosa tenía algo de orgánico”.
Eso sí: el estudiante Prodan pasaba los veranos en Roma con su familia, en libertad. Digamos que veía a su familia 3 meses por año, y poco más. El resto del año se sentía preso, y quizá eso explique al tipo que se volvió un callejero en Buenos Aires, según cuentan, un caminador incansable que salía a la calle a buscar historias, acción.
La fugaCorría el ’71 y ya le quedaba poco en el colegio escocés, ese mismo año se graduaba. Pero Luca, siempre tan particular, después de años de sufrimiento -de él y de las estructuradas autoridades del colegio, a quienes volvió locos- y cuando, uno piensa, podría haber aguantado, no pudo más: se escapó del colegio, huyó sin avisar. El revuelo fue tal que, cuando se enteraron sus padres, la mismísima INTERPOL comenzó la búsqueda del fugitivo por toda Europa. Su madre proveyó para la búsqueda una foto de Luca cuando niño, ¡chupando una lombriz!
Su primera y breve parada fue Londres, y aunque nadie sabía muy bien cómo había hecho para conseguir dinero, luego se enteraron: Luca vendió una carabina que amaba y tenía en el colegio. Se lo contó a Nora Fisch en una nota para el
Expreso Imaginario, en diciembre de 1985:
“Fui el único caso de un tipo que se escapó en el último año. (...) Me escapé cuando me di cuenta de que me estaban preparando para ser un pequeño sirviente de la sociedad. (...) Dejé una pista falsa como si me hubiera ido a Noruega en un pesquero, pero en realidad volví a Roma. Mis padres tenían detectives buscándome en Noruega y yo estaba a tres cuadras de su casa”. Allí, a
tres cuadras de su casa, sobrevivió como pudo: hasta trabajó en el mercado del abasto, vaya paradoja si uno sabe su historia argentina, y su aporteñización en el barrio al que le terminó dedicando una notable canción.
Por supuesto, no pasó mucho tiempo hasta que lo descubrieron: Cecilia vio en una esquina a Luca y un amigo suyo charlando con la policía, por una contravención que habían cometido con una moto. Cecilia, que venía manejando, se distrajo para confirmar que se tratara de su hijo y chocó contra un árbol. Pero sí, era Luca nomás. Lo habían encontrado, y lo mandaron a terminar el colegio en Roma. Volvió locos a todos. Además, tenía que hacer el servicio militar y no se presentó.
Por si faltase algo, cayó preso por tenencia de marihuana y luego por desertor del ejército, por lo que varios meses del ’72 los pasó tras las rejas. En el medio, se fue de vacaciones a Londres con su amigo Timmy, en lo que fueron dos meses de experimentación con todo: al fin estaban en libertad.
Inglaterra, ése lugar fundamental
Después de esos meses de encierro italiano, Luca decidió irse a Inglaterra, “el único país en donde conocía el idioma”. Allí se reencontró con Timmy, que fue a Londres a estudiar fotografía. Hicieron de todo, incluso visitaron Marruecos en 1974. Vivir con un tipo tan certero en sus opiniones como Luca, le resultó varias veces difícil a MacKern: “Después de un tiempo de vivir con él, yo había perdido todos los amigos que tenía o podía tener. Para Luca, todos eran imbéciles, tontos o aburridos... ¡y se había armado cada quilombo...!”. Además, Luca se puso de novio, se enamoró profundamente de una chica llamada Linda, y vivieron un tiempo los tres juntos. Entre las tantas cosas que hicieron, en una ciudad convulsionada y a punto de explotar, trabajaron ¡de serenos! Sí, el cantante y el manager de Sumo fueron serenos en fábricas y oficinas londinenses... qué peligro.
Pero el peligro serio llegó para Luca tras la partida de Timmy, que dejó Londres a fines de 1975 y volvió a Argentina por la muerte de su padre. Mientras comenzaba algunos breves proyectos musicales -Luca siempre hizo música, incluso en sus breves estadías romanas acostumbró tocar la guitarra en las plazas de la ciudad- como New Clear Heads, Prodan se metió de lleno con una droga realmente pesada: la heroína.
En 1976, su hermano Andrea se instaló en Londres -vivía con su padre Mario; Luca tenía su propio departamento, comprado por el padre- por lo que compartieron bastante tiempo y aventuras, entre ese ’76 y el ’79. Entre otras aventuras, los hermanos Prodan vieron el nacimiento del punk. Luca comenzó a trabajar en el sello discográfico Virgin, que por esos días editaba, por ejemplo, a los mismísimos Rolling Stones: había encontrado un trabajo que le gustaba y en el que ocupó diversos puestos, entre ellos, otra vez, el de sereno.
Luca no se consideró nunca a sí mismo un activista de aquella movida punk, pero de a poco se fue fascinando con ella. En Londres comenzó a componer canciones con más frecuencia, y se grababa en una portaestudio chiquita que se había comprado: por ejemplo Teléfonos / White trash, un clásico de Sumo, fue compuesto en el año 1975, en un día frío en la capital inglesa. Sus años allí los comenzó viendo a Pink Floyd, Genesis, Peter Hammill, David Bowie y los Stones, pero los continuó con Sex Pistols, The Clash y Talking Heads, por citar algunos grupos de una lista de bandas interminable. También se fascinó con el reggae, esa contagiosa música jamaiquina que comenzaba a tener lugar en los clubes gracias a un morenito de nombre Bob, principalmente. En una entrevista que le concedió ya en Argentina a su luego compañero de banda Roberto Pettinato para la revista Le Cirque, Luca contaba que “muchos chicos lo hacían para levantar más chicas, otros para divertirse un rato. Había muchos violentos, había muchos hippies con el pelo cortado. Yo era uno de ellos. Yo no me corté el pelo: yo me vestía tipo ‘teddy boy’, que son los rockeros. Yo me vestía medio como ellos y medio punk. Era el verano del ’77, siempre en King’s Road que es una de las calles más transitadas, el sábado a la mañana”.
No pasó mucho tiempo para que visitara otra vez un calabozo. Luca cayó en la tentación del melómano, y no pudo con su rebeldía: se robó cientos de singles y elepés del archivo discográfico de Virgin, por lo que conoció también la prisión inglesa. Pero su verdadera prisión era una sola: aquella droga pesada que en ese 1977 se cargó a su hermana Claudia y su novio, que pactaron su suicidio con una sobredosis de heroína. Eso, sumado a sus desencantos amorosos, con relaciones que nunca terminaban de funcionar, lo sumieron en una depresión que fue de la mano con la caída del punk. Y llegó la sobredosis, en el ’79. Cecilia voló urgente hacia Londres, con la desesperada certeza de que se iba otro hijo, de la misma forma. Luca tuvo un coma hepático durante una semana, producto de la ingestión de drogas pesadas que le habían destrozado el hígado. Él mismo, luego de una recuperación milagrosa que sorprendió a todos los médicos del hospital público en que se encontraba internado, decidió volver a Italia. (Se lo contó también a Nora Fisch en aquella nota del Expreso: “Cuando salí dije ¡basta! Me tengo que ir, pensé. Yo era desertor del servicio militar, pero volví a Italia y dije: ‘Pónganme preso, soy drogadicto, hepatítico, hecho mierda’. Estuve en la cárcel dos meses, después en el hospital, y ahí me sacaron...").
La foto
En esos 4 años y pico de distanciamiento, la vida de Timmy MacKern viró hacia situaciones mucho más luminosas que las de Luca en Londres. Timmy se casó y tuvo dos hijas en ese período, y se instaló en Sierra Grande, Córdoba. Casualidades de la vida, dicen, su madre Cynthia había andado por Londres en aquel convulsionado 1979. Timmy, por supuesto, le había dado la dirección de Luca para que lo visitase, y aprovechó la ocasión para enviarle al italiano una foto de su familia posando en Córdoba. Se dio el encuentro entre Cynthia y el pelilargo Luca -y su novia de aquel entonces-, y la madre de Timmy le dejó como obsequio de su amigo aquella simple e inocente foto familiar: Timmy con su mujer y una hija en los brazos de cada uno, más la perra acompañando. Para cualquier persona, aquella imagen hubiera sido poco más que una bonita postal, pero para Luca fue una señal de paz y vida. En la letra de Warm mist, una canción desgarradora y emocionante que le dedicó a su hermana y que aparecería más adelante en Corpiños en la madrugada, el italiano cantaba que “no quería seguir ese camino”, y le pedía al Señor que no lo deje morir “rodeado por este gris”. El mensaje era claro: Prodan no quería partir, no era su momento.
E iba a tener su última chance: su jugada más celebre, al fin.
En un intercambio de cartas que se dio a los meses con Timmy, Luca le dijo, certero como siempre, que estaba mal pero que “quería vivir”. Apuró trámites y organizó todo lo debido para su siguiente fuga: sacó pasaje Londres-Buenos Aires pero dejó sus cosas a medias en Londres, por si no prosperaba su proyecto de limpieza en aquel ignoto país, en el que no podía conseguir heroína. Y llegó a la Argentina nomás. Instantáneamente se instaló en Córdoba, el lugar de la foto, y los primeros días los durmió, apenas si caminó unos metros por la residencia MacKern. No tenía fuerzas para mucho más. Cuando pudo moverse un poco y comenzó a recuperar energías, agarró una guitarra para niños que había en la casa y comenzó a tocar y a escribir. Ya había compuesto varias canciones y en la Argentina compondría varias más. La primera que escribió en Córdoba fue Winter en las sierras, que vio la luz en el documental biográfico de Espina. En la provincia del cuarteto, conoció al cuñado de MacKern, marino mercante él. El hermano de Inés Daffunchio, la mujer de Timmy, se llamaba Germán y apenas si sabía tocar guitarra criolla. Pegaron onda y comenzaron a juntarse, ahí en Traslasierra, a tocar por tocar. Al tiempo se les sumó Alejandro Sokol, un amigo de Germán que no sabía tocar, pero le pasaron un bajo y dijo “bueno”. Esa sería, al fin y al cabo, la génesis de Sumo: el italiano, que había vivido encerrado en su niñez y adolescencia entre colegios y cárceles, volvería a Inglaterra a buscar instrumentos (y a una amiga baterista de quien hablaba maravillas). Luego se afincaron en Hurlingham, y allí se terminó de perfilar la historia de un grupo que marcó al rock argentino como pocos lo hicieron. El pelilargo se volvió pelado, el heroinómano se limpió por un tiempo, -para luego caer en las trampas del alcohol-, el italiano se volvió porteño y ese desconocido que hablaba en un cocoliche medio difícil de comprender, mutó en poeta de Buenos Aires. Creí interesante contar un pasado no tan conocido para comprender mejor a este fenómeno argentino llamado Luca. Como decía él, sin ese.
(Para la próxima, el testimonio discográfico).